Mujeres migrantes, travesía hacia el infierno

miércoles, 2 de julio de 2014 · 10:24
MONTERREY, N.L. (apro).- Las mujeres migrantes que anhelan cruzar a Estados Unidos encuentran un último descanso en los estados fronterizos de México, antes de acometer la riesgosa travesía por el río Bravo. Pero cuando llegan a los albergues, donde toman un respiro, la mayoría de ellas ya ha sido objeto de ultrajes. Y es que en el camino son violentadas sexualmente por bandoleros y policías, dice en entrevista el padre Pedro Pantoja, quien durante años ha atendido personalmente casos de mujeres víctimas de abuso. También le ha tocado ver casos de mujeres que al llegar a la zona fronteriza son obligadas a ejercer la prostitución. Las cifras son escalofriantes: a la Casa del Migrante Belén, de la ciudad de Saltillo, Coahuila, acuden a diario unas 15 mujeres, la mayoría de las cuales ha sido víctima de abuso en su travesía. Aun así, dice el prelado, no capitulan en el empeño de cruzar la frontera. Los activistas que brindan asistencia legal a los migrantes buscan que los crímenes no queden impunes y por ello las animan a denunciar, aunque no siempre quieren hacerlo y prefieren olvidar la pesadilla. Flor que nace de la muerte El padre Pantoja Arreola preside la Casa del Migrante Belén, un refugio con capacidad para 80 personas. Este lugar, uno de los 62 en su tipo en el país, es el último punto de descanso de los viajeros que proceden del sur de México y de Centroamérica antes de cruzar la frontera, ya sea por las ciudades tamaulipecas de Reynosa o Matamoros o por Nuevo Laredo. “Saltillo es el desemboque de toda la crueldad social del camino. Somos el último oasis. Si no existiera la estación en esta ciudad estaríamos hablando de un genocidio, como el que ocurrió en San Fernando. Es la última esperanza”, dice. Saltillo es paso obligado de los trashumantes que deben recorrer todavía unos 320 kilómetros para llegar a la ciudad de Reynosa, frontera con Hidalgo, Texas. En Belén recibe hasta 250 migrantes diarios, de los cuales 15 son mujeres. Todas ellas, asegura el religioso, han sido objeto de violaciones, la más recurrente de secuestro y violencia sexual. “Son usadas como instrumento de placer por los propios plagiarios, integrantes de bandas criminales”, refiere. Paradójicamente, aclara, ellas se vinculan afectivamente con uno de sus secuestradores para escapar. “Cuando caen ahí, su único futuro es el sexoservicio con la esperanza de poder escapar algún día, pero mientras tanto deben tolerar todo tipo de violaciones. La única oportunidad que tienen para huir es a través de su sexualidad, seducir a alguien para que las deje irse de ahí. Qué trabajo tan ignominioso”, subraya el prelado. En su opinión, las mujeres que superan estos episodios son mujeres de coraje admirable al tener que superar el dolor para continuar su camino, porque la mayoría no regresa a su casa. “Las llamo flores que nacen de la muerte, son mujeres grandiosas. Y cuando llegan a la casa del Migrante, pasan por un proceso de regeneración de toda su personalidad, hasta donde podemos. Y logro ver cómo siguen hacia delante. No pensamos que pueden seguir en el sexoservicio, porque estaríamos pesando como sus victimarios, que les dicen: eres puta, serviste de puta y a eso es lo único que te puedes dedicar’”, indica. Con 40 años en el sacerdocio, el padre Pantoja encuentra que las mujeres, al superar el dolor, se convierten en sujetos subversivos y revolucionarios. “En un nuevo paradigma de mujer, aunque derramen su sangre por un aborto inesperado, como ha ocurrido, cumplirán el objetivo de ayudar a la familia empobrecida que dejan en casa, aún a costa del sufrimiento”. Refiere el caso de María Isabel, de 25 años, madre de tres niños. Llegó a la posada de Belén en los primeros días de febrero último. Meses antes sufrió el asesinato de su marido. Decidió viajar a Estados Unidos en La Bestia, como es conocido el tren, para dar a sus hijas comida y educación. En su viaje, cayó del tren, se golpeó el brazo y se quedó dormida a un lado de las vías, en un tramo previo al paso por San Luis Potosí. Fue despertada con violencia por un policía que le ordenó desnudarse. Temblando, la mujer lo obedeció, pero cuando el uniformado tenía los pantalones abajo se dio cuenta de que ella menstruaba. Le dijo que por asco no la usaría sexualmente. “La humillación, así, es espantosa, dice el prelado. El caso de María Isabel deshecha el mito que de que las mujeres emigran únicamente para acompañar al marido. Por estos ultrajes, los viajeros pueden permanecer en el refugio el tiempo que deseen, pues es interés de los activistas que sanen sus cuerpos y almas. A las mujeres las animan a presentar denuncias, con la esperanza, siempre frustrada, de llevar a sus agresores ante la justicia. Si la justicia mexicana no hace su trabajo, presionarán en instancias internacionales, advierte el Padre Pantoja. Buscarán presentar los casos de agresiones sexuales contra las migrantes a través de un informe alternativo elaborado por unas 150 organizaciones, sobre violaciones a derechos humanos, entre ellas, las agresiones a mujeres, que presentarán ante la Organización de las Naciones Unidas. “Buscamos que haya investigación profunda de los victimarios, que haya penalización y que se ejecuten las órdenes de aprehensión contra policías, ministerios públicos, soldados y que no solamente se castigue, sino que haya una verdadera compensación económica y moral de familiares de las víctimas”, dice el luchador social. La tendencia actual, explica, es que las mujeres denuncien. Pero el proceso, dice, no es fácil. Hay cierta renuencia a acudir ante las autoridades. En el albergue se les anima mediante tratamiento sicológico, para que acudan ante el ministerio público y haya por lo menos un antecedente de la agresión. El sacerdote, quien es sicólogo y sociólogo, señala que “el obsceno y destructor ritual del abuso sexual contra la mujer migrante” es una maldición de crueldad social, convertida en un gozo perverso y criminal perpetrado por soldados, policías, oficiales de Migración, crimen organizado, guardias del ferrocarril, patrones abusivos, maras salvatruchas y, a veces, por malos compañeros de viaje. “El ritual va más allá de la búsqueda de placer sexual, se convierte en un abuso sobre el cuerpo de la mujer, sobre su intimidad y sentimientos, es decir, toda su persona. No es solo poseerla, es destruirla, aniquilarla”, sostiene. Menciona el caso extremo de una abuela de 60 años que llegó al albergue. Fue objeto de violación, pero se decía desconcertada, pues su viejo cuerpo no ofrecía posibilidades de goce. Pero lo peor fue que la acompañaba un nieto de 11años, que fue obligado a tener relaciones con ella. Ella tuvo que pedirle al niño que obedeciera a los criminales, para que los dejaran vivir. “Denunciamos el dolor tan grande provocado por la migración misma, pero también el coraje y la indignación que surgen porque la víctima más vejada es la mujer, expuesta a una situación de crimen e injusticia”, destaca. La admiración que le provocan las afectadas no solo es producto de la compasión, sino de la fortaleza que las mueve a sobreponerse a los ataques y vejaciones para continuar su camino, buscando un futuro que no encontraron en el suelo donde vivían. “Cómo se engrandecen estas mujeres. Yo las comparo con las mujeres normales burguesas, que no les llegan ni a los talones, porque sufren porque el marido anda con otra, porque no encuentran el shampoo que quieren, porque el vestido no les queda. “Pero las mujeres migrantes cuando sufren la tragedia humanitaria de su vejación, cuando uno les pregunta, qué harán, ellas deciden seguir adelante, porque aman tanto a su familia. Se vive con ellas la dialéctica de la memoria y olvido. Tienen memoria, pero olvidan, para continuar su camino”, termina.

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