Una mañana de Guelaguetza

martes, 29 de julio de 2014 · 11:39
OAXACA, Oax. (proceso.com.mx).- Como cada año desde 1932, el espectáculo tradicional más hermoso de México, la Guelaguetza –salvo en 2010, cuando los maestros lo impidieron por su protesta ante el gobierno—, cerró con la fiesta de la “octava” en el Cerro del Fortín, casi cuatro horas de coloridos bailables de todas las regiones del estado. Más de 10 mil personas volvieron a llenar las localidades del Auditorio Guelaguetza desde las 10 de la mañana del lunes, y los más de mil intérpretes de las ocho regiones de Oaxaca incendiaron el foro, que abrió con la presencia de la Diosa Centéotl, quien subió las escalinatas del anfiteatro al aire libre hasta llegar al gobernador, actualmente Gabino Cué, en la ancestral ofrenda prehispánica del maíz. Tres cuartas partes del público ya habían ascendido desde media hora antes el cerro que los ancestros indígenas llamaron, previo de la llegada de los españoles, el “Denonayoloami” (Bella Vista). A quien asistía por primera vez, lo esperaba una vivencia alucinante, tan imposible de olvidar que el pueblo oaxaqueño sube a su fiesta en el cerro mítico dos veces por año –los dos últimos lunes de julio--, sin escatimar esfuerzo. Ya sólo llegar a esta especie de foro griego semicircular, es un goce inigualable: allá abajo, tratándose de una ofrenda, se extiende el valle de Oaxaca, y en primer plano su Centro Histórico. * * * Como el acceso al magnífico cerro tiene una sola vía carretera, la gente se desplaza lo más cerca posible hasta las faldas. Todo lo demás es cuesta arriba por las terrazas de una empinada escalinata hasta las entradas del auditorio. En el camino los puestos de comida y artesanías son infinitos. Desde muy tempranito, al amanecer, las delegaciones de todos los rumbos ya están ahí, siguiendo una complicada logística para su participación. Las dos gradas laterales al círculo escénico son para ellas, y en la parte trasera se ha situado la inmensa orquesta que las acompañara a todas durante el evento. Entre las gradas y la banda hay apenas un breve espacio de entrada y salida de los grupos. No falta nada, la organización es perfecta. Además de los dos mil elementos de seguridad pública, un ejército cuida los accesos de la gente, la distribución de sus asientos, la entrega de regalos a cambio del boleto (sombreros, cojines para amortiguar el cemento de las tribunas, mapas). Con sus camisetas azules, muchachas y jóvenes dan la bienvenida a cada asistente y están dispuestos para cualquier atención. Cuando el gobernador y sus acompañantes ingresan al auditorio, diez minutos antes de la hora, prácticamente los cinco niveles del anfiteatro están repletos. Los dos de hasta arriba son gratuitos. Es un despliegue multicolor de visitantes de todo el mundo donde cada quien tiene su sombrero de paja regalado para cubrirse del sol y su abanico para soportarlo, que a medida que el tiempo transcurre se va volviendo letal. Los animadores, desde el foro, entretienen al público sobre la historia de la Guelaguetza, informan de su procedencia, sus costumbres, los géneros musicales, las características de los bailables. Porque ya están listos los contingentes de las regiones de un estado cuya diversidad cultural es, gracias a esta fiesta, la más compacta del país. Vienen del Istmo, de la Costa, de la Cuenca del Papaloapan, de las Sierras Norte y Sur, de la Mixteca, de la Cañada, de los Valles Centrales… Cuando se anuncia a la chica en quien este año ha recaído la deidad del maíz, imposible olvidar la ancestral rebelión oaxaqueña contra las imposiciones del centro del país (desde los tiempos del imperio azteca). No se menciona la lucha del pintor juchiteco Francisco Toledo (el artista contemporáneo más representativo de México en el mundo) en su oposición al maíz transgénico, pero todo el auditorio sabe de qué se trata. Gusta a los oaxaqueños decir sobre sí mismos que son tan complicados que hasta tienen un queso de bola, pero en asuntos de la identidad jamás se confunden. Comenta en la tribuna el historiador del Archivo Histórico y de la Biblioteca del Congreso, Gabriel Pereyra, quien acaba de publicar una investigación sobre Benito Juárez titulada Su paso por Coahuila: “La Guelaguetza es el mejor ejemplo de nuestros pueblos ante la globalización”. *** Todo comienza con unos jarabes de los Valles. Del alto Papaloapan llegan dos números que hacen regocijar a la gente como pocos: “La india bonita” y “La borrachita”, interpretada por los mazatecos de San Pedro Ixcatlán. Mientras que de San Andrés Zolaga se representa una boda tradicional. Casi caminando, las y los muchachos de San Jerónimo Tecóatl, de la Cañada, escenifican la fiesta luego de un bautizo. Los del Cerro del Zempoaltépetl, “los jamás conquistados”, embelesan con sus jarabes mixes comi si flotaran en el aire. Y claro, cómo podía faltar el Itsmo de Tehuantepec, con sus ricos vestidos y sus collares, aretes y pulseras de oro, contrastante con la sutileza de “La aguja” mixteca de Santo Tomás Ocotepec. De los Valles centrales es el fandango zapoteco, que los oriundos del municipio de Santo Tomás Mazaltepec encarnan en una despedida de soltero, así como los mixtecos de Tlaxiaco bordan sus sones y jarabes. ¿Y las grandes tlayudas que preparan las texpequenses del Papaloapan mientras se recitan con gracia el verso “Yo soy la niña del chinanteco”? La más elegante, la más pulcra, la más ordenada de todas las danzas es la de “La Pluma”, que este año no cierra “la octava” y que bailan los de San Jerónimo Tlacuchaguaya para un público que contiene el aliento de tanta belleza. Mientras el diablo hace de las suyas, las figuras representativas de la niña española y el joven azteca se funden en los movimientos simétricos de las cuadrillas ejecutadas por 9 jóvenes, coronados por un enorme penacho redondo de plumeas (pesa 30 kilos) cuyos colores distinguen su origen. Las juchitecos, con la dignidad avasalladora de sus vestidos tehuanos ejecutan impecablemente “La llorona”, cuando aún no se despide del recuerdo “La canción mixteca” que ha coreado todo el mundo agitando con suavidad, de un lado al otro, los sombreros. Todo para que aparezcan las mujeres de Tuxtepec con sus piñas en el hombre, o agitándolas por encima de sus cabezas, en el bailable que más emoción arranca a un público que quisiera eterna esa “Danza de la piña”, y que grita eufórico cuando la cuadrilla multicolor se uniforma para bailar casi corriendo, compacta, hacia el frente del escenario, en una comunión absoluta. *** El único espacio vacío en todo el auditorio, unas treinta personas, se llenará hasta más de media hora después. Es un grupo llegado de Acapulco, Guerrero, que irrumpe intempestivamente como si se tratara de unos turistas japoneses, cargados de lo más modernas “tablets” electrónicas. Todo lo quieren hacer fotografía, no esperan a que cada número termine, y se dedican a captar el video general y a su propio grupo, levantándose de sus asientos a cada instante ignorando a los espectadores. Bailan, gritan, ríen. Una joven de 20 años nacida en la ciudad Oaxaca y que estudia séptimo semestre de biotecnología en la Universidad Politécnica de Puebla, da su testimonio de la Guelaguetza para proceso.com: “En mi opinión, la Guelaguetza es una de las festividades más hermosas del estado de Oaxaca, espero no se pierda esta cultura, aunque lamentablemente en vez de ser fiesta estatal se ha convertido más en un atractivo turístico y más comercial, pero aún así espero se sigan muchos años más con esto.” Como está de vacaciones, viene con su madre Remedios Guzmán, muy joven ella también, nacida en el Istmo. Irlanda hace 6 años que no asiste a la fiesta. Está emocionada. Dice sentirse muy orgullosa de ser oaxaqueña. Y quiere para su madre una piña de las ofrendas que regalan los danzantes del número con el que cierra la fiesta hoy, la única “Flor de Piña”. Al final la consigue. Proceso. com pide a Remedios también su sentir, que es éste: “Mi pensar… La Guelaguetza es una tradición desde hace muchos años, es una fiesta cultural y muy bonita, son bailes de todas nuestras regiones de Oaxaca y cada una representa su baile y sus costumbres. La Guelaguetza significa dar, repartir, su gastronomía y mucho más.” *** Para un sector de oaxaqueños del área cultural, la deslumbrante atracción ejercida por la tradicional Guelaguetza sobre los visitantes, impide a veces que los ojos se poseen sobre un explosivo movimiento vanguardista en las artes plásticas, presente no sólo en galerías y museos, sino sobre todo en las calles. Es un fenómeno vital como no hay otro en el país, que lo mismo adorna paredes millonarias en Nueva York, París o Londres, que responde a la inconformidad social, como se observó en la intensa y contundente producción gráfica contra el exgobernador Ulises Ruiz. Referencia a imitar por los gobiernos de todos los estados, sorprende que la Guelaguetza no sea conocida por la mayoría de los mexicanos. ¿Por qué no una beca para que la visitaran año con año los mejores jóvenes bailarines del país? Una beca que sin duda el escritor y educador oaxaqueño José Vasconcelos otorgaría.

Comentarios