La orquesta femenil yucateca de Judith Pérez Romero

jueves, 19 de febrero de 2015 · 18:13
Dedicada plenamente a la música desde niña, iniciándose profesionalmente a los 13 años (cuando obtuvo en la radio un primer triunfo), la pianista, cantante y compositora Judith Pérez Romero acaba de cumplir 95 años. Lúcida, todavía en activo, se relacionó con grandes cantantes del país como Alfonso Ortiz Tirado, y su madrina fue Amparo Montes para la orquesta femenil que fundó hace medio siglo, Las Maya Internacional, con la cual hizo una larga temporada en el Hotel del Prado de la capital mexicana. Su fascinante historia la cuenta a Proceso en su casa de Mérida. MÉRIDA, YUC. (Proceso).? Desde 1933, cuando se inició profesionalmente en programas radiofónicos, la pianista y compositora meridana Judith Pérez Romero ha llenado con sus dedos entre teclados algunas de las páginas más esplendorosas de la música yucateca, gracias al credo artístico que profesa bonachonamente: “Cualquier tipo de música bien tocada es bonita. La música es lo más hermoso porque en ella desbordas tus sentimientos; hay quienes tocan o cantan y transmiten su alma, pero hay quienes tienen una voz muy bonita y cantan sin poder transmitir nada. La música se debe sentir. “Me preguntan si a mi edad continúo tocando con mi orquesta femenil Las Maya Internacional y les digo que sí, aunque sea en mi silla de ruedas voy y toco con mis cinco compañeras, la música es un don que Dios nos da como remedio para todos los dolores del mundo. Mi secreto para la juventud es que hay que envejecer alegre y saber querer, perdonar, ayudar a todo el mundo.” A sus 95 años, una lúcida Judith Pérez Romero sigue causando sensación con su orquesta femenina Las Maya Internacional, agrupación que ella fundó a mediados de 1955 bajo el nombre de Orquesta Femenil Copacabana (de la cual formó parte la cantautora yucateca Imelda Miller, La voz de metal). “Judith Pérez Romero es, de verdad, lo más valioso que tenemos en la canción yucateca porque es una estupenda pianista, directora musical, una segunda voz espléndida y notable compositora, quien a los 16 años ya estaba acompañando para la estación XEMQ a Las Margaritas, dueto integrado por su hermana Margarita y su amiga Margarita Pino”, afirma el poeta Luis Pérez Sabido. Director del Centro Regional de Investigación, Documentación y Difusión Musicales Gerónimo Baqueiro Fóster, y autor del Diccionario de la Canción Yucateca (Proceso, 1785), Pérez Sabido añade: “En aquel entonces la gente opinaba de Judith: ‘Es increíble que a esta edad ella toque el piano como lo hace’, y hoy martes 20 de enero que cumple 95 años de edad, oí a la gente decir exactamente la misma expresión durante la misa al aire libre por su cumpleaños en el Parque Santa Lucía.” A lo largo de su carrera, Judith ha grabado una docena de discos (uno para el Centro Regional Baqueiro Fóster) y el DVD Las Maya Internacional en Monterrey (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011). Musicalizó los bambucos “Tesoro mío”, “Poema para una canción”, “Supremo anhelo” y “Tú y las flores”; los boleros “No sé lo que te dije” o “Desconsuelo”, y otros más con letras de su esposo Gonzalo Castaldi Gamboa (1913-1998). Un relámpago de sonidos La casa de Judith Pérez Romero se ubica en el número 185 de la calle 23, colonia Buenavista, hasta donde conducen al reportero el poeta Carlos Peniche Ponce (Otro día de luz, FCE) y el tenor Eduardo Rosado, alumno y amigo cercano de ella (ver recuadro). Radiante, en su pecho deslumbra un pequeño óvalo con la fina imagen del Cristo de la Misericordia como prendedor. Entre los dedos ágiles brillan un par de anillos musicales: uno con teclado labrado en oro, y otro de plata con un pentagrama pautado, obsequios ambos de su difunto marido con quien compuso el bolero “Siempre el amor”, en 1973. Al fondo, los instrumentos de las Maya Internacional esperan la nueva mañana para cobrar vida, mientras en una amplia sala llena de recuerdos ella relata claves de su historia: “Toda mi música está aquí en mi mente y en mis manos, gracias a Dios. Estoy operada de mi cadera y de mis piernas, que me rompí en 1992. Empecé a tocar el piano a los cinco años, tocaba empíricamente. Mi hermana María Jesús que era pianista me obligó a aprender solfeo, nota por nota, porque yo armonizaba perfectamente bien en el piano y cantaba yo de todo nomás con oírlo, tanto que cuando mi tío y maestro de solfeo Filiberto Romero me puso a sacar la lección de la partitura que iba a enseñarme, yo ya la sabía tocar empíricamente.” Nació en el barrio de San Sebastián, hija de Luis Felipe Pérez Castro, integrante de un trío, y su madre Elvira Romero Hernández, pianista. “Toda mi familia fue musical, mi papá tocaba guitarra y todas las mujeres en casa el piano, mis hermanas Aída y Margarita cantaban… Empecé a tocar y cantar profesionalmente a los trece años, cuando me gané un premio en las emisiones de radio XEFC a cargo del locutor Belito Sosa, je, je…” –¿Acompañó al piano a Nicolás Urcelay, verdad? –pregunta Rosado en referencia al cantor yucateco nacido en 1900 quien popularizó “Martha”, “Te quiero dijiste” y “Caminante del Mayab” en su repertorio milenario. –En radio acompañé a Miguel Ángel Torres, Francisco Paco Rejón, Orlando Cortés, Rosa María Alám, Isaura Muñoz, Alberto Rubio, las tres hermanas Rubio Osorio… pero al gran Nicolás Urcelay sólo en tres ocasiones. Y a otros muchos consagrados, como el doctor Alfonso Ortiz Tirado: “Era de Sonora, gordito, vino a Mérida y dio un concierto para el arzobispo de Yucatán, Martín Tritschler y Córdoba (1900-1941). Traía a una artista venezolana, pero al oírme tocar él me dijo que quería tener su propia pianista acompañante al estilo de Pedro Vargas, quien tenía a Alvarito Ruiz del Hoyo en exclusiva: yo. ¡Y me invitó a irme profesionalmente con él a México: ‘Usté va a ser mi pianista’, tenía una voz extraordinaria! (tararea “Amapola” entre aplausos); pero mi mamá dijo: ‘Tú no sales de Mérida, aquí te quedas’, pues era muy conservadora, que ‘la música era pura perdición, puro vicio, que todos los artistas toman el trago’. Y le cumplí.” –¿Y le cumplió? –¡Ay, Eduardito (Rosado) lo sabe mejor que nadie porque ha cantado conmigo mucho, yo no soy afecta al alcohol, tomo poco, tomaba lo que me ofrecieran, coñac, whisky; pero el ixtabentún no porque duele la cabeza. La música es mi pasión; por amor a ella es que no me casé sino hasta los 49 años de edad. Tuve un pretendiente, Luisito Aguilar, que me decía: ‘¡Maldigo la hora en que sonaste aquel maldito piano por primera vez!’.” Ríe y comenta que “el matrimonio no estaba en mi libro”, al igual que nunca se tomó “dos botellas de coñac, como mi querida madrina Amparo” Montes (Tapachula, 4 de abril 1925-12 de enero 2001). “A los 18 yo ya formaba parte de importantes grupos y toqué un poquito acordeón, pero me cansaba…” –¿De dónde vino la idea de formar un grupo juvenil, fue casualidad o a propósito? –demanda Peniche Ponce. –Éramos amigas y dijimos ‘vamos a formar una banda musical’, porque en esa época estaba de moda el chachachá, y cuando debutamos nuestra madrina fue Amparo Montes. Dirigí la Orquesta Copacabana dos años y después formé el trío Rosas Meridanas, en 1960 grabamos tres discos LPs… En 1966 rebautizó la agrupación femenil como Las Maya Internacional, realizando larga temporada en el Hotel del Prado de la capital mexicana. Para 1975 conjuntó un grupo de trova yucateca y le fue otorgada la Medalla Guty Cárdenas. Las Maya Internacional, siempre bajo la dirección musical de Judith, actuó en el XXXIII Festival Internacional Cervantino 2006, integrándola además: Ruby Dzib Rodríguez (voz, castañuelas), Melina Ruz (percusión, coros), Cecilia Novelo (batería), Lía Baeza Mézquita (bajo) y Yolanda Canto Pacheco (sax, violín, mandolina, banjo, trompeta, maracas). “Yolanda tiene 101 años de edad, pero hace tres que comenzó a perder la memoria. Afortunadamente pudimos estar juntas en el homenaje que nos dio en el Palacio de Bellas Artes la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música por junio del año 2006.” Judith Pérez Romero va guiando al reportero que pregunta por los personajes de las fotos entre un millón de recuerdos: con Imelda Miller (“se llamaba Imelda Mézquita, era de Izamal, muy descuadrada”), Coqui Navarro (canturrea “Te amaré toda la vida”) y con Gabriel Ruiz, Mario Ruiz Armengol, Pastor Cervera, Osvaldo Farrés (“todos los compositores hicieron amistad conmigo en las tertulias de esta casa”). Una foto en Madrid capta cuando en marzo de 1978 los reyes de España la nombraron Hija Predilecta de Mérida, de Badajoz, durante el Encuentro de las Méridas del Mundo. “Entonces les presenté a Juan Carlos y Sofía la partitura del pasodoble ‘México y España’. Recordarás, Eduardito, que cuando después ellos visitaron México, en el Castillo de Chapultepec tú estrenaste ese pasodoble.” Es casi medianoche y el trío se despide. Judith, quien podría seguir horas enteras recordando anécdotas de su vida, así dice adiós: “Soy feliz cuando nos juntamos las cinco a ensayar unas dos horas diarias, a veces más porque tocando se te olvida todo, la música es lo más bello que hay. Desde niña ayudé a todos y a los padres que me pedían tocar gratis para construir su iglesia, y en la vida lo que das, recibes. Y yo sigo llevando una vida muy bonita. Estoy jubilada, pues fui pianista en un jardín de niños cuando Cri Cri estaba prohibido. En la orquesta Las Maya Internacional jamás fuimos avaras ni ambiciosas. Hay que dar para recibir.”

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