'Hotel Good Luck”

jueves, 7 de enero de 2016 · 17:51
MÉXICO, DF (Proceso).- A lo largo de tres años, Alejandro Ricaño desarrolló una trilogía de monólogos para hablar de encuentros y desencuentros amorosos, como en Cada vez nos despedimos mejor (2013), soledad y búsqueda de un antiguo amor en El hombre ajeno (2014), obsesión por la muerte y aceptación de vida en Hotel Good Luck, la cual se presentó en el 2015 y concluye temporada en la ciudad de México el próximo 10 de enero en el Teatro Milán. El director y autor de estas tres propuestas se decidió por actores con gran impacto mediático en el cine y la televisión y con calidad interpretativa –Diego Luna, José María Yazpik y Luis Gerardo Méndez–, y garantizar el éxito de público. En ninguna de las tres eligió una dramaturgia lineal ni que se ajustara a convencionalismos teatrales, y encontró en la repetición y el juego con el tiempo formas estructurales para escribir sus textos. Así como el protagonista de Cada vez nos despedimos mejor vuelve una y otra vez a momentos donde se encuentra y desencuentra con una fotoperiodista, en Hotel Good Luck un joven que está llegando a los cuarenta vive un mismo día con múltiples posibilidades. En todas ellas se enfrenta con la muerte; ya sea la de su perro, de sus padres o de su exnovia, y a la vez se le presenta la opción donde puede también encontrarlos vivos. Son mundos paralelos, a los cuales accede en un mismo sueño donde va al refrigerador de su casa y al abrirlo se transforma en el portal que lo lleva a varias opciones: sus padres mueren en un accidente mientras manejan una bicicleta –ambos buscando al otro para reconciliarse–, o viendo a su perro morir en el mar, o llorándolo en su tumba. El presente lo da la actividad del protagonista como locutor de radio y lo ubica en los años sesenta para dar un “good look” a la obra. La acción sucede en un pueblo de playa pero no pareciera ser México –los nombres de los personajes son Bobby y Larry, por ejemplo– y su forma de hablar tampoco. La estética retro da un buen resultado con el diseño de iluminación y escenográfico de Sergio Villegas ubicando dos espacios extremos: el de la estación de radio doméstica y el de las citas con el amigo psicólogo/científico con el que comparte sus confusiones. Un espacio frontal donde el protagonista cuenta la historia, iluminado con lámparas donde enfoca al personaje y establece con luz estroboscópica, el momento del sueño reiterativo donde salta de una a otra realidad. La repetición tanto en el texto como en el movimiento es eficaz una y otra vez, aunque en momentos, la rutina sin quiebres hace que la atención del espectador decaiga. Luis Gerardo Méndez interpreta a un Bobby con la frescura que por lo general contienen las obras de Ricaño, y su naturalidad permite que fluyan las historias, aunque haya partes en donde no se entienda lo que dice, ya sea por la velocidad o la dicción. La ligereza y la superficialidad en las que fluctúa el texto, a pesar de que el tema de la muerte remite a emociones fuertes, muestran a un personaje a veces confundido, otras determinante en lo que dice y hace, y difícilmente conmovido. Es buena su actuación aunque se extrañan los retos que se planteó en su excelente trabajo protagonizando El extraño caso del perro a la medianoche. Lo acompaña Pablo Chemor al piano, con breves participaciones, que remarcan este ir y venir de realidades paralelas que suceden en un mismo día: el día en que estamos viendo la representación. Hotel Good Luck es una obra de buena factura, con sentido del humor y búsquedas dramatúrgicas que nos hace pensar en las opciones que existen en nuestra vida, donde siempre nos estrellamos con la muerte pero también con la convicción de que el presente es lo único que nos da sentido.

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