Durante el debate que el pasado 26 de septiembre sostuvieron Hillary Clinton y Donald Trump, la candidata demócrata subrayó el racismo y la misoginia del republicano, exhibió su ignorancia y lo criticó por su negativa a publicar sus declaraciones fiscales. Sin embargo, no recordó un hecho documentado: los vínculos que Trump tejió en los años setenta y ochenta con poderosos capos de origen siciliano, violentos caciques sindicales, despachos de abogados corruptos y operadores de la mafia rusa. De hecho, el FBI investigó las relaciones del magnate, pero nunca presentó cargos en su contra.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando se inició en el sector inmobiliario, Donald Trump tejió alianzas con poderosas familias mafiosas de Nueva York y Filadelfia para llevar a cabo sus primeros desarrollos, que desembocaron en su fortuna actual.
Desde mediados de los setenta su nombre fue vinculado con poderosos capos de origen siciliano, violentos caciques sindicales, despachos de abogados corruptos y operadores de la mafia rusa.
Trump es ahora el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos y se encuentra en la recta final rumbo a los comicios, que se llevarán a cabo el próximo 8 de noviembre.
Durante el ríspido debate que sostuvo con su rival demócrata, Hillary Clinton, ella le echó en cara su racismo y misoginia, señaló las ocasiones en las que sus negocios fracasaron, demostró su ignorancia y lo criticó por su negativa a publicar sus declaraciones fiscales.
La demócrata nunca ha abordado en público los vínculos del joven Donald Trump con la mafia de Nueva York, por los cuales el magnate fue investigado pero nunca condenado.
Su padre, Fred Trump, construyó su fortuna cuando la Gran Depresión de los años treinta puso de rodillas al sector de la construcción y de la vivienda en el país. En 1934, el progenitor de Trump compró un paquete de hipotecas a un promotor inmobiliario arruinado y erigió fraccionamientos enteros con los subsidios que otorgaba la Administración Federal de Vivienda. Sacó grandes ganancias de esos proyectos.
Sin su papá y sin las relaciones políticas que éste tejió en los círculos demócratas de Nueva York, Donald Trump no hubiera conseguido a mediados de los setenta los terrenos ni los préstamos bancarios para concretar sus proyectos inmobiliarios. De hecho, Fred Trump se hizo garante financiero de los primeros proyectos de su hijo.
Ya en los años cincuenta, el padre de Trump se asoció con Willie Tomasello para erigir un complejo residencial llamado Beach Haven. Tomasello había desarrollado proyectos inmobiliarios junto con Franck Wacky Scalise y Louis DiBono, integrantes de las poderosas familias mafiosas Gambino y Genovese, respectivamente.
Estos nombres, Gambino y Genovese, surgieron en la historia de Donald Trump. Estos integrantes de dos de las Cinco Familias del crimen de Nueva York, fueron socios, contratistas o aliados empleados por el magnate para afincarse en el sector inmobiliario de Nueva York.
Además de las actividades prohibidas –como el tráfico de drogas o la prostitución–, las familias mafiosas controlaban el sector de la construcción a través de la industria del concreto y de los sindicatos de obreros.
Esto no hubiera sido posible sin la ayuda de Roy Cohn, quien fue más que un abogado para Donald Trump: éste lo consideraba su mentor.
En enero de 1992, el periodista Wayne Barrett publicó una amplia biografía no autorizada del magnate, en la cual reveló que Trump se impuso en el sector de la construcción y de los casinos gracias a la fortuna de su padre y a sus conexiones tanto con actores políticos como con integrantes de las familias del crimen de Nueva York, Nueva Jersey y Filadelfia.
Una semana después de su publicación, un vocero de Trump aseveró que el libro era “aburrido, no factual y altamente erróneo”, pero el millonario nunca demandó a su autor. La biografía volvió a cobrar relevancia a medida que Trump se perfilaba como ganador de la candidatura republicana a la Presidencia, y fue reeditada en abril último en un libro electrónico titulado Los negocios, la caída, la reinvención.
A partir del primer encuentro, en 1970, Cohn le abrió a Trump las puertas del poder, tanto del oficial como del fáctico. De acuerdo con Barrett, Cohn era “un abogado que podía representar al mismo tiempo a la arquidiócesis y a los jefes de distintas familias del crimen organizado”.
90 mil toneladas de concreto
La Torre Trump, el edificio monumental que Trump erigió sobre el cruce de la Quinta Avenida y la Calle 56, llamó la atención de las autoridades federales incluso antes de que comenzaran las obras.
Apenas iniciaba la década de los ochenta y el magnate había anunciado su decisión de construir la torre con puro concreto, un material mucho más caro que la clásica estructura de metal.
El FBI y la policía de Nueva York sabían que la mafia controlaba la industria del concreto –estaban realizando una investigación sobre las “Cinco Familias” del crimen neoyorquino–, y sospecharon que una torre elaborada con 90 mil toneladas de ese material –contra apenas 3 mil 800 toneladas de hierro– no se haría sin el aval de la mafia.
“Si bien era inevitable para cualquier desarrollador negociar con el cártel del concreto cuando se construyó la Torre Trump, Donald llevó la relación varios escalones más arriba de los que debía”, aseveró Barett.
Trump compró el concreto a Bif Halloran –un cliente de Cohn que mantenía el monopolio del abasto de concreto “a través de la intervención directa” de la mafia– y contrató a la empresa Dic Underhill –también vinculada con la mafia– para construir la superestructura.
El vínculo más evidente de Trump con la mafia fue la contratación de la empresa S&A Concrete por un monto de 6.8 millones de dólares para construir la Trump Plaza, ubicada en la Tercera Avenida. El dueño oficial de esa empresa se llamaba Nick Auletta, pero sus poseedores reales eran Anthony Fat Tony Salerno y Paul Castellano, los jefes de las familias mafiosas Gambino y Genovese.
Ya en su primer proyecto inmobiliario de gran escala, la renovación del viejo hotel Commodore en el ostentoso Grand Hyatt, Trump consiguió el concreto de las empresas North Berry y Transit-Mix, las cuales fueron “mencionados en juicios como parte de cárteles dominados por la mafia”, señala Barrett. Menciona que detrás de la fachada legal de la empresa de demolición Cleveland Wreckeling se encontraba la familia mafiosa Scarfo, cuyo líder Nicodemo Little Nicky Scarfo se encuentra en la cárcel por conspiración en actividades criminales y nueve asesinatos.
“Si bien era difícil erigir un edificio no contaminado (por la mafia) en Nueva York en aquel entonces, el equipo del Hyatt excedió la cuota de chabacanería”, consideró el periodista.
En la fiesta que celebró sus 44 años, realizada en el Castillo Trump en junio de 1990, uno de los invitados atrajo la atención: Manny Ciminello, un contratista que participó en proyectos de Trump en Nueva York, vinculado a su vez con Paul Castellano y Anthony Fat Tony Salerno.
“Todos en ese entrelazamiento incestuoso (Cody, Halloran, Auletta, Salerno y Castellano) estaban ligados al despacho de Cohn, y la mayoría de ellos fueron representados por Cohn (en sus juicios)”, señaló Barrett en su libro.
Entre febrero de 1985 y noviembre de 1986, el gobierno de Estados Unidos enjuició a 11 líderes de las familias criminales de Nueva York, entre ellos a Paul Castellano y Anthony Salerno.
Con base en investigaciones federales sobre los negocios ilícitos de las familias, la llamada Comisión del Juicio de la Mafia impuso a los capos sentencias de cien años de prisión. Al igual que otros dos jefes mafiosos, Castellano no alcanzó oír su condena: fue asesinado en diciembre de 1985, después de revelar a las autoridades la forma en la que operaba el llamado “Club del Concreto”, entre otros secretos.
Acuerdo tácito
Para remodelar el terreno en que se iba a erigir la Torre Trump, el magnate decidió reducir los precios y contrató a William Kaszycki, un oscuro empresario que reclutó a 200 obreros polacos en situación migratoria ilegal.
Los obreros trabajaban jornadas de 12 a 18 horas sin siquiera tener cascos. Kaszycki les pagaba entre cuatro y seis dólares por hora, menos de la mitad del salario que se pagaba a los obreros sindicalizados de esa época.
La justicia estadunidense determinó una década más tarde que la Trump Organization y John Cody, el poderoso presidente del sindicato de la construcción Teamster Local 282, alcanzaron un “acuerdo tácito para emplear a los polacos y negarles sus derechos sindicales”, reportó Barrett.
Cody tenía intereses en una suite de seis departamentos ubicados en los dos penúltimos pisos de la construcción, debajo del triplex del magnate. Fueron adquiridos con dinero de Cody a través de una amiga de éste, una ciudadana austriaca llamada Verina Hixon.
A inicios de los ochenta, Teamster Local 282 llevaba las revolvedoras de concreto fresco a las obras de Nueva York, y Cody extorsionaba a los desarrolladores de proyectos inmobiliarios. Elevaba los precios y negociaba pagos extras con la amenaza de paralizar las obras.
El cacique sindical trabajaba de la mano con la familia Gambino. Según Barrett, Cody afirmó posteriormente que “a Donald le gustaba tratar conmigo a través de Roy Cohn”, a quien calificó de “bastante buen amigo”.
Barrett reveló que en 1982 Trump negoció con Cody para acelerar las obras de la Torre Trump. El sindicato había planeado una huelga para el siguiente 1 de julio. Ésta se extendió dos meses y paralizó prácticamente todas las grandes obras en Nueva York.
En 1984, las autoridades federales detuvieron al líder sindical. Lo encarcelaron por el delito de extorsión y evasión de impuestos. Siete años más tarde el FBI lo volvió a aprehender. El hombre había reclutado a un supuesto sicario –en realidad, un agente encubierto– para asesinar a Robert Sasso, su sucesor en el sindicato.
Barrett indicó que Trump contrató a Danny Sullivan, exejecutivo de negocios del Teamsters Union, como “asesor laboral” en la construcción del Hyatt. “Sus relaciones con el presidente de los trabajadores hoteleros –conocida por su asociación con la familia criminal de Chicago– ayudó a asegurar los primeros contratos de Trump con el sindicato en el Hyatt”.
Vecindad criminal
Algunos de los 268 lujosos departamentos de la Torre Trump pasaron a ser propiedad de dictadores, príncipes, defraudadores o integrantes del crimen organizado en la primera década de operación de la torre residencial.
Entre ellos se encontraba David Bogatin, un emigrado ruso que pertenecía a la mafia y compró cuatro departamentos en 1984 por 6 millones de dólares. Según Barrett, Bogatin elaboró con Michael Franzese, entonces jefe de la familia Colombo, un fraude fiscal relacionado con el petróleo. Según Barrett, “Donald atendió personalmente la firma (de la compra de los departamentos), en un encuentro con Bogatin y su abogado”.
Joe Weichselbaum, cuya empresa de helicópteros prestaba sus servicios a los casinos de Donald Trump en Atlantic City, compró dos departamentos en la Torre Trump a nombre de su novia y rentó otro más en el Trump Plaza.
Fue encarcelado por tráfico de cocaína en 1986, pese a una carta de recomendación redactada por el propio Donald Trump, en la que aseveraba que el hombre era “escrupuloso, directo, diligente en sus negocios y motivo de orgullo para la comunidad”.
La empresa Bayrock Group instaló sus oficinas en el piso 24 de la Torre Trump. Esta empresa se asoció con Trump en la construcción de Trump SoHo, otro edificio monumental de 46 pisos que el magnate inauguró en 2007.
El ruso Felix H. Sater, uno de los socios de Bayrock Group, reconoció en 1998 su participación en una operación fraudulenta y de lavado de dinero por 40 millones de dólares, en la que fueron involucrados “figuras del crimen de la mafia rusa”, según reportó The New York Times en diciembre de 2007.
Trump minimizó sus vínculos con Sater –aseveró que “no lo reconocería” si estuvieran en el mismo lugar–, pero el periódico neoyorquino exhibió fotografías en las que ambos aparecen juntos. Entre 2010 y 2011 Sater aconsejó al magnate en la Trump Organization, según su perfil en LinkedIn.
Robert Hopkins fue detenido en su departamento de la Torre Trump. Socio de la familia criminal Lucchese y operador de círculos ilegales de apuestas, Hopkins había ordenado el asesinato de un rival. La investigación determinó que el criminal “controlaba la empresa” desde sus departamentos. Según Barrett, Hopkins era otro cliente de Cohn, quien arregló el trato para la vivienda. Trump asistió a la firma. Su despacho también lo defendió.
Jean-Claude Baby Doc Duvalier, ex “presidente vitalicio” de Haití hasta su destitución en 1986, compró un departamento por 2.5 millones de dólares en el edificio, mientras que en 2001 el príncipe saudita Mutaib ibn Abdulaíz adquirió un piso entero.
El estadunidense Chuck Blazer y el brasileño José Maria Marin, dos exempleados de la FIFA vinculados con el escándalo de corrupción que sacudió la instancia reguladora del futbol internacional el año pasado, también eran dueños de departamentos.
La capital del juego
En su auge como magnate de los casinos en Atlantic City, Trump llegó a controlar cuatro de cada 10 cuartos de hotel en la pequeña ciudad, considerada como la capital del juego de la Costa Este de Estados Unidos desde que el gobierno autorizó los casinos en 1979.
Para construir su casino Trump Plaza, el multimillonario compró a Salvatore Testa un pequeño bar y el terreno colindante por un millón 100 mil dólares, más del doble de su valor de mercado. Testa era hijo de Philip Chicken Man Testa, barón y sicario de la mafia de Filadelfia, asesinado en 1981 en un atentado con explosivos. En 1984, Salvatore fue asesinado a balazos en una dulcería.
Trump también arrendó dos terrenos, que utilizó para el casino y su estacionamiento, a SSG Inc, cuyos tres socios –Danny Sullivan, Kenny Shapiro y Elliot Goldberg– estaban vinculados con el crimen organizado.
Shapiro, quien era oficialmente revendedor de chatarra, financiaba en realidad la poderosa organización criminal Scarfo, que operaba su padre, Nicky Scarfo, en Filadelfia.
La ley de Nueva Jersey prohibía a los dueños de casinos inmiscuirse en las campañas políticas del Estado. En 1982, el nombre de Trump no apareció en ninguna donación a la candidatura del entonces aspirante a la alcaldía, Michael Mathews. Sin embargo, empresas de Shapiro y Sullivan subcontratadas por el magnate aportaron 53 mil dólares a su campaña. Mathews fue uno de los cinco consejeros que aprobaron el otorgamiento de la primera licencia de casino a Trump en Atlantic City, en marzo de ese año.
Veintiún meses después de acceder a la alcaldía, Matthews fue encarcelado por robo y extorsión. Su sentencia se elevó a 15 años.