La primera batalla de Fidel*

sábado, 26 de noviembre de 2016 · 07:51
Con su pistola Luger, Fidel Castro respondía la metralla lanzada en su contra desde diferentes lugares. Estaba furioso consigo mismo. Había cometido el error de ordenar la captura de una patrulla del ejército que apareció de pronto en la puerta número tres del cuartel Moncada. Ello provocó enfrentamientos no previstos e hizo sonar la alarma. Se había perdido el factor sorpresa que cuidadosamente había preparado para ese día, 26 de julio de 1953. Al caer la mayoría de sus compañeros no había otra alternativa que la retirada…Pero –maestro de la política—esta derrota la convirtió después en victoria: fue el primer símbolo de la Revolución cubana. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso Especial) .- Los 16 automóviles con Fidel Castro y sus 123 atacantes, entre ellos Haydée Santamaría y Melba Hernández, empezaron a salir de (la granja) “El Siboney” a las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos de la mañana. El primero de los coches era un Pontiac modelo 1950 conducido por Abel Santamaría. El equipo de comando que debía desarmar a los centinelas iba en el cuarto coche, un Mercury 1950; y Fidel conducía el quinto, un flamante Buick 1953. Los automóviles debían tomar los lugares señalados en la columna de ataque cuando estuvieran camino de Santiago, porque era más fácil organizar la caravana en la autopista que en la oscura estrechez del patio de la granja. Todos los hombres vestían uniformes marrón del ejército de Cuba con corbatas negras, sombreros de campaña de ala ancha o gorras con visera y botas o polainas hasta la rodilla (…) La única diferencia entre los atacantes y los soldados era en su armamento. Mientras la tropa del Regimiento Maceo llevaba fusiles modernos New-Springfield del calibre 30, los fidelistas iban equipados con un surtido de escopetas de caza, fusiles deportivos semiautomáticos del calibre 22, unos pocos fusiles Winchester con los cañones recortados, un solo fusil M-1 y un solo subfusil Browning. Patéticos o valientes, los rebeldes estaban estupendamente entrenados en el uso de sus armas. Para evitar su identificación en caso de detención prematura, los rebeldes no llevaban ninguna clase de documentos. Castro y un grupo de hombres que parecían mayores (muchos de los voluntarios pasaban escasamente de los 20 años; Raúl Castro tenía veintidós y parecía aún más joven) llevaban galones de sargento en sus mangas, a fin de infundir todavía más respeto a los soldados de Batista (…) Un día o dos antes del asalto, Fidel se había afeitado el bigote, posiblemente para no ser reconocido. Sin embargo, no había ningún signo de que el régimen tuviera noticias anticipadas del levantamiento (…) Pero todo empezó a torcerse casi de inmediato. El tercer coche que salió de “El Siboney” era un Chevrolet negro de 1948, conducido por Mario Dalmau, y que llevaba a otros cinco hombres, entre ellos a Raúl Castro, jefe del equipo (…) Cuando se dirigían a su objetivo, el Palacio de Justicia, doblaron por una calle equivocada y fueron a parar a una plaza del centro de la ciudad, en dirección contraria, y llegaron finalmente a los juzgados varios minutos tarde, cuando la lucha ya había empezado. El sexto coche, que llevaba a Boris Luis Santa Coloma (novio de Haydée y miembro del comité civil del Movimiento) y a siete luchadores más, tuvo un pinchazo inmediatamente después de salir de la granja. Boris y tres de los otros pudieron ser trasladados a otros vehículos, pero cuatro de los hombres quedaron atrás por falta de espacio y el coche fue abandonado (…) Los cuatro estudiantes universitarios que, horas antes, habían decidido no participar en la operación, y a los que Castro había ordenado que fueran los últimos en dejar la granja para dirigirse a sus casas (después de su detención en el cuarto de baño), desobedecieron las órdenes y, en la oscuridad, se las arreglaron para unirse al centro de la caravana. Cuando se acercaban a Santiago, torcieron ala izquierda en la autopista central en dirección a La Habana, pero el coche que les seguía, con ocho rebeldes, dio por descontado que aquel era el camino hacia el Moncada y continuó siguiéndoles. El conductor se dio cuenta del error cuando ya habían pasado Santiago. Cuando los ocho hombres regresaron a la ciudad, ya era demasiado tarde para luchar. Por lo tanto, el contingente total del asalto que finalmente arremetió contra la zona de la fortaleza quedó reducido a 111 personas (contando a Fidel Castro) y 14 vehículos. El ataque La hora exacta para el ataque al Moncada había sido fijada para las cinco y quince minutos de la mañana, pero quizá eran unos minutos más tarde cuando el coche comando, un Mercury, frenó frente a la puerta número 3 para forzar la entrada al patio y abrir el camino para el Buick de Fidel y el resto de la columna motorizada. El equipo comando atacó en seguida. Debido a que el Movimiento (26 de Julio) operaba con el principio de que los líderes siempre deben dirigir personalmente las acciones armadas, este equipo comando formado por ocho hombres estaba compuesto por dos miembros del comité militar, Renato Guitart y José Luis Tasende; un miembro del comité civil, Jesús Montané; los tres mejores dirigentes de célula, Ramiro Valdés, Pedro Marrero y José Suárez; y dos tiradores de primera, Carmelo Noa y Flores Betancourt (…) Según el plan, Guitart gritó imperiosamente a los tres centinelas de la puerta: “¡Abran paso, que aquí viene el general!”, y los hombres, viendo sus galones de sargento, se pusieron firmes y presentaron armas. Montané, Valdés y Suárez arrebataron los fusiles Springfield de los aturdidos soldados, mientras Guitart y los otros cuatro retiraban la cadena de hierro de la entrada, siguiendo el plan, y corrían hacia las escaleras exteriores de los edificios para ocupar el centro de radiocomunicaciones del Moncada y evitar el contacto con La Habana y Holguín. Fidel armado con su enorme pistola Luger, puso el Buick en marcha lenta la pasar frente al hospital militar, a su izquierda, a menos de 150 metros de la puerta número 3. Tuvo que reducir la velocidad para que él y sus seis compañeros pudieran decidir qué hacer con una pareja de patrulla del ejército, armada con subfusiles, que había aparecido de pronto ante ellos y estaban observando tensamente lo que pasaba en la puerta. O la pareja se había adelantado al horario de su ronda, o los fidelistas llevaban un crítico retraso. Al mismo tiempo, un auténtico sargento del ejército apareció también en la calle, no se supo cómo, y contemplaba la situación con aire de sospecha. A todos los efectos prácticos, los rebeldes perdieron la batalla del Moncada en aquel preciso instante, porque, con las primeras luces del alba, dejaron de tener el factor sorpresa a su favor. Todos estos acontecimientos duraron segundos, quizá minutos, mientras Fidel conducía despacio hacia la patrulla, preparando su Luger, abriendo con cuidado la portezuela de su lado, y acelerando después súbitamente y lanzando el Buick contra ellos en el momento en que se volvían y apuntaban sus Thompson en dirección a él. El Buick dio contra el bordillo con la rueda izquierda delantera y el motor se ahogó. El sargento del ejército movió el cuerpo, apuntando con su revólver a Fidel, pero fue abatido por el fuego de fusil del vehículo rebelde que iba detrás del Buick, Fidel y Pedro Miret, que ocupaban los asientos delanteros del Buick, se encontraron de una forma u otra en el suelo, detrás de su coche, y con un soldado disparando contra ellos desde una ventana del hospital militar, a su izquierda. Las balas pasaban zumbando cerca de la cabeza de Fidel y éste se cubrió la oreja con la mano como si se hubiera vuelto sordo. En aquel momento, empezaron a sonar campanas de alarma con un enorme estruendo por todos los cuarteles. Toda la acción terminó en menos de media hora, Ramiro Valdés, Jesús Montané y José Suárez fueron los únicos rebeldes que realmente lograron entrar en el fuerte, y durante algunos minutos mantuvieron como cautivos a unos 50 soldados a medio vestir que encontraron en catres a lo largo de las paredes del patio. Pero empezaron a aparecer por todos los cuarteles otros soldados que, fusiles y revólveres en mano, disparaban contra los tres rebeldes. Pronto los tres se vieron separados, cada uno de ellos luchando para poder salir del edificio. Valdés y Montané recuerdan haber hecho caer a varios soldados con sus balas. Finalmente, los tres pudieron salir a la calle. En ese momento, los soldados disparaban de forma masiva contra los fidelistas en retirada, atrapados en la estrecha calle --de sólo unos siete metros de anchura-- entre la puerta número 3 y la avenida Gazón que tenían detrás; se trataba de una calle corta, que pasaba por el hospital militar, y que los automóviles asaltantes habían tomado para precipitarse contra la entrada del Moncada. Los disparos les llegaban desde los techos y las ventanas de los cuarteles que tenían encima, desde el hospital militar y, en trayectoria diagonal, de una ametralladora pesada de calibre 30, montada encima de una torre sitiada en línea de tiro a unos 200 metros. Los rebeldes constituían un objetivo excelente para la ametralladora, cuyo emplazamiento fue una penosa sorpresa para ellos (también ignoraban que, desde el techo del club de oficiales, otra ametralladora pesada del calibre 50 neutralizaba al pequeño grupo de Raúl Castro en el Palacio de Justicia). Renato Guitart, el miembro del comité militar que se había encargado de la mayor parte de las disposiciones tomadas en su Santiago natal, murió frente a la puerta número 3, junto con Pedro Marrero, Carmelo Noa y Flores Betancourt. Fueron las primeras bajas de la Revolución de Castro. La retirada Fidel Castro supo que había perdido irremisiblemente la batalla del Moncada en el mismo momento en que su Buick se caló fuera de la fortaleza y las campanas de alarma empezaron a sonar, pero todavía intentó desesperadamente reagrupar a sus hombres para un segundo ataque. De pie en medio de la calle, escasamente visible en la media luz de la madrugada y entre el humo de la pólvora, gritaba órdenes de aliento; “¡Adelante! ¡Adelante!”, pero los hombres no lo podían oír ni entender, y el espíritu del ataque se perdió con rapidez. Para dar ejemplo, Fidel subió otra vez al Buick e intentó ponerlo en marcha, pero fue en vano. Indeciblemente furioso, intentó una vez más reagrupar a sus tropas blandiendo en el aire su Luger. La mayor parte de los rebeldes se escondían detrás de los bajos setos de las villas al otro lado de la calle, obligados por los fulminantes disparos que procedían del Moncada. Sin embargo, Fidel se mantenía firme. Al ver que dos soldados montaban una ametralladora pesada en el techo de la fortaleza, les disparó con su pistolón y después hizo lo mismo contra otros soldados que tomaban posiciones más arriba. Sus compañeros le gritaban: “¡Fidel, Fidel!... ¡Sal de ahí!... ¡Vete!...” pero él parecía no advertir sus palabras ni la lluvia de balas que le rodeaba. (…) Fidel estaba absolutamente furioso consigo mismo, porque había llegado a la conclusión de que había sido un tremendo error ordenar la captura de la patrulla armada. La serie de choques a que ello dio lugar hicieron que sonara la alarma en los cuarteles, con lo que se malogró su oportunidad en el Moncada. Al caer sus compañeros muertos o heridos, se hacía imposible un nuevo ataque y no había otra alternativa que resignarse con la derrota y retirarse (…) Convencido de que todos los rebeldes habían abandonado las proximidades del Moncada, Fidel subió en el último vehículo para alejarse del escenario de los hechos. Era un coche con seis hombres más, uno de ellos con una gran herida en el muslo. Pero, al arrancar el automóvil, Fidel vio a un rebelde que, andando, intentaba escapar del tiroteo desde el fuerte que tenía detrás. Ordenó que se detuviera el coche, se apeó o fin de hacer sitio al fugitivo y empezó a retirarse, andando hacia atrás mientras disparaba contra los cuarteles. Mientras daba la vuelta a la esquina de la avenida Garzón, detrás del hospital militar y fuera del campo de fuego directo, el automóvil que pertenecía a un taxista rebelde de Artemisa apareció desde la puerta número 3 dando marcha atrás, y recogió a Castro y a tres compañeros más. En aquel momento, la primera idea que se le ocurrió a Fidel fue que, a lo mejor, el ataque simultáneo a Bayazo podía haber tenido éxito, y que debería intentar unirse al contingente que había allí. Pero también decidió que los cinco hombres que había en el automóvil podrían empezar conquistando el pequeño puesto de la Guardia Rural en El Caney, unos pocos kilómetros al norte de Santiago, y asegurar la retaguardia de Bayamo. Fidel razonó que, si la acción de Bayamo había fracasado, se irían a las montañas para continuar la lucha, y El Caney sería el mejor lugar para reagruparse. El conductor del coche, que no conocía bien la región de Santiago, no entendió las instrucciones de Castro o no tenía ganas de ir a luchar a El Caney. Por lo tanto, en lugar de ir hacia el Norte, siguió hacia el Este por la carretera que llevaba a la granja “El Siboney”, y se encontró con los cuatro rebeldes que habían tenido que ser dejados atrás antes del alba, cuando el coche de Boris Luis Santa Coloma sufrió un pinchazo y no pudo continuar. Fidel no insistió más en dar la vuelta hacia El Caney, paró a un coche particular que pasaba, y ordenó a sus dos ocupantes que llevasen a los cuatro rebeldes a “El Siboney”, con el primer vehículo siguiéndole a él (…). No habían transcurrido ni tres horas desde que Fidel Castro había salido del a granja para conquistar el Moncada… y Cuba. “Regresaremos” Desde la terraza superior del Palacio de Justicia, Raúl Castro y sus hombres presenciaron el desastre frente a la puerta número 3, pero no podían ayudar en nada. Desde el punto de vista de la estrategia, estaban en una posición excelente, pero sus armas no eran adecuadas para proporcionar el fuego de cobertura a Fidel, y pronto la terraza se convirtió en objetivo de las ametralladoras pesadas del Moncada. Al ver que el grupo de Fidel se retiraba y que disminuía el tiroteo, Raúl comprendió que su misión de apoyo había concluido y que lo mejor era marcharse antes de verse sitiados. En la planta baja se encontraron con cinco policías armados, pero pudieron quitarles los revólveres y montar en el coche que conducía Mario Dalmau, marchándose entre una lluvia de balas (…) El equipo del Palacio de Justicia no sufrió bajas, y Raúl ordenó a Dalmau que les condujera a la costa. Abel Santamaría, que ocupaba el hospital civil al otro lado de la calle del costado occidental del recinto del Moncada, no pudo ver qué ocurría en la puerta número 3, y no estaba enterado de la retirada gradual de Fidel. Pero los soldados de los cuarteles disparaban ahora muy intensamente contra el hospital, y Abel se dio cuenta de que estaba siendo sitiado y atrapado. Pensando que luchando con todas sus fuerzas ayudaría al grupo de Fidel, dondequiera que estuviese, Abel decidió quedarse en el hospital hasta que se le terminaron las municiones. Dijo a su hermana Haydée y a Melba Hernández: “Estamos perdidos”, y les aconsejó que intentaran escapar, pues, por ser mujeres, podían sobrevivir (…) Pero Haydée y Melba ni intentaron la huida. El tiroteo terminó alrededor de las ocho de la mañana, cuando Abel y sus hombres ya no tenían más balas y los soldados dejaron también de disparar. Sin embargo, el ejército esperó una hora antes de atreverse a entrar en el edificio del hospital, y las dos mujeres se dedicaron a prestar ayuda a las enfermeras (…) Mientras tanto, otras enfermeras pusieron ropas de hospital a los rebeldes para que parecieran pacientes postrados en cama, a fin de protegerles de los soldados. A Abel le vendaron la cabeza y un ojo, y le metieron en cama en el departamento de oftalmología. Para desdicha de los rebeldes, el jefe de prensa del Moncada, un civil llamado Carabia Carey, se encontraba casualmente en el hospital durante el sitio, para ser sometido a tratamiento, fue él quien delató a los fidelistas (…) Melba y Haydée vieron como arrancaban violentamente de la cama a Abel y le golpeaban con las culatas de los fusiles hasta convertir su cara en una masa sangrienta. Más tarde, las mujeres fueron escoltadas hasta el recinto del Moncada y, al cruzar la calle, presenciaron cómo asestaban culatazos al doctor Mario Muñoz y después le disparaban por la espalda (…) (…) Más tarde, un soldado le dijo a Haydée que estaban torturando a Abel, y un sargento le llevó como prueba un ojo que le habían arrancado. Abel murió más tarde, aquel mismo domingo, mientras le torturaban. Todos los hombres de su destacamento fueron ulteriormente asesinados por el ejército, excepto un joven maestro que logró esconderse (…) Hacía el mediodía del domingo, 26 de julio, habían regresado a la granja “El Siboney” 20 rebeldes, completamente agotados y tres de ellos heridos. A media tarde aparecieron 20 más, precisamente en el momento en que Fidel Castro se preparaba para salir hacia las montañas con el propósito de continuar la guerra, esta vez como jefe de la guerrilla. (…) Una anciana negra que vivía en una barraca sobre Siboney, mandó a su nieto como guía con el grupo de Castro, y al día siguiente llegaron al pueblo de Sevilla Arriba. Mirando la bahía de Santiago a sus pies, Fidel levantó los brazos y, en su mejor estilo de luchador, proclamó a su pequeña partida: “Compañeros, hoy nos ha tocado perder, pero regresaremos” (…) *Este texto se publicó originalmente en la edición especial No. 20 de Proceso en el año de 2007. ** Tad Szulc, periodista y escritor estadunidense, fallecido en mayo del 2001. Autor de 20 libros sobre historia y política, entre ellos Juan Pablo II, la biografía y Fidel Castro, un retrato crítico (editorial Grijalbo, 1987), del cual se reprodujeron los anteriores extractos.

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