El Comité Olímpico Internacional tomó una decisión histórica rumbo a Río 2016. Ante la ola de migración forzada que se vive en el mundo, organizó un equipo de atletas refugiados. Lo integrarán 10 deportistas, nacidos en Siria, Congo, Etiopía y Sudán. Sus rivales han sido la guerra, la hambruna y la desesperación. “Era horrible pensar que eres buena nadadora y, sin embargo, estás a punto de morir ahogada”, recuerda una joven siria acerca de su huida por mar. Y los atletas desplazados no sólo buscarán una medalla, sino que tienen objetivos más altos, más desgarradores: volver a saber de sus familias, conseguir dinero para comer, recuperar su idea de patria…
BERLÍN/RÍO DE JANEIRO (Proceso).- “Desde aquello, odio el mar abierto”, confiesa Yusra Mardini tras un profundo trago de saliva.
La joven siria de 18 años se refiere al acontecimiento más duro de su vida: ella, su hermana y otro hombre tuvieron que empujar a nado en las aguas del turbulento mar Mediterráneo la barca en la que ellos y otras 20 personas buscaban alcanzar las costas griegas cuando huían de Siria.
Fueron más de tres horas en las que el peligro de morir fue inmenso y en las que literalmente luchó por su vida y la de los demás cuando el motor de la frágil embarcación falló y el agua comenzó a filtrarse.
“Toda la gente en el bote estaba desesperada. Rezaban. Horas antes, mi hermana me había dicho que si algo sucedía no intentara ayudar a nadie. ¡Pero sucedió! Ella saltó al agua y fue la primera que comenzó a nadar para ayudar a los demás. Fue una experiencia muy fuerte, pues era horrible pensar que eres buena nadadora y, sin embargo, estás a punto de morir ahogada en el mar”, recuerda Yusra durante un encuentro en Berlín con corresponsales de prensa.
En su natal Damasco, las hermanas Mardini eran nadadoras de alto rendimiento que representaron a su país en diversas competencias, hasta que la guerra civil truncó sus carreras deportivas. En el verano de 2015 decidieron huir. Se embarcaron de Turquía hacia la isla griega de Lesbos, luego siguieron la ruta de los Balcanes hasta Austria, después viajaron a Múnich y –tras 25 días de travesía– llegaron finalmente a la capital alemana.
Casi un año después de aquellos acontecimientos, el destino parece recompensar a Mardini. Cumplirá el sueño que tiene desde los 12 años: competir en unos Juegos Olímpicos: los de Río 2016.
La joven siria es una de los 10 deportistas que el Comité Olímpico Internacional (COI) seleccionó para integrar el Equipo Olímpico de Refugiados.
Se trata de una decisión inédita del COI ante la emergencia humanitaria provocada por el flujo de desplazamientos forzados en el mundo: hasta diciembre último 65.3 millones de personas habían abandonado sus hogares debido a conflictos bélicos o a persecuciones por motivos políticos, religiosos o étnicos. Nunca antes la humanidad había registrado tal cifra. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ofrece un dato que permite cobrar conciencia de la dimensión del problema: cada minuto de 2015 alrededor de 24 personas huyeron de sus hogares.
Las cifras del ACNUR indican que, de esas 65.3 millones de personas, 40.8 millones fueron desplazados internos; 21.3 millones refugiados, y los restantes 3.2 millones, solicitantes de asilo.
Los países que expulsan la mayor cantidad de personas son Siria, con 4.9 millones de personas; Afganistán, con 2.7 millones, y Somalia, con 1.1 millones.
Tal es el contexto en el que el COI decidió formar un equipo de refugiados que desfilarán el próximo 5 de agosto en el estadio Maracaná bajo la bandera de esa organización. Se trata de dos nadadores sirios, dos judocas de la República Democrática del Congo, un maratonista etíope y cinco corredores de media distancia de Sudán del Sur.
“Serán un símbolo de esperanza para todos los refugiados y permitirán que el mundo sea consciente de la magnitud de esta crisis. Además, se lanza una señal a la comunidad internacional de que los refugiados son nuestros prójimos y su presencia enriquece a la sociedad”, aseguró Thomas Bach, presidente del COI, al presentar oficialmente al equipo el pasado 3 de junio.
“Estos refugiados atletas demostrarán al mundo cómo, a pesar de las inimaginables tragedias que han enfrentado, pueden contribuir a la sociedad con su talento, habilidades y fuerza de espíritu”, agregó.
“Dos minutos, 15 segundos”
La vida de Yusra dio un giro de 180 grados desde que un intérprete de la casa para refugiados a la que llegó junto con su hermana Sarah, en Berlín, contactó al club de natación Wasserfreunde Spandau 04, que forma parte de las escuelas de élite deportiva de la ciudad. De inmediato el entrenador Sven Spannekrebs se interesó por la joven y la incorporó en su equipo de entrenamiento.
Parecía lejana la posibilidad de competir en los Juegos Olímpicos de Río. Yusra llevaba dos años sin entrenar. Su técnica era buena, no así su condición física. Sin embargo, la joven y su preparador se impusieron un estricto plan de entrenamiento que la puso en forma de nuevo.
La posibilidad de integrar el equipo olímpico de refugiados cobró forma cuando alcanzó los dos minutos 15 segundos en su especialidad: 200 metros estilo libre. Registraba ya cuatro segundos por arriba de su mejor tiempo en su natal Siria. En junio, su nombre apareció en la lista oficial del Equipo Olímpico de Refugiados.
“Lo más importante para mí es ser una motivación para los refugiados en el mundo. Espero que ellos se sientan orgullosos de mí e inspirarlos para hacer realidad sus sueños”, dice.
Agrega: “Competir en los Olímpicos va a ser una gran experiencia para una chica de 18 años como yo. Estaré pensando en mi familia, en mi entrenador, en mis amigos, en cada uno de los que me han ayudado, y creo que también lloraré.”
De Kinsasa a una favela
En marzo pasado periodistas de la BBC de Londres llegaron a Río de Janeiro para hacer un reportaje sobre los congoleses Popole Misenga y Yolande Bukasa, quienes se habían refugiado en Brasil en 2013. Para Popole la visita de estos periodistas fue una buena señal: el COI podría escogerlos para integrar el Equipo Olímpico de los Refugiados y competir en el deporte en el que fueron campeones en su país natal: el judo.
En marzo Popole y Yolande todavía no vivían en la Villa Olímpica, como el resto de los atletas brasileños que participarán en los juegos de Río, sino en la favela Brás de Pina, en la zona norte de la ciudad. Ambos se encontraban en la miseria.
[caption id="attachment_450109" align="alignnone" width="1200"] El atleta de judo de la República Democrática del Congo Popole Misenga se toma un descanso durante una sesión de entrenamiento de judo antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Brasil. Foto: Felipe Dana / AP[/caption]
Popole vivía con su mujer brasileña, el hijo de ambos, de un año, y las dos hijas que su mujer había tenido antes de conocerlo. Los cinco compartían una casita que constaba de un cuarto y una cocina.
Yolande vivía sola en una habitación que rentaba en la casa de una familia. Vivía ahí porque es la zona donde los alquileres son más baratos: es un barrio dominado por narcotraficantes.
La favela Brás de Pina alberga a muchos africanos que llegaron a Brasil en busca de mejores condiciones de vida. “Hay poca gente de Congo aquí, pero hay muchos de Angola”, comenta Popole a la reportera mientras la lleva a conocer el bar donde se encuentran los africanos que viven en esta favela y donde él conoció a su mujer.
Popole es más grande y fuerte que la mayoría de los africanos. Yolande también parece más fuerte que la mayoría de los hombres presentes en el bar. Popole pesa 90 kilos; Yolande, 70. Los dos sonríen poco y guardan largos silencios.
Desde que a fines de mayo el COI los seleccionó para formar el Equipo Olímpico de los Refugiados, reciben a muchos periodistas. En marzo –cuando la reportera los visitó por primera vez– accedieron a contar sus historias de cuando estaban en Congo. Pero en julio –cuando ella volvió a verlos– ya se muestran reticentes a hablar de ese tema. Prefieren contestar preguntas sobre el judo, los Juegos Olímpicos, las nuevas perspectivas que les ofrece el COI y el entrenamiento que realizan ahora con el equipo brasileño de judo.
No les es fácil contar cómo llegaron a ser refugiados en Brasil, y antes de eso, en la capital de su país, Kinsasa.
Doblemente refugiados
En 1988 Popole tenía seis años cuando huyó de su pueblo en la provincia de Bangu y perdió para siempre a su familia. Ha olvidado la mayor parte de los sucesos que provocaron su huida, pero recuerda que corrió hacia la selva cuando vio a los soldados entrar a su pueblo.
“Creo que fueron tres días de caminar con mucha gente en la selva. De vez en cuando encontrábamos unas frutas. Estaba con mucha gente, pero nadie de mi familia. Cuando llegamos al río Congo, subimos a un barco que nos llevó a Kinsasa”, cuenta.
Popole vivió durante varios años en diferentes campamentos de refugiados. Uno estaba dentro de un gimnasio. Las personas que frecuentaban el sitio para practicar judo continuaron haciéndolo aun en medio de los refugiados. Fue así que Popole descubrió este deporte.
Los recuerdos de Yolande son un poco más precisos. Ella vio a los soldados cuando llegaron a su pueblo. Fue después de que salió de clases. Había dejado su uniforme y se disponía a jugar con sus amigos. Tenía nueve años. Se acuerda de una infancia pobre, pero feliz. Como Popole, tuvo que salir corriendo, y nunca más volvería a ver su familia. Llegó también a la capital, y también sola, pero en helicóptero. Se imagina que sus familiares no sobrevivieron a la llamada Segunda Guerra del Congo (1998- 2008), en la que murieron entre tres y cinco millones de personas, por las batallas o por la hambruna posterior.
Yolande conoció a Popole cuando tenía 12 años, en el campamento de refugiados. Inicialmente ella vio el judo como una manera de aprender a defenderse. Como no había escuela para los desplazados, ambos pasaban días enteros practicando. Devinieron campeones: de Congo primero y de África después.
“Teníamos que ganar, porque si no ganábamos el entrenador congolés nos dejaba varios días en una jaula pequeña, dándonos lo mínimo para comer y beber”, comenta Yolande.
En 2013 el Campeonato Mundial de Judo tuvo lugar en Río de Janeiro. Yolande y Popole llegaron a Brasil como parte del equipo de su país. Dependían completamente de su entrenador, quien al final de la competencia los dejó en el hotel sin dinero y sin nada para comer. “Se fue. Nos imaginamos que a una discoteca o a beber a un bar. Tenía nuestros pasaportes y no podíamos hacer nada. No había otra opción que ir y pedir asilo político en Brasil”, explica Popole.
La organización Cáritas los apoyó. Les dio comida y les ayudó con los trámites administrativos para obtener visa como refugiados. Pese a sus problemas económicos, nunca dejaron de practicar judo.
El sueño de Popole
Popole y Yolande todavía no hablan bien portugués. Él incluso se expresa mejor en francés.
“Cuando los conocí, era muy difícil la comunicación”, dice su entrenador, Geraldo Bernardes, figura nacional del judo brasileño: fue el entrenador del equipo de Judo de Brasil durante cuatro Juegos Olímpicos y creó proyectos sociales en algunas favelas donde el judo juega un papel central.
Geraldo entendió rápidamente que tenía dos casos complejos: eran campeones, pero estaban emocionalmente muy lastimados: “Popole tenía una cierta agresividad. Tuvimos que canalizarla porque ya nadie quería entrenar con él. A Yolande le afectaba perder, aun cuando se tratase de simples entrenamientos. Se imaginaba que le iba a imponer los mismos castigos que su antiguo instructor. Nos costó un tiempo adaptarnos todos, lograr comunicarnos y entendernos”.
Actualmente la relación entre los tres es de confianza y complicidad. De hecho, fue Geraldo quien aseguró al COI que sus alumnos merecían participar en estos juegos: podían ser campeones. La reputación de Geraldo en el ámbito del judo sin duda ayudó a concretar este milagro. “Pero también son muy buenos. Popole tiene 23 años, y fue campeón de África dos veces y del Congo tres. Y tiene tantas ganas de vencer…”, considera Geraldo.
El anhelo de ganar una medalla evidentemente tiene que ver con la situación económica en la cual están los atletas. Pero Popole considera también que un título olímpico le podría ayudar a reencontrar a su familia: “Sé que mi madre está muerta porque un día en el campamento de refugiados una persona de mi pueblo me contó eso. Pero no creo que el resto de mi familia haya muerto. Si gano una medalla, seguramente van a hablar de mí en el Congo y puede ser que de esa manera mi familia me reencuentre”, comenta esperanzado.
A su lado Yolande no dice nada. También quiere ganar una medalla “sea cual sea el metal”, pero del Congo no quiere saber: “Sufrí demasiado en ese país. Claro que me gustaría reencontrar mi familia, pero no quiero imaginar cosas imposibles porque después uno sufre mucho”.
Para los dos la idea de su patria es bastante confusa. Aunque ya se sienten muy brasileños, prefieren por ahora participar bajo la bandera del COI.
“Aquí hay mucho racismo. Aunque actualmente quiero quedarme en Brasil, sé que soy diferente y que la gente me ve diferente. No sé si un día Brasil será mi país”, confiesa Yolande.
Popole, que tiene un hijo brasileño, ve las cosas un poco diferente. “En mi caso, mi sueño es ir al Congo con mi hijo”, dice.