En la entraña del nuevo Nobel

domingo, 15 de octubre de 2017 · 09:31
Británico de origen japonés, Kazuo Ishiguro es un escritor al que la Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura porque en sus novelas “de gran fuerza emocional ha descubierto el abismo bajo nuestro sentido ilusorio de conexión con el mundo”. En este artículo solicitado al novelista, ensayista y catedrático Hernán Lara Zavala, quien compartió con Ishiguro el seminario de creación literaria en la Universidad de East Anglia, repasa puntualmente su obra y sitúa el porqué, dentro de la literatura inglesa, la decisión de Suecia fue acertada. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El nuevo Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro representa, entre los escritores ingleses contemporáneos, a la generación Anti Brexit: su presencia va en contra de la idea de que un gran país colonialista y ejecutor de memorables hazañas guerreras, históricas y culturales súbitamente se encuentre perdido dentro de su propia insularidad. Qué importante ser británico, ¿pero que significa esto hoy en día? Imagino que la Academia Sueca se lo debe haber cuestionado para la adjudicación de este súper premio a un autor británico de origen japonés, haciendo que los significados políticos del Nobel sean cada vez más evidentes. ¿Entre los autores ingleses a quién más podrían otorgarle el Nobel?  Previamente se lo habían concedido a V. S. Naipaul, a Doris Lessing y después a Harold Pinter. Todos ellos meritorios: uno, de Trinidad Tobago, estricto hijo del imperio; otra, madre del feminismo moderado, comunista y defensora de los derechos de descolonización. El premio le correspondía ahora a una nueva generación. Cuando le dieron el Nobel al chino Mo Yan, uno de los candidatos fuertes era el escritor anglo-irlandés William Trevor, cuya obra es un ejemplo de cómo entender moral, política y democráticamente a un país en pugna. No se lo concedieron y lo lamento profundamente. Ahora la disputa era ¿a quién? ¿A Ian Mc Ewan, líder del grupo al que Jorge Herralde definió como “el dream team”? Sin duda se trata de un extraordinario autor, con más de veinte novelas en su haber, pero tal vez se le consideró como demasiado inglés. ¿Martin Amis?, inferior a su padre, Kingsley, Angry Young Man. ¿Julian Barnes? Autor de una gran obra, El loro de Flaubert, más cercana al ensayo y a la investigación que a la novela. ¿Graham Swift?, de nuevo “too English”, aunque los críticos de El País lo consideran como otro de los grandes de la generación. Y de ahí en adelante: ¿Salman Rushdie?, para qué moverle. ¿Arundhati Roy? (hindú) poco prolífica, ¿Ben Okri? (nigeriano), muy distante, Thimothy Mo (chino) ya ha dejado de escribir. Clive Sinclir? (demasiado judío), etcétera. De la misma generación que todos ellos, Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki en 1954 y llegó a Inglaterra en 1960. Sin embargo, representa las aportaciones que los inmigrantes lograron sentar en el Reino Unido para inyectarle vigor, presencia, esperanza y talento a un país tan complejo como disímbolo. Ishiguro, como Rose Tremain, como Ian Mc Ewan y como Clive Sinclar y tantos más fue discípulo del escritor inglés Malcolm Bradbury en la Universidad de East Anglia, donde tuve la oportunidad de conocerlo personalmente, de ser su amigo y de compartir el seminario de creación literaria. Con Bradbury, Ishiguro inició su sorprendente carrera que abarca tan sólo siete novelas y un libro de relatos, pero todos de excelente factura. Cuando lo conocí dijo que se había dedicado a la literatura porque no la había hecho como músico: “Quería ser como Leonard Cohen, siempre he visto mis narraciones como canciones ampliadas”, confesó. No en balde Bob Dylan fue el maestro que nos indujo a muchos a transitar de la música a la literatura. Sus dos primeras obras están inspiradas en la ética y la estética Zen que surgen de sus orígenes japoneses: Una pálida vista de las colinas y El artista del mundo flotante. Se trataba de un mundo imaginario que él logró evocar a partir de las conversaciones y recuerdos de su vida familiar en casa y de la cultura japonesa que inconscientemente le inculcaron sus padres, que padecieron los terribles efectos de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el hecho es que ambas novelas lograron acaparar la atención inmediata de la crítica por el estilo terso, la poética visión del mundo y la sutileza e inaprensible calidad de las anécdotas ubicadas en un país que el autor apenas y conoció durante su primera infancia. Con su tercera novela, Los restos del día (The Remains of the Day), Ishiguro logró insertarse de lleno en la más pura tradición inglesa, cuando eligió como personaje central a un mayordomo de una típica familia británica de principios de siglo. Stevens, el narrador y protagonista, es un defensor inconsciente de la aristocracia inglesa, tan bien representada por W. H. Woodhouse en sus libros sobre Wooster and Jeeves, así como en la novela Amor de Henry Green o por las series televisivas como Upstairs, Downstairs, o Dowtown Abby. Stevens representa al leal y desprendido butler (mayordomo), personaje tradicional e histórico dentro de las familias aristocráticas inglesas. Pero ese mayordomo, aparentemente incondicional a la familia y a la sociedad a la que sirve de súbito, descubre que su propia identidad de subordinado es dudosa y tiene una singular revelación cuando reconoce que ha vivido sin expresar jamás sus más mínimas emociones, y que eso lo ha llevado a sacrificar su propia vida en aras de una sociedad a la que le es totalmente indiferente y que le ha impedido ejercer su propia capacidad de amar, de sentir y de vivir. Esta novela le valió a Ishiguro el prestigioso Booker Price en 1989. A partir de ahí ha publicado otras tres novelas importantes como Los desconsolados (The unconsoled), donde un prestigiado pianista intenta llegar al pináculo de su carrera dando el mejor concierto de su vida, y cuando eso está a punto de ocurrir se enfrenta a una serie de conflictos y percances, a veces chuscos, a veces irritantes, que lo llevan a redescubrir el sentido de su vida. Se trata de una novela un tanto kafkiana y misteriosa pues ocurre en una ciudad imaginaria de Europa central que recuerda a Praga o a Budapest, así como al universo del absurdo y el desencuentro del que tanto gustaba Kafka.  Es una obra satírica sobre uno de los temas más cercanos a la sensibilidad de Ishiguro: la falta de comunicación entre los seres humanos. La obra resulta simultáneamente humorística, paródica y absurda. “En este sentido el libro es una extensión y gran ampliación de Los restos del día”, donde toda una sociedad se pregunta qué y para qué. En una entrevista que le hiciera Pico Iyer cuando se publicó Los restos del día, Ishiguro comentó: “Ahora me puedo dedicar a producir algo más bien raro”, y efectivamente así lo hizo. Pero la recepción no fue unánime como había ido con las otras novelas, pues tuvo muchas críticas adversas. Antes, en otra entrevista, cuando sólo tenía dos novelas, Ishiguro había declarado: ”Soy el tipo de autor que intenta escribir novelas internacionales.  ¿Qué significa una novela internacional?... aquella que contiene una visión de la vida importante tanto para la gente de diversas culturas del mundo… personajes que viajan alrededor de varios continentes, o simplemente para los habitantes de una pequeña localidad.” Sin embargo la recepción de Los desdonsolados no fue unánime, como había sido con su obra previa. Tal vez por ello en su siguiente novela, titulada Cuando éramos huérfanos (When We Were Orphans), Ishiguro crea al detective Christopher Banks, que elige su profesión para tratar de resolver un crimen que siempre lo ha obsesionado: la misteriosa desaparición de sus padres en Shanghai, cuando era niño. La obra está situada en los años treinta y ocurre entre Londres y Shanghai. De todas las novelas de Ishiguro quizá sea la más accesible para el público en general por la personalidad del detective, por la alusión a los diversos casos en los que tuvo que intervenir y resolver, a la manera de Sherlock Holmes, y que resultan simultáneamente tan ingeniosas como divertidas. Vale la pena mencionar la personificación de la magnífica heroína, Sara Hemmings, quien se define en la novela como una mujer “inteligente, fascinante y complicada” (tres inquietantes epítetos). Lamentablemente no he leído la que fue su siguiente novela, titulada Nunca me abandones. Pero sé, de buena fuente, que es la historia de un grupo de estudiantes que crecen en una especie de distopía en algún lugar que se asemeja a la Inglaterra actual, en donde Kathy, la protagonista, intenta recuperar sus experiencias de infancia para encontrarse a sí misma y tratar de revindicarse. Es una historia de amor, de amistad y de la recuperación emocional de la memoria. Pero el volumen de relatos que sí leí se titula Nocturnos, cinco cuentos largos, todos relacionados con la música, cuyo origen nos remite a los inicios de la vocación literaria de Ishiguro; escritos en primera persona, explora en ellos diversas circunstancias en las que la música desempeña un papel preponderante en la sensibilidad del autor. Hay una novela más, recién editada, cuyo título es El gigante enterrado (The Buried Giant), que aún no está en el mercado. Me parece que, como en el caso de Bob Dylan, la Academia Sueca ha acertado por esta vez en su decisión. El nombre del autor japonés, Murakami, se viene barajando desde hace algunos años como candidato al Nobel, pero la suya es literatura light y de masas mientras que la de Ishiguro ennoblece la buena factura de las letras. ¡Felicidades Ish! Este texto se publicó el 8 de octubre de 2017 en la edición 2136 de la revista Proceso.

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