Condena doble para la juventud transexual

domingo, 12 de febrero de 2017 · 06:24
En los centros de reclusión de la Ciudad de México –reformatorios o cárceles– los adolescentes transgénero purgan condenas multiplicadas: además de perder la libertad deben soportar un alud de agresiones físicas y sexuales, y no sólo por parte de los compañeros, sino también de los guardias. Muchas veces los ataques son solapados por las autoridades. Esta situación –que comparten con las mujeres de nacimiento– dificulta enormemente la presunta intención rehabilitadora de los centros de readaptación. CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En el día a día, la discriminación y las agresiones físicas y sexuales contra las adolescentes transgénero presas no es distinta a las que enfrentan las mujeres recluidas en los distintos reclusorios en la Ciudad de México. El caso de Nadia “N” (el nombre es ficticio para proteger su identidad), una joven transgénero de 19 años, quien recientemente abandonó la Comunidad de Tratamiento Especializado para Adolescentes de San Fernando –antes conocida como “El Tribilín”– ilustra lo anterior. En marzo de 2014, la adolescente de entonces 17 años fue detenida y remitida a la Comunidad de Diagnóstico Integral para Adolescentes Quiroz Cuarón (CDIA, uno de los seis centros para menores en conflicto con la ley del Gobierno del Distrito Federal, también conocido como “Almoloyita”) por su presunta responsabilidad en robo, lesiones y pandillerismo. Su estancia en dicho centro fue de un año 22 días, y durante el tiempo que permaneció bajo la tutela del gobierno capitalino fue víctima de un intento de violación por parte de uno de los guías técnicos (antes custodios). Nadia reportó el ataque a la entonces directora de la Comunidad ubicada en Petén esquina con Obrero Mundial (colonia Narvarte), y la funcionaria la apoyó para que interpusiera denuncia penal contra el abusador. Sin embargo, el Ministerio Público que la atendió le aconsejó que no procediera contra su agresor. Argumentó que mientras ella permaneciera en el centro de reclusión, el guía técnico podría ejercer represalias. Pese a que la directora de la Comunidad le dijo que sólo “quisieron meterle miedo”, Nadia se desistió de formalizar la denuncia. La única medida preventiva que se adoptó entonces fue transferir al guía a otro centro. Cumplida la medida de tratamiento (condena) impuesta por el juez de la causa, Nadia pudo recuperar su libertad mediante el pago de una fianza de 2 mil 120 pesos y el compromiso de acudir a firmar cada semana a las oficinas de la Comunidad Externa de Atención para Adolescentes. No obstante, la joven incumplió esta disposición y perdió el derecho a la libertad de que gozaba. Fue reaprendida el 8 de mayo de 2014 a petición del Juzgado Sexto Oral para Adolescentes. Nadia ya no volvió al Quiroz Cuarón. Fue ingresada al otrora “Tribilín”, en la delegación Tlalpan. Las autoridades le asignaron el dormitorio 4, aislada del resto de la población por supuestas razones de seguridad. Con el mismo argumento, el entonces director del Centro ordenó a sus subordinados que le cortaran el cabello y las uñas a la muchacha porque “llamaba la atención” de sus compañeros varones. También le dijeron que “sus preferencias no eran iguales a las del resto de los adolescentes que ahí se encontraban” y la hostigaron por sus ademanes y voz afeminada. La peor humillación que sufrió Nadia fue cuando los guías técnicos la obligaron a desnudarse porque el crecimiento de sus senos ya era visible debido al tratamiento hormonal al que se encontraba sometida. La revisión corporal es rutinaria para certificar que los reclusos no presenten lesiones. Perder la cabellera fue un duro golpe para la adolescente; cayó en profunda depresión porque su cabello y sus uñas largas eran parte importante de su identidad, según la queja que interpuso ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), que a la postre derivó en la recomendación12/2016. En su queja acusó a las autoridades penitenciarias de pretender “hacerla hombre” cuando ella se sentía mujer, de no recibir su tratamiento hormonal y de desatender su petición de ser ubicada en el área de mujeres, porque en la de varones corría el riesgo de que sus compañeros o el propio personal la agredieran física o sexualmente, como ya había ocurrido. Tampoco le permitieron terminar su educación básica con el argumento de que la iban a cambiar de comunidad. Irán En la Comunidad de Tlalpan Nadia se encontró con Irán, otra joven transgénero, a quien ya había conocido en el CDIA. Irán estuvo tres años y medio en tres comunidades distintas por el delito de homicidio. Tenía 14 años cuando ingresó al CDIA y ahí fue donde comenzó a enfrentar agresiones físicas y verbales por parte de autoridades y adolescentes, derivadas de su preferencia sexual. En entrevista en la Dirección General de Tratamiento para Adolescentes que se encuentra en San Antonio Abad, narra: “Llegué con el cabello largo, pero dijeron que en comunidades de varones no podía tenerlo así, por lo que me lo cortaron y me integraron con puros varones; sufrí ofensas y discriminación, que no había conocido en la calle antes. En mi casa no las conocí, nunca me molestaron por ello, al contrario, mi familia y la gente me apoyaron”. Desde su ingreso los jóvenes en tratamiento le gritaban “carnero”, “puto”, “joto”, “camina como hombre”, y amenazaron con golpearla. Lejos de amedrentarla, el hostil recibimiento, dice, la hizo “sacar las garras, lo más feo de mí” y confrontarse a golpes con más de uno de sus compañeros. En ese entonces Irán aún se asumía como gay. En los meses subsecuentes, decidió transformarse en mujer, a pesar de los esfuerzos de las autoridades de la Comunidad para Adolescentes por “volverla hombre”. Una vez sentenciada, fue transferida a San Fernando, donde permaneció dos años. Ahí, a los 15 años, comenzó a dejar crecer su cabello y, con una buena dosis de ingenio, a fabricar sus propios cosméticos con cualquier producto a su alcance: con pomada y pintura negra delineaba sus ojos, con una cuchara de plástico, un cepillo dental y una mezcla de gel y pintura realzaba sus pestañas, con una crayola de cera negra remarcaba las cejas y con papel crepé o china y crema o saliva maquillaba labios y mejillas. También confeccionó sus propias prendas de vestir. “Como entraba sólo ropa de varones tuve que diseñar mi propia vestimenta. Me hice un chaleco, entallaba las camisas, les cortaba el cuello, me las ponía de lado y entubaba mis pantalones de tal manera que se vieran más afeminados”, evoca. Los cambios en su apariencia le trajeron consecuencias a La China, como comenzaron a llamarla sus compañeros en un gesto de aceptación. Las autoridades catearon su dormitorio para requisar los cosméticos. “Deshacían toda la cama, los colchones casi los rompían para buscar con qué me maquillaba. En San Fernando no me dejaban salir a actividades si iba maquillada. Una vez un guía se burló de mí, dijo: ‘Tú no sales porque estás maquillado, ah perdón, en las mujeres es maquillada, en hombres es pintado’. Sentí feo. ‘¡Hijo de su pinche madre!’, rumié. Yo quería demostrarle que era igual que todos sin importar mi preferencia sexual.” La joven actualmente tiene un cuerpo curvilíneo y una larga y rizada cabellera por las hormonas que comenzó a inyectarse hace cuatro meses, tras recobrar su libertad. En la charla, recuerda un episodio que retrata el abuso de poder de las autoridades: “En los centros de tratamiento para adolescentes los derechos de las personas LGBTTTI no importan. Una vez un director hizo un comentario sobre mí, incluso frente a personal de la Comisión de Derechos Humanos: ‘A él lo convertimos en todo un hombrecito’”. Con su amiga Nadia, dice, los guías técnicos se ensañaron: le cortaron el cabello y las uñas, le suspendieron el tratamiento hormonal, le decían que hablaran como hombres, “como cabrón”, le veían los senos y la insultaban. A causa de la violencia física y psicológica, las dos transgénero tuvieron que buscar ayuda psiquiátrica. “Había momentos en que me sentía muy frustrada, me sentía fatal, todavía me acuerdo y me estreso. Nadia en particular entró en depresión, no quiso salir de su dormitorio más de una semana, se la pasaba llorando, se sentía súper insegura”, refiere La China. Aficionada al baile, al canto, a las manualidades y a la cosmetología, Irán reconoce que la intervención de la CDHDF fue determinante para que las autoridades de las comunidades para adolescentes flexibilizaran su postura con las dos jóvenes transgénero. Cuenta Irán: “Luché por lo que quise y logré que en San Fernando me dejaran usar maquillaje. Cuando me trasladaron al Quiroz Cuarón ya tenía el cabello largo y me permitieron ingresar cosméticos: rímel, lápiz negro, bilé y un corrector”. A los 19 años, un año antes de cumplir su sentencia, Irán recibió la noticia de que saldría libre gracias a los beneficios de ley. A pesar de la felicidad que la embargó, la idea de enfrentarse a lo desconocido generó en ella temor, sobre todo por la discriminación. “Tuve miedo porque toda mi adolescencia me la pasé adentro, y no sabía lo que me esperaba afuera porque todas las cosas van cambiando”, dice. Sin decidirse aún a legalizar su cambio de identidad genérica, la joven considera que la Iglesia católica y sus feligreses son los responsables de la homofobia y la discriminación. “Homosexualidad siempre ha habido y en el Vaticano es donde más se dan la homosexualidad y la pedofilia. Critican a los demás pero no hablan de todo lo que arrastra su religión”. Irán habla luego de su infancia. Narra que se sentía atraída indistintamente por niños y niñas; sin embargo, al cursar el cuarto grado de primaria comenzó a ser objeto de burlas por su voz y ademanes. Incluso le preguntó a su mamá por qué no lo mandaba a la escuela con cabello largo y falda. En la secundaria, dice, salió con niñas pero no le agradó. En julio de 2010 le confió a su madre que era gay y ella le respondió que ya sabía y que lo apoyaba. Motivado por el respaldo materno, a los 13 años se vistió de mujer por primera vez al ser invitado a una fiesta de “vestidas”: “Me agradó; mi mamá me apoyó al cien, no tenía ropa pero ella me prestó para ir a la fiesta, incluso me compró un peluca y me puso uñas postizas”. Violaciones a sus derechos La CDHDF acreditó diversas violaciones a las garantías individuales de Irán y Nadia durante la diligencia realizada el 14 de mayo de 2014 en la Comunidad de San Fernando, según consta en el expediente CDHDF/II/121/TLAL/14/P3282. En primer lugar demostró la vulneración al derecho a la igualdad y no discriminación de las adolescentes, pues se les impidió el ejercicio de su identidad al aislarlas del resto de la población (con el argumento de que “sus preferencias no era iguales a las de los demás”) y al cortarles el cabello y las uñas “por higiene y para que no tuvieran problemas”. El visitador encontró que ellas fueron obligadas a asumir una identidad masculina contra su voluntad. En el caso de Irán, responsabilizó a los guías técnicos de ser omisos ante las agresiones físicas y verbales que sufrió. La CDHDF también detectó que las comunidades para adolescentes del gobierno de la ciudad carecían de un programa de atención para el grupo lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersexual (LGBTTTI) y que hasta agosto último todavía no existían medidas específicas para preservar los derechos de ese segmento poblacional. Al consultar la valoración psiquiátrica practicada a Irán y Nadia por una especialista de la Comunidad, el enviado de la CDHDF encontró que a la primera se le detectó trastorno adaptativo mixto por el sometimiento a un cambio en sus hábitos y rutina producto de la privación de la libertad. Identificó, empero, que dicha valoración no mencionaba los sufrimientos provocados a los adolescentes al verse obligados a asumir roles de varón. Psicólogos de la CDHDF realizaron un nuevo diagnóstico a Nadia, a quien le detectaron un trauma psíquico por la experiencia de masculinización que, de persistir, advirtieron, generaría secuelas psicológicas perdurables y, por ende, más depresión, sentimiento de incomprensión, humillación y tristeza. “Esto muestra la afectación a su integridad psicológica derivada de la violación a su derecho a no ser discriminada”. En suma, la CDHDF estableció que la violación del derecho a la no discriminación de las adolescentes transgénero se tradujo en la transgresión a otros derechos, como la integridad personal, la omisión al deber de cuidado y custodia, y a tener un nivel adecuado de vida en el desarrollo de su tratamiento.

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