Trate de entenderse con Fidel Castro, pues él tiene un buen concepto de usted”, le dijo Gabriel García Márquez al presidente Bill Clinton durante una cena en Massachusetts. En medio de la llamada Crisis de los Balseros del verano de 1994, El Gabo llevó un mensaje verbal de Castro destinado a Clinton. Él mismo describe ese encuentro en un texto que entregó a Carlos Salinas de Gortari, quien tras bambalinas fungió como mediador entre los presidentes Castro y Clinton. Salinas revive dicho episodio en el libro Muros, puentes y litorales. Relación entre México, Cuba y Estados Unidos (Debate, 2017), que aquí se reseña.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “No se equivoquen más: Fidel Castro no va a caer, no le van a dar un golpe militar, no habrá insurrección popular, y tampoco va a renunciar ni se va a morir”, le dijo a las claras el Premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez al presidente estadunidense Bill Clinton.
“Más aún –prosiguió el escritor–, no persistan en el error de intentar que Fidel Castro se vaya, porque es la única persona que tendrá la autoridad, el conocimiento, la inteligencia y la determinación de su pueblo para que Cuba evolucione en la forma correcta, aun después de levantado el bloqueo. Una tentativa distinta puede desembocar en una catástrofe irreparable para Cuba y los Estados Unidos, y en una grave perturbación histórica para América Latina.”
Y en tono persuasivo, le subrayó al mandatario estadunidense: “Trate de entenderse con Fidel, pues él tiene muy buen concepto de usted”.
Era la noche del 29 de agosto de 1994 y Gabo y Clinton se encontraban en la casa del escritor estadunidense William Styron –ubicada en la isla de Martha’s Vineyard, Massachusetts–, quien los había invitado a cenar junto con una docena de personas, entre ellas el escritor Carlos Fuentes y el excanciller mexicano Bernardo Sepúlveda Amor.
El contexto de la reunión era delicado: tres semanas antes había estallado la llamada Crisis de los Balseros –un éxodo por mar hacia La Florida de unos 30 mil cubanos a bordo de frágiles embarcaciones– y justo al día siguiente iniciaban en Nueva York las negociaciones formales entre Cuba y Estados Unidos para solucionar este conflicto migratorio. El mediador en la sombra de dichas negociaciones era el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari.
Gabo ya sabía que se iba a encontrar esa noche con Clinton, por lo que unos días antes sugirió a Fidel Castro escribir una carta dirigida al mandatario estadunidense. Él se la entregaría personalmente. Pero Fidel dijo que no había tiempo para redactar un texto que “demandaba la mayor puntualidad y concentración posibles”. El mensaje, entonces, fue verbal. Y éste era simple: para resolver la crisis migratoria, Estados Unidos y Cuba deberían atender la causa de fondo que la provocaba: el bloqueo económico que Washington impone a la isla.
Clinton, por su parte, sabía que García Márquez estaba al tanto de las negociaciones tras bambalinas que, por intermedio de Salinas, sostenían los mandatarios de Estados Unidos y Cuba. El propio presidente mexicano se lo había informado.
El escritor colombiano reconstruyó su diálogo con Clinton en un texto que casi dos años después, en julio de 1996, entregó a Salinas cuando lo visitó en Dublín, Irlanda, donde el exmandatario se había autoexiliado tras su encontronazo con el entonces presidente Ernesto Zedillo.
Ahora –más de dos décadas después–, Salinas reproduce ese texto en su más reciente libro, Muros, puentes y litorales. Relación entre México, Cuba y Estados Unidos, que con el sello de Debate será presentado esta semana en la Ciudad de México.
La exposición de “El Gabo”
En su escrito, García Márquez recuerda que durante su encuentro con Clinton éste le advirtió que “no iba a decir una palabra de lo que pensaba sobre la situación de Cuba, porque en aquel instante era muy delicada y estaba en proceso de estudio”, en referencia a la Crisis de los Balseros y al inicio de las negociaciones en Nueva York para resolverla.
No obstante, Clinton dijo que “le gustaría oír lo que yo quisiera decirle”, señaló El Gabo, y añadió que el mandatario lo escuchó “con absoluto silencio y con una gran concentración, siempre mirándome fijo a los ojos y a veces haciendo afirmaciones casi imperceptibles con la cabeza”.
Así, García Márquez le dijo que no sólo mantenía con Fidel una gran amistad desde hacía muchos años; además, dijo, “lo admiro, lo respeto y lo quiero mucho. De modo que hay motivos para afirmar que lo conozco bien, y pienso que no es posible tener una idea cierta de la situación cubana si no se toma en cuenta su personalidad”.
Expuso que “Estados Unidos le ha creado (a Fidel) la imagen de un dictador primitivo y cruel, y es todo lo contrario”, y señaló que Castro “es muy sensible a todo lo que tenga que ver con Estados Unidos y conoce como pocos la sicología de los estadunidenses”.
Recordó que cuatro días antes había visto a Fidel en la casa que el escritor tenía en La Habana y que el comandante estaba ocupado por completo en encontrar una solución al problema migratorio. “Me explicó que la crisis actual es producto de una estrategia de los Estados Unidos, que empezaron por no cumplir el acuerdo de conceder (a los cubanos) 20 mil visas al año, y en cambio reciben como héroes a los que llegan ilegalmente”.
Enfatizó: “Ante la ofensiva de estas semanas, los Estados Unidos perdieron el control de su propio invento y están improvisando remedios que no han impedido sino, al contrario, estimulado el éxodo ilegal”.
Advirtió que “la determinación de crear un campo de concentración en Guantánamo” para albergar a los balseros “va a empeorar las cosas, pues los emigrantes saben que desde el momento en que los Estados Unidos se hacen cargo de ellos tienen que alojarlos y alimentarlos, y que más temprano que tarde tienen que resolverles la vida. Sin embargo, los estadunidenses pretenden convencer a la opinión pública de que la culpa de todo la tiene el gobierno
cubano”.
Expuso lo que Castro consideraba “absurdo”: que los Estados Unidos tengan más de 30 años de estar acusándolo de impedir la libre movilización de los cubanos, y ahora traten de forzarlo a que reprima para que no se vayan. “En cambio, advirtió, si los reprimiera, los estadunidenses serían los primeros en acusarlo de violar los derechos humanos. Fidel no lo va a hacer, y tengo la impresión de que no facilitará ninguna solución a la crisis mientras los Estados Unidos se empecinen en resolver las consecuencias del problema en vez de ir a la causa, que es el bloqueo”.
“Este es el punto esencial –le subrayó García Márquez a Clinton–. Por consiguiente, las conversaciones (en Nueva York) empezarán por la inmigración y tendrán todos los escalones que se les ocurran, pero Fidel no se detendrá mientras no se toque el bloqueo. Que por lo menos se pueda discutirlo, y no como ahora, que los Estados Unidos lo han convertido en un tema intocable y sagrado.
“Conozco a Fidel –prosiguió El Gabo– y sé que es muy poco lo que conseguirán de él si estas conversaciones no culminan con el tema del bloqueo. No traten de exigirle que antes de hablar de bloqueo muestre ‘algún gesto de democratización’… No: lo mismo le prometieron hace tiempo si rompía sus vínculos con la Unión Soviética, si salían los cubanos de Angola y Etiopía, si salían de Nicaragua, si no apoyaban más a la guerrilla latinoamericana. Todo eso ha sucedido y los Estados Unidos no han respondido…”.
Y añadió. “Creo que Fidel será el hombre más receptivo el día en que se discuta el bloqueo. Más aún: es probable que sea el punto de partida para definir y conducir su propia sucesión. Cualquier otra cosa será inútil”.
“Imaginación literaria”
En su autobiografía titulada Mi vida (Random House Mondadori, 2004), Clinton ofrece una versión distinta sobre su encuentro con García Márquez en esa cena de Martha’s Vineyard. El propio Salinas la retoma en su reciente libro:
“García Márquez se oponía al embargo contra Cuba y trató de convencerme. Le respondí que no levantaría el embargo, pero que apoyaba el Acta Democrática Cubana, que le daba autoridad al presidente de los Estados Unidos para mejorar las relaciones con Cuba a cambio de un mayor esfuerzo de este país por promover la libertad y la democracia.
“Le pedí, además, que le advirtiera a Castro que si el flujo de cubanos continuaba su gobierno recibiría por parte de los Estados Unidos una respuesta muy diferente a la que obtuvo el presidente Carter en 1980”, señaló Clinton en referencia al éxodo de El Mariel, por el que emigraron 125 mil cubanos a Estados Unidos, de los cuales 20 mil fueron trasladados a las instalaciones militares de Fort Chaffee, en Arkansas, estado que Clinton gobernaba.
En vísperas de las elecciones en ese año, cientos de ellos escaparon de esas instalaciones y provocaron disturbios en las comunidades vecinas. Ello le costó a Clinton la reelección como gobernador de estado.
“Castro ya me ha costado una elección, no puede costarme dos”, le dijo Clinton a García Márquez.
Bernardo Sepúlveda, también asistente a la cena, se sorprendió de lo que El Gabo contó sobre lo sucedido en ella. Entrevistado por el reportero en diciembre de 2011, comentó que él estuvo todo el tiempo junto a Carlos Fuentes y García Márquez y que no recuerda que el escritor colombiano y Clinton hubieran dejado la mesa para ir a algún salón aparte o que ambos hubieran sostenido un diálogo directo al margen del resto de los invitados.
El único momento en que dejaron el comedor y pasaron a una sala contigua fue al final de la cena para tomarse fotografías con el presidente Clinton y con su esposa Hilary. Pero lo hicieron todos en grupo, sostuvo Sepúlveda.
El excanciller comentó incluso que a veces la conversación grupal no era muy fluida debido a que García Márquez tenía que seguir los diálogos con ayuda de su intérprete (su ahijada Patricia Cepeda). Sostiene que no se habló del tema de Cuba y mucho menos de la Crisis de los Balseros. Esta versión la atribuyó a la “imaginación literaria” de su amigo, el escritor colombiano.
Omisiones
En Muros, puentes y litorales Salinas no escatima autoelogios, y al hacerlo dice en ocasiones verdades a medias u oculta hechos o críticas que le son adversos.
Un ejemplo: menciona un artículo que Fidel Castro escribió el 13 de agosto de 2010 y reproduce de éste las partes que le son elogiosas: que en la Crisis de los Balseros “actuó realmente como un mediador y no un aliado de Estados Unidos”; que fue veraz en su libro México, un paso difícil a la modernidad (Plaza & Janés, 2002), cuando describió el papel que jugó en las negociaciones migratorias; que “mantuvo la práctica de visitar Cuba con determinada frecuencia”, y que, apunta Fidel, “intercambiaba opiniones conmigo y nunca trató de engañarme”.
En ese texto Castro apuntó que prefería al expresidente James Carter como mediador en la Crisis de los Balseros, pero que Clinton designó a Salinas “y no tuve otra alternativa que aceptarlo”.
En el mismo artículo, titulado El gigante de las siete leguas, Castro acusó a Salinas de ser uno de los responsables del complot que en 2004 intentó descarrilar la candidatura del candidato presidencial por la Coalición por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador; lo acusó también de propiciar en febrero de 2004 la fuga hacia Cuba del empresario de origen argentino Carlos Ahumada, y hacerlo además sin conocimiento de las autoridades de la isla; e incluso puso en duda que Salinas hubiera ganado las elecciones presidenciales de 1988:
“No me constaba si había habido o no fraude. (Salinas) era el candidato del PRI, partido por el que siempre votaron durante décadas los electores mexicanos. Sólo el corazón me hacía creer que le robaron a Cuauhtémoc (Cárdenas) la elección”, escribió Castro en ese texto.
Pero todo esto Salinas lo borró de un plumazo.
Esta reseña se publicó en la edición 2112 de la revista Proceso del 23 de abril de 2017.