Protagonistas de una “guerra de declaraciones”, Donald Trump y Jorge Bergoglio habrán de encontrarse en privado este martes 24 en El Vaticano. Ambos personajes –el presidente de la mayor potencia mundial y el jefe de la Iglesia católica, que representa a más de mil millones de fieles– deberán sentarse a platicar intentando hacer a un lado la antipatía mutua. Sin embargo, son muchos los temas en los cuales difícilmente podrán ponerse de acuerdo: el muro en la frontera mexicana, el cambio climático, la guerra en los países árabes, el negocio de las armas, la lucha contra la pobreza, las restricciones a los migrantes…
ROMA (Proceso).- Hacia las ocho de la mañana de este martes 24, Donald Trump, presidente de Estados Unidos, tiene previsto ir al Palacio Apostólico del Vaticano, la antigua residencia de los papas, que Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, usa ahora para los encuentros formales.
Pocos minutos después, según el programa hecho público por la Santa Sede, el republicano y el pontífice argentino se saludarán y en seguida conversarán en privado, en lo que será el primer encuentro entre el nuevo jefe de la mayor potencia mundial y el máximo representante de la fe de casi mil 300 millones de personas en el mundo.
Así, Trump y Francisco escribirán otro capítulo de una relación obligada por razones de Estado y que, hasta la fecha, ha estado empapada de una antipatía mutua que han manifestado públicamente los dos.
En 2013, recién elegido jefe del Vaticano, Francisco pagó de su bolsillo el alojamiento donde estuvo en los días del cónclave; Trump aprovechó la ocasión para degradar ese gesto mediante un mensaje en Twitter.
“No me gusta ver a un Papa que paga sus cuentas en la recepción de un hotel. Eso no es papal”, tuiteó Trump, un presbiteriano declarado.
Y cuando se le explicó que dicha actitud respondía a la humildad que Francisco pretendía manifestar, él respondió con sarcasmo. “¡Esa es la razón por la que nunca seré Papa!”, opinó el republicano. “¡El Papa Francisco es un hombre muy humilde, muy parecido a mí, por eso me gusta mucho!”, continuó luego, en otro tuit, en diciembre de ese año.
El mensaje no era inofensivo, porque, justo ese año, conservadores estadunidenses se habían mostrado críticos con Francisco por sus reproches al sistema capitalista en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium y en otras alocuciones públicas.
“Este hombre viene de Argentina. Y no hay un verdadero capitalismo en Argentina”, llegó a decir el católico republicano Paul Ryan, en una entrevista, en diciembre de ese año, con el diario Milwaukee Journal Sentinel.
En la misma línea, el multimillonario neoyorquino Ken Langone, dueño de Home Depot, declaró públicamente que las opiniones del Papa sobre la pobreza y sus causas habían creado dificultades para la recaudación de fondos para restaurar la catedral de Nueva York.
A partir de ese momento, y en la medida en que aumentaba la visibilidad de Trump en la campaña electoral estadunidense, el enfrentamiento entre los dos se intensificó.
En artículos aparecidos en el portal Breitbart, una plataforma cercana a Trump –su exdirector, Steve Bannon, ahora es estratega en jefe de la Casa Blanca–, llegaron ataques contra el Papa por sus maniobras para acabar con el aislamiento internacional de Cuba y por sus posiciones de apertura hacia los migrantes.
La respuesta de Francisco tardó en llegar, pero fue contundente.
En febrero de 2016, mientras regresaba en avión de un viaje por tierras mexicanas, el Papa llegó incluso a poner en duda la fe cristiana del republicano, por su declarada intención de levantar un muro entre México y Estados Unidos. “Una persona que piensa sólo en hacer muros, sea donde sea, y no en hacer puentes, no es cristiano”, dijo. “Sobre si aconsejaría votar o no votar, no me meto. Sólo digo: este hombre no es cristiano”.
Ese mismo día la ira de Trump creció hasta acabar en la publicación de un cáustico comunicado. “Que un líder religioso cuestione la fe de una persona es vergonzoso. El Papa desearía y rezaría por que yo fuera presidente si el Vaticano fuera atacado por el Estado Islámico”.
Fuego cruzado
Desde entonces y hasta su toma de posesión –quizá por recomendación de algún asesor experto en diplomacia–, entre el Papa y Trump no hubo más discusiones de importancia.
Ese 20 de enero, mientras Trump anunciaba órdenes ejecutivas y restricciones para personas de países de mayoría musulmana, la oficina de prensa del Vaticano emitió una alerta.
El Papa enviaba sus “mejores deseos y oraciones” al nuevo mandatario y recordaba que “la familia humana está atravesando por una crisis humanitaria grave que exige respuestas políticas con visión”, se leía en la nota, tan poco habitual que ni en ocasión de la toma de posesión del presidente argentino, Mauricio Macri, se había producido una salutación semejante.
Después la estrategia del Papa fue la de no involucrarse directamente, pero eso no impidió que lo hicieran sus subordinados. Y todo ello se fue acentuando en la medida en que se iban conociendo los planes –algunos de ellos luego frustrados– de Trump, entre otros su voluntad de construir un muro en la frontera con México, el veto de 120 días al programa de acogida de refugiados de Estados Unidos y la suspensión 90 días de visas para ciudadanos de siete países de mayoría musulmana.
Y llegaron ataques tanto desde Roma como desde las sucursales de la Iglesia Católica en Estados Unidos.
“Solo un análisis muy superficial puede hacer pensar que la lucha contra las deformaciones de una globalización mal gestionada implique el cierre de fronteras o la construcción de muros cada vez más altos”, escribió el 31 de enero L’Osservatore Romano, conocido como “el diario del Papa”.
“Ciertamente, hay una preocupación porque somos mensajeros de otra cultura, de la apertura”, afirmó Angelo Becciu el 1 de febrero, encargado de asuntos generales de la Secretaría de Estado vaticana.
“Es un momento oscuro en la historia de Estados Unidos”, afirmó por su parte el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, al subrayar posteriormente –en carta enviada a los sacerdotes de su diócesis– que sus parroquias no habrían de abrirle la puerta a los agentes de inmigración enviados por el gobierno estadunidense, salvo en casos de amenaza inminente.
“Si ellos no tienen una orden judicial y no hay una situación en la que alguien se encuentra ante un peligro inminente, díganles amablemente que no pueden entrar”, escribió Cupich, según información publicada el 1 de marzo en el Chicago Tribune.
Luego, hace un par de semanas –cuando El Vaticano y la Casa Blanca confirmaron el encuentro entre los dos jefes de Estado–, Francisco volvió a criticar directamente a Trump, luego de que éste usara en abril la llamada “madre de todas las bombas” en Afganistán.
“Siento vergüenza del nombre de una bomba. La han llamado ‘la madre de todas las bombas’, pero la mamá es la que da la vida, y ésta provoca muerte. Y decimos ‘mamá’ a aquel artefacto. ¿Qué es lo que está pasando?”, se preguntó el pontífice.
“El mundo está en guerra: se bombardea, y si hay enfermos o niños no importa. Se tira la bomba”, añadió.
Condenados a entenderse
No obstante, no son pocos los observadores que consideran que Trump y el Papa deberán encontrar una solución de compromiso, pues las decisiones de cada uno afectan al otro y, por otra parte, por las controversias entre ambos sobre cuestiones de geopolítica.
“Lo que es seguro es que a nadie le conviene una relación de hostilidad. Ni al Papa ni al presidente. No tendría ningún sentido. Tienen que encontrar un arreglo”, dice en entrevista Thomas Williams, el jefe de Breitbart en Roma.
“Podrían colaborar en cuestiones relacionadas con Medio Oriente, con la persecución a los cristianos y la libertad de religión, acerca del aborto, quizá sobre la trata de personas, como ocurrió con la administración de Bush”, añadió.
“Es posible que el Papa acepte una relación de mínimos, para evitar el enfrentamiento directo”, coincidió otra fuente, cercana a ambientes vaticanos.
Múltiples intereses conectan desde hace décadas el destino del Vaticano con el de Estados Unidos, un país que, según estimaciones, aporta más de la mitad de los fondos de la Iglesia Católica, seguido por Alemania, Italia y Francia.
Tan es así que una exembajadora estadunidense –quien además es suegra de Thomas Williams–, la conservadora Mary Ann Glendon, es desde 2013 miembro del Banco Vaticano por voluntad de Francisco.
Y también hay una serie de situaciones que involucran a ambos Estados. Una de esas es Venezuela, país en el que El Vaticano ha dado su apoyo público para la mediación entre la oposición y el gobierno de Nicolás Maduro. Otro es el caso de Filipinas, un país de mayoría católica donde Estados Unidos posee una de sus bases militares más grandes en Asia.
Además están los conflictos en Irak y Siria, países sobre los cuales el Papa se mantiene constantemente informado, hasta el punto de que su negativa en 2013 ante un posible bombardeo de Estados Unidos contra el régimen de Bashar al-Asad contribuyó para que no se llevara a cabo. El Vaticano es además uno de los pocos Estados que mantiene abierta una embajada en Damasco desde que empezó la guerra siria.
También en el tema de China los intereses de unos y otros podrían encontrarse en conflicto, puesto que el Papa ha manifestado en reiteradas veces su intención de rebajar la tensión por el añoso conflicto que la Santa Sede mantiene con Beijing, y esto ocurre mientras la voluntad de Trump no es clara respecto de su política hacia ese país.
Otro aspecto es que casi todos los grupos cristianos presentes en Estados Unidos, desde los protestantes hasta los católicos, apoyaron en las elecciones de 2016 a Trump –y no a su rival, Hillary Clinton–, según un sondeo, el pasado noviembre, publicado por Pew Research. Pero al mismo tiempo, según la misma fuente, la mayoría de los católicos estadunidenses sigue apoyando al Papa Francisco.
Sin embajador
Que la relación entre la administración de Trump y el Papa no será sencilla lo presagia un hecho: en lo que va de su mandato, el nuevo presidente de Estados Unidos no ha nombrado a su embajador ante El Vaticano.
Además de migración, son muchos los temas en los que ambos tienen posiciones opuestas: el cambio climático, el negocio de las armas y la lucha contra la pobreza, entre otros.
Pese a que la presencia de Trump en la cumbre del Grupo de los Siete (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido), en Sicilia, el viernes 26 y sábado 27, ya había sido confirmada en marzo, apenas la semana antepasada se confirmó su encuentro con Francisco.
“No ha llegado petición alguna de encuentro (entre Trump y el Papa)”, precisaba todavía el 11 de abril el portavoz del Vaticano, Greg Burke.
“Mi primer viaje al exterior como presidente de Estados Unidos será a Arabia Saudita, luego a Israel, y después a un lugar que mis cardenales aman mucho: Roma”, dijo finalmente un sarcástico Trump, el pasado jueves 4, a lo que luego le siguió la confirmación de la oficina de prensa de la Santa Sede.
Este reportaje se publicó en la edición 2116 de la revista Proceso del 21 de mayo de 2017.