Alma Delia Fuentes, olvidada hasta en su muerte

domingo, 7 de mayo de 2017 · 07:50
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- La ruta de la fuente legal extraída del hilo engarzado en la aguja que fue hilvanando su muerte confirma que Alma Delia Susana Fuentes González falleció el domingo 2 de abril de 2017. Una copia certificada de su acta de defunción refiere que el deceso ocurrió por la noche, a las 22:10 horas, y ubica como morada de su último suspiro el número 4800 de la Calzada de Tlalpan y Av. San Fernando, colonia Sección XVI, esquina que alberga las instalaciones del Hospital General Doctor Manuel Gea González. Frente al desconcierto de inicio que provocó la ausencia de mensajes familiares, de deudos desconsolados, de esquelas significantes, de cirios y flores blancas bordando los rincones de un afligido velatorio, un escueto documento oficial desentraña apenas fracciones del misterio y la confusión que privó durante el pregón de su fenecimiento. Deshilvana exiguamente la incertidumbre sobre el ajetreo de fechas y desvela un sitio, algún horario, ciertos lapsos, circunstancias. El impasible expediente mortuorio refiere el estado civil y la edad de Alma Delia: divorciada, de 80 años. Y en un parpadeo surrealista más, le espeta hasta en la muerte su condición de olvidada. Omiso a su innegable profesión de actriz, el documento le atribuye solamente la ocupación de ama de casa. El acta del registro civil de la ciudad de México puntualiza como fecha y hora de la defunción de Alma Delia Susana Fuentes González el 2 de abril, a las 10 y 10 de la noche. Alude como sitio del deceso el número 4800 de la Calzada de Tlalpan, domicilio del hospital público Gea González y asienta como causas de su muerte, un par de enfermedades de origen infeccioso. Sepsis sin especificar (sic) y osteomielitis no especificada (sic) apunta el comprobante oficial de defunción que certifica el médico Eduardo Wilfrido Goicoechea Turcott, jefe de residentes de medicina interna del recinto hospitalario en el que la actriz terminó sus días. La sepsis ocurre cuando el cuerpo presenta una abrumadora respuesta inmunitaria a una infección bacteriana, mientras que la osteomielitis se relaciona con una infección ósea ocasionada por bacterias u otros gérmenes. Antes de su partida sin regreso de aquella mansión de Lomas Hipódromo que sucumbió carcomida por el abandono y la ruina, una serie de desafortunados incidentes, de los que Proceso dio cuenta en cuatro entregas entre 2015 y 2017, transitaban por los corredores de la muerte que Alma Delia llevaba metida ya en los huesos. El azaroso destino de Meche, su entrañable personaje alegórico que la siguió de la pantalla a la realidad, zurció finamente las señales premonitorias de la desventura. Una herida sin atender, permanentemente abierta, entre el tobillo y el talón de la pierna derecha --oculta siempre bajo el mismo par de mallas sucias y roídas que daban la impresión de incrustarse en su piel--, luxaciones y torceduras constantes que llegaron a dejarla inmóvil por varios días, pero sobre todo una caída que sobrevino el 15 de septiembre pasado y que la dejó tendida en el piso por varias horas, marcaron el detonante definitivo de su ocaso. Indigencia, inmundicia, mala alimentación, descuido, miseria, abandono y soledad inmisericorde abonaron también a enlazar las hebras que fueron sobrehilando su infortunio hasta convertirla en cenizas, a pocos meses de alcanzar los 80 años de edad. La actriz fue cremada el 3 de abril, en el panteón civil de San Nicolás Tolentino, en la avenida San Lorenzo, Paraje San Juan de Iztapalapa. Despojada de ceremonias y rituales luctuosos, de deudos abatidos y dolientes, sus cenizas fueron entregadas ese mismo día en punto de la 13:00 horas. En sombrío y solitario instante las recibió su hija mayor, Alma Delia Susana Azcárraga Fuentes, según refiere el registro del cementerio. Una noche antes, después de emanar su último aliento en el hospital público Gea González, el cuerpo de la intérprete fue trasladado al modesto Velatorio Tlalpan, ubicado en la calle Fray Pedro de Gante, desde donde partió hacia la delegación Iztapalapa. La agencia funeraria realizó los preparativos pertinentes y uno de sus empleados, Abel Xavier Santillán Díaz, fungió como declarante ante el registro civil de la ciudad de México. Aparentemente por esa causa, en el acta de defunción de Alma Delia Fuentes aparecen en blanco los rubros destinados a incluir el nombre de los padres a los que tantas veces evocó durante nuestras asiduas charlas. Eduviges González y Carlos Fuentes recorrieron muchas tardes los caminos infinitos de la memoria de la actriz, pero fueron relegados de su último documento, aquel que confirma el final de su existencia. El lunes 3 de abril, los restos de Alma Delia llegaron muy temprano a los hornos crematorios de San Nicolás Tolentino, espacio de innumerables quejas de vecinos de Iztapalapa que urgen a su impostergable remodelación. En el transcurrir de las horas ardió la leña, la soledad y la imagen recurrente del arrabal de Los olvidados. Pilas de basura, despojos de animales, tumbas derruidas y ultrajadas rebosantes de huesos que merodean perros famélicos, reconstruyen el escenario donde Alma Delia y Meche se funden y trastocan en una misma metáfora. La vida y la muerte de la actriz confeccionadas al límite, trazan un desconcertante guión de sarcástica fatalidad. Entre La Meche buñueliana y su intérprete existe apenas un delgado cordón que trastoca destino inexorable, ensueño, imaginación y realidad. Ni en la decadencia de su vida ni en la penumbra mortuoria aparecieron sus hijos Julio Carlos, Bertha Eugenia Aurora o Ana Rosa Azcárraga Fuentes. Tampoco sus nietos. Sobre su legado cinematográfico y las condiciones en las que la actriz sobrevivió durante los últimos y apesadumbrados años, han mantenido un hermético silencio. Igual de impenetrable se mantiene su hija mayor, Alma Delia Susana Azcárraga Fuentes, y el esposo de ésta, con quien la intérprete sostuvo una relación azarosa. Desde aquella noche del pasado 9 de noviembre en que su hija homónima y el yerno se la llevaron en ambulancia de su mansión de Naucalpan, carcomida por la ruina, el aciago itinerario de Alma Delia fue del Hospital General Doctor Gea González al Velatorio Tlalpan y como última y definitiva parada de su trayecto, a los hornos crematorios del panteón civil San Nicolás en Iztapalapa. Una vez fuera de su casa de Lomas Hipódromo, a la que se aferró estoicamente, el domicilio de Alma Delia emigró del estado de México al Callejón del Prado, barrio de San Francisco en la delegación Magdalena Contreras, según consigna el acta de defunción de la actriz, cuyo legado asciende a más de 50 películas. La seña de la intrincada callejuela que aparece como su última dirección alberga una casa resguardada detrás un portón negro que, por irónica fatalidad, se sitúa a unos pasos del panteón de San Francisco. El fragoso destino de Alma Delia devuelve al presente la sabiduría profética de Octavio Paz, mostrada en Cannes en 1951, cuando promovió afanosamente entre el jurado y la intelectualidad europea la película del genio aragonés. El poeta explicó entonces que los personajes de Los olvidados hablan de “un mundo cerrado sobre sí mismo, donde todos los actos son circulares y todos los pasos nos hacen volver a nuestro punto de partida. Nadie puede salir de allí, ni de sí mismo, sino por la calle larga de la muerte”. Así fue. A sesenta y seis años de la exhibición de la película en el legendario festival de la Costa Azul francesa, al que acudió Alma Delia, la fatalidad se cumplió. Entreveradas, actriz y personaje, alcanzaron las señales del azar. La actriz salió de la ruinosa mansión de Naucalpan en la que habitó su propia indigencia, para nunca volver. Veintinueve días después de su deceso, quienes regresaron por unas horas a la desolada y sórdida casa de Alma Delia fueron su yerno y su hija mayor, indolentes y cómplices deudos de aquel crudo y lacerante destino.

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