Round por round con Cuarón en el Instituto Lumière

sábado, 27 de octubre de 2018 · 09:46
Fue un encuentro extraordinario: El realizador mexicano, en la cumbre de la gloria tras su León de Oro en Venecia por Roma, recibió un homenaje en la casa natal del cine mundial en Lyon. Ahí, en la Master Class, su director, Thierry Frémaux, entabló con él una conversación que a momentos tuvo sus estiras y aflojas. Tres pasajes de ella fueron recreados por nuestra corresponsal. LYON, Francia (Proceso).- Alfonso Cuarón llega un poco tarde, pero llega. El público de pie lo aplaude entusiasta mientras cruza la mítica sala del Théâtre Comédie Odéon de Lyon, ciudad natal de los hermanos Lumière y del Séptimo Arte, y de plano lo ovaciona cuando sube al escenario donde lo espera Thierry Frémaux. Son las once y media de la mañana del 16 de octubre. Los espectadores –muchos incondicionales de Harry Potter y Gravity– empezaron a formar fila en la puerta del teatro desde las ocho. Su meta no era comprar boletos para asistir a la Master Class del realizador –agotados  semanas atrás–, sino estar lo más cerca posible de «el mejor cineata del mundo», según afirman al unísono. No cabe la menor duda: Cuarón es la súper estrella del Festival Lumière (13 al 21 de octubre) que celebra cada año Grandes Clásicos del patrimonio mundial del cine –«grandes películas», «grandes realizadores», «grandes actores»–  y que cuenta para festejar su décima edición con la presencia de invitados tan prestigiosos como Jane Fonda, Javier Bardem, Jean Luc Godard. Director del Institut Lumière y delegado general del festival homónimo, Thierry Frémaux negoció con Netflix tres proyecciones  excepcionales de Roma, película premiada con el León de Oro en la última edición del Festival de Cine de Venecia y candidata al Oscar de la Mejor Película Extranjera, al tiempo que programó una retrospectiva completa de los filmes del mexicano. El acuerdo con Netflix fue difícil, pues Frémaux, quien se desempeña también como delegado general del Festival de Cannes, se enfrentó con la plataforma on line a principios de año: Quería incluir a Roma en la competencia del evento, pero las políticas de distribución de Netflix y las de Francia son incompatibles. La batalla duró semanas. No cedió Netflix, y Roma salió para Venecia. Apenas sentados en el escenario Cuarón y Frémaux, que se conoen desde hace años, dejan aflorar su complicidad con la firme intención de convertir la Master Class en rica plática entre cuates. Y lo logran. A lo largo de casi dos horas se suceden momentos llenos de humor, carcajadas, intercambios tensos, conatos de discrepancia, en un clima de convivencia absoluta, y con alusión a una noche memorable de borrachera con mezcal optan por iniciar la charla. «Fue en el Festival de Morelia hace algunos años –cuenta Frémaux sin precisar fecha–. Bebimos bastante y recuerdo que te dije: ‘Después de tu triunfo con Gravity y de tu cosecha de premios Oscar, pienso que es tiempo para ti de volver a Mexico’. Recuerdo que insistía. Te decía que te había visto dar la vuelta al mundo con Children of men y Harry Potter, y que ahora tenía ganas de saber si tú seguías siendo un hijo de México, si  seguías perteneciendo a tu familia, a tu cultura, a tu historia… » Contesta Alfonso Cuarón: «Esa borrachera de Morelia fue fundamental. En estos tiempos yo estaba buscando localidades para una película intimista que ocurría hace cincuenta mil años.» Cara de estupefacción de Frémaux. «A pesar de ser intimista, esa película implicaba mucha investigación arqueológica y antropológica y muchos encuentros con expertos –sigue contando Cuarón–. Yo estaba muy entusiasmado y te lo comenté. Pero no te veías nada impresionado.» Frémaux se queda mudo. Es obvio que no tiene el más mínimo recuerdo de ese proyecto antidiluviano. Cuarón se dirige al público: «Él, muy necio, repetía: ‘Este es tu momento. Debes regresar a México para hacer una película en tu país. No has vuelto a México desde Y tu mamá también… Pues, ahora sí. Tienes que regresar’.» –¿No estaba bien yo? ¿No era el mejor momento en tu vida personal? –pregunta Frémaux despues de recobrar el uso de la palabra. –A la larga resultó que, sí, fue el mejor momento. ¡Pero en ese entonces cómo neciabas! No me hacías caso. Yo intentaba explicarte por qué mi proyecto era bueno… Pero tu decías que no –se queja Cuarón. Luego, mirando al público, explica: «Al día siguiente desperté crudo y enojado con Thierry porque no me había escuchado. Pero fue importante que esa conversacion se diera en Morelia. Conforme pasaron los días la plática fue dando vueltas y vueltas en mi cabeza y poco a poco me llevó a recuperar una idea de película que tenía desde hacía años. Y esa idea no tardó en convertirse en necesidad. Entonces, sí, era el momento idóneo para regresar a filmar en México. La verdad me estaba secando. Era el momento a nivel personal, pero también a nivel profesional, porque a esas alturas de mi carrera yo era quien podía dictar las reglas.» Perturbado por su amnesia, Frémeaux vuelve a esa noche: –Pero ese proyecto de película que te obsesionaba tanto en ese entonces, ¿de qué trataba…? Largo suspiro de Cuarón. «Ese proyecto lo tengo escrito y algún día lo voy a filmar… Claro, aún me falta por definir si la historia  se desarolla hace cincuenta mil o cien mil años. Es casi un drama familiar que sacude a los primeros humanos.» Frémeaux no da crédito. Y otra vez pierde el habla. –En realidad, tenía que ver con descubrimientos y de alguna forma con el nacimiento de las ideologías. –¿A poco ese era el tema?´–tartamudea Frémaux. –Sí, sí –insiste Cuarón–. Si quieres el high-concept del filme era una especie de Adán y Eva, pero darwiniano. Durante un breve instante la intérprete comparte el estupor de Frémaux, pero muy profesional sigue traduciendo. El público se ataca de la risa. Cuarón finge asombro. Frémaux opta por cambiar de tema e interroga al realizador sobre su relación con el cine mexicano. * * * Frémaux no resiste la tentación de aludir al Indio Fernández, que obviamente dista de ser referencia de primer orden para Cuarón. –Mi relación con el ciné mexicano es compleja –contesta–. Tiene mucho que ver con el hecho de que crecí en el México de las últimas décadas del siglo XX, en un México que vivía bajo el yugo del nacionalismo revolucionario y de su bombardeo ideológico permanente. Eso me generaba un profundo rechazo. Pero al mismo tiempo, a nivel de cine, teníamos acceso a una inmensa diversidad. Mucho más que ahora. En salas comerciales podíamos ver una película de catástrofes como La aventura del Poseidón o de arte como Ocho y medio de Fellini. Y lo mismo pasaba con la televisión, que nos ofrecía tambien todo tipo de películas nacionales e internacionales: cine comercial, autoral, de Japón, de Europa occidental y oriental… y de Estados Unidos, por supuesto. Luego recuerda la pregunta de Frémaux : «El Indio Fernández… Pues estéticamente lo respeto, pero salvo una o dos películas, debo confesar que nunca me impresionó. Prefiero realizadores como Roberto Gavaldón o Fernando de Fuentes. Sin hablar de Buñuel, pero es un bicho aparte. La que sí me parece apasionante es la generación que sigue, la de Felipe Cazals, Arturo Ripstein, Humberto Hermosillo.» De repente, en forma totalmente inesperada, se le ocurre a Thierry Frémaux tocar el tema del narcotráfico y de la violencia que sacude a México. Cuarón se acomoda en su silla. Respira hondo. Se nota a la defensiva. «Soy testigo desde fuera de lo que pasa en mi país aun si viajo a menudo a México –dice mirando a Frémaux–. Existe ciertamente la violencia que mencionas, pero no la podemos desligar de la violencia extrema de la miseria». Luego, viendo al público, expresa: «Paralelamente a esa violencia hay también en México una sociedad cada vez más exuberante y más vital de la que casi nunca se habla. Las nuevas generaciones de mi país me impresionan. Mi generación, la de los años setenta, la de Roma, vivía en la burbuja claustrofóbica del nacionalismo revolucionario y enfrentaba una moral hipócrita y modos muy rígidos. Las generaciones actuales reclaman su pertenecencia al mundo y eso les abre muchas perspectivas. Se liberaron de la hipocresía que nos sofocaba, incluso si enfrentan un sistema aun más contradictorio y más brutal.» Y siempre de cara al público, enfatiza: «A lo largo de todo el proceso de Roma me confronté con una evidencia muy triste: todas las temáticas que surgen en la película –machismo, discriminación, represión violenta– no sólo no han cambiado, sino que empeoraron. Y todo eso está conectado con la miseria, como lo acabo de mencionar, pero también con algo que los mexicanos se niegan a aceptar. Me refiero al racismo.» Sorpresa en la sala. Extrañeza de Frémeaux. «Así es… –dice Cuarón–, un inmenso racismo. Claro, el racismo es un problema endémico en el mundo entero. Pero el mexicano tiende a jugar con la bandera de que no es racista. Siempre apunta el dedo hacia los gringos, olvidándose de sus propias actitudes. Roma habla de ese racismo.» Insiste Frémaux : –A veces la situación mexicana parece desesperada. ¿Tú tienes alguna esperanza? ¿Consolidar la demoracia podría ser una solución? Cuarón casi pega un brinco en su silla: «Ahora sí te estas poniendo muy denso, Thierry… Mejor volvemos a emborracharnos…» Risas del publico. Frémaux se pone tenso y Cuarón muy serio, inclusive duro: «Cuando hablas de violencia, no hablas sólo de Mexico, Thierry, hablas del mundo entero… Por supuesto que es cruenta, brutal, descarada la violencia que sacude a México. Lo que pasa es que, por el momento, en los países desarollados existen todavía zonas verdes, digamos, zonas protegidas… ¿Hasta cuándo? Basta ver lo que pasa actualmente en Europa con el auge de todos estos partidos nacionalistas nostálgicos del fascismo… Eso me parece sumamente preocupante. No hay que olvidar que hace sólo setenta años Europa también estaba sumergida en la violencia.» Silencio en la sala. «Me hablas de democracia, Thierry. Pero yo ya no entiendo lo que es la democracia en los países desarollados. ¿En manos de quiénes están las democracias occidentales?» Silencio aún más absoluto. Frémaux calla. «Sin embargo sigo teniendo esperanza –concede ya más sereno Cuarón–. Confío en las nuevas generaciones. Estoy convencido de que van a inventar nuevos modelos que hoy son impensables para nosotros.» Prudentemente Thierry Frémaux decide volver al cine, concretamente de Roma. * * * –Roma se beneficia de la maestría que adquiriste como realizador a lo largo de tu carrera, y al mismo tiempo es una película absolutamente personal e íntima. Es un verdadero regreso espiritual y familiar a México, y a la vez una película autoral con suficiente fuerza para dirigirse al mundo entero. Algo sarcástico, Cuarón replica: –Hay una arrogante pretensión cosmopolita en llamarse ciudadano del mundo, aun si puede ser parcialmente cierto… Pero incluso cualquier supuesto ciudadano del mundo tiene que anclarse en raíces culturales y en una identidad. Luego precisa: «Al tener la oportunidad de trabajar en grandes producciones tuve a mi disposición medios técnicos de altísimo nivel. Cuando los usaba para filmes de gran espectáculo no podía dejar de pensar que serían en realidad formidables herramientas para una película más personal. Y Roma parte de esa ecuación: Decidí que haría una película íntima en mi país, en español y mixteco, en la que me daría el lujo de filmar digitalmente en 65 mm., en blanco y negro, y utilizando el sonido Dolby Atmos. Y mientras más lo pienso, más creo que estas herramientas de punta le convienen mejor a las   películas autorales que a las de gran espectáculo.» Después de aludir a la génesis de Harry Potter y de Gravity, Frémaux interroga varias veces sobre la relación de Cuarón con Hollywood. Y acaba preguntándole si los realizadores mexicanos como él, Guillermo del Toro y Alejandro Gonzalez Iñárritu no estarían revitalizando a Hollywood, al igual que el cine estadounidense fue revitalizado con la llegada de cineastas de Europa oriental, que huyeron del nazismo antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Algo incómodo, Cuarón empieza a contestar: «No sé si los cineastas mexicanos…», pero luego  se interrumpe: «Lo que me preocupa en lo que dices, Thierry, es que Hollywood aparece como el Santo Grial de los cineastas. Para mí Hollywood es esencialmente una industria que da acceso a ciertos recursos. Corren peligro los cineastas que llegan a Hollywood pensando que tienen que adaptarse, homogeneizar su lenguaje cinematografico –cuando el lenguaje propio es absolutamnte capital en el cine– para ser aceptados y accesibles en el universo hollywoodense. Ese es el peligro verdadero. Lo sé por experiencia, porque caí en esa quimera. De repente me di cuenta que estaba perdiendo mi voz. Por eso me regresé a México, para hacer Y tu mamá también. Y después del éxito de esa película cambié totalmente mi relación con Hollywood». Este texto se publicó el 21 de octubre de 2018 en la edición 2190 de la revista Proceso.

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