Padura: el extraño caso de un famoso casi ignorado por las instituciones culturales de su país

jueves, 20 de diciembre de 2018 · 20:29
LA HABANA, Cuba (apro).- Mientras leía el texto que marcaba su entrada a la Academia Cubana de la Lengua -el pasado 26 de noviembre, ante un auditorio atento-, y subía otro peldaño en su larga escalera de éxitos literarios, Leonardo Padura demostraba, otra vez, que un trabajo artístico descomunal no garantiza una visibilidad total. Ni un suceso como éste, alentador tanto para el escritor como para el mundo del idioma y las letras de Cuba ha clarificado una especie de neblina entre Padura y las instituciones culturales de la isla que alcanza a la prensa y que lo hace casi invisible. Las razones pertenecen a la especulación. Miembro estrella hace 30 años de la española Tusquets, una de las grandes editoriales de habla hispana, Padura toma 11 aviones en el lapso de dos semanas para ir de un país a otro a presentarse en teatros llenos. Y el grupo Planeta utiliza una foto suya como cartel en ferias del libro. “Mi compromiso es con la literatura y esa literatura tiene un compromiso con mi realidad. Yo veo la realidad de mi país, de mi momento, de mi sociedad, con una perspectiva que no es la oficial, incluso va contra la oficial. Pero si lo hago de otra manera me traiciono: incapaz de ver en conflicto una realidad que es conflictiva”, explica resignado, al parecer, a compartir el doble papel de famoso en el exterior y obviado en el interior. Padura ocupa en la Academia Cubana de la Lengua el asiento de monseñor Carlos Manuel de Céspedes, quien murió en enero de 2014 y quien fue un miembro notable de la jerarquía católica y era tataranieto del Padre de la Patria. Literatura que “dice verdades” Padura se relaciona con el éxito de modo curioso. Lo sostiene sin las ínfulas que desata en egos vulnerables. En su casa del barrio de Mantilla, en las afueras de La Habana, donde vive desde que nació, hace 64 años, se comporta como si no fuera el narrador más leído dentro y fuera de la Isla, el único con seguidores celosos que sienten como agasajo la oportunidad de saludarlo, conversar con él o escucharlo opinar. Hace poco, eso fue palpable en La Habana durante una cita entre escritor y lectores que el católico Centro Loyola de Reflexión y Diálogo armó con el pretexto de celebrar la aparición de su novela más reciente, La transparencia del tiempo. El encuentro rompió el regular distanciamiento físico entre ídolo y admiradores propiciado por la escasa presencia de Padura en las carteleras de las instituciones cubanas de cultura. Él mismo se aventura con la tesis de que “Quizás se deba a que la literatura, como lenguaje que puede ser universal, les dice a mis lectores y a las instituciones culturales de otras partes del mundo verdades sobre mi país que a ellos les resulta interesante leer, conocer, constatar, igual que creo les resulta a los lectores cubanos que repletan las presentaciones de mis libros y me preguntan constantemente dónde pueden encontrarlos pues donde más difícil es el acceso a mis libros es en mi país (donde no estoy publicado o traducido puedo ser encontrado en Amazon). Otra cosa sería cómo me leen algunas personas que tienen la representatividad institucional o, incluso, alguna enfermedad visceral”. Padura vende su obra en 25 países, ha recibido 40 premios nacionales y extranjeros, entre ellos el contundente Princesa de Asturias y varios  Honoris Causa, es Premio Nacional de Literatura en Cuba e integra academias de la lengua en Puerto Rico, Costa Rica y Argentina. ¿Debía ser reverenciado en la Isla? La respuesta está en el viento, diría Bob Dylan si le preguntaran. Es cierto que, salvo La transparencia del tiempo, las novelas de Padura han sido publicadas en la Isla por un acuerdo con Tusquets, con tiradas de 3 mil o 4 mil ejemplares que se agotan enseguida. Pero es raro que aparezca en la prensa o en programas públicos. Hace poco la televisión retransmitió una entrevista que le hicieron cinco años atrás, y el pasado 9 de octubre transmitió una felicitación por su cumpleaños 64. Suspicaces lectores de Padura se preguntan si la visibilidad de su escritor dependerá de quienes parecen no ver políticamente correcto que el creador del personaje Mario Conde se dedique a hurgar en las llagas de la realidad, poner en boca del singular policía los sinsabores populares y revisar procesos históricos. Alguien pudiera atribuir la escasez del escritor en círculos intelectuales criollos a que buena parte del año sale a promover su obra fuera de Cuba, pero ese argumento se estrella contra el resto del tiempo que pasa en la Isla. Hay pocas conclusiones lógicas para tamaña desproporción entre preferencia popular e invisibilidad de un hombre que ha escrito 12 novelas. Lo irónico es que el deseo de leer a Padura está intacto entre sus compatriotas, que hallan el modo de adquirir sus novelas, impresas o en versión digital. Mientras, Padura no mira atrás. Eso, además de no entretenerlo con lo que pasa a su alrededor, salvo para escribirlo, lo ha situado en la punta de la montaña, desde donde mira la base. Ahí estaría si no hubiera sido leal al trabajo. En su casa cómoda y agradable, pero sin lujos, adornada con obras de pintores cubanos amigos suyos --como Roberto Fabelo, Arturo Montoto, Zaida del Río, Alberto Ajubel y Arturo Cuenca, entre otros--, comparte el trabajo creativo con su musa, Lucía López Coll, una mujer de mirada suave que coescribe los guiones de las obras de su esposo llevadas al cine o la televisión y refleja en una columna de prensa las cada vez más intensas andanzas literarias de Padura en el extranjero. Con el abultado expediente literario y periodístico que ha conseguido gracias a su trabajo, Padura camina al lado de su fama, viste con ropa sencilla, no responde injurias, ni profesionales ni personales, conduce un Subaru modelo Vivio que compró en 1997, vive en la casa de toda la vida en el mismo pueblo ruidoso y periférico. Si le molesta la basura en la acera baja y la barre y a veces desanda las calles de la infancia en short y playera. Si alguien dice que eso, en un famoso, es pose, ríe. Y se pone a escribir.

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