Del Tratado de Guadalupe Hidalgo al TLCAN

sábado, 17 de febrero de 2018 · 10:02
La llegada a la presidencia de Trump ha reavivado en las nuevas generaciones el sentimiento antiestadunidense. Al repasar a 170 años los Tratados de Guadalupe Hidalgo, resultado de la invasión ignominiosa al país, la especialista Fabiola García Rubio aborda también el otro tratado, el TLCAN. Propone que México cambie su narrativa, reafirme su postura libre y no permita condicionar la firma a la construcción del muro: “Debemos pensarnos a nosotros mismos no como un pueblo conquistado, ni a la sombra de Estados Unidos”. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hace 170 años, el 2 de febrero de 1848, se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo (TGH) mediante el cual México perdió ante Estados Unidos más de la mitad de su territorio (unos 2 millones 400 mil kilómetros cuadrados). Fue resultado de una guerra abusiva, injusta y atroz iniciada por el presidente demócrata estadunidense James K. Polk con argumentos falaces. La historiadora Fabiola García Rubio, especialista en historia de Estados Unidos y de México, y profesora del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, expone en su libro La entrada de las tropas estadunidenses a la ciudad de México. La mirada de Carl Nebel, publicado por el Instituto Mora en 2002, las argucias de Polk para solicitar al Congreso de su país autorización para la invasión: “Al comunicar al Congreso un estado sucinto de los agravios que hemos sufrido por parte de México y que han venido acumulándose durante un periodo de más de 30 años, procuramos cuidadosamente toda expresión que pudiera conducir a enardecer al pueblo de México o a frustrar o demorar una solución pacífica. […] El gobierno mexicano no solamente rehusó recibirlo o escuchar sus proposiciones, sino que después de una larga y continua serie de amenazas, al fin ha invadido nuestro territorio y derramado la sangre de nuestros ciudadanos.” Tan vigente como el tratado es el sentimiento antinorteamericano que la guerra y la invasión iniciada en 1846 provocó en miles de mexicanos. Podría decirse que se ha reavivado y acrecentado en las nuevas generaciones luego de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, por sus amenazas de construir el muro en la frontera, condicionar a éste la renegociación del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), amenazar a los llamados dreamers, y más. Ya en las crónicas hechas durante la invasión (Apuntes para la historia de la Guerra entre México y Estados Unidos, 11 de agosto de 1848) se reflejaba con profundo pesar el malestar que causó ver ondear en Palacio Nacional la bandera de las franjas y estrellas, a la llegada de las tropas estadunidenses a la Ciudad de México el 14 de septiembre de 1847: “En la noche del 15 presentaba México el contraste más espantoso. Por una parte, los mexicanos, encerrados en sus casas, se entregaban a la consternación y al desaliento, mientras que por otra, la soldadesca triunfante, llena de júbilo, y excitada por licores y embriagantes, sentía deslizarse las horas entre la risa y la algazara. “Con la aurora terminó el espanto de los unos y la insultante alegría de los otros; y el Sol que años antes vio a México libertado por sus heroicos hijos, alumbró a un pueblo esclavo y resignado ya con su ignominia.” ¿Cuál es la lección? ¿Cómo debe ser ahora, en el siglo XXI, la relación entre ambas naciones? Una relación que, además, va desde la amistad y fraternidad de sus pueblos, hasta la a veces tersa o ríspida, y siempre desigual relación diplomática, política, económica y comercial de sus gobiernos. En entrevista con Proceso, García Rubio, también directora de área en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), en el cual impartirá la conferencia “México y Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX”, el próximo sábado 17 de febrero a las 12:00 horas, hace un recuento histórico de la guerra de invasión de 1846-1848 y, en suma, de las condiciones en las cuales México se vio precisado a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Y da su visión de historiadora frente a la relación actual, en la cual considera que a diferencia de hace 170 años, México es hoy un Estado diferente, reconocido internacionalmente como nación soberana e independiente, y así debe asumirse frente al país vecino del norte. Malicia y perversión La especialista explica que Polk argumenta el Destino Manifiesto, idea con la cual los políticos de Estados Unidos justificaron desde 1840 sus afanes expansionistas. Había dos tendencias: la del Partido Whig que propugnaba por negociaciones para ampliar el territorio, y los demócratas que con Polk a la cabeza consideraban que debería ser a costa de lo que fuera, incluso la guerra. Existía el antecedente de la pérdida de Texas, que declaró su independencia el 2 de marzo de 1836 (aunque no se anexa a E.U. sino hasta 1845), y que peleaba como su límite territorial el río Bravo, cuando lo era el Nueces. México no reconocía esa separación e insistía en que, como fuera, la frontera del estado era el Nueces. Ese territorio entre ambos ríos da a Polk el pretexto para convencer al Congreso de iniciar una guerra. Su estrategia, indica la historiadora, fue mañosa y maliciosa: Envió a esa zona entre el Nueces y el Bravo al ejército de Zachary Taylor. Entonces van las tropas del general Mariano Arista y le advierte que al cruzar el Nueces ha invadido territorio mexicano. Taylor retrocede, vuelve a avanzar y así se la pasa, hasta que Arista le pone un ultimátum de 48 horas para que retroceda o –le advierte– les disparará. “Ahí se ve la perversión de Polk para provocar una guerra. Evidentemente Taylor no retrocede y Arista dispara. Ni siquiera es una batalla sino un pequeño enfrentamiento, y no en una villa sino en el rancho de Carricitos. Hubo 15 soldados estadunidenses entre muertos y heridos, del lado mexicano no hubo bajas.” Esta escaramuza del 25 de abril de 1846 dio a Polk el argumento de que México había invadido sus territorios y derramado sangre estadunidense. E.U. inició la guerra que culminó con la firma del “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América”, conocido como Guadalupe Hidalgo, y cuyo texto resguarda el archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Las tropas invasoras entraron al país desde diferentes puntos, y desde que llegaron a la Ciudad de México el 14 de septiembre de 1847, se comenzó a pensar en las negociaciones, que inician hasta enero de 1848 con el país invadido, pues “imagínate que está ocupando todos los lugares donde hubo batallas”. Instalado en Querétaro, el gobierno provisional del presidente Manuel de la Peña y Peña nombra a tres representantes mexicanos, Luis Gonzaga Cuevas, Bernardo Couto y Miguel de Atristáin (Antonio López de Santa Anna no intervino), para entablar las negociaciones con el enviado estadunidense Nicholas P. Trist. García Rubio destaca que las negociaciones no fueron fáciles. La parte mexicana iba en desventaja, no había forma de exigir determinadas condiciones, pues aunque el ejército “peleó con gran heroísmo” y estaba mejor preparado, perdió todas las batallas frente al estadunidense, por lo cual su gobierno apeló al derecho de conquista. El lugar donde se hicieron las negociaciones se mantuvo en secreto, no sólo por lo que se desprendía de ellas sino por la antipatía hacia los estadunidenses. Trist exigió de inmediato la cesión de Nuevo México y la Alta California, que conformaban los estados de California, Arizona, Nevada, Utah y parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming. Y los mexicanos no estuvieron en condiciones de defender el territorio, dice la historiadora. Polk le había exigido a su representante que negociara también el tránsito por el Istmo de Tehuantepec, que no lo consiguió. El diplomático estadunidense redactó un primer borrador que Gonzaga Cuevas tradujo al español, hasta que finalmente el 2 de febrero de 1846 los cuatro firman el Tratado, en la villa de Guadalupe Hidalgo, ubicada al norte de la Ciudad de México, en una casa contigua a la Basílica de Guadalupe. Según información del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el propio Trist eligió el lugar por la devoción que los mexicanos le profesaban a la Virgen morena (www.bnah.inah.gob.mx/piezas/htme/bnah_pieza_03_12.html). Incluso, después de la firma de los acuerdos, se realizó una misa. El acuerdo, señala la maestra en historia de la UNAM, está integrado por 23 artículos, y lo primero que establecen es la paz, ya no habrá más ataques entre los ejércitos. Las tropas estadunidenses saldrán una vez que se ratifique el acuerdo en los congresos de ambos países y se exige la cesión territorial por parte de México, fijando como límite el río Bravo. Se ha extendido la idea de que México “vendió” esos territorios y que recibiría por ello 15 millones de pesos o dólares (las monedas estaban a la par). Aclara García Rubio que nunca fue así. Se convino el pago de una indemnización por parte de Estados Unidos a nuestro país por la pérdida, los daños y las bajas que hubo durante la guerra: “No es una compra, hay que distinguir”, afirma García Rubio. Cuando sí hay una venta, agrega, es en 1853, que es el territorio de La Mesilla, adquirido por E.U. en 10 millones para construir el ferrocarril transcontinental. Ese pacto sí fue negociado y signado por Santa Anna. La indemnización por la guerra de invasión se saldaría mediante pagarés. Al día siguiente de la firma del TGH, Trist le pide a uno de los corresponsales de guerra (pues ésta fue la primera guerra que tuvo cobertura periodística) llevar el documento al secretario de Estado James Buchanan, para que lo entregara al presidente Polk, quien lo recibe en marzo. Y es ahí donde se pierde el pago. Cuenta la académica que Polk se enojó muchísimo porque Trist no logra el paso por el Istmo de Tehuantepec, así como por el compromiso de cubrir en pagarés 15 millones de pesos. Envía al Senado de su país el documento con algunas enmiendas y se elimina esa parte para poner “sin anotar ninguna fecha, como sí ocurría con los pagarés, que se pagará ‘cuando se considere oportuno’”. Se hace un primer pago de tres millones y a los posteriores, siempre hay algo que restar: cargos por destrozos de incursiones indígenas, por ejemplo, y finalmente no se paga el resto. Cuando el documento volvió a México para su aprobación en el Congreso, ya no hay forma de hacerle adecuaciones y no queda más que firmar. Se ratifica a fines de mayo de 1848 y comienza el desalojo de las tropas invasoras que terminan de irse el 12 de junio de ese año. ¿Lamiendo heridas? La pregunta es ahora cómo lidiar con ese sentimiento antiyanki que como mexicanos preservamos, sobre todo ante las actitudes de Trump, cómo entablar una relación entre pueblos. “Habría que entenderla en diferentes niveles –desglosa la historiadora–. Por un lado está la relación entre los dos poderes ejecutivos, Donald Trump y Enrique Peña Nieto, que es de negociación, entendimiento diplomático… Pero la voz de la gente no es necesariamente la de ellos. Entonces hay que hacer una distinción entre los diferentes niveles de comunicación, pensar en ese vínculo que hay por ejemplo entre los pueblos que los antropólogos llaman ciudades gemelas y que culturalmente son un híbrido.” Menciona como ejemplo el vínculo entre las comunidades de Tijuana y San Diego, que si bien reconocen su otredad, aceptan también sus mutuas influencias culturales. De ahí también el surgimiento de movimientos separatistas en las dos Californias, que ante la insistencia de Trump de construir el muro plantean su independencia de E.U. La relación, insiste, es mucho más compleja que sólo las acciones de Trump, pues no se puede cambiar la vecindad que establecen los más de tres mil kilómetros de frontera. No es tan simple como decir “no me agrada mi vecino, me cambio de casa”. Hay temas donde hay comprensión, lazos comerciales. Y rescata que ciertamente el sentimiento antiyanki ha estado ahí, a lo largo de la historia, y los mexicanos sabemos que E.U. nos derrotó y nos quitó la mitad del territorio, “pero eso hizo que en México comenzaran a surgir otro tipo de ideologías: un liberalismo en favor de un país completamente independiente de cualquier potencia extranjera. Se atravesó el Segundo Imperio, pero se establece que el gobierno va a ser nacional, republicano y libre, y que no se requiere de ningún apoyo de otros países”. En su opinión, E.U. también pagó los costos pues del territorio antes mexicano se formaron más de seis estados y comenzaron a discutirse en el Congreso temas como la protección de los esclavos, con un peso muy fuerte de estas entidades. Se vincularon las regiones del medio este y noreste, y el sur se quedó solo y surge al inició de la década de 1860 la guerra que cuestiona el pacto fundacional. –Desde el punto de vista diplomático, político, comercial, frente a la discusión del TLCAN, por ejemplo, esas discusiones de ejecutivo a ejecutivo… Y después de esa experiencia, ¿cómo debe ser la relación? –Creo que se debe fijar la postura de que México es un país libre, independiente, que tiene autodeterminación y que no debe estar bajo ningún tipo de sometimiento. Debe establecer límites en la negociación. Es decir, el TLCAN no puede condicionarse a la construcción del muro, como ha dicho Trump. Llama la atención sobre la astucia de Trump de comenzar campañas a través de mensajes intimidatorios en su Twitter cada vez que se aproxima una ronda de negociaciones, para tratar de condicionar alguna cláusula del TLCAN, por ello México debe dejar en claro el respeto a su soberanía e integridad. –¿Se ha fallado en eso? –No sé si se ha fallado o no. A veces parecería que estamos frente a diferentes discursos, no hay uniformidad y habría que pensar en qué postura se está planteando: ¿es la postura del pueblo?, ¿es la oficial?, ¿la del gabinete?, ¿la de los empresarios? Son diferentes niveles de negociación. –Hoy no estamos contra la pared como cuando se firmó el TGH. –No, por supuesto que no. México tiene una serie de posibilidades comerciales muy, muy grandes, tiene una geografía increíble, dos salidas al océano. Pienso que debemos cambiar la narrativa, pensarnos a nosotros mismos no como un pueblo sometido que fue conquistado, ni que está ahí la sombra de Estados Unidos. Debemos cambiar nuestras acciones. Pone como un ejemplo la información e imagen que se difunde respecto a temas como la corrupción y la violencia frente a la opinión pública, pues considera que en ocasiones se dan más elementos para que el gobierno de E.U. afirme que somos un país ingobernable, cuando no todos somos sicarios o narcotraficantes: “Hay que modificar los hechos y la narrativa y mostrar que somos un país muy poderoso, trabajador, con mucho potencial, cambiar la idea de sometimiento y autocompasión.” Se le pregunta si la vigencia del TGH –en el cual se establecieron cláusulas para que los mexicanos que se quedaran del lado de E.U. conservaran el derecho a su tierra y propiedades– ayudaría de algún modo a defender el concepto de “ciudades refugio” para los inmigrantes. Indica que el tratado ha tenido adecuaciones respecto de la frontera porque el río Bravo ha ido cambiando, pero no para establecer ese tipo de conceptos. Finalmente hay una solidaridad muy clara de los méxico-estadunidenses con los inmigrantes. Puntualiza que en realidad los mexicanos que se quedaron del otro lado de la frontera en California fueron desplazados y despojados porque se encontraron minas de oro, no se les respetaron sus títulos de propiedad. Y en la parte de Nuevo México, como se estaba construyendo el ferrocarril, se les incorporó como mano de obra. Hace unos años, al dar a conocer los archivos de Ignacio Ramírez El Nigromante, su tataranieto Emilio Arellano comentó a este semanario que luego de la guerra de 1847 le preguntaron al liberal decimonónico qué opinaba de los tratados. Lamentó que México fuera malo para las guerras y asonadas y “mucho más para los reclamos internacionales”, pero avizoró: “…en un par de siglos México recuperará esos territorios (…) Serán tantos los mexicanos en la Alta California, Texas y territorios anexados, que sin violencia ni guerra, pero sí legalmente y mediante un movimiento público lograrán su reincorporación tácita. “Serán tantos los nuestros que difícilmente podrán confinarlos a todos. Se capitulará por medio de la justicia divina. Dos siglos en la vida de la nación es un instante. Mexicanos, paciencia, paciencia y a procrear.” Este reportaje se publicó el 11 de febrero de 2018 en la edición 2154 de la revista Proceso.

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