El tema genérico es, sí, el de la violencia, pero con un enfoque singular apegado a la realidad social –por más que formalmente empate con Los albañiles de Vicente Leñero, filmada por Jorge Fons–, a través del velador de una obra en construcción. Sin pretensiones comerciales, más como cine de autor, Diego Ros se propuso en esta ópera prima zafarse de los esquemas clásicos del thriller –situar la cinta entre éste y la denuncia, como una farsa–, pues en este momento en México, dice a Proceso, “una resolución clara con un bueno y un malo sería imposible, dada la mala situación”.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Sin caer en el melodrama o la esperanza o el thriller policiaco clásico, Diego Ros aborda la violencia en México en su ópera prima El vigilante, la cual ganó Mejor Película Internacional en el Festival de Cine de los Ángeles 2017 y Mejor Actor (Leonardo Alonso) y Mejor Largometraje Mexicano en la 14 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.
El filme de 75 minutos (en el cual un velador de una construcción es testigo de la violencia en una noche) se estrenará el próximo 30 de marzo en México. Ros (quien lleva alrededor de siete años involucrado con este proyecto que escribió, produjo, dirigió y editó) platica a Proceso sobre la exhibición mercantil de su relato cinematográfico:
“Es un entusiasmo que se proyecte en los cines porque es el final de un largo proceso. Obviamente existe la angustia de cómo le va a ir, aunque nunca fue planteado como un éxito comercial. Todo lo que ha resultado desde que terminé el largometraje ha sido muy grato y desde un principio se planteó como una película de autor.”
La historia presenta a dos cuidadores de un edificio en obra, pero la trama sólo se centra en uno de ellos, Salvador (Leonardo Alonso), quien es el único que se da cuenta de dos sujetos que abandonan una camioneta con el cuerpo de un pequeño a un lado de la edificación. A partir de ahí, empiezan situaciones raras que no dejan que Salvador vaya con su esposa, a punto de parir.
El elenco lo completan Rodrigo Franco, Ari Gallegos, Noé Hernández, Héctor Holten, Bryan Mateo y Lilia Mendoza.
Antes de El vigilante, Ros sostuvo una larga carrera como editor y post-productor en telenovelas, comerciales, cine independiente y corto documental.
El filme se realizó con el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad y el estímulo fiscal del articulo 226 de la Ley del Impuesto sobre la Renta (Eficine). Las compañías productoras son Avanti Producciones y Vigilante Cine.
Sin lugares comunes
El reto de Ros fue filmar de noche y en una obra real, ubicada en el Estado de México. Evoca que desde el principio se interesó por un velador como protagonista:
“Cuando comencé a escribir esta historia, mi idea era que el personaje principal fuera testigo de un suceso fuerte, por lo tanto debía ser alguien que por la naturaleza de su trabajo estuviera aislado de los demás. Obviamente esta persona, como trabaja de noche, siempre hace los recorridos al revés de la mayoría de la gente. En la primera escena del largometraje vemos cómo el flujo de las personas dentro del Metro va en dirección contraria a la de él. Este señor labora cuando todos duermen, y por el hecho de poseer la rutina al revés, ve cosas o sabe cosas que los demás si sabemos, pero con las que no mantenemos contacto.”
–Refleja la violencia que padece el país de manera diferente, ¿cuál era su finalidad al abordar este problema en El vigilante?
–Me interesaba tocar el tema, pero sin caer en lugares comunes. La película por un lado plantea situaciones de un thriller policiaco, pero sin resolverlas satisfactoriamente, porque me apego a la realidad social. Es una historia que se encuentra entre el thriller y la película casi de denuncia. No obstante, no es de malos y buenos, ni de héroes. La cinta no cae en resoluciones fáciles. No es de vamos a encontrar cuál es problema. Deja cabos sueltos. La película tiende a ser un poco una farsa en el sentido de que son momentos absurdos, uno tras otro. Tampoco es que sea creíble en ese sentido. Y no es un largometraje dramático.
–No hay héroes, ni malos, ni buenos, pero todos los personajes son víctimas de las circunstancias, ¿verdad?
–Es que crear un largometraje más clásico en el sentido de thriller policiaco, como lo hacen los noruegos, los ingleses o los estadunidenses, en el sentido de que hay una resolución clara con un bueno y un malo, sería imposible en México en este momento, dada la mala situación en la que se encuentra, sería precisamente fuera de lugar. Los mexicanos no pueden contemplar un resultado claro entre un bueno y un malo porque sería muy hipócrita o incoherente.
Sus inspiraciones
Se le menciona a Ros que El vigilante empuja a recordar el largometraje Los albañiles (1976), de Jorge Fons, basada en la novela homónima de Vicente Leñero (subdirector fundador de Proceso), pero él aclara que no tuvo nada que ver con su proyecto:
“Justo cuando empezaba a trabajar en la película, alguien me recomendó leer la novela y ver la película. Y sí, me parece que hay bastantes paralelos. Aunque mi idea no salió de ahí, pero en algún momento ya alguien me dijo que El vigilante le recordaba la propuesta de Fons.”
Relata que pensó más en EL ángel exterminador, de Luis Buñuel, “y tampoco se parece mucho”. Cuando realizaba el guión vio esa cinta y El viento nos llevará, de Abbas Kiarostami.
“Esas dos películas las conocía bien, pero las tomé como inspiración.”
Además, se acercó a otro filme a medio camino, La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel.
–Deja el final a la imaginación del público, ¿eso fue fácil?
–Pude haber llevado la película a ver qué pasa con la chica que ahí aparece o qué pasó con el niño, pero no desarrollé ninguna de esas historias porque entraría a buenos y malos, era identificar a culpables. No quise realizar un thriller policiaco clásico. No deseaba que el espectador dijera al salir: “¡Ah!, ¡qué bien! La película me resolvió mis inquietudes o la situación. Me puedo ir tranquilo a descansar.
“En cambio, aquí le dejó trabajo al público. Creo que el filme no cae en efectismos. Más bien propone que estas tres circunstancias que presenta se queden sin solución, como pasa en México con cientos de miles de conflictos. Me apegué a la realidad del país.
“Acabé armando algo mucho más experimental y ya cada quien decidirá si fue exitosa o no la historia. Traté de encontrar una nueva perspectiva sobre un viejo tema. Lo que pesa mucho al final es que el relato no lleva al espectador al confort. La película también abandona al público. Te deja a tu propia suerte. Eso es un poco rudo.”
Antes de terminar el guión, cuando justo lidiaba con el tono y cómo resolver la trama, Ros organizó un casting preliminar y encontró a Leonardo Alonso, quien se inició en el teatro a los 14 años (nació el 28 de febrero de 1974 en la Ciudad de México):
“Alonso se involucró en el proyecto muy temprano. De hecho fue leyendo los cambios en el guión. Fue muy paciente. Su personaje en algún momento era boxeador, y entrenó boxeo. Luego cambió eso. Además, me ayudó a encontrar al resto del reparto. Leyó con los demás, lo cual era importante porque todos conviven con él en la cinta. Todo el tiempo es un ping pon con él.”
–El vigilante ha recorrido varios festivales internacionales de cine, ¿cómo se ha sentido con este largometraje?
–Ha sido una sorpresa muy buena. Al preparar un trabajo fílmico que es un poco arriesgado, nunca sabes si puede ser un fracaso o un éxito. Cuando no efectúas las cosas bajo una fórmula, nunca sabes bien dónde estás parado. Entonces, ha sido muy grato. Primero se estrenó en Morelia, donde ganó, y luego se fue moviendo. La película ha viajado mucho. Me da gusto y un alivio que se estrene, y es un asunto que ya quiero cerrar.
Ya escribe otro proyecto:
“Intentaré otra cosa radicalmente distinta. Aunque no se puede uno desprender de los gustos, pero es un guión muy distinto. Es más amable con el público. Es decir, es menos agresivo.”
El fotógrafo de El vigilante es Galo Olivares. El sonido estuvo a cargo de Daniel García Olvera. En la música permaneció al frente Miguel Hernández. Y la dirección de Arte es de Federico Cantú.
Este reportaje se publicó el 18 de febrero de 2018 en la edición 2155 de la revista Proceso.