Pancho Ponches: "Ya puedo decir adiós"

domingo, 25 de marzo de 2018 · 09:08
En los campos infantiles se hizo catcher y en los estadios pitcher. Francisco Campos, conocido como Pancho Ponches, es una de las pocas figuras en activo de la Liga Mexicana de Beisbol (LMB). Este hombre de 45 años –legendario porque en 2002 ponchó a 18 durante un partido de playoffs– relata a Proceso el sufrido inicio de su carrera y cuenta cómo aprendió a hacer el lanzamiento que le abrió las puertas para figurar en la historia de este deporte en el país. “No me hace falta nada”, dice el pelotero que en 25 temporadas al hilo ha abanicado a 2 mil 125 enemigos. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Francisco Campos está a cinco triunfos de llegar a las 200 victorias en la Liga Mexicana de Beisbol (LMB). Tiene 45 años. Ha jugado durante 25 temporadas consecutivas; cinco triunfos lo separan de bajarse para siempre de la loma, de salir de la rotación de abridores de los Piratas de Campeche, el equipo con el cual firmó como catcher y donde se convirtió en pitcher, con el que ha ponchado a dos mil 125 bateadores. “Pancho Ponches”, pelotero. Uno de los últimos ídolos del beisbol mexicano. Si Francisco Campos no se ha despedido de los diamantes es por culpa del mal paso de su equipo. Los Piratas fueron sextos en la zona sur en 2017, lejos de calificar a los playoffs. Con trabajos su pitcher estelar tuvo marca de 3-7. Por lo menos cinco veces salió del juego con la ventaja en la pizarra. El relevo se encargó de estropearle las victorias. El próximo viernes 23 Campos iniciará su temporada 26 en la LMB. Hasta ahora el mánager Daniel Fernández no lo ha anunciado como abridor para el primero de los dos torneos a disputarse en 2018. Del muchacho que en 1993 llegó con 21 años al estadio Venustiano Carranza todavía queda la sonrisa espléndida, la emoción por salir a calentar, por tirar strikes, la pichada de tenedor indescifrable para los bateadores. Sin embargo, su recta ha perdido velocidad. Pancho Campos, número 20, ya peina canas. “Mi cuerpo no me ha dicho nada. Todavía me siento competitivo, puedo seguir aportando, pero me quiero ir por la puerta grande. Ya estoy convencido y complacido por lo que me ha dado y por lo que le he dado al beisbol. Le he entregado la vida, le he dado todo. Gané todo lo que un pitcher puede ganar, menos lanzar un juego perfecto. Ya puedo decirle adiós. No me hace falta nada.” Francisco Campos Machado nació en Guaymas, Sonora, el 12 de agosto de 1972. Es sobrino de Cisco Campos, un exjugador de los Mayos de Navojoa que en 1971 perdió la pierna derecha en un accidente en la carretera, cuando el equipo se dirigía a jugar en Culiacán. El beisbol le viene de familia. Su hermano mayor, Raúl, también fue pelotero, pero nunca de las características de Pancho, quien desde niño tuvo estampa. Su papá, jugador amateur, lo llevaba a la Liga Infantil Sector Pesca en aquel puerto sonorense. Al niño de seis años le tocó inaugurar los campos infantiles conocidos como El Trébol. Eran cuatro campos polvorientos que juntos formaban un trébol de cuatro hojas y que en medio tenía una fuente de sodas. Francisco solía llegar temprano para ayudar a limpiarlo. Pisó sus líneas de cal, disfrutó a sus papás sentados en las gradas nuevas y mandó pelotas del otro lado de la barda. Campos que forman un trébol. No es fortuito. La suerte quedó echada en su favor. Panchito Campos tenía ocho años cuando el mánager Armando Gaxiola le puso la bola en la mano y lo mandó al montículo. Y cómo no, si el chamaco tiraba bien fuerte y no era “bolero”. Sabía cómo poner la bola en la zona de strike. A su corta edad lanzó un sin hit ni carrera de siete entradas. Lo hizo con 60 lanzamientos exactos. Un domingo pitcheaba. Al siguiente jugaba en tercera base o la posición que le pusieran porque salió bueno para todo. Así se convirtió en catcher. Nunca le tuvo miedo a la pelota. A los 16 años reemplazó en esa posición a un compañero que no asistió al juego. Tuvo una jornada envidiable poniendo out en segunda a varios corredores. Su prodigioso brazo derecho no lo dejó mal. Se quedó como titular, como si hubiera sido catcher toda su vida.  Así los Astros de Houston se fijaron en él durante un try out que se realizó en Hermosillo. “Fue mi brazo el que hizo que los scouts me voltearan a ver, porque era poderosísimo, no era normal para la edad que yo tenía. Midieron distancia y tiempo, desde que llega la pelota al guante del catcher y tira a segunda. Yo hice dos segundos exactos. Me pusieron un cinco en el rango de las herramientas que los scouts evalúan para sus reportes. ‘Tiene un brazo de Grandes Ligas’, decían ellos. Yo tenía 17 años y me firmaron a través de un convenio con los Acereros de Monclova que me mandaron a Pastejé.” Atenco fue su escuela Pastejé fue la primera academia oficial que tuvo la LMB. Durante años operó en una zona cercana a San Mateo Atenco, en el Estado de México. Eran unos campos extraviados en medio de una zona rural. Las instalaciones eran una especie de cabañas de dos pisos donde los jugadores prospecto se concentraban por meses. Los casi 60 muchachos dormían en literas colocadas a los lados de un largo cuarto con baños en las zonas laterales. Había un gimnasio muy bien equipado, una mesa de billar y una sala de televisión donde se enajenaban viendo las telenovelas de moda. En medio de la nada entrenaban con bates de aluminio que eran más baratos que los de madera, estudiaban el grado escolar que les correspondiera y aprendían en el aula las reglas del beisbol de la voz del ampáyer Ismael Ruiz. Antes de salir al campo, los jugadores estaban obligados a entender los fundamentos del beisbol. Campos se graduó con la décima generación de Pastejé de la cual formaron parte grandes peloteros, como Eleazar Mora, Javier Robles, Iván Montalvo, Daniel Garibay y los futuros ligamayoristas Antonio El Cañón Osuna, Ismael El Rocket Valdez y Juan Gabriel Castro. En ese lugar los coaches eran estrellas locales de la talla de Enrique El Bombero Castillo, Miguel Solís, Macario García, Jaime Corella y Pilo Gaspar. Pancho García era el director. En la academia de Pastejé, Francisco Campos entendió el beisbol. Dejó de jugar por instinto. Aprendió a anticiparse a las jugadas. ¿Qué le tocaba hacer si la pelota le llegaba al guante, si había corredores en base o no? Se muere de risa al recordar cómo llego sin saber algo tan básico como qué es el bullpen o el back stop. Tampoco entendía qué tenía que hacer cuando le decían que había home team. Y menos sabía qué es jugar un round robin. Después, Francisco Campos empacó para viajar a Orlando, Florida, a reportar con los Astros. Jamás se había subido a un avión. Todo era nuevo para él. En Estados Unidos se estrelló contra la barrera del idioma. El racismo lo tomó por sorpresa. Jugadores de otra nacionalidad que lo castigaban con la indiferencia, coaches que le hablaban en inglés aunque supieran que no entendía. Sólo el dominicano César Cedeño fue generoso y les servía a los latinos como traductor. Francisco se cobijó entre dominicanos y venezolanos que estaban igual que él. Entre ellos otra futura estrella: Bobby Abreu, quien sí debutó con los Astros en Grandes Ligas y años más tarde brilló con Filadelfia y los Yanquis. Campos se acuerda con coraje que los mexicoestadunidenses no les hablaban en español por miedo a que “los gringos” se enojaran por juntarse con los mexicanos. En la Liga Rookie, donde estuvo asignado, no le fue nada bien con el bate. Haber aprendido a batear con aluminio lo sentenció; no pudo acomodarse con la madera y menos ante lanzamientos de 93 millas por hora (casi 150 kilómetros por hora) que sólo veía pasar. En 1992 regresó a México. Aunque pertenecía a Monclova se fue a jugar a la Liga Estatal de Campeche, en la que, en una barrida en home, se fracturó un tobillo que requirió de cirugía para ponerle clavos y placas. Ante el desastre, los Acereros lo cambiaron a los Piratas, equipo que lo debutó como catcher en la LMB, en 1993. Brazo de oro La antigua lesión pronto le cobró factura. Campos no se acomodó en la posición de catcher. Le dolía estar en cuclillas durante nueve entradas. El mánager Javier Escopeta Martínez lo animó a convertirse en pitcher. A Campos la sola idea le molestaba. Cómo tirar al olvido tantos años de trabajo como receptor. El miedo al fracaso le recorría la espalda. El Escopeta le insistió en que tenía facultades, que lo intentara. Si no podía, regresaría a su vieja posición. “‘Tienes un talento que no ves’, me decía. Yo pensaba que era más bueno como catcher. Estaba enamorado de mi posición y me daba miedo quedar en ridículo, que se me apagara la llama por el beisbol. Fue muy doloroso el cambio, pero siempre tuve el comando de la pelota. No me costó trabajo y, en poco tiempo, rebasé a compañeros que tenían años lanzando.” Al veterano Hugo Lizárraga le aprendió el tenedor, una recta que revolotea como una mariposa en su recorrido al home. Lizárraga le enseñó a ponerse la pelota entre el índice y el dedo medio, a que “fluyeran” los dedos y la soltara en el momento preciso. Cuando Campos le cacheaba, le devolvía la pelota con esa pichada. Siendo catcher aprendió el lanzamiento que le abrió un lugar en la historia del beisbol. “Se me prestó. Agarré la maña. En 1995 yo estaba en el bullpen calentando pitchers. Los Tigres nos estaban dando una paliza. El Escopeta me gritó desde el dugout: ‘¡Pancho, vas a pichar en la siguiente entrada!’ ¿Yo?, le respondí. ‘¡Sí, calienta que vas pa’adentro!’, me dijo. Estaba de catcher Demetrio Ruiz y me dice ‘vamos con puras rectas, ¿no?’ Le dije: no, señor, recta y tenedor. “En aquel juego estaba bateando La Guina Díaz y vi cómo se hacía un paso para atrás. Le hice tres lanzamientos y debuté con ponche. El siguiente bateador, otro ponche, y saqué los tres outs con ponche.” Del coach de picheo Herminio Domínguez jamás aprendió un lanzamiento, dice. Simplemente no pudo entender qué tenía que hacer cuando le decía que “jalara” la bola. Campos se fue de pitcher en pitcher a estudiar el mejor lanzamiento de cada uno. A Adrián Vázquez le aprendió “la moña”. A Mike Browning le pidió el secreto de su slider venenoso. Las huellas del pitcher las presume Francisco Campos en su mano derecha: callos tremendos en las yemas de los dedos. Otros más entre el pulgar y el índice y entre el índice y el dedo medio. Son su orgullo. Es el recuerdo del dolor de practicar por horas, lo que después no le permitía ni asir una cuchara para comer. “Se me dio el aprendizaje. Me enseñaban un lanzamiento, lo ejecutaba, lo practicaba y me salía. Es una virtud que agradezco a Dios infinitamente, porque fue el éxito de mi carrera. Nunca tiré un bullpen antes de debutar como pitcher. En 1996 me quité para siempre los arreos, me convertí en pitcher y fui Novato del Año. La historia cambió totalmente. Me ha sonreído la fortuna y he brillado de una manera extraordinaria.” En enero de 2002, durante un juego de playoffs de la Liga Mexicana del Pacífico, Francisco Campos, vistiendo el uniforme de los Venados de Mazatlán, ponchó a 18 jugadores de los Tomateros de Culiacán. Ganó el partido para empatar la serie a dos triunfos que al final perdieron los porteños. La prensa local lo bautizó como Pancho Ponches. Nació la legendaria historia del pelotero que en julio de 2015 llegó a los 2 mil abanicados. Campos ha sido un privilegiado lejos de las lesiones. Él mismo no se explica cómo su brazo está intacto después de haber lanzado, sólo en la LMB, 2 mil 943 entradas y un tercio. Diez años después de haberse convertido en pitcher, le salió un pequeño callo en el codo derecho que en 2006 el doctor Cuauhtémoc Reyes le operó en Toluca. Un año después, lo aquejó una rotura de menisco que apenas lo apartó 46 días del beisbol. “He tenido todos los logros para un pitcher. Me faltaba el Retorno del Año y ya me lo dieron, tengo un juego sin hit ni carrera, otro sin hit ni carrera combinado, fui campeón de ponches, gané la Triple Corona, campeón de porcentaje de efectividad, Jugador Más Valioso, Pitcher del Año, campeón de innings lanzados en una temporada, de blanqueadas, también récords malos como jonrones permitidos en una temporada. He estado muy cobijado en el beisbol”, dice. –¿Cómo ha cambiado el beisbol desde que iniciaste a estos días? –Ha avanzado. El beisbol en la LMB se ha encargado de invertir en cuidarnos. Ahora nos hacen doping, están detrás de nosotros. El beisbol ha evolucionado y hay muchos prospectos mexicanos que pueden llegar al beisbol mundial. Ha habido cambio para mejorar los estadios, ahora el beisbol es más comercial y se le da peso a la mercadotecnia. La prueba son las dos temporadas, aunque a los peloteros no nos preguntan si estamos de acuerdo, si vamos a tener suficiente descanso antes de jugar la temporada de la Liga del Pacífico. Hay que probarlo, a ver cómo nos sentimos. No podemos decir que solo está mal y ya. Pero los directivos se interesan por el dinero para ellos mismos, no para el pelotero. No nos preguntan qué te parece que vamos a jugar todo el año, te vamos a exprimir al máximo para que haya mejoras. –¿Le hace falta al beisbol mexicano una asociación de jugadores, como la de los jugadores de Grandes Ligas? –Para que no pase que cuando te retiras es tu problema y búscale. Faltaría evolucionar ahí, que tengamos una asociación en la que podamos expresarnos, manifestar en una asamblea lo que nos gusta y lo que no; que ya no nos tengan como títeres, como nos han tenido en toda la vida que he jugado beisbol. “Lo que se está haciendo ahora es para tratar de ganar lo que se había perdido. Yo he visto mejoras. Antes no había viajes de avión para los novatos, nos mandaban en camiones malos que ni siquiera tenían baños, nos teníamos que estar parando en cada ciudad. Los hoteles eran muy malos. En la Ciudad de México nos mandaban al hotel Saratoga, que tenía un tugurio al lado. “Se trata de rescatar a la afición, que es cierto, hay veces que no va al estadio, pero eso ha sido toda la vida. Si el equipo gana, la gente va al estadio; si pierde, no va. No es descubrir el hilo negro. Con un equipo competitivo los fanáticos están en el estadio. Nadie paga por ir a vernos perder.” Este reportaje se publicó el 18 de marzo de 2018 en la edición 2159 de la revista Proceso.

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