Un Balón de Oro en la presidencia de Liberia

domingo, 27 de mayo de 2018 · 12:05
Con su velocidad, potencia y técnica, George Weah conquistó la cúspide del futbol mundial en 1995, cuando fue distinguido con el Balón de Oro. En el contexto del Mundial de Rusia que está por comenzar, Proceso reseña la trayectoria deportiva del llamado mejor jugador en la historia de África. Y entretanto, el exariete del Mónaco, París Saint Germain, Milán y Chelsea, entre otros clubes, escribe un nuevo episodio de su vida en el continente que lo vio nacer, pero ahora desde la cima del poder en Liberia, país desgarrado por dos guerras civiles y del cual es presidente desde el 22 de enero último. PARÍS (Proceso).- Sus nombres y apellidos africanos son George Tawlon Manneh Oppong Ousman Weah, pero para el planeta del futbol es simplemente Weah, el goleador legendario. En 18 años de carrera, de 1985 a 2003, ese gigantón carismático con sonrisa matadora y voluntad de hierro se dio el lujo de marcar 266 goles –muchos de ellos espectaculares–, imponiéndose como el mejor futbolista de África del siglo XX y el único galardonado con el Balón de Oro (1995). En su tierra, el pueblo lo llama Mister George o King George con una mezcla de veneración y picardía. Desde el 22 de enero último, cuando asumió su cargo como presidente de la Republica de Liberia, el exariete estrella del AS Mónaco, del París Saint Germain y del Milán AC puede honrarse de un nuevo récord: es el primer exfutbolista del mundo –el único, a la fecha– en sentarse en una silla presidencial. Weah pertenece al pueblo Kru, uno de los 15 que componen el explosivo mosaico étnico de Liberia, pequeño país de África Occidental aún traumado por un pasado colonial tan complejo como cruento, dos guerras civiles encarnizadas y una epidemia mortífera de ébola. Mister George es sólo el segundo presidente liberiano de origen autóctono y, por supuesto, el único en haber emergido de la miseria más absoluta. George Weah nace el 1 de octubre de 1966 en Clara Town, un suburbio pantanoso de Monrovia, capital de Liberia. El futuro campeón no conoce a su padre, y su madre lo confía a su abuela, Emma John­son, una mujer de armas tomar y corazón de oro que sola cría a una docena de hermanos y primos del chavito. Todos se amontonan en una casucha precaria –techo de metal corrugado y material de desecho para las paredes– en Gibraltar, nombre exótico de otro barrio perdido de Monrovia que carece de todo y desborda de energía vital. Ninguno de los niños se muestra muy asiduo a la escuela y George menos que nadie. Emma Johnson intenta convencerlo de estudiar. Es en vano. Desde la altura de sus ocho años el chamaco le explica que su vida gira exclusivamente alrededor de dos prioridades: traer dinero a casa y jugar futbol. Capitula la abuela que se endeuda para comprarle la pelota de sus sueños. George deja de patear calcetines llenos de arena o latas oxidadas y no tarda en rentabilizar su flamante balón. Por la mañana, el escuincle recorre las calles del centro de Monrovia vendiendo chicles y tarjetas telefónicas, y por la tarde, solo o con un cómplice, juega con su pelota en lugares públicos, de preferencia frente a terrazas de cafés y de restaurantes. Su destreza asombra y le llueven monedas. Weah tiene apenas 15 años cuando integra el equipo amateur de su barrio, cuyo nombre –The Young Survivors– resume por sí solo la situación de los jugadores, todos mayores que él; tres años más tarde, en 1984, es reclutado por el Bong Range Company, el club de futbol de la poderosa empresa minera homónima. Entre 1985 y 1987 su carrera pega un salto cualitativo: integra sucesivamente el Mighty Barrolle y el Invincible Eleven, los dos mejores clubes del país. Se impone en ambos equipos como goleador fuera de serie. Marca siete goles en 10 partidos con el Mighty Barrolle, y 24 en 23 juegos con el Invincible Eleven. Liberia le queda chica y Weah sale para Camerún, donde lo espera con ansia el equipo estrella de ese país, el Tonnerre de Yaoundé. A Claude Le Roy, seleccionador y entrenador francés del equipo camerunés, le bastó unos minutos observar a Weah en la cancha para medir su potencial. “Era poderoso y capaz de correr a toda velocidad, y ya tenía buena técnica”, recuerda. Pero lo que más impresiona al entrenador es la determinación del joven futbolista. Cuenta fascinado: “No se parecía a los demás. Sabía lo que quería. Todos los días me suplicaba: ‘Coach, quiero jugar en Francia. ¡Ayúdeme! ¡Por favor, coach, mándeme a Francia!’. !Era tan sólo un jugador talentoso, pero muy verde, de un país minúsculo que nadie podía ubicar en el mapa, y ya manifestaba una ambición desmedida!” Acaba triunfando la tenacidad de Weah: Le Roy lo recomienda a Arsene Wenger, celebre entrenador francés del AS Mónaco y luego del Arsenal, del futbol inglés. Entre Wenger y Weah es amor a primera vista. Un amor “apache” por parte de Wenger que se lleva al liberiano a Mónaco, lo somete a un entrenamiento despiadado y lo sienta en el banquillo durante seis meses, condenándolo a observar cómo juega el equipo. Weah, que desde el primer día “adopta” a Wenger como un padre, lo soporta todo sin el mínimo suspiro. Cuenta Patrick Valery, uno de sus excompañeros de equipo del AS Mónaco: “Arsene Wenger lo sometió a dieta y lo puso a trabajar. Una vez que se adaptó a nuestro ritmo de entrenamiento de alto nivel, Weah se transformó. Muy pronto entendimos que era un ‘monstruo en gestación’. Lo tenía todo: confianza en sí mismo, capacidad de trabajo, aguante, un talento de loco… Además, irradiaba alegría de vivir y calor humano.” Weah juega y radica en Mónaco de 1988 a 1992. Difícil, imaginar contraste más violento entre el tugurio de su infancia y la opulencia del Principado de Mónaco, paraíso –y no sólo fiscal– de multimillonarios. King George se adapta a todo. Cambia su vestuario, goza su dinero y, sobre todo, aprende a negociar sus contratos. Se muestra inflexible en sus pláticas con los directivos del París Saint Germain, club que lo ficha en 1992, y es más exigente aún cuando deja París para incorporarse al Milán AC, donde juega hasta finales de 1999. Esa década europea es la de todos los honores, un diluvio de balones de oro cae sobre el liberiano: Balón de Oro africano en 1989 y 1994, Balón de Oro europeo en 1995. Ese mismo año, 1995, se impone como mejor goleador de la Liga de los Campeones y la FIFA lo nombra mejor jugador mundial del año. En 1996 luce, a la vez, como segundo mejor jugador mundial y como el Futbolista Fair Play del planeta. La lista dista de ser exhaustiva. El dolor de su patria Weah es famoso, rico, adulado. Compra coches de lujo, casas y departamentos, multiplica inversiones jugosas… Pero su felicidad es incompleta. El campeón vive obsesionado por las noticias cada vez más escalofriantes que le llegan de su tierra. A lo largo de 14 años –de 1989 a 2003–, dos guerras civiles desgarran a Liberia con un saldo de 250 mil muertos y 1 millón de desplazados, una situación particularmente trágica en un país de sólo cuatro millones y medio de habitantes. Por muy surrealista que eso parezca, durante toda esa década y media de violencia, los enfrentamientos se interrumpen durante las transmisiones de los partidos relevantes de futbol, es decir, cuando juega King George y cuando compite la selección nacional liberiana que Weah integra en 1987, convirtiéndose poco a poco –y hasta 2005– en su jugador, capitán, entrenador, seleccionador y mayor patrocinador. Resulta imposible entender la ferocidad de las guerras fratricidas que sacuden Liberia sin remontarse al año 1816 y a la creación, en Washington, de la American Colonization Society (ACS), a iniciativa de Robert Finley. Ese pastor presbiteriano ferviente abolicionista está convencido de que los esclavos negros liberados son incapaces de adaptarse al modo de vida y a la moral estadunidenses y que la única solución para “su bienestar”, pero, sobre todo, para preservar la sociedad blanca norteamericana es simplemente regresarlos a África, dándoles la oportunidad de crear su propia “sociedad de hombres libres” en el continente de sus antepasados. Las ideas de Finley y de sus acolitos de la ACS tienen un amplio eco, inclusive, en las más altas esferas políticas del país. Llaman la atención del presidente James Monroe al tiempo que causan controversias acaloradas. Sea como sea, la asociación “filantrópica” logra levantar importantes fondos para llevar a cabo su proyecto: crear una colonia que se llamará Liberia y cuya capital llevará el nombre de Monrovia, en homenaje a Monroe… En 1820, sólo 86 esclavos emancipados aceptan lanzarse en la aventura. Embarcan para África Occidental en el Mayflower of Liberia junto con tres emisarios de la ACS, cuya misión es comprar tierras a reyes tribales. La primera transacción se realiza con un poderoso jefe de clan, el King Peter, cuyos sujetos se levantan en seguida en armas contra sus nuevos amos. Los enfrentamientos entre colonos negros americanos y tribus autóctonas son sumamente duros. Con el tiempo, con dinero o por fuerza, la ACS y otras organizaciones de la misma índole adquieren más tierras, amplían las colonias y aceleran la migración de esclavos liberados. Se calcula que un total de 4 mil 571 de ellos llegan así a África Occidental entre 1820 y 1843, y que más de la mitad muere en enfrentamientos con los pueblos indígenas o aniquilada por enfermedades. El trato cruento que los exsiervos sobrevivientes convertidos en colonos infligen a sus peones es idéntico al que sufrieron por parte de sus antiguos amos blancos. En realidad, nada los distingue de los colonizadores occidentales. Único país del mundo en haber nacido de una iniciativa privada, Liberia se zafa paulatinamente de la tutela “blanca” de la ACS. En 1841 se dota de un gobernador negro, Joseph Jenkins Roberts, y seis años más tarde, el 26 de julio de 1847, se autoproclama república independiente. Es la primera de África. Por muy pionero que sea, Liberia dista de ser ejemplar. Un abismo separa la élite del país, integrada por 3 mil afroamericanos (5% de la población), y la gran masa indígena. Los esclavos libertos, protestantes metodistas en su mayoría –que se vanaglorian de su tez “negra clara” y se llaman freemen en oposición a los nativos, calificados de bushmen– imponen un sistema electoral basado en el sufragio censitario que les asegura, a ellos mismos y a sus descendientes, los américo–liberianos, el monopolio absoluto del poder. Esa situación perdura 133 años. A mediados del siglo XX, el presidente liberiano William Tubman intenta suavizar ese sistema discriminatorio otorgando a los pueblos indígenas su derecho a votar y lanzando reformas sociales que dejan, sin embargo, intactos la supremacía américo-liberiana y los intereses estadunidenses. Algunas razones: Liberia alberga la plantación de hevea más importante del mundo, explotada de manera exclusiva por la empresa estadunidense Firestone, mientras que el Pentagono convierte al país en una base de retaguardia capital para la estrategia de Washington en África. Los abusos de poder de los unos y de los otros generan brotes de rebelión cada vez más difíciles de sofocar. George Weah tiene apenas 13 años cuando, en la noche del 11 al 12 de abril de 1980, el sargento mayor Samuel Doe irrumpe en el palacio presidencial con un grupo de soldados. Doe, exboina verde adiestrado por Estados Unidos, pertenece a la etnia krahn que, al igual que los otros pueblos autóctonos de Liberia, tiene un siglo y medio oprimido. La venganza de los nativos es terrible. Los golpistas destripan al presidente Tolbert, tiran su cadáver por la ventana de su recámara, masacran a su familia y finalmente, unos días más tarde, ejecutan públicamente a parte del gobierno. La matanza se lleva a cabo en la playa misma donde los primeros esclavos libertos norteamericanos desembarcaron en 1820. Algunos de sus biógrafos afirman que Weah asiste a esas ejecuciones junto con centenares de compatriotas suyos. El campeón no confirma ni desmiente. Doe, primer presidente autóctono de Liberia, elabora una nueva Constitución, promete acabar con toda forma de discriminación, pero, finalmente, instaura una dictadura brutal. En 1985, año en que Weah integra el equipo del Mighty Barrolle, Charles Taylor, de padre estadunidense y madre americo-liberiana, exiliado en Costa de Marfil, crea el Frente Nacional Patriótico de Liberia (FNPL), una fuerza guerrillera cuya meta es acabar con el régimen de Doe. En 1989, mientras Weah luce como semifinalista de la Copa de Francia con el AS Mónaco, Taylor y sus hombres se lanzan a la reconquista de Liberia. Empieza la guerra civil. Un año más tarde, en el momento en que Weah y el AS Mónaco triunfan en la Copa de Francia, Taylor ya domina todo el país y se apresta a tomar por asalto a Monrovia. La fuerza de oposición de África Occidental desplegada en Liberia lo mantiene en las afueras de la capital, pero no logra impedir que Prince Jones, disidente del FNPL, capture a Samuel Doe el l9 de septiembre de 1990. Jones se desata: tortura de manera atroz al dictador caído y acaba matándolo con un tiro en la cabeza. Uno de sus tenientes filma la escena. Las imágenes dan la vuelta al mundo. Georges Weah se derrumba viéndolas. Arsene Wenger es testigo de su desesperación. Según el entrenador es a raíz de esa barbarie que Weah empieza a reflexionar seriamente sobre la mejor manera de ayudar a su país. Mister George todavía no piensa en política. Dedica parte de su fortuna y de su tiempo a la selección nacional liberiana, fletando con su propio dinero aviones para que el equipo pueda participar en contiendas deportivas en África. El futbol es la única alegría que King George puede brindar a su pueblo. La tercera es la vencida En 1996, la selección realiza una gira por Sudáfrica. Nelson Mandela invita a George Weah. Los dos hombres posan juntos ante una multitud de fotógrafos. Mandela, gran aficionado al futbol, califica al primer africano detentor del Balón de Oro de “orgullo de África”. Weah no puede disimular su emoción. Luego, los dos hombres se encierran en la casa presidencial y hablan durante horas. El futbolista sale del encuentro con la convicción de que su fama sólo tiene sentido si la pone a disposición de su país. “Mandela me dijo: ‘si sientes en lo más hondo de ti mismo que tu deber es servir a tu país, pues hazlo’”, confía King George cada vez que se refiere a esa entrevista. En 1997, una tregua impuesta por la comunidad internacional a los combatientes permite celebrar elecciones presidenciales en Liberia. Gana Charles Taylor y los americo-liberianos vuelven al poder. Dos años más tarde, el país arde de nuevo. Empieza la segunda guerra civil, que es tan cruenta como la primera. En 2003 Taylor pierde el control de la situación. Acorralado por los nuevos grupos armados, pero sobre todo por movilizaciones multitudinarias de liberianas en favor de la paz, el dictador renuncia y huye a Nigeria, donde es detenido en 2006. En 2012 el Tribunal Especial para Sierra Leona, país limítrofe de Liberia, en el que Taylor y sus hombres cometieron atrocidades antes de desatarse en su propia tierra, lo condena a 50 años de cárcel. Ese mismo año, 2003, Weah, quien acaba de retirarse del futbol, regresa a Liberia y lanza múltiples iniciativas sociales para ayudar a los jóvenes, los más lastimados por la violencia. En 2005 crea su propio partido, el Congreso para el Cambio Democrático, y se lanza como candidato presidencial de su país. Su principal contrincante es Ellen John­son Sirleaf, una brillante economista americo-liberiana, egresada de Harvard con carrera en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial. Weah pierde. La primera mujer jefe de Estado de África logra apaciguar al país y es galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2011, año en que vuelve a ganar las elecciones presidenciales. Es un nuevo fracaso para George Weah, quien esta vez compite para la vicepresidencia, al lado del candidato presidencial Winston Tubman junior. Estas dos campañas electorales resultan bastante humillantes para Mister George, a quien la élite americo-liberiana celebra como futbolista pero descalifica como candidato presidencial por su origen étnico, por su falta de preparación intelectual y de experiencia política. King George no se da por vencido. Instalado en Estados Unidos, pasa su bachillerato y estudia administración pública en la DeVry University de Florida. Se gradúa en 2013 y un año después es elegido senador, y en 2017 se lanza de nuevo a la conquista de la presidencia. La tercera es la vencida. Pese a que le honra ser el segundo presidente nativo de la historia de su país, Weah cuida no enfatizar ese aspecto de su vida; al contrario, insiste en la necesidad de rebasar odios raciales ancestrales. El ahora flamante presidente sabe que la paz es sumamente frágil en su tierra. Para preservarla le toca estar a la altura de las esperanzas que despertó entre sus compatriotas más humildes. Son más de 4 millones que creen que su ídolo va a cambiar su destino. Tremendo desafío para el King George. Este reportaje se publicó el 20 de mayo de 2018 en la edición 2168 de la revista Proceso.

Comentarios