Asilo en México, de Trotsky a los antimaduristas

lunes, 18 de noviembre de 2019 · 08:55
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La reacción indignada que provocó en un sector de la sociedad mexicana la decisión del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de otorgar asilo político al expresidente boliviano Evo Morales hace eco a la “violenta campaña” que enfrentó la administración del expresidente Lázaro Cárdenas hace ocho décadas, cuando abrió las puertas de México a más de 25 mil republicanos españoles. Esa campaña sostenía que los republicanos “iban a dar rojos, comunistas, matacuras, etcétera. Todo México se puso contento cuando llegaron los republicanos pero a la derecha le molestó mucho”, recuerda el doctor Pablo Yankelevich. En entrevista, el profesor-investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, sostiene que “lo mismo ocurrió cuando vino Trotsky o cuando llegaron los chilenos; revisa la prensa de esos años, revisa los órganos de los sectores más conservadores de la sociedad mexicana: no estaban de acuerdo con esta política porque decían que el país se iba a llenar de radicales, comunistas y ateos”. –¿Quiénes eran estos sectores más conservadores? –se le pregunta. –La derecha mexicana vinculada con la Iglesia y de alguna manera los orígenes del PAN, que en 1939 se crea en contra del cardenismo. Era un partido muy opositor a la llegada de los republicanos –recalca el historiador. A lo largo de la semana, después de que el gobierno mexicano calificó la crisis constitucional de Bolivia como golpe de Estado y ofreció asilo político a Morales, legisladores del PAN alentaron en redes sociales la campaña #EvoNoEresBienvenido, y el jueves 14 propusieron una consulta para determinar si los mexicanos aprueban o no el asilo al exmandatario. Marko Cortés, el presidente nacional del partido conservador, afirmó que “es inaceptable que México quiera dar asilo político a un dictador, aquí en México no son bienvenidos los dictadores (…) no vemos correcto que en México se abra la puerta a quien hizo sufrir al pueblo y se quiso mantener en el poder a costa de lo que fuera, incluso haciendo fraude”. Enseguida, medios y comentaristas participaron en la campaña: cuestionaron que el Estado mexicano destine recursos para la manutención del líder indígena o insistieron en el presunto fraude electoral del pasado 20 de octubre. Con base en una encuesta telefónica realizada sólo a 309 personas y publicada en primera plana, Reforma planteó incluso que 58% de los mexicanos rechaza la decisión del gobierno federal. En redes sociales se desataron comentarios de carácter racista, dirigidos contra los orígenes indígenas del expresidente boliviano. En el otro lado del espectro político mexicano, algunos actores de izquierda también hicieron uso de la imagen de Morales: no para repudiar al “dictador”, sino para presumir su solidaridad con el líder indígena, víctima de un “golpe de Estado”. Así, a lo largo de la semana pasada integrantes del gobierno de López Obrador, como el canciller Marcelo Ebrard e Irma Eréndira Sandoval, titular de la Secretaría de la Función Pública, así como Claudia Sheinbaum, la jefa del gobierno capitalino, y militantes de Morena –los diputados Mario Delgado y Gerardo Fernández Noroña, entre otros– publicaron en sus redes sociales fotografías que mostraban su proximidad con Morales. Esta capitalización política de la imagen de los asilados tampoco “es una novedad, hay antecedentes de esto”, afirma Yankelevich. “Si revisas la historia, cuando Luis Echeverría le dio asilo político a la familia de Salvador Allende la recibió en Palacio Nacional; cuando el expresidente argentino Héctor José Cámpora pudo salir de la embajada, porque los militares no querían darle un salvoconducto, el primero que lo recibió fue José López Portillo”, recuerda. Insiste en que a lo largo de su historia México otorgó protección internacional a miles de personas sin distinguir sus orientaciones políticas, bajo la consideración de que el asilo es “una figura jurídica fundamentalmente humanitaria, que atiende a la preservación de la libertad y de la vida de la gente”. Paradoja Autor de una treintena de libros, Yankelevich advierte: “Mucho cuidado con hacer paralelismos: son situaciones muy distintas, pero lo que a mí me parece importante es reconocer que la posición de México de hoy respecto al asilo, no es una novedad. “La novedad es que se haya vuelto a lo que se hizo durante el siglo XX y que se dejó de hacer a partir de los noventa por muchas razones, entre otras porque aparecen los procesos de redemocratización en América Latina y la conflictividad política desciende”. Su libro más reciente, Los otros (Diásporas, 2019), ofrece una mirada profunda sobre la política migratoria mexicana durante la primera mitad del siglo XX. Con base en archivos históricos inéditos documenta el origen de fenómenos que siguen vigentes 100 años después, como el uso del territorio mexicano como lugar de tránsito para llegar a Estados Unidos o la corrupción en la administración migratoria. El libro permite hacer un repaso por la historia del asilo, una tradición que instauró el gobierno cardenista en medio de una “paradoja”: según Yankelevich, la ley migratoria de 1936 resultó la “más restrictiva de la historia mexicana”, pues establecía cuotas de hasta 100 extranjeros por nacionalidad y por año, así como discriminaciones raciales y religiosas. Sin embargo, la misma ley consagró la apertura de México a los que huían de persecuciones políticas. “Es una cosa muy importante: cierra las puertas a la inmigración, pero plantea un país abierto a los perseguidos políticos; ahí no habla de raza, de color, de nada”, comenta el académico. La ley de 1936 fue producto del contexto mexicano anterior: “México es un lugar que vive una revolución, que se convierte en un lugar atractivo para mucha gente del progresismo, no sólo latinoamericano, sino europeo: es un lugar donde están pasando cosas, en una América Latina que se condena en dictaduras. En México se habla de revolución popular, reparto agrario”. Yankelevich resalta que la Revolución Mexicana “tiene un contenido latinoamericanista muy alto, se hace a espaldas de Estados Unidos, casi como una afrenta. Es como si fuera un ejemplo a seguir, un lugar abierto a los perseguidos políticos latinoamericanos”. Recuerda que el peruano Víctor Raúl Haya de La Torre fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana en México; que el líder estudiantil comunista cubano Julio Antonio Mella fue asesinado en 1929 durante su exilio en el país, o que una gran cantidad de venezolanos perseguidos por Juan Vicente Gómez llegaron a México desde los veinte. “En todos los años cincuenta y hasta los ochenta México está recibiendo permanentemente a asilados políticos, a muchísima gente, y algunos de ellos fueron jefes de Estado”, dice. Retoma los ejemplos de Trotsky, al que México fue el único país del mundo que le otorgó visa; el expresidente guatemalteco Jacobo Árbenz, derrocado por un golpe de Estado en 1954; el expresidente argentino Héctor Cámpora se exilió en México, o el propio Fidel Castro. “Evidentemente en la historia de América Latina han sido más los perseguidos de izquierda que los de derecha”, expone Yankelevich; sin embargo subraya que “México también dio asilo a gente de otros colores políticos”. “No ha sido un obstáculo para que México haya otorgado más de 600 asilos a cubanos anticastristas entre 1959 y 1962; se conoce la política solidaria de México con Cuba, pero no fue un obstáculo para que la embajada de México en Cuba recibiera perseguidos políticos”. En una coyuntura más reciente, resalta que López Obrador adoptó una posición de no intervención en la política interna de otra nación, y particularmente la posición frente al presidente venezolano Nicolás Maduro. “México es un ‘país solidario’ con Maduro, y fíjate lo curioso: la segunda nacionalidad a la cual el gobierno mexicano está reconociendo la calidad de refugiado es a los venezolanos que no son simpatizantes de Maduro”, dice. Este texto se publicó el 17 de noviembre de 2019 en la edición 2246 de la revista Proceso

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