El último monumento al fascismo en Europa

domingo, 3 de noviembre de 2019 · 10:16
La exhumación de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, ocurrida el pasado jueves 24, puso fin a una “vergüenza”, señala el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz: la de “que España pudiera tolerar un mausoleo público dedicado a un dictador”. La ceremonia –durante la cual los familiares del “caudillo” le lanzaron vivas y trataron de cubrir el féretro con la bandera franquista– transcurrió sin grandes aspavientos, pues el gobierno había advertido de posibles sanciones si se promovía un espectáculo masivo. MADRID (Proceso).- Tuvieron que pasar 44 años para que Francisco Franco fuera exhumado del Valle de los Caídos, el último monumento del fascismo en Europa. La mañana del jueves 24 se realizó el traslado de los restos al cementerio de Mingorrubio. Se hizo sin honores militares ni banderas franquistas en el féretro, como pedían los herederos. Estos, sin embargo, sacaron el féretro a hombros hasta depositarlo en un coche funerario. Y la familia lo despidió con gritos de “¡Viva España!” y “¡Viva Franco!”. El gobierno les advirtió que no podían colocar la bandera preconstitucional sobre el féretro dentro de la basílica, de lo contrario les abrirían un expediente sancionador. Lo hicieron en la intimidad, antes de reinhumarlo en su nuevo destino. El 18 de junio de 2018, pocos días después de llegar a La Moncloa, Pedro Sánchez, presidente del gobierno, anunció su propósito de exhumar a Franco, argumentando que “una democracia madura como la de España no se puede permitir símbolos que separen a los españoles. No es abrir heridas, es cerrar heridas”. La decisión tuvo la aprobación del Congreso de los Diputados. Y también de un auto judicial del Tribunal Supremo. El papel del Poder Judicial puso fin a una larga batalla que los herederos, la Fundación Francisco Franco y el prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera, emprendieron durante 16 meses para intentar frenar el traslado. En un mensaje institucional luego de sacar a Franco del Valle de los Caídos, Sánchez destacó que con la exhumación “se pone fin a una afrenta moral: el enaltecimiento de la figura de un dictador en un espacio público”. Con esta medida se pone fin al periodo del Valle de los Caídos como lugar de exaltación del dictador y de peregrinaje de los nostálgicos que participaban en misas oficiadas por monjes benedictinos, donde se hacía el saludo fascista y se pedía por “los caídos en la Cruzada de la Liberación” y por quienes dieron “sus vidas por Dios y por la Patria”. El historiador Nicolás Sánchez-Albornoz, protagonista de una de las fugas más conocidas durante la construcción del Valle de los Caídos, muestra “cierta satisfacción” de que finalmente se produzca la exhumación, una “decisión un poco tardía, pero ha llegado”, para cumplir con este pendiente democrático. “Debe ser el principio de la reparación de las víctimas”, sostiene. En 1947 Sánchez-Albornoz y Manuel Lamana, miembros de la Federación Universitaria Escolar (FUE), fueron detenidos cuando pintaban “¡Viva la Universidad Libre”, en una fachada de la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, y sentenciados a trabajos forzados. Pero en agosto de 1948, cuatro meses después de estar trabajando en el mausoleo en Cuelgamuros, nombre original del sitio donde se construía el gran símbolo de la Cruzada Nacional, protagonizaron una rocambolesca huida que les permitió llegar a Francia, para luego viajar a Argentina. En entrevista en pleno litigio judicial por la exhumación, Sanchez-Albornoz sostuvo que “España sigue discutiendo sobre la dictadura, la exhumación y los temas de memoria histórica, porque Franco murió en la cama. “Recuerdo que un corresponsal alemán me preguntaba cómo era posible que tantos años después aquí se siguiera discutiendo esta cuestión, cuando en Alemania en pocos años se debatió sobre el nazismo y se salió de ello. Le dije que esa maravilla que ocurrió en Alemania fue inducida por la ocupación de cuatro ejércitos de ocupación, que concluyó con el proceso de Nurem­berg y la prohibición de la apología del nazismo. “Pero en España, Franco murió en la cama, bajo la ocupación del propio ejército franquista. Aquí el franquismo no sufrió una derrota fundamental, por tanto no tuvimos un proceso como el de Nuremberg ni hubo forma de superar todo esto. No es que los españoles seamos torpes, fueron procesos distintos, de lo contrario no estaríamos hablando de estas dificultades.” Por eso, la exhumación provoca “una satisfacción”, porque era “una situación incómoda que durante 40 años el tema no se hubiera discutido, que no se debatiera sobre el significado del simbolismo del mausoleo de Cuelgamuros. Era una vergüenza ante Europa y el resto del mundo que España pudiera tolerar un mausoleo público dedicado a un dictador. “Ningún otro dictador tiene un monumento. No lo tienen Hitler ni Mussolini, que quedó (en la capilla familiar) en la pequeña aldea de San Cassiano; los restos de (Antonio de Oliveira) Salazar están en la parroquia de Vimieiro, en Santa Comba Dao (Portugal). Lo de aquí es una vergüenza”, expresa quien fue el primer director del Instituto Cervantes. La larga sombra de Franco El 1 de abril de 1940, con motivo del primer aniversario de la victoria en la Guerra Civil, se publicó el decreto mediante el cual se dispuso construir una basílica, un monasterio y un cuartel de juventudes en la finca de Cuelgamuros, en el municipio de San Lorenzo del Escorial. Más de 20 mil trabajadores edificaron el monumento durante 18 años. La mayoría eran presos políticos del bando republicano, obligados a hacer trabajos forzados. Mediante decreto del 23 de agosto de 1957 se creó la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, presidida por Franco, para regular las funciones y gestión del recinto, y se le atribuyó la titularidad de todos los edificios que integran el complejo. La inauguración, el 1 de abril de 1959, se hizo coincidir con el vigésimo aniversario de la Guerra Civil. En el Valle de los Caídos yacen los restos registrados de 33 mil 847 personas, víctimas de uno y otro lado de la contienda, que desde 1959 hasta 1983 fueron llevados en 491 traslados desde fosas y cementerios de todas las provincias de España para ser de depositados en la basílica, señala el informe de 2011, elaborado por un equipo de expertos a petición del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. De los sepultados ahí, 21 mil 423 están identificados –principalmente del bando nacional– y 12 mil 410 son personas desconocidas, según los registros de Patrimonio Nacional. Muchas de las víctimas de la dictadura sepultadas en el monumento, varias de ellas fusiladas, provienen de unas 480 fosas comunes. En diversas sepulturas sólo quedan huesos sueltos, como se descubrió tras la exhumación de 133 cadáveres en 1980. A Sánchez-Albornoz lo indigna que al monumento se le llame el Valle de los Caídos. “Se llama Cuelgamuros. Era el topónimo que tenía esa zona de la sierra de Guadarrama. El nombre del Valle de los Caídos es una tergiversación posterior con la finalidad de disimular la construcción del mausoleo para mayor gloria de la victoria militar franquista y de la Iglesia católica. “Se cambió el nombre porque en los años cincuenta los símbolos fascistas ya no estaban bien vistos internacionalmente. Convencieron a Franco de que tenía que darle gusto a los norteamericanos, porque era el momento en que el régimen discutía la cesión de las bases militares a Estados Unidos para cerrar el anillo en el mar Mediterráneo (Acuerdo defensivo España-Estados Unidos, 1953). “Entonces se inventan lo del Valle de los Caídos y juntan ahí a los caídos en el frente, los nacionalistas, con miles de fusilados en las cunetas de toda España, las víctimas de la dictadura. Es una vil desigualdad, por eso me indigna cuando ahora se pretende argumentar que se quiere hacer un monumento a la reconciliación”, dice Sánchez Albornoz. “Eso no es reconciliación, porque los enterrados ahí son de naturaleza distinta; por un lado, soldados muertos en la guerra, y el número mayor son cadáveres robados de las cunetas y sin permiso de las familias de los fusilados, de las víctimas. ¿Cómo se puede reconciliar esto, todo bajo la cruz que tiene la connotación fascista de la cruzada?” Fuga del Valle de los Caídos En 1947, a los 20 años, Sánchez-Albornoz y Lamana fueron sentenciados por un consejo de guerra por la pinta en la Universidad Complutense y cuando participaban en la reconstrucción de la FUE, un sindicato clandestino de estudiantes que participaba en protestas desde la dictadura de Miguel Primo de Rivera, en los veinte del siglo pasado. “Como presos políticos, nosotros llegamos ocho años después del inicio de la construcción del complejo monumental. Los nuestros eran delitos posteriores a la Guerra Civil; fuimos condenados por la resistencia en contra de Franco. Llegamos ahí en marzo de 1948, todo está registrado en un libro (Cárceles y exilios, Anagrama) y en la película Los años bárbaros (de Fernando Colomo, 1998). “Cuando arribamos a Cuelgamuros, uno de los jefes me preguntó si yo era estudiante, y como tenía estudios universitarios, sabía matemáticas y escribir a máquina, me destinaron a las oficinas para ayudar con la contabilidad. Esto me valió para enterarme de los insumos que llegaban. Me enteré de que el régimen alquilaba a las constructoras a los presos políticos para que trabajaran en los tres destacamentos, el del monasterio, el otro para horadar la cripta con explosivos y el tercero para construir la carretera de acceso al valle. “Los presos políticos eran alquilados a 10 pesetas y 50 céntimos. Y el régimen tenía un presupuesto de cinco pesetas diarias para alimentar a los trabajadores. O sea que los presos trabajaban para alimentarse a sí mismos, y aun así, los responsables se quedaban con una parte. Había una corrupción generalizada a bajo nivel. Otra práctica que descubrí era que los camiones con la comida para los presos, cargados de arroz, papas, garbanzos o aceite, hacían el paripé de sacar los sacos y bidones, pero muchos regresaban llenos al camión y esos iban al mercado negro. Después a los presos les escatimaban la comida.” A los cuatro meses los dos presos envían mensajes al muy reducido grupo de la FUE que tenía base en París, “donde les hicimos llegar nuestra disposición a escaparnos. Se organizó un plan y acordamos que nos recogerían en un punto cercano en San Lorenzo del Escorial. El destacamento no tenía vallas ni perros, como los campos de concentración alemanes. Aquí sólo había rondando guardias civiles; y seguimos el plan, escapamos del monasterio y nos fuimos al Escorial”. En el plan participaron el antropólogo Paco Benet (hermano del novelista Juan Benet), la escritora y periodista estadunidense Barbara Probst Solomon, de fuertes convicciones antifranquistas, y Barbara Mailer, hermana del escritor Norman Mailer, quien puso su auto a disposición de la fuga. “Necesitábamos una serie de salvoconductos para mostrarlos a la Guardia Civil en los controles –sobre todo uno para circular en una franja de 25 kilómetros a lo largo de la frontera con Francia– ,que sólo entregaba el capitán general de Cataluña. Pero lo conseguimos.” Los compañeros de la FUE exiliados en París habían entrado en contacto con el Movimiento Socialista de Catalunya, una organización clandestina dirigida por Josep Pallach. Y con ellos había un soldado que estaba haciendo su servicio militar, militante del Partido Socialista de Cataluña, y cuya tarea era presentar al capitán general los pases que tenía que firmar, y el capitán sólo firmaba, pero no se fijaba, así pudo colar el de los conjurados. Luego de pasar los controles tuvieron un accidente y tuvieron que pasar clandestinamente a pie por los Pirineos. “No queríamos quedarnos en España, como lo hicieron los 42 fugados antes que nosotros y que luego fueron detenidos. Nosotros queríamos llegar al extranjero. Nos ayudaron mucho, organizaron todo muy bien, llevaron a las compañeras con el auto. Todo fue gracias a la ayuda y a la imaginación de un grupo pequeño, de 10 personas, quienes sabíamos todo el entramado y éramos amigos. Así no corríamos el riesgo de que hubiera chivatos ni que tuviéramos infiltrados.” Sánchez Albornoz y Lamana viajaron de Francia a Argentina, donde continuaron sus carreras universitarias. En 1968, con la llegada de la dictadura militar al país suda­mericano, el entrevistado volvió a migrar a Nueva York. Se le pregunta a Sánchez Albornoz qué haría con el Valle de los Caídos. “Se está gastando mucho dinero en la restauración por mantener el complejo monumental. Yo pediría que no se gaste un céntimo más en la restauración y dejar que la naturaleza termine con él”. Este reportaje se publicó el 27 de octubre de 2019 en la edición 2243 de la revista Proceso

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