El artista Rafael Cauduro abrió su casa y su estudio de Cuernavaca a Proceso para mostrar su mundo. Concertada la entrevista por teléfono con su asistente Gabriela Cavazos
–quien solicitó enviar un cuestionario previo porque el pintor, desde hace unos años, está imposibilitado del habla–, la visita, gracias a su equipo de trabajo, resultó una experiencia reveladora: trasmitió su rechazo a la etiqueta de “hiperrealista”, de sus temas fundamentales, de sus obras en Los Pinos, de su obsesión por la justicia… Su representante Liliana Pérez Cano dijo: “Cuando representa a una figura humana en una de sus obras, no implica que sea la realidad, sino la huella, un fantasma que pudo haber dejado en ese momento”.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Qué tanto puede asirse el imaginario de un artista, es la primera pregunta al entrar a la casa del pintor Rafael Cauduro.
Su obra, que puede apreciarse abiertamente en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en el Metro Insurgentes y en el Centro Cultural Los Pinos, es apenas un acercamiento a su impulso vital.
Ubicada en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, donde apenas al cruzar la entrada recibe al visitante una obra inspirada en un tzomplanti (que se repite en diversos puntos de la vivienda), la casa de Cauduro hace reflexionar sobre su trabajo, a menudo calificado de hiperrealista, y cuyo término rechaza.
Explica Liliana Pérez Cano, su representante, durante el recorrido-entrevista, pues Cauduro (Ciudad de México, 1950), aunque entero físicamente, es aquejado por una enfermedad sin diagnóstico que le afectó el habla desde hace unos cinco años, lo que le impide sostener una conversación fluida:
“No le gusta ese término de hiperrealismo porque ve más su trabajo como una realidad y ficción que conviven, una especie de realismo mágico. A la fecha no ha querido definirlo con un título. Cuando representa a una figura humana en una de sus obras, no implica que sea la realidad, sino la huella, un fantasma que pudo haber quedado en ese momento.
“Sería el equivalente a decir: si las paredes de una calle, de una casa, de cualquier construcción hablaran ¡imagina todo lo que contarían!”.
Sobre la crítica que también lo ha considerado bajo esa etiqueta, Cauduro dijo en 2001 a la reportera Judith Amador Tello de Proceso –a propósito de la publicación del lujoso volumen Rafael Cauduro. Un posible itinerario (Editorial Vid):
“Si acaso, es una mentira bien dicha, pero no tiene nada de realidad.”
[caption id="attachment_572878" align="alignnone" width="768"] La casa, un museo. Foto: Eduardo Miranda[/caption]
Casa-museo
Visiblemente sonriente y animado, el pintor acompaña durante todo el transcurso, deteniéndose en las obras, escuchando atento y en ocasiones haciendo algunas breves observaciones a Pérez Cano.
Tras un jardín digno de La Ciudad de la Eterna Primavera, hay al menos cinco piezas que reciben a los visitantes: en una mesa de centro, con otro tzompantli –tema de la historia prehispánica de México que más lo atrae–, están la obra La tía y Porfirio y un óleo (de varios que se encuentran distribuidos por toda la casa y estudio) de una serie sobre la discapacidad:
“A su juicio el ser humano tiene una discapacidad por naturaleza, porque no le basta tenerse a sí mismo para sobrevivir, a diferencia de los animales siempre requiere de herramientas o aparatos que lo ayuden a seguir adelante”, comenta Pérez Cano antes de entrar a la vivienda.
La casa, que habita desde hace treinta y cinco años, está rodeada de sus pinturas, esculturas, instalaciones, dibujos y diversos objetos que la hacen en esencia una gran obra habitable.
En el interior de la casona dominan diversos tonos del naranja y el café, en especial un óxido que semeja el paso del tiempo, similar al que se aprecia en los objetos con “corrosión”. Las obras –que hacen pensar en un museo caudureano–, van de la década de los noventas hasta años recientes y son las consideradas las más entrañables por el pintor, que jamás buscó vender.
A un costado de los muebles de la sala, que pasan casi desapercibidos por la obra, hay una instalación en gran formato titulada Retablo de los éxtasis, que semeja el atrio de una iglesia con una inmensa cruz que cuelga del techo; debajo, cuidadosamente colocadas, seis figuras humanas hechas en acero con visibles muestras de corrosión trabajada, imágenes de mujeres y hombres que de espaldas, arrodillados y rezando, son consumidos por sus pecados.
“Contrario a lo que muchos piensan, Cauduro encuentra vida en el paso del tiempo, en los objetos que muchos considerarían deteriorados, inservibles o basura, porque tienen la huella del tiempo, él los rescata y los revaloriza cuando los trabaja.”
El comedor se rodea de obras en gran formato, tanto de la serie sobre discapacidad como una alusiva al pasaje bíblico de Sodoma y Gomorra.
Integrado a la visita está Ernesto Martínez, asistente de trabajo del pintor desde hace treinta años, quien curiosamente aparece en algunas de sus piezas, como en el mural Escenarios subterráneos. Metro de Londres-Metro de París (en la estación Insurgentes del Metro) o en La historia de la justicia en México en la SCJN, en donde se representan los “siete crímenes mayores”: Homicidio, procesos viciados, represión, secuestro, tortura, abusos carcelarios, y violación.
Cauduro revisitó estos murales tras el sismo de 2017, una vez que el Centro de Conservación Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam) del Instituto Nacional de Bellas Artes restauró algunas afectaciones (Proceso, 2191). De esas obras en la SCJN –que alberga las de José Clemente Orozco, Georde Biddle, Héctor Cruz, Luis Nishizawa e Ismael Ramos–, los murales de Cauduro no presentaron mayor problema.
El tema de la injusticia a raíz de los murales fue tan sórdido que lo siguió trabajando, y prueba de ello es un estante intervenido que recuerda a los documentos (procesos muertos) de los presos, archivados y sin mayor esperanza de revisión.
“Después de que hice los murales en la Suprema Corte me enfoqué mucho en crear obras con temas sobre la injusticia y la violencia en nuestro país. Sigo trabajando, aunque me he tomado tiempos para disfrutar más de mi familia, en particular de mis dos hijas, Juliana y Elena”, explicó Cauduro en un cuestionario previamente enviado.
[caption id="attachment_572881" align="alignnone" width="768"] Con la instalación "Retablo de los éxtasis". Foto: Eduardo Miranda[/caption]
“No es del agrado del Presidente”
Al avanzar, entre la cocina y el comedor, hay una obra en homenaje a la madre del pintor, Elena, quien fue cantante de ópera –ella y los trenes son dos de los temas más gratos del pintor sobre su niñez–; la imagen en una versión juvenil se repite en otra ocasión en el pasillo conducente a la recámara.
De hecho la obra que se puede apreciar ahora en la exresidencia presidencial y ahora Centro Cultural Los Pinos (en la planta baja de la Casa Venustiano Carranza), es también un claro homenaje a su madre y a su padre, según consignó el artista. Se trata de Fachada Teatro de la Ópera (1994), un acrílico y óleo sobre tela de 1.60 x 3.20 m.
En su parte superior derecha se aprecia, entre un desvanecido que semeja el paso del tiempo, la palabra “Ópera”; abajo, al fondo de una puerta semi-abierta, la figura de un hombre recién llegado al lugar.
El pintor refirió que le tomó cerca de dos meses realizarla a petición del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari en 1993, quien rechazó tomar obra prestada del INBA para la residencia oficial de Los Pinos, por lo cual convocó a 33 artistas nacionales y conformar la “Colección de Pintura de la Residencia Oficial de Los Pinos”, entre ellos hay obra de: Enrique Canales, Miguel Castro Leñero, Rafael Coronel, Roberto Cortázar, José Luis Cuevas, José Chávez Morado, Manuel Felguérez, Julio Galán, Vicente Gandía, Gunther Gerzso, Sergio Hernández, Luis López Loza, Rodolfo Morales, Sylvia Ordóñez, Irma Palacios, Vicente Rojo, y Francisco Toledo.
A finales del año pasado la prensa nacional informó del destino incierto de 27 de 33 obras del acervo –incluso Hernández, Palacio y Toledo solicitaron a Alejandra Frausto, titular de la Secretaría de Cultura información.
A mediados de enero, Presidencia de la República dio a conocer que las obras habían sido encontradas por la Dirección General de Bienes Materiales en una de sus bodegas ubicada en la avenida Constituyentes.
El Universal consignó la versión de Toledo, quien fue llamado de Presidencia para solicitarle una obra, pero también que no hiciera algo “ofensivo al presidente”, y terminó haciendo un murciélago con unas orejas muy largas, pensando en que al verlo, la gente encontrara alguna similitud con Salinas de Gortari.
Cauduro ríe un poco cuando se le comenta la anécdota; la propia la narró a Proceso por escrito:
“Me vinieron a buscar a mi domicilio para hacerme llegar la invitación formal… No recuerdo que me hayan indicado algo, el tema fue libre y se me ocurrió pintar un cabús de tren, porque desde muy pequeño, cuando estudiaba en el Instituto Patria, me gustaban mucho los trenes, además de que me parecía muy representativo de México por la importancia que aún tenía en aquel entonces el tren, y le agregué personajes de la época de la Revolución. Quizá por ello decidieron mandarlo a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.”
Se trató de Historia en el cabús (1993).
Por la referencia a la Revolución, a las personas humildes y al entorno de la decadencia en el tren, a Salinas de Gortari no le gustó, según explica Pérez Cano frente al artista, por lo cual le pidieron hacer otro. En esa segunda pieza pintó una fachada muy mexicana, donde justo recordó a sus padres.
–¿Recuerda cuánto le pagaron? –se le preguntó en el texto, y respondió:
“No lo recuerdo bien, pero según los registros que en aquel momento se llevaban en mi estudio, por la primera pieza recibí 135 mil pesos y por la segunda el equivalente a 50 mil dólares.”
–Ahora que se encontraron las obras, ¿deberían regresar a Los Pinos?
“Sí, o en otros lugares de acceso público. Es muy importante promover proyectos de Arte Público, muchos artistas queremos hacerlo y dejar de crear sólo para algunos sectores de ‘élite´ de la sociedad. También creo que es muy importante que los empresarios se den cuenta que es posible invertir en Arte Público, tal como pasó en el mural del Edificio Cauduro, pues fue un proyecto privado pero con vocación pública, la fachada del inmueble, que son condominios privados, puede ser vista por todos los transeúntes de la zona.”
Atrás queda la casa.
Al llegar al estudio, situado a unos 50 metros –además de otras obras que se aprecian en las paredes hay dibujos de cajones de trenes–, Cauduro recuerda su infancia. Iluminados los ojos, con la ayuda de su personal de confianza, recuerda anécdotas de su infancia en la cual solía colocar monedas en las vías que atravesaban la colonia Polanco de la Ciudad de México, y esperar a que pasara el tren para recogerlas completamente aplanadas.
Está a la vista también una pieza que creó en el 2000 como parte de la escenografía de la ópera Salomé en el Palacio de Bellas Artes, tema que sirvió de inspiración para trabajar varios cuadros. Y ahí mismo se muestra su último trabajo, inspirado en la cárcel de mujeres de Santa Marta Acatitla, que visitó con motivo del mural de los siete crímenes en el mural de la SCJN.
Cada pieza toma al artista un aproximado de cuatro meses de trabajo, cuando menos, pero el de la injusticia sigue presente.
–¿Cree en la justicia de la que habla Andrés Manuel López Obrador?
“Sí, no hay que perder la esperanza”, se hace explicar frente a ese cuadro de Santa Marta Acatitla en el cual yace una mujer tendida en el piso de un baño, entre cuyos mosaicos de las paredes se alcanzan a ver miradas inquisidoras y vigilantes.
Este texto se publicó el 17 de febrero de 2019 en la edición 2207 de la revista Proceso.