El español no es sólo de los españoles

domingo, 10 de marzo de 2019 · 09:50
La larga batalla por la lengua española entre la llamada Madre Patria y los países hispanoamericanos ha sido registrada puntualmente en esta relación de hechos y conceptos que su autor, escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, entrega a Proceso en esta hora de la conmemoración de los 500 años del arribo de las huestes de Cortés a lo que hoy es nuestro país. Este es el escenario en que se debatieron las academias correspondientes, y en el que México jugó un papel central en su búsqueda de una identidad propia. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Como lo sabemos (Proceso 2199), un idioma es un instrumento de dominio. Imponer el español en territorios vastísimos les permitió a los peninsulares construir su imperio. Aunque tras las guerras de independencia en América el español dejó de ser sólo de los españoles, al concluir el primer tercio del siglo XX pocos americanos y menos españoles lo habían advertido. Tan únicamente suya sentían los españoles nuestra lengua, que la Gramática publicada en 1931 por la Real Academia Española no incluye ninguna cita de un autor que no sea español. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XX, entre otras obras, Arturo Azuela había publicado Los de abajo; José María Arguedas, Raza de bronce; César Vallejo, Los heraldos negros y Trilce; Jorge Luis Borges, Cuaderno San Martín y Evaristo Carriego; Carlos Pellicer, Piedra de sacrificios; Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra; Roberto Arlt, El juguete rabioso, Los siete locos y Los lanzallamas; Rómulo Gallegos, Doña Bárbara; Gabriela Mistral, Desolación y Ternura; Pablo Neruda, Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada; Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente y La sombra del caudillo; Juana de Ibarbourou, La rosa de los vientos; Vicente Huidobro, Altazor… Con estos y otros libros, estos y otros autores igualmente notables habían ido incorporando a nuestra lengua la savia y la sangre de América en diversas variantes de nuestra habla: todas igualmente legítimas que el español de Madrid, pues todas surgían de la historia, el genio y la necesidad de hablantes cuyo modo propio de expresión era el español. Abundan en estas obras expresiones y voces que se apartan del español general; como sucede con autores de allende el Atlán­tico. Un glosario y algunas notas facilitan la lectura de Arlt, Azuela o Güiraldes… tanto como la de Ramón Valle-Inclán o Miró. En el DRAE –el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española–, el español general era el castellano de Madrid; se prestaba atención a los españolismos y muy poca a los americanismos. En el primer tercio del siglo XX, la RAE era dueña del bien decir en español; las academias que a partir de 1871 había ido fundando en América y la mayoría de los académicos acataban sin reparo sus disposiciones. Algunos espíritus libres, sin embargo, ya habían comprendido que la corrección del español no podía depender de la forma de hablarlo y escribirlo en un centro único. En 1901, Unamuno escribió: Desparrámase hoy la lengua castellana por muy dilatadas tierras, bajo muy distintas zonas, entre gente de muy diversas procedencias y que vive en diversos grados y condiciones de vida social; natural es que (…) se diversifique el habla. Y ¿por qué ha de pretender una de esas tierras ser la que dé norma y tono al lenguaje de todas ellas? ¿Con qué derecho se ha de arrogar Castilla o España el cacicato lingüístico? En 1952, al comentar la cita anterior, Antonio Castro Leal escribió: La importante corriente cultural que representan en el mundo de hoy España, los pueblos hispanoamericanos y Filipinas, exige un idioma cuyo centro no puede ser ya España, la cual es nada más una de las provincias del vasto territorio de habla española (…) La Academia Española de la lengua no puede seguir siendo el árbitro único del español, porque no conoce suficientemente o porque no quiere reconocer la lengua que se habla fuera de España. Acabo de regresar de un viaje por la América del Sur. Voló nuestro avión durante ocho horas sobre territorio donde se habla español. Sólo tres lenguas más en el mundo pueden soportar una prueba semejante: el inglés, el chino y el ruso. Pero el español tiene una superioridad sobre el ruso y el chino. Cada una de éstas es la lengua de una sola nación (…) Mientras que el español, lo mismo que el inglés (…), es un instrumento internacional. Hace 500 años España empezó a extender su lengua por el Nuevo Mundo; hace 200, sus dominios trasatlánticos se fraccionaron en lo que ahora son 19 naciones. Lo que no se fragmentó fue el español, la lengua común de todos esos pueblos. En cada uno de estos países hay una academia del español. Ninguna otra lengua cuenta con un sistema similar de vasos comunicantes. Tan evidente como las ventajas de la unidad es el hecho de que en el habla se producen diferencias regionales. Y, ¿a quién le corresponde ser el árbitro de nuestra unidad? Escribió Castro Leal en 1952: Siempre que se habla de los países hispanoamericanos, España siente un complejo imperialista. Los considera como sus antiguas colonias y no cree que puedan ser sus iguales, que puedan tener razón, ni que es conveniente afiliarse con ellos. El panorama ha cambiado, aunque no todo lo que haría falta. La Nueva gramática de la lengua española (2009) es producto de 11 años de trabajo consensuado entre todas las academias, y en ella, al lado de los escritores españoles, figuran ya autores americanos. Hasta 2003 (22ª edición), el Diccionario de la lengua española aparece editado por la RAE, al igual que la Ortografía de la lengua española (2003) –en el preámbulo de la 21ª edición, sin embargo, ya se habla de la participación de la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española–. En el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el Diccionario esencial de la lengua española (2006), la Nueva gramática (2009) y las ediciones conmemorativas de Miguel de Cervantes, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, figuran como editores la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. En el Diccionario de americanismos (2010) aparece nada más la Asociación de Academias de la Lengua Española, cuya lista encabeza con razón, pues es la más antigua, la Real Academia Española. En ese camino hacia una mayor autonomía de las academias, en 2010 la Academia Mexicana de la Lengua y Siglo XXI Ediciones publicaron un Diccionario de mexicanismos, y la Academia Chilena de la Lengua, el Diccionario de uso del español de Chile. Ese mismo año, por primera vez, un diccionario académico se preparó fuera de la RAE: la Academia Mexicana de la Lengua construyó la planta de un diccionario escolar que cada una de las demás academias podrán adaptar al uso del español en sus respectivas naciones. Todo esto ha sido posible gracias al trabajo de la Asociación de Academias de la Lengua Española, surgida del Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en México en 1951. La idea de reunir en un congreso a todas las academias, y a todos los académicos de la lengua española, fue de Miguel Alemán, presidente de México (…). Al presidente Alemán le interesaba fortalecer la posición del español, y la posición del país. La unidad de la lengua era un bien invaluable. Decidir los límites de esa unidad ya no debía ser tarea exclusiva de los españoles. La Academia acordó que el Congreso se inaugurara el 23 de abril del año siguiente, en homenaje a Cervantes, que falleció en ese día. En seguida se enviaron las invitaciones a las academias entonces existentes: Colombia, Ecuador, El Salvador, Venezuela, Chile, Perú, Guatemala, Costa Rica, Uruguay, Filipinas, Panamá, Cuba, Paraguay, Bolivia, Nicaragua, República Dominicana, Argentina y Honduras. Asunto aparte era la Real Academia Española. Alejandro Quijano, en su calidad de director de la Academia Mexicana, Genaro Fernández MacGregor y José Rubén Romero fueron a Madrid para invitar a los académicos españoles y someter a su consideración un proyecto del temario para la asamblea. El 19 de octubre, a las siete y media de la tarde, en el Salón de Juntas de la Real Academia Española, don Alejandro leyó un mensaje invitando a los académicos españoles, en nombre del presidente Alemán. Ramón Menéndez Pidal, director de la RAE, aceptó la invitación, y José María Pemán dijo en su discurso: “No creáis que sentimos celos porque esta iniciativa feliz y gloriosa venga de México (…) acudiremos con amor y complacencia (…)”. Para noviembre, el temario del Congreso había sido aprobado por la RAE. En diversos medios se habían publicado los nombres de una veintena de académicos españoles que irían a México. En ese punto, surgieron dificultades. El delegado mexicano a la ONU, Luis Padilla Nervo, votó en contra de que se levantaran las sanciones que en 1946 se habían acordado contra España. Posteriormente, en Santiago de Chile, en una reunión del Consejo Económico y Social de la ONU, el delegado mexicano apoyó una proposición del delegado soviético contraria al gobierno español. En sus Estatutos, la RAE se definía como una corporación ajena a los intereses políticos. Pero, ¿cómo puede quedar algo fuera de esa esfera que todo lo abarca? La posición de México en estos casos y el apoyo que brindaba al gobierno republicano en el exilio tuvieron consecuencias. El 30 de marzo, a menos de un mes de que se iniciara el Congreso, Alejandro Quijano expuso en la sesión de la Academia que había recibido un telegrama y una carta: por “indicación de la Superioridad”, los académicos españoles no viajarían a México. El 6 de abril, el ministro de Educación del gobierno franquista fundamentó ante la prensa aquella “indicación de la Superioridad”. Dijo que, por razones de patriotismo, la Real Academia Española había puesto como condición para acudir al Congreso que el gobierno mexicano manifestara “públicamente haber dado término a sus relaciones con el gobierno rojo y desconociese la representación diplomática [republicana] existente en México”. Como esa condición no fue atendida, “la RAE había decidido no acudir al referido Congreso de Academias”.  La noticia apabulló a los académicos mexicanos. Nemesio García Naranjo propuso que el congreso se aplazara tres meses. Genaro Fernández MacGregor, que se cancelara. El presidente Alemán –dijo Alejandro Quijano– desearía que el Congreso se celebrara como estaba previsto. Por 14 votos a favor y dos en contra, se decidió que se celebrara en la fecha elegida. El 12 de abril llegó a México el primer delegado extranjero, el helenista panameño José de la Cruz Herrera. La inauguración del Congreso, el 23 de abril, en el Palacio de Bellas Artes, revistió la mayor solemnidad. Hablaron el presidente Alemán, el director de la Academia Mexicana y el jefe de la delegación colombiana (…). La cuestión era: ¿cuál era el buen español? El jefe de la delegación colombiana, el padre Restrepo, dijo que la finalidad del Congreso era “velar por que este tesoro común, que es la lengua madre, se conserve incólume y se transmita limpio y puro de generación en generación”. Era inevitable que en diversas regiones “prevalezcan ciertas desviaciones de la lengua común” y aceptó “que así se hable en la intimidad del hogar”, pero exigió que, en la cátedra, en la tribuna, en las reuniones públicas, en oficinas y almacenes, prevaleciera “una pronunciación más esmerada”, que debería aprenderse en la escuela y que podría llamarse “castellano literario, a diferencia del castellano popular”. La radio y el cinematógrafo contribuirían a lograr eso que salvaría al español: una misma pronunciación para todo el continente, diversa de la española sólo por el seseo, “que nos es ya connatural”. En su discurso, Nemesio García Naranjo resaltó que: Sería pueril colocar una venda sobre nuestros ojos para pasar por alto la ausencia de la Real Academia Española. Es la institución central de nuestro idioma, y, por lo mismo, embarcarnos sin ella es una aventura que puede suscitar desconfianza, desconcierto y hasta temor de ir a un fracaso seguro. Publicaciones peninsulares nos han recordado que es la única que tiene autoridad en cuestiones de lenguaje. El Congreso, sin embargo, no se había suspendido. Y sus consecuencias pusieron fin al dominio absoluto de la RAE sobre el español.  Este texto se publicó el 3 de marzo de 2019 en la edición 2209 de la revista Proceso.

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