El renacimiento de la imagen de Zapata

miércoles, 10 de abril de 2019 · 10:17
Para el historiador Salvador Rueda Smithers, el revolucionario, quien hasta los años 80 fue una figura esencial de la historia oficial, tendrá un renacimiento de su imagen como “la justicia posible”, pero además de la defensa de la naturaleza. Por otra parte, cuenta el diálogo con su colega estadunidense John Womack, quien ha aclarado que a causa de una traducción equívoca al español de su biografía el zapatismo apareció como un movimiento conservador. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En 1969, como resultado de su tesis doctoral en la Universidad de Harvard, el historiador estadunidense John Womack Jr. (Oklahoma, 1937) publicó por primera vez su reconocida obra Zapata y la Revolución mexicana, considerada como uno de los estudios más completos sobre Emiliano Zapata y el Ejército Libertador del Sur. El volumen inicia así: “Éste es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución. Nunca imaginaron un destino tan singular. Lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su lugar, lo único que querían era permanecer en sus pueblos y aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados, por centenas de años, vivieron y murieron: en ese diminuto estado de Morelos del centro-sur de México.” Su título original, y con el cual quedó registrado en la biblioteca en Harvard, fue Emiliano Zapata and the Revolution in Morelos, 1910-1920, aunque “no quise decir que Zapata hubiera hecho la revolución ahí, sino que ahí la Revolución lo volvió su dirigente y la figura histórica en que se convirtió”, relata el propio historiador en la segunda edición aparecida en 2017 bajo el sello del Fondo de Cultura Económica (FCE). Profesor emérito de Historia y Economía Latinoamericana de dicha universidad, Womack hace otra aclaración más singular: “…la oración inicial del prefacio, que en inglés habla de ‘country people who did not want to move’, no resultó muy fiel en su traducción al español como ‘no querían cambiar’”. Tras agradecer la traducción original de Francisco González Aramburo a la cual califica de “maravillosa”, y comentar que son más precisas las traducciones francesa e italiana pues señalan que la población “no quería moverse de su lugar de origen”, el profesor emérito de Harvard puntualiza en el prólogo de la nueva edición: “Esta gente no quería dejar su hogar, sus pueblos, sus parroquias, toda la familia, santos, propiedades, títulos, negocios, trabajo, seguridad, herencia, valores, recuerdos, fe y esperanza que tenían depositados ahí, no querían renunciar a sus comuniones y comunidades, por pobres que fueran, para entablar relaciones incomparablemente peores, entrar en el intercambio despiadado, azaroso e inconmensurable del mercado laboral, vivir indefinidamente como extraños asalariados entre extraños, valerse por sí solos adondequiera que tuvieran que ir, en particular si aún no sabían que podía haber nuevas comunidades que ellos mismos podrían construir, nuevas y provechosas formas de comunión que podrían aprender, como los vínculos entre camaradas.” Y explica el meollo del asunto: “Para entender este problema con la traducción al español, hay que recordar que cuando en inglés se dice to move significa simplemente irse de donde se estaba viviendo para llegar a vivir a otro sitio, se sepa o no cuál es el nuevo lugar, lo cual ni siquiera importa. Lo importante es el desplazamiento, la partida, la experiencia que significa, la tristeza o la esperanza que conlleva, o ambas, pero no las direcciones. Así que este move no se traduciría como ‘mudarse’ o ‘cambiar de casa’, a menos que fuera un asunto oficial, digamos fiscal o postal o policiaco. La traducción al español pudo haber sido ‘no querían dejar sus pueblos’, pero creo que el italiano queda mucho mejor: ‘no querían irse de donde eran’. Definitivamente, no pensaba entonces (ni he pensado nunca) que ‘no querían cambiar’. Al contrario, me parecía que los anenecuilquenses y otros como ellos en Morelos y en otras partes podían cambiar, como describí en el prefacio, al hablar de cómo los ancianos recurrían a los jóvenes en busca de una nueva forma de lucha, y también a lo largo del libro (con detalle en los capítulos VIII-XI) y en el epílogo, donde al pensar en todo lo que había aprendido ahí y recordar a los niños tan concentrados en su futbol (por favor, nada de tipologías indígenas), vi que los niños y niñas se convertirían en hombres y mujeres fuertes, capaces de cambiar y con ello resistir la presión del peligroso futuro que tenían por delante.” Doble carácter En el marco del centenario del asesinato de Zapata, que se cumple este 10 de abril, el director del Museo Nacional de Historia, coautor con Laura Espejel y Alicia Olivera del volumen Emiliano Zapata. Antología y con María Elena Noval de Zapata en Morelos, Salvador Rueda Smithers cuenta a Proceso que en un encuentro en El Colegio de México le comentó a Womack que no está convencido de que sea una mala traducción: “Más bien muestra sus lecturas”, dice y menciona El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y Decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon, “por eso lo del Atila del Sur”. Y añade: “La descripción de los campamentos en el Ajusco se parece mucho a la de los campamentos bárbaros afuera de Roma. Entonces yo le decía que no debería pelearse con esa frase porque es básicamente literaria, se nota que es un historiador que tiene a la literatura como su primer referente. Y por otro lado el punto de hacerlo con el zapatismo es porque, con los mismos datos, el zapatismo tiene una doble interpretación: es un movimiento profundamente conservador y por otro lado profundamente revolucionario. La clave está en que es un movimiento singular, no tenemos otra referencia, está defendiendo lo que siempre ha sido porque quiere un futuro mejor.” –¿Y reaccionario por qué? –Reaccionario no, conservador, no es lo mismo. Conservador en el sentido de que está buscando mantener tierras y el status quo nacido de las leyes virreinales que crearon a los pueblos las tierras comunales, etcétera. Pero no es que sea reaccionario, es que es distinto a liberal. Tampoco tan conservador, por un lado no destruye las haciendas –a las haciendas no las destruye el zapatismo– y por el otro lado su propuesta de organización política es totalmente novedosa, es democrática. –Distintos historiadores señalan que cuando los zapatistas llegan a la Ciudad de México, donde ya hay un movimiento anarquista que no piensa en la propiedad privada, se les ve como conservadores. ¿Qué se piensa en ese momento? –Cuando ellos entran el estado de ánimo era aterrador. Se había divulgado que la llegada de los zapatistas, “el sueño de Zapata” –así se llamaba una caricatura política muy famosa de la época– era venir a destruir la ciudad porque significaba el lugar del explotador, de su enemigo. Era una lectura basada en las interpretaciones de las guerras de castas que en esa época existían. Cuando entran estos hombres humildemente y vienen asombrados, piden de comer por favor, etcétera, cambia inmediatamente el estado de ánimo, la visión que se tenía de Zapata y el zapatismo. “Pero ya para esas fechas, desde 1913, se había incorporado al cuartel general zapatista gente con distinta línea ideológica. Había, por ejemplo, anarcosindicalistas, liberales radicales, algún protestante, etcétera. Ellos, como Antonio Díaz Soto y Gama, Ángel Barrios, Paulino Martínez, fueron nutriendo el discurso zapatista con un lenguaje moderno, empieza a hablar del proletariado, de la explotación, aspectos que no venían en los primeros documentos.” Añade el historiador que, al hablar de restitución de la propiedad comunal y el castigo a los enemigos de la revolución, grupos más contestatarios, “más de línea de reforma social proletaria”, se acercaron al zapatismo que acabó siendo más inclusivo, tanto como Venustiano Carranza, que son las dos líneas de la Revolución que estuvieron en debate y con las cuales se construye el Estado moderno. –¿Fueron más inclusivos que el magonismo? –¡Sí, por supuesto! Y desde el punto de vista político mucho más exitosos. No me pique la cresta con el magonismo porque me van a pegar los magonistas –bromea–, pero era muy intelectual, su trabajo era a través de la prensa y medios escritos, lo cual implicaba que hubiese lectores y después oyentes, sobre todo en las fábricas y en las minas, aunque con los campesinos analfabetos el asunto era diferente. Ahí tienes que hablar de la tierra y del estado social de las comunidades y que se parezca a lo que has estado sufriendo, los ritmos de trabajo son distintos, eso te hace pensar diferente. Hacia el símbolo –¿Cuándo se transforma Zapata en símbolo urbano? –No te sabría decir exactamente, esa parte ya no la atestigüé, me toca ver cómo va caminando del campo a la ciudad, digamos a finales de los años sesenta o en los setenta deja de ser un símbolo y un personaje de la historia del campo y lo encuentras aquí lo mismo en un grupo de rock que así se llama, en una rola muy avanzada de unos locos que gritan ¡viva Zapata!, en graffitis, pósters y en las camisetas de la gente urbana. “Hay un camino en las corrientes profundas de la cultura, donde conforme la gente del campo va emigrando a la ciudad se va trayendo sus valores, entre ellos a Zapata. Y conforme se van yendo de México a Estados Unidos se lo van llevando también, entonces se internacionaliza en el sentido moderno que se tiene hoy. Hace sesenta o setenta años era internacional por las pinturas de Diego Rivera, pero de los años setenta para acá son distintas las maneras de ir transmitiendo lo simbólico de Zapata.” En opinión del investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), maestro en Historia del Arte, Zapata como símbolo es más fuerte incluso que Pancho Villa. Menciona haber visto en una manifestación reciente de los 400 pueblos en Paseo de la Reforma, un ataúd que decía “Zapata ha muerto”, pero el significado es que sigue vivo. Se le pregunta si adquirirá nuevos significados en el contexto de la llamada Cuarta Transformación. No lo puede aseverar, aunque cree que habrá un renacimiento de su imagen como la justicia posible, pero lo mismo ocurrirá con Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, entre otros personajes históricos. Hasta los ochenta Zapata fue una figura esencial de la historia oficial, que después “pasó a la segunda o tercera fila y ahora regresa a la primera”. –¿Y ahora que se habla de que el campo está devastado –y como usted ha dicho el agrarismo terminó, que el medio rural se está urbanizando–, pero la defensa de la tierra continúa frente a los megaproyectos y otros agravios contra los pueblos? –Está esa parte, pero hay otra que no hemos tocado mucho y es muy importante: la defensa de los pueblos indígenas. Tengo la impresión de que ahí se mueve con mucha más certeza. Lo otro, como es el símbolo de la justicia, lo mismo puede abanderar una lucha sindical totalmente urbana, que a un jornalero que no pide tierras sino mejores condiciones de trabajo en el campo… pero en el caso de los indígenas se está hablando de una estructura totalmente distinta, una estructura de gobierno, un tipo de democracia, una relación entre hombres y mujeres, etcétera, distintas. Lo que menos vamos a esperar es que Zapata sea el reivindicador de tierras... va a ir para otro lado. “Uno, es la defesa y el orgullo de las culturas indígenas, la otra es defender la naturaleza. En el Plan de Ayala se repite una fórmula virreinal que es la lucha por las tierras, montes y aguas, es una fórmula de los papeles fundamentales, de los fundos legales indígenas de la época virreinal, y lo que significa es que no sólo defiende la manera de organizarse políticamente sino su hábitat. Por ahí se puede ir, es más fácil que haya una imagen de Zapata abanderando una lucha por los bosques, selvas y limpieza de los ríos que por la restitución de tierras, eso ya pasó, lo padre de Zapata es que es un personaje absolutamente dinámico.” –¿Cómo debemos conmemorarlo ahora?  –De entrada, tenemos que pensarlo en su perspectiva histórica, es decir, como un personaje en la Revolución que quiso resolver los problemas de su generación, pero que de ahí en adelante se convierte en una posibilidad de justicia y que para nosotros hoy, en lugar de conmemorar a un muerto, conmemoramos un símbolo de esa posibilidad, y de que la historia está abierta. Así es como me gustaría. Este texto se publicó el 7 de abril de 2019 en la edición 2214 de la revista Proceso

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