Níger: el país más pobre... pero con un suelo rico

jueves, 27 de junio de 2019 · 08:19
Lejos están los tiempos de los viajeros enamorados del desierto y de los turistas atraídos por el París-Dakar, la famosa carrera automovilística que pasó por última vez por Níger en 1997. Este país, rico en petróleo, uranio y oro –explotados por compañías extranjeras– no sólo es afectado por sus conflictos internos, como constató la enviada de Proceso, sino que también debe resolver la pobreza y la crisis migrante causada por la guerra en Libia y el grupo Estado Islámico. NIAMEY (Proceso).– En la tienda de alhajas del señor Zakariya Longo el calor es asfixiante. El techo y las paredes de adobe de la habitación apenas calman el implacable sol que a media tarde aún se abate sobre el mercado de Wadata, en la capital nigerina. Tirados en el suelo, algunos hombres se empeñan en doblar a golpes los amasijos de hierro a la espera de clientes. Pero no hay clientes; sólo se ven a la distancia unos niños de tierna edad que arrastran cubetas de agua, y mujeres que venden pescado al aire libre en una anaranjada calle sin asfaltar. “Somos tuareg y venimos de Agadez, en el norte de Níger. Nos fuimos de allí cuando colapsó todo”, cuenta el comerciante al hablar de esa tierra rica en uranio que las compañías extranjeras explotan descaradamente desde hace medio siglo. Para llegar a Agadez, la ciudad de Zakariya, hay un vuelo de unas dos horas que es autorizado exclusivamente para los operadores humanitarios y otro ­para el resto de personas, ambos parten de Niamey con las precarias aeronaves de una compañía local. También es posible viajar unas 17 horas en autobús por una carretera que nadie aconseja tomar. Es una ruta llena de baches, como casi todas las del país, que levanta un polvo intenso cuando se entra en el centro de Agadez, ciudad cuyo aspecto aletargado le pesa desde su fundación, allá por los siglos XV y XVI. Tras las rebeliones tuareg de los noventa y algunos secuestros de trabajadores extranjeros –el más grave, de siete franceses en 2010, colocó a Agadez en la lista de varios países europeos sobre las “zonas que deben ser evitadas”–, el turismo ha abandonado el lugar para darle espacio a la crisis económica. Lejos están los tiempos de los viajeros enamorados del desierto y del París-Dakar, la internacionalmente famosa carrera automovilística que por aquí pasó la última vez en 1997. No hay riquezas para los habitantes de Agadez. Ahora que se persigue el transporte de migrantes y que Libia está en guerra languidecen, incluso, las rutas comerciales hacia el norte. La guerra libia ha sido un nuevo golpe letal. Antes del derrocamiento y asesinato de Muamar Gadafi (2011) muchos nigerinos y otros subsaharianos de la región viajaban a Libia, país que era considerado uno de los llamados “El Dorado económico” de África, dedicándose a la agricultura o a la pesca. Pero con la guerra ya instalada fueron miles los que hicieron el viaje al revés. Desempleados, acabaron convirtiéndose –debido también a la corrupción– en “passeurs”, la palabra francesa que en Níger se usa para referirse a los traficantes de migrantes. Otros eligieron el camino de Zakariya. Sin embargo, como muchos países de África, Níger es una tierra rica pero con una población pobre. Allí Orano, empresa controlada por el Estado francés, extrae uranio de las dos principales minas de la nación, ubicadas en el norte, que también son las mayores del continente: la de Arlit, de la que Francia (antigua potencia colonial en Níger) posee 63.4%, y la subterránea de Akouta, cuyo 10% está en manos de la española Enusa Industrias Avanzadas, según información pública de la compañía. No son las únicas firmas extranjeras, otros sitios mineros han estado en manos de empresas canadienses, chinas, australianas, indias y británicas, algo que, como cualquiera que visite Agadez puede constatar, poco o nada de bienestar han dejado para los locales. Desde hace décadas ONG como ­Greenpeace han denunciado que el negocio ha diezmado el medio ambiente y la salud pública de la zona, recuerda Ali Idrissa, presidente de Rotab, una red de 21 grupos que desde 2006 reclama una mayor transparencia y rendición de cuentas sobre la gestión de los recursos ­nacionales. “Las multinacionales y nuestro gobierno son los responsables. Hay incapacidad y corrupción. El problema –dice Idrissa– es que ya es un modelo (de saqueo) y prueba de ello son la explotación de petróleo en la región de Diffa, que desde 2011 está en manos de la compañía CNPC, del Estado chino. Tampoco eso ha aportado ventaja alguna para la población.” Hay más problemas: si bien la minería en Níger se concentra en la explotación de uranio y petróleo, en este país también hay yacimientos de oro en la región suroccidental de Tillabéri (la mina industrial de Samira) y al nororiente de Agadez, ambas tienen la capacidad de producir 10 toneladas anuales del metal precioso, según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de 2018. No obstante, la zona de la mina de Samira es donde se han reportado recientes atentados contra civiles perpetrados por el Estado Islámico, lo que prácticamente paraliza la producción, y en las montañas del Air (Agadez) operan bandas criminales libias y chadianas, lo que también afecta la extracción legal del oro, según la OCDE. La paradoja de este país de 21 millones de habitantes radica en que es rico, pero tiene estadísticas que dan cuenta de un saqueo de guerra. Níger es el último de los 189 países del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, calculado según la esperanza de vida al nacer, el PIB per ­cápita y el nivel educativo de la población, que está dividida en cuatro grupos étnicos mayoritarios: los hausa, los zarma, los fulani y los tuareg. Los días malos Las fachadas decaídas de los edificios de Niamey reflejan las heridas de esta guerra de la escasez en un país donde todo es extremo. Más de la mitad de la población vive sin agua potable y no tiene acceso a los servicios sanitarios; 48% de los niños menores de cinco años padece retraso en el crecimiento y casi 10% de la población depende de las ayudas del Programa Mundial de Alimentos. Menos de 1% de la población rural tiene electricidad y a nivel nacional la proporción asciende a 16.2%, según el Banco Mundial. Además, Níger compra el servicio casi integralmente a Nigeria, lo que a menudo causa interrupciones en el suministro, incluso en la capital. “En los hospitales hay días buenos, malos y días en los que los pacientes mueren porque ni los generadores eléctricos externos funcionan. Particularmente en la época de calor crecen las tasas de mortalidad”, cuenta un médico. “Hoy fue uno de esos días. Nos quedamos sin electricidad y perdimos todas las muestras para los diagnósticos de tuberculosis de los últimos tres meses”, agrega este médico de una zona céntrica cercana a la sede de la presidencia del gobierno nigerino. De acuerdo con Idrissa, la economía de Níger se sustenta de la agricultura porque la industria no puede florecer con sólo dos horas de electricidad al día garantizadas. Salomon Rakotovazaha, responsable en Níger de Acción Contra el Hambre, ONG francesa que mantiene proyectos en tres regiones, Maradi, Tahoua y Diffa, parece consciente de los límites de la ayuda para el país. Señala que es necesario replantear el rol de la mujer en la sociedad porque los hombres en Níger tienen un papel excesivamente preponderante en la toma de ­decisiones. Un ejemplo en favor de la inclusión son los proyectos de la agencia de cooperación GIZ, vinculada al Estado alemán, que en Níger ayuda a la integración entre nigerinos y desplazados de países vecinos; son esfuerzos independientes a los del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Integrar a los extraficantes de migrantes a la economía legal también fue el ambicioso objetivo del llamado plan Rapid Impact Economic Action Plan for Agadez, de la Unión Europea. El trabajo se centró en otorgar pequeñas cantidades de dinero para impulsar proyectos emprendedores. Se trata de un plan impulsado por la canciller alemana, Angela Merkel, y que por su naturaleza y objetivo ha sido calificado de modelo por la comisaria europea de Asuntos Exteriores, Federica Mogherini. Dar un futuro real a una población empobrecida como la de Níger, sin embargo, es una tarea titánica. La razón, según Sadou Soloke, gobernador de Agadez, es que las promesas europeas se han cumplido a medias. “Estos programas funcionaron bien, pero se pararon demasiado pronto por falta de fondos”, lamenta. Soloke administra una región desértica que supone 52% del territorio de Níger y que ahora también sufre los estragos de la crisis climática. “Sólo una parte de los más de 6 mil expasseurs censados en 2015 ha tenido acceso a estos proyectos”, agrega un ­extraficante. “Vivimos en la miseria. No hay otra forma de decirlo”, lamenta sin pestañear Hamidai, un taxista montado en un destartalado vehículo en el que ofrece sus servicios para uno de los grandes hoteles de Niamey, donde en las noches se reúnen militares, empresarios extranjeros y empleados de las ONG. Éstos últimos, principalmente, arriban para atender las crisis humanitarias que Níger padece a causa de los miles de refugiados y desplazados escupidos por los conflictos que azotan a seis de los siete países con los que tienen frontera. En busca de un TLC Desde 1975 Níger es miembro de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, un grupo integrado por 15 países que han reducido sus tarifas aduaneras. También es uno de los países más activos en promover el Tratado de Libre Comercio Africano (AfCFTA), que entró en vigor el 30 de mayo último y que ha prometido la creación de un mercado similar al de la Unión Europea. El objetivo de esos esfuerzos es crear un bloque económico de 55 países y mil 200 millones de personas. Se trataría de un mercado valorado en 2.5 billones de dólares, el mayor del planeta. “¡Esto es un verdadero hito!”, comentó el comisario de Comercio e Industria de la Unión Africana, el zambiano Albert Muchanga. La implementación del AfCFTA volverá a ser objeto de discusión de la Unión Africana a comienzos de julio. ¿Dónde? En Niamey. Este reportaje se publicó el 23 de junio de 2019 en la edición 2225 de la revista Proceso

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