Armando Ramírez y Tepito, la otra cultura

sábado, 20 de julio de 2019 · 12:07
Quien no conozca a su cronista, jamás conocerá Tepito. El creador de la novela Chin Chin el Teporocho (1971) reivindicó la forma de vida en su barrio, paradigma de otros muchos que no tardaron en pulular por todo el viejo DF. Fallecido el miércoles 10 a los 67 años –despedido por la comunidad cultural en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, como reportó la agencia apro–, Ramírez dejó un montón de páginas vivas, programas televisivos e ideas para entender la capirucha, como muestran dos charlas con Proceso: el 10 de octubre de 1977, al salir su tercer libro, Pu (reeditado como Violación en Polanco en 1981), y el 12 de marzo de 1983, cuando preparaba La tepiteada. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Desde 1971 Armando Ramírez ha venido hablando, como él mismo lo explica, de los que avanzan a través de los cerros del De Efe. De los que como una mancha se extienden, han sobrepasado el camposanto, han levantado sus construcciones, sus mitos, sus familias, sus formas de vida, y han comenzado a cantar a fuerza de permanecer en la oscuridad, a fuerza de vivir entre los topos o como la lava en los volcanes. Lo hizo en sus primeras novelas cortas, densas, de títulos poéticos o fuera de lo común: Chin Chin el teporocho (1971), Crónica de los chorrocientos mil días del barrio de Tepito (1975), y Pu (1977). –Entendiendo que de Tepito es de donde ha salido el concepto de Cultura Acá de toda una cultura popular, ¿podría hablar de ello? –La Cultura Acá es tener conciencia de nuestra identidad. No negar nada, ir a la verdadera búsqueda, no en una actitud esnobista, no en actitud nacionalista. No romantizar la pobreza, no ser populista. Existe una serie de gentes con inclinaciones artísticas, creativas, dentro del barrio. El hecho también de que no hayamos provenido de otra clase social, el hecho de que no hayamos abandonado el barrio, de que sintamos una identificación con la gente, de que estamos conscientes de que no vamos a poder integrarnos a otra parte, a pesar de que podamos tener mayor información. Pensamos que toda esta serie de cosas, que ha generado esta cultura, no debemos traicionarlas. Debemos seguir adelante para poder en cierta medida ser los voceros, ser el sentir, el sentimiento, la conciencia de nuestra gente. La novela Pu realmente es eso. Tratar de ser la voz de las gentes a las cuales se les niega existencia. En la medida que yo tenga la facultad de escribir voy a tratar de ser esa voz. –¿Se considera portavoz de su barrio? –No soy “el portavoz”. Soy solamente una voz. Hay muchas otras voces, y no sólo en Tepito. Tepito es la avanzada cultural de todo lo que es el norte de la ciudad, si se analiza bien lo que es el centro se verá que la parte vieja de México está rodeada por un cinturón urbano que tiene características similares a las de Tepito, que es un lugar eminentemente comercial donde hay vecindades: La Merced, El Abelardo, Loreto, La Lagunilla, San Cosme, San Antonio Abad, Sonora, Jamaica, Guerrero, son partes donde existen vecindades y todas viven del comercio. “Este fenómeno se ha dado a partir de la Revolución mexicana. Mi abuelo me lo contaba. Él estuvo en las fuerzas de Venustiano Carranza. Lo trajeron del centro, de su tierra, lo llevaron con la leva, y después lo licenciaron aquí, en la Ciudad de México. En ese tiempo no había ni industria ni lugares donde trabajar, no había tierras que repartir en la ciudad. Toda esta gente que licenciaron, que dieron de baja, ¿qué hizo para vivir? Robaron o inventaron formas de comercio. Todas las cosas viejas, las cosas que no servían, las arreglaron y comenzaron a venderlas. ¿Dónde iban a vivir? En los viejos mesones, en las viejas construcciones de españoles pudientes. Y donde vivía una familia, entraron a vivir veinte. Todo eso fue generado por la serie de cambios que dio la Revolución mexicana. Es una forma de pobreza que se generó.” –¿En qué momento esta migración genera expresiones propiamente culturales? –La necesidad misma dio todo eso. Se tuvieron que inventar nuevos valores morales para seguir viviendo. Hubo que tener otros puntos de vista acerca de la vida. Se fueron generando entonces formas culturales, tradiciones, formas de hablar. Toda esta gente es la primera que comienza a generar formas de vida urbana, producto de la provincia. Después, en todas las zonas como Iztapalapa, la Martín Carrera, Ciudad Nezahualcóyotl, Santa Clara, Bondojito, en todas estas colonias que están al norte y el noroeste de la ciudad, se comienzan a generar formas de vida similares a las que se dieron en Tepito inicialmente. “Con sus características, Ciudad Nezahualcóyotl es ahora lo que era Tepito en los años treinta y cuarenta. Lo que es la Valle Gómez y en cierta forma el cerro de la Villa, es lo que era Tepito en los cuarenta y cincuenta. Tepito y las zonas aledañas representan la forma avanzada de una cultura que se ha ido generando alrededor de la Ciudad de México. Tepito, es decir 150 mil habitantes, es decir luego 800 mil que viven al norte de la ciudad. Por eso digo que Tepito no es un lugar, que no pertenezco a un barrio sino a toda una serie de formas de vida que están siendo generadas. De alguna manera yo represento una expresión literaria de Tepito, así como el grupo de Arte Acá en la plástica representa una expresión de allí. Creo que en este sentido se puede aceptar que existe una subcultura dentro de la cultura. Una cultura que se ha generado a pesar de todo. “Toda la política de Bellas Artes, por ejemplo, ha sido en función de la gente que vive en el sur. Las ‘salas de arte’, como las llaman, son en función de la gente que puede pagar 25 pesos por una película. Y si vemos la distribución de la cartelera de cine nos damos cuenta que las películas de la India María y de Capulina las destinan a las salas del norte. Las películas que informan las dedican al sur.” –Me gustaría hablar ahora sobre la violencia que aparece en su obra, sobre todo en la tercera. ¿Por qué esta violencia? –Yo tenía un programa de televisión en el Canal 13. Se llamaba Este es mi barrio. Trabajé durante dos años haciendo programas en los barrios de la Ciudad de México. Y una de las cosas que me impactó fue la agresividad de la gente, la violencia. Una violencia que yo respiré durante muchos años en Tepito. Es un tipo de violencia a flor de piel. Y existe además otra violencia, contenida en la gente, que se da más en el centro de la ciudad. Un tipo de violencia que está latente, que uno siente en el ambiente. De alguna manera soy violento porque he vivido en una ciudad violenta. No que yo en mis formas de reaccionar o hablar sea violento. Es una violencia casi cultural, se podría decir. Y que en la novela se refleja de una manera más literaria, más anecdótica. “Pero creo que esta violencia está aquí. Lo que pasa en la novela puede pasar, pasa realmente. Y si no pasa en este sentido, pasa en muchas otras formas. En Tepito se aprende a tenerle miedo a la policía. En Tepito de niño se quiere ser Presidente de la República, boxeador, licenciado o policía. Uno aprende que ser policía es a veces tener el poder. Muchas veces uno ve, de niño, cómo persiguen a un hombre y lo agarran y lo meten a empujones a las patrullas. O se meten y andan corriendo por las azoteas de las vecindades para perseguir a alguien. O las razzias que se hacen muy seguido. Si uno no tiene identificación o las manos bien cuidadas, ya es sospechoso. Es entonces una angustia de años la violencia que se vive cotidianamente.” –No se habla mucho de su última novela, aunque salió hace cuatro meses y va ya en la cuarta edición. ¿Se siente “apartado”? –No, definitivamente yo no pienso que me tienen apartado. No soy un mártir, ni un profeta. Simplemente no pertenezco a una cultura sino a otra. Uno se identifica más con los problemas que lo atañen. Creo, por ejemplo, que la película Chin Chin el teporocho (de Gabriel Retes) interesaba más a la gente del pueblo que a la gente de la universidad. La gente del pueblo, a su vez, sentía tan alejado el problema reciente de la universidad porque no lo entendía, no tenía la información para hacerlo. Desconocía lo que estaba pasando allí. En cambio a los universitarios les interesaba, participaban de ello. Yo creo que es la ruptura que existe. Tengo la conciencia. Tengo la conciencia que existe una ruptura en la Ciudad de México: una forma de vida que se da hacia el norte, y una forma de vida que se da hacia el sur Y a partir de allí se genera todo. Este texto se publicó el 14 de julio de 2019 en la edición 2228 de la revista Proceso.

Comentarios