Denegri, 'el mejor y el más vil de los reporteros”

sábado, 28 de septiembre de 2019 · 10:09
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En la novela El vendedor de silencio (Alfaguara, 2019) Enrique Serna muestra, recurriendo a la mezcla de ficción y no ficción, la degradación del periodismo inserta en la degradación de los regímenes posrevolucionarios, el periodo de la dictadura de partido donde la prensa fue un instrumento de la clase gobernante, y presenta a un personaje, Carlos Denegri, que se corrompió en lo público y en lo privado. Varios de sus episodios tienen su origen en referencias a Denegri que Julio Scherer García dejó en sus libros Estos años, Tiempo de saber (escrito junto con Carlos Monsiváis) y La terca memoria. En Estos años (Océano, 1995) Scherer escribió sobre su vida en Excélsior en los días que siguieron al golpe del que fue objeto por parte del entonces presidente Luis Echeverría: “Viví en Excélsior de los dieciocho a los cincuenta años, de mandadero a director. Allí me casé, allí nacieron mis hijos, allí murieron mis padres, allí conocí la amistad, allí tuve pasiones y enfriamientos, allí amé a Susana para siempre. Allí viví de cerca al mejor y al más vil de los reporteros, Carlos Denegri. Allí supe que a su esposa la despertaba en la madrugada y le gritaba: ‘¡levántate, puta, que ya llegó la señora!’. Allí conocí las contradicciones del director Rodrigo de Llano, que admiraba a Denegri hasta poner el periódico a su servicio, a la vez que dictaba cátedra que yo escuchaba embelesado antes de cumplir la mayoría de edad: ‘La mejor noticia es la que se pierde, porque no se puede documentar ni probar por la lógica interna de los hechos. El reportero debe saberlo. Su honor está por encima de todo’.” En Es tiempo de saber. Prensa y poder en México (Aguilar, 2003), Scherer narra las memorias de Jorge Velasco, exreportero de Excélsior. En estas surge Rodrigo de Llano: “Movía a su reportero estrella, ‘el reportero de México’, como pieza central del talento periodístico y político de la dirección. Carlos Denegri contaba con los recursos del diario, y a través del gobierno, con los servicios que hicieran falta. Desde las embajadas de México le eran concertadas las citas con personajes de Europa, la distante América del Sur, África o donde fuera. Era ese el mundo del señor Denegri, inaccesible para los periodistas batalladores, los de la talacha, los que cubrían los sucesos de poco calado, los que soñaban. “Genio engendrado desde el poder, Denegri manejaba una redacción anónima. Todos para uno, el grupo se debía a las entrevistas históricas y al fulgor de los reportajes. Maltrecha su intimidad, tóxica la sangre, ‘el periodista de las ocho columnas’ vivió para el triunfo y el escándalo. Hubo en su vida mujeres humilladas que cayeron en un desencanto cruel. “Emilia Téllez Benoit, grácil y graciosa, querida por todos en la Oficialía Mayor de Relaciones Exteriores, fue víctima de arrebatos que podrían confundirse con la sevicia. Su matrimonio había sido anunciado con la profusión que precede a un gran acontecimiento. Ella confiaba. ‘Lo conozco, va a cambiar’, decían que decía. Denegri llegó a la parroquia de San Jacinto, en San Ángel, con las luces para todo el pueblo y las flores para una peregrinación a la Villa de Guadalupe. Vestido de charro, había obtenido permiso para un segundo enlace con todas las leyes de la fe. “Sufrió golpizas. Se decía que le habían llegado a causa de las mujeres. También se decía que en un mal momento había ofendido a la esposa del presidente Ruiz Cortines más allá de lo tolerable. Nunca supimos. Ni los reporteros estaban al tanto de los caudalosos rumores que circulaban en Excélsior. “(…) El Negro Escobedo buscó a don Rodrigo para gestionar un préstamo urgente. Ya en el tercer piso se topó con Carlos Denegri, quien, bebido y bromista, le dijo ‘mugroso’. Para Denegri era un gesto de los buenos, pero no lo entendió o no quiso entenderlo El Negro y lo lanzó escaleras abajo. Lo vio rodar y desde su altura le gritó: ‘Cabrón, aquí sólo eres un hijo de la chingada’. “Hacia el exterior, la redacción de Excélsior era imbatible. En escala inferior a Denegri, periodistas cuajados brillaban por méritos propios, orgullosos de pertenecer a uno de los grandes rotativos del mundo.” En La terca memoria (Grijalbo, 2007), Scherer escribe: “Yo rechazaba el embute y él (Galindo Ochoa) insistía en que lo aceptara y me condujera con naturalidad. Me dedicaba tiempo y subrayaba que ambos pertenecíamos a la casa Excélsior y entre nosotros no debían existir diferencias mayores. Era del dominio público que abastecía de información a Carlos Denegri, con datos de primera mano, acrecentaba su poder, como Galindo Ochoa acrecentaba el suyo. “Denegri, dotado como ninguno para nuestro oficio, protegido de sus borracheras sin control por el gobierno que lo usaba a su antojo, se comportaba como le venía en gana. En la redacción sabíamos por cierto que más de una vez se había presentado ante un funcionario para mostrarle dos textos sobre un asunto delicado. El reportaje de la izquierda costaría tanto si se publicaba y el de la derecha tanto si no aparecía en letras de molde. El funcionario elegía.” En otro apartado, escribió sobre el séquito que rodeaba al director de Excélsior, Rodrigo de Llano, a quien apodaban El Skiper: “Pero aun si hubiera muchos en la corte, no había quien pudiera comparase con Carlos Denegri. Era el espectáculo, hiciera lo que hiciera. Genial en la primera plana de Excélsior, toda para él, era cruel e insensible en su vida personal. A las señoras, las suyas, las trataba de putas y a algunas prostitutas llegaría a ofrecerles el lecho conyugal. No podría hablarse de la vida privada de Carlos Denegri, borracho cuando de beber se trataba y trabajador cuando de trabajar se trataba. Muchos querían ser como él, reportero sin paralelo, aun si fuera necesario soportar uno que otro de sus desmanes. Sin alcohol era muy simpático, todo él historia. Mirarlo con su sombrero de lado, sólo eso, podía ser la noticia del día. “Sabíamos de los encuentros entre el director y el reportero por el despliegue informativo que el diario le ofrecía a sus lectores: el viaje del presidente López Mateos por Oriente y la entrevista del gran periodista con Nehru; el saludo de mano con John F. Kennedy y una larga entrevista el día de su toma de posesión y declaraciones posteriores; la bendición de grandes personajes que habían asistido a esta cumbre de la política realizada en Washington; o la bendición del Papa desde San Pedro y el acercamiento del reportero a la remota privacidad del jefe de la Iglesia Católica. Todas grandes exclusivas que suelen gestionarse en la cúspide. “El gobierno se ponía al servicio del diario para que fluyera en sus páginas información privilegiada, pero se cobraba a sus anchas. Encuentro de compromisos, negocio para el uno y para el otro. El contubernio entre la política y el periodismo llegaba a extremos, desafío a la profesión y a la ética. “Carlos Denegri gozaba de la misma impunidad que el presidente de la República. En su vida no existían límites. Los escándalos públicos eran privados y los privados asuntos de la intimidad. El crimen lo rondaba y su tercera esposa pereció en circunstancias difíciles de aclarar. Se sucedían los agravios a la sociedad y también el renovado prodigio de las ocho columnas. El Skiper era el Skiper, Carlos Denegri era Carlos Denegri y Excélsior era Excélsior. Sobre Denegri, el abogado Xavier Olea y una oración: “No conocí la casa de Carlos Denegri, la plenitud, la gloria de saberse reportero irrepetible, pero sí conocí al personaje. Xavier Olea Muñoz, su amigo y abogado, me contaba que era muy lujosa. Enormes espacios en las paredes hacían honor a las victorias periodísticas del señor Denegri. Cuidada acaso como un patio de Dios, había una capilla cuajada en oro. “–Carlos se reconocía como un pecador. Lo era. Pero también era un hombre bueno –me dijo Xavier. “–Sin alcohol. “–Pero podía ser bueno. “–¿Habríamos de revivir tú y yo las golpizas a sus mujeres? “–A la mujer que lo mató le metí ocho años de cárcel. “–¿Para qué tantos, Xavier? “Días después Xavier Olea Muñoz estuvo de nuevo en mi oficina. Me llevaba una oración fúnebre para que la publicáramos en Excélsior. La leí: “Un siglo de periodismo. “Un periodista: Francisco Zarco. Un reportero: Carlos Denegri. “Carlos Denegri no quiso ser nunca, a pesar de su cultura y su reconocida vitalidad, nada más, ni nada menos, que un reportero. “Con esta actitud de franciscano humilde le dio grandeza al oficio, al convertir al reportero, de simple obrero de las letras en gran señor del reportaje. “Carlos Denegri ha sido sin duda el más grande, talentoso y polifacético reportero, que ha parido en todas sus épocas el periodismo nacional. “Carlos Denegri fue un hombre del Renacimiento. Traído a vivir en nuestra época; por ello, para algunos, no fue debidamente comprendido. “Carlos Denegri conjugó grandes virtudes humanas; lealtad a sus convicciones intelectuales e ideológicas; lealtad a sus grandes virtudes humanas; lealtad a su casa editorial; lealtad a la amistad, a sus amigos, los que no lo envidiamos, pero si lo quisimos y no lo olvidaremos. “Carlos Denegri tenía en su propia casa, la que conocimos, la que sigue siendo suya y nuestra, la de Olivos, una gran barra cuajada de gemas de sus momentos estelares –fotografías con los hombres y mujeres más importantes del arte, de la política, talento, ciencia. “Y una Iglesia; él era pecador, un pecador cristianamente arrepentido de la vorágine de su talento. “Querido Carlos: tu vida fue hasta el último momento una noticia de ocho columnas. “Tu madre, tus hijos, tus hermanos, tu periódico y tus amigos te seremos fieles en el más encendido recuerdo. “Descansa en paz. “Terminó Xavier. Sabría de su sobresalto: “–No se publica, Xavier. “–¿Cómo me puedes decir eso? “–No se publica. “–Pago una plana. “–No. “–Pago, te digo. Tengo derecho. “–No, Xavier. “–Vivió para su periódico. “–Fue inmenso. No cabrían sus reportajes en todo Excélsior. No habrá otro como él, Xavier, pero no se publica.”   l

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