Macao, el hijo obediente de Beijing

domingo, 12 de enero de 2020 · 01:01
Pese a su pasado colonial europeo, Macao y Hong Kong son como el día y la noche bajo la autoridad de Beijing. Mientras el exterritorio portugués disfruta de una bonanza económica y su sociedad es dócil ante los designios del gobierno chino, la excolonia británica ha estado marcada por medio año de protestas y represión. BEIJING (Proceso).– A las ciudades de Hong Kong y Macao las une un viaje de 40 minutos en autobús por el nuevo puente marino, o un traslado de una hora en ferri. De pasado colonial europeo, ambos territorios fueron devueltos por Reino Unido y Portugal a China en 1997 y en 1999, respectivamente. Sin embargo, ambos territorios son como el ying yang. Si bien la fórmula “un país, dos sistemas” les ha otorgado cierto grado de autonomía y protección de libertades, la situación que viven ambos territorios es de contrastes: por ejemplo, la excolonia británica suma medio año de protestas masivas, mientras en el exdominio portugués se recuerda sólo un conato de violencia, cuando una treintena de personas acudió al Senado y la policía detuvo a siete manifestantes. Hace dos semanas en Macao, el presidente de China, Xi Jinping, se regaló un baño de pueblo durante la conmemoración del 20 aniversario de su retorno a la soberanía china, y en la ceremonia no faltaron las constantes alusiones para Hong Kong. “Macao es el capítulo brillante de la fórmula ‘un país, dos sistemas’. La tradición macaense de valorar la unidad debe ser preservada. Un sentimiento de nación y espíritu patriótico ha enraizado profundamente en los corazones de los jóvenes…” En síntesis, Macao es el hijo obediente y próspero de China, mientras Hong Kong se perfila al desastre. Pero ¿qué hace tan “excelentes” a los macaenses? La respuesta es la economía. La renta per cápita en Macao superó una década atrás a la de sus vecinos y el próximo año se calcula que desbanque a Qatar en la cúspide global, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. En Macao cada ciudadano recibe un cheque anual equivalente a unos mil 246 dólares y disfruta de una cobertura social escandinava a cuenta de un gobierno local que nutre 80% de sus arcas con los impuestos de los casinos (es el único lugar de China donde éstos son legales). Tanta generosidad en la asistencia social desincentiva las protestas por más erosiones que acumulen las libertades. El desgaste no es poco: Macao es hoy lo que Hong Kong teme convertirse mañana. Sus colegios utilizan los manuales patrióticos del gobierno chino y las banderas rojas rematan sus fachadas, mientras la Ley de Seguridad Nacional contempla los delitos de traición, sedición y secesión. Los intentos de Beijing por introducir esas reformas en Hong Kong estimularon las multitudinarias protestas que lograron devolver las leyes al cajón. La prensa es libre en Macao, pero los medios críticos son apenas un puñado, siempre en portugués e inglés, y no calan en una población que entiende el cantonés y el mandarín utilizados por la propaganda. Aquella efímera protesta prohibida por la policía evidencia la frontera política del derecho a manifestarse.

Autocensura

El caso de Eric Sautede ilustra cómo la autocensura lima la libertad de expresión en Macao. El profesor de Ciencias Políticas fue despedido en 2014 de la Universidad de St. Josephs porque sus críticas ponían en peligro una inversión gubernamental de casi 10 millones de dólares para el campus. “Un año antes había empezado a recibir presiones para dejar de organizar actos en la universidad”, recuerda. “La libertad de expresión siempre ha estado limitada porque Macao es, por un lado, una comunidad muy pequeña y la gente es reacia a hablar y existe una gran presión de los semejantes. Y por el otro, la prensa en mandarín y las organizaciones civiles son débiles”, añade. La sociedad sólo ha mostrado interés por cuestiones que afectan a su bolsillo. La gente protestó en las calles cuando el gobierno anunció unas jubilaciones descomunales para sus funcionarios, o cuando quiso cuadriplicar las multas por estacionamiento. En ambos casos, la población consiguió la victoria inmediata. El gobierno local, como los del resto de la China continental, está aterrorizado por las convulsiones sociales y reacciona con celeridad antes de que las protestas se desborden. En Hong Kong, en cambio, el terco desprecio de la autoridad a las primeras manifestaciones contra la Ley de Extradición ayudó a que las movilizaciones crecieran hasta que la derogación de la ley fue ya inútil. La satisfacción ciudadana en Macao depende del turismo nutrido principalmente del interior de China que representó 70% de los 40 millones de paseantes registrados el año pasado. Sin embargo, la desaceleración económica que padece el país amenaza con adelgazar la cifra para 2020. No obstante, ese escenario de crisis económica aún es lejano y el puñado de activistas prodemocráticos mastica hoy su frustración por la falta de conciencia política de sus ciudadanos, mientras mira con envidia a Hong Kong. De acuerdo con la prensa internacional, Beijing premiará en breve la fidelidad de Macao con ventajas fiscales para convertirla en el centro financiero de la región. En los más recientes comicios, la oposición apenas recibió 45 mil votos, menos de la mitad de lo que consiguieron los propequinenses. En un parlamento de 33 miembros cuentan con cuatro y el veinteañero Sulu Sou es el más joven. Su irrupción fue un torbellino: un tipo vigoroso, carismático y con facilidad de palabra. Fue sancionado por su participación en una protesta ilegal de 2016 y recuperó más tarde su condición de legislador. Sou es el líder que necesitaba el movimiento prodemocrático y ahora sólo le faltan seguidores. “La gente aquí habla de economía. El macaense carece de pensamiento crítico. Algunos quieren la democracia, pero rehúsan cualquier acción porque afectará a la sociedad, a la familia, a la estabilidad económica”, comenta. Al frente del gobierno de Macao está Ho Iat-Seng, un magnate local y exmiembro del parlamento chino; recibió 378 de los 400 votos del comité electoral. Fue la cuarta vez consecutiva que el candidato de Beijing concurría sin oposición y en su discurso de investidura subrayó que quería mostrarle a Taiwán que la fórmula de “un país, dos sistemas” también es una garantía de prosperidad.

El juego en Macao

Existen más razones que explican la abulia macaense. Es una sociedad tradicional y conservadora que descansa en los “she tuan” o asociaciones de intereses familiares y económicos. Aunque su colonización fue más larga (casi cinco siglos por 150 años en Hong Kong), los valores occidentales nunca se asentaron con fuerza. Y casi la mitad de su población ha nacido en el interior del país, tiene un fuerte sentimiento chino y ningún interés en defender el hecho diferencial macaense. Coinciden también causas históricas. Las fuerzas prochinas durante la Revolución Cultural fueron reprimidas y expulsadas por Londres de Hong Kong, pero fueron sedimentándose en Macao frente a un poder colonial en horas bajas. Mientras la exprimera ministra Margaret Thatcher insistía en prorrogar la colonización británica, Lisboa le ofreció hasta tres veces a Beijing que acortara la suya. Macao era una calamidad antes del regreso a China en 1999: tenía una economía comatosa, sin infraestructuras elementales y con un canallesco conglomerado de prostitutas, casas de empeños y bandidos de todo pelaje y mafias que disputaban el poder a tiros por las calles. Macao se deslizaba hacia el sumidero y miró a China con esperanza. Beijing debió demostrar cintura porque prohibía el juego en todo el país y a la región sólo la sostenía el juego. También era evidente que no aceptaría ese menú delincuencial, así que el cierre del negocio parecía claro. Pero hizo algo mejor: lo liberalizó en 2001, abrió el negocio a los empresarios estadunidenses y esperó a que Macao se ventilase. A partir de ahí, la vorágine: en los cuatro años siguientes los casinos pasaron de 11 a 24, las mesas crecieron de 339 a dos mil 762, la facturación se dobló y Macao arrebató la capitalidad del juego a Las Vegas. El año pasado ingresó 38 mil millones de dólares, casi seis veces más que su rival del desierto de Nevada. El esplendor actual se explica por ese monopolio en un país con mil 400 millones de jugadores empedernidos. La concentración de grúas es parecida a la del resto de China, pero aquí no se levantan anodinos bloques de cemento, sino retorcidas estructuras doradas o plateadas que convierten el skyline nocturno en una orgía de luces parpadeantes. El Sands, el Wynn, el Galaxy... Los relucientes casinos de capital extranjero que brotan incluso en terrenos ganados al mar han hecho de Macao el mejor destino para perder la camisa. La arquitectura colonial de su centro histórico o el bacalao a las brasas, el cerdo con almejas y otras joyas gastronómicas portuguesas son irrelevantes para muchos de sus visitantes. Los vehículos de los casinos peinan la ciudad y ofrecen llevarlos después de que hayan aprendido las reglas del blackjack en las pantallas de televisión del ferri que les ha traído desde Hong Kong. Las horas no importan en Macao, los casinos no cierran y carecen de ventanas que desvelen que ya ha amanecido. Tampoco cierran las tiendas de lujo como Cartier, Channel y Dior para los afortunados. Macao sabe lo mucho que le debe a Beijing. Su PIB se ha multiplicado por nueve en las dos décadas bajo su manto: de los 6.4 a los 55 mil millones a de dólares. Es improbable que las protestas germinen en esta esplendorosa economía, de igual forma que nadie en Hong Kong reparó en la ausencia de la democracia mientras el dinero fluía sin freno. El legislador Sou asegura que no desea un cataclismo económico para que su causa enraíce. “Nos centramos en la educación civil. No podemos entrar en las escuelas, pero sí en las calles y en internet. Esperamos ir cambiando la mentalidad poco a poco”.

Vida fácil

En Macao no inquietan esas intromisiones chinas en sus asuntos internos, como sí descomponen a los hongkoneses, cuyos funcionarios participan en actos oficiales y opinan sin recato sobre cuestiones políticas. En cambio, los macaenses piden a Beijing que les arregle la corrupción del gobierno local, entre otros problemas. En agosto, entre aplausos del pueblo, las primeras tropas chinas entraron a Macao para limpiar los escombros causados por un tifón. En Hong Kong, por el contrario, cuando los uniformados salieron semanas atrás para levantar los destrozos dejados por los manifestantes, muchos se acordaron de lo ocurrido en la plaza de Tiananmén en 1989. La atonía prodemocrática de los macaenses es la misma que la de los hongkoneses antes de que su economía se agripara. A Cherry, representante de ventas de una marca de lujo europea, no la desvela la falta de sufragio universal. “¿De qué serviría? Nuestros líderes son hombres de negocios, se preocupan principalmente de sus fortunas y son corruptos, pero saben cómo gestionar la ciudad. “Y si se equivocan, está Beijing para solucionarlo. No nos interesa la política, sólo ganar dinero y la vida fácil”, señala. La vida en Macao es relativamente fácil: la tasa de desempleo apenas es de 2%, la educación es gratuita hasta la secundaria, estudiar la universidad es muy barato y las pensiones aseguran una vejez sin sobresaltos. Tampoco en la juventud, habitual trinchera del idealismo, se mira con simpatía la lucha en la orilla contraria. Influye la tradicional arrogancia y esnobismo hongkonés que en las protestas ha roto en una inquietante xenofobia hacia los chinos del continente. Basta hablar mandarín (y no el cantonés local) en Hong Kong para ser víctima de la violencia y el vandalismo de los activistas. La renta per cápita macaense se ha expandido a la misma velocidad con la cual se contraía la hongkonesa en las dos últimas décadas, pero en la excolonia británica persisten los molestos dejes de la gloria pasada. “Siguen viniendo aquí como si tuviéramos que rendirles pleitesía, nos siguen mirando por encima del hombro”, indica Cherry. Sou y otros jóvenes activistas publicaron una carta abierta dos días después de aquella manifestación abortada. Denunciaba que detrás de la opulenta fachada había gente oprimida y suplicando ayuda. “El tiempo para luchar por nuestros derechos es ahora, antes de que Macao se convierta en una ciudad china más. Siempre soy optimista”, se ríe cuando se le pregunta sobre sus esperanzas. Este reportaje se publicó el 5 de enero de 2020 en la edición 2253 de la revista Proceso

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