Revista Proceso

El más antiguo esplendor de México en París

Si en cualquier momento las piezas olmecas y la de otras culturas del Golfo de México habrían cimbrado al Museo del Quai Branly, en tiempos de pandemia constituyen “un bálsamo para el alma”
domingo, 25 de octubre de 2020 · 14:46

Si en cualquier momento las piezas olmecas y la de otras culturas del Golfo de México habrían cimbrado al Museo del Quai Branly, en tiempos de pandemia constituyen “un bálsamo para el alma”, según expresión recogida por la corresponsal de Proceso, de la mano de la curadora mexicana Cora Faldero Ruiz, la responsable de las colecciones del recinto Steve Bourget, y el especialista mesoamericano Dominique Michelet.

PARÍS, Francia (Proceso).- No pudo el coronavirus con los olmecas ni tampoco con los huastecos.

Pese a la pandemia de covid-19 que sigue golpeando a México y a Francia –París ha entrado en toque de queda–, insignes emisarios de las culturas prehispánicas del Golfo de México –entre los cuales sobresalen el enigmático Señor de las Limas, una portentosa Cabeza Colosal olmeca, el deslumbrante Adolescente de Tamuín y la sublime Mujer escarificada de Tamtoc– lograron viajar hasta acá y tomar aposento en el Museo del Quai Branly-Jacques Chirac, donde permanecerán hasta el 25 de julio de 2021.

O sea, 10 meses, una duración excepcional en la historia de las muestras temporales de la Ciudad Luz.

Justo es reconocer que el virus ganó la primera batalla al impedir que las 300 piezas arqueológicas que integran la muestra Los Olmecas y las culturas del Golfo de México –inaugurada el 8 de octubre en presencia de las primeras damas de Francia y México, Brigitte Macron y Beatriz Gutiérrez Müller– fueran trasladadas a París a finales del pasado abril.

La exposición prevista para iniciarse el 19 de mayo y finalizar el 15 de octubre se canceló al tiempo que se paralizó toda la vida artística gala.

“La contingencia sanitaria convirtió la organización de la muestra en auténtica hazaña”, confia a la corresponsal Cora Faldero Ruiz, historiadora, asesora científica del Museo Nacional de Antroplogía (MNA) de México y curadora de la exhibición junto con Steve Bourget, responsable de las Colecciones de las Américas del Museo del Quai Branly.

“Son 20 los acervos incluidos en la muestra, 19 del INAH y uno del Museo de Antropología de Xalapa”, precisa.

El conjunto de piezas expuestas –que en su amplia mayoría se presentan por primera vez en Europa– proceden de 10 entidades de la República Mexicana: Ciudad de México, Estado de México, Morelos, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosi, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz.

“Su acopio fue sumamente complejo porque muchas partes han sido azotadas por el covid. Las regiones de Veracruz y Tabasco están inclusive en semáforos rojos, casi negros… Los museos nos abrieron excepcionalmente sus puertas para que pudiéramos preparar las piezas, embalarlas, sacarlas y luego concentrarlas todas en la Ciudad de México. Nos demoramos tres semanas para juntar todo. Las piezas viajaron en tres embarques de cargo y dos vuelos regulares en un plazo de siete días”, asegura la curadora.

Se percibe cierto orgullo en la entonación de su voz ligeramente atenuada por una mascarilla floreada…

Y no es para menos.

Desplegada en el Mezzanine Est del museo, hundida en una penumbra que agudiza aún más la poderosa estética de la cultura olmeca y de las del Golfo, la exposición es considerada como uno de los mayores eventos del otoño cultural de la Ciudad Luz.

En tiempos anteriores al coronavirus habría sin duda destacado, pero en el periodo actual de incertidumbre sanitaria, desasosiego y repliegue sobre sí mismo, dejarse sorprender por la civilización más antigua de México –cuyas primeras huellas remontan a 1600 antes de la era cristiana y cuyo mayor esplendor se manifestó entre 1200 y 400 a.C.– es un bálsamo para el alma. Por lo menos fue lo que exteriorizaron a la corresponsal varios cronistas culturales franceses invitados a la presentación para la prensa.

Según explica Cora Faldero Ruiz, Los Olmecas y las culturas del Golfo de México deriva de la muestra Golfo. Mosaico Ancestral presentada en 2019 en el Museo Nacional de Antropología (MNA) mexicano con motivo de la conmemoración de los 500 años del desembarco de los europeos en las costas del Golfo.

Recalca la curadora:

“La diferencia entre las dos exposiciones radica en el hecho de que en México no dimos tanto énfasis a los olmecas. Nos interesó antes que todo explotar la inmensa riqueza y variedad de las culturas del Golfo que encontró Hernan Cortés en 1519 al llegar a las costas de Veracruz, región en la que se hablaba una veintena de lenguas distintas.

“Nuestro enfoque era un poco más historiográfico –sigue explicando–. Ademas, el MNA cuenta con un amplio apartado dedicado a los olmecas en su exposición permanente. Fue a solicitud del Museo del Quai Branly que se decidió reforzar la presencia olmeca y contextualizarla. Debo reconocer que nos halagó ese interés muy erudito por una cultura aún difícil de aprehender, y considerada como la Cultura Madre de Mesoamérica.”

Dominique Michelet, reconocido especialista francés de la cultura maya y de Mesoamérica –lleva más de 45 años viviendo y trabajando entre Francia y México–, amigo personal y cercano colabo­rador de Stéphane Martin, quien dirigió el Museo del Quai Branly desde su inauguración en 2006 hasta 2019, da más detalles sobre la génesis de Los Olmecas y las culturas del Golfo de México y los pormenores de su realización:

“Stéphane Martin organizó con sumo entusiasmo dos magnas exhibiciones arqueológicas dedicadas a México: Teotihuacán, ciudad de los dioses (2009-2010) y Mayas. Revelación de un tiempo sin fin (2014-2015), que hasta la fecha siguen siendo las dos muestras más exitosas de la historia del museo. Pero soy testigo de que su mayor anhelo era celebrar a los olmecas en el Museo Branly. No dejaba de hablarme de ese sueño. ‘¿Cuándo traemos los olmecas a Francia?, ¿acaso no ha llegado el momento de hacer descubrir los olmecas a los franceses?’, me preguntaba a cada rato”, recuerda Michelet riéndose.

Abunda:

“Me enteré del proyecto Golfo. Mosaico Ancestral, vi la muestra y, conversando con su curadora Rebecca González Lauck, una amiga de varias décadas, entendí que México estaba dispuesto a cooperar con Francia para que las piezas estrella de esa exposición excepcional, junto con otras especificas de la cultura olmeca, viajaran a París. Se lo comenté a Stéphane Martin, quien muy pronto tomó el avión para México, y de allí arrancó todo.”

La trilogía mexicana

Pero el presidente del Museo del Quai Branly no tardó en toparse con un problema de agenda. Por obvias razones de organización resultaba imposible inaugurar la muestra antes de su jubilación, prevista a finales de 2019.

“Por lo general, al terminar sus funciones un director de museo no suele dejar un proyecto a medio acabar a su succesor –comenta Michelet–. Pero la presencia de los olmecas en París era tan esencial para Stéphane Martin que no vaciló en involucrar en esa aventura a Emmanuel Kasarhérou, recién nombrado para sucederle. Cabe recalcar que no le costó trabajo alguno convencerlo.”

Fue así como el hoy expresidente del Quai Branly logró cerrar con broche de oro su trilogía arqueológica mexicana, y contemplar en la mera entrada de esa institución –a cuya creación y dirección dedicó las dos últimas décadas de su vida profesional– la Cabeza Colosal que descubrió en San Lorenzo Tenochtitlán en 1946 el equipo de arqueólogos encabezados por Mathew W. Stirling.

Por sus mismas características –mide 1.82 m de altura y pesa cuatro toneladas y medio– esa pieza monumental, la más pequeña de las 17 Cabezas Colosales exhumadas hasta la fecha en México, no pudo ser expuesta en el mezanine dedicado a la muestra. Se quedó en la planta baja donde acoge al tiempo que impacta a los visitantes.

Es preciso recorrer un largo camino entre esculturas de madera y tótems oriundos de África antes de sumergirse en el universo de las culturas prehispánicas del Golfo.

El mezanine está organizado como una suerte de laberinto a lo largo del cual las piezas presentadas, que cubren 3 mil años de civilizacíón, están agrupadas por cinco temáticas:

Historia y geografía de la implantación olmeca en el Golfo de México y presentación de su organización social, política y urbanística.

Análisis del arte escultural olmeca definido como medio de difusión de ideas, conceptos y mitos que antecede formas de escritura y presentación de primeras inscripciones y glifos grabados en objetos y estelas que prefiguran un lenguaje escrito.

Representación de los hombres y de las mujeres del Golfo, con énfasis en la omnipresencia de poderosas figuras femeninas en la cultura huasteca.

Exposición de los distintos rituales de ofrendas característicos del caracter multicultural de la costa del Golfo de México.

Enfoque particular en las múltiples interacciones que la llanura costera del Golfo mantuvo con otras regiones de Mesoamérica, subrayando la influencia que los olmecas ejercieron sobre todas las demás culturas. 

El primer espacio pensado como introducción a la civilización olmeca es espectacular. Se impone primero a la vista El Señor de las Limas envuelto en una luz tamizada.

Esa escultura, famosísima en México, subyuga literalmente a los reporteros guiados por Cora Faldero Ruiz; tallada en serpentina, representa a un hombre sedente que sostiene en los brazos a un Niño-Jaguar muy lánguido, quizá recién fallecido, tal vez dormido. Los periodistas observan, intrigados, el rostro y el cuerpo del personaje principal cubiertos de incisiones grabadas, los labios entrabiertos, las fosas nasales dilatadas, y su mirada desviada por el estrabismo que parece hurgar a la vez el infinito y otro espacio indefinible.

“Esa pieza de factura perfecta (de 55 cm x 43.5, fechada en 900-400 antes de la era cristiana) sigue siendo misteriosa. Algunos especialistas piensan que se trata de un sacerdote”, comenta escuetamente la curadora, al tiempo que advierte:

“La historiografía de la cultura olmeca descubierta e identificada hace menos de 100 años está aún en construcción, y pese a trabajos de altisimo nivel de expertos mexicanos e internacionales nos falta todavía mucho por descifrar y comprender. También hay que multiplicar excavaciones en la zona del Golfo. Tenemos actualmente 70 proyectos de exploración en esa región…”.

A poca distancia de El Señor de las Limas resalta otra pieza tan atractiva como desconcertante, también muy célebre en México: La Ofrenda 4 de la Venta, conjunto de 22 objetos labrados en serpentina y jade integrado por 16 figuras humanas de unos 20 cm de altura cada una, y seis objetos en forma de hachas de alrededor de 25 cm de alto.

Una sola figurilla está tallada en granito. Da la espalda a las hachas –que pueden simbolizar estelas– y hace frente a los demás personajes en una escenografía bastante teatral que evoca una cumbre.

Las figuras humanas representan a hombres simplemente vestidos con taparrabo que ostentan deformaciones cráneo-faciales muy marcadas, características de los olmecas.

Más de 3 mil años

Dominique Michelet, quien supervisó la publicación en francés del catálogo –cuyos autores fueron seleccionados por Rebecca González Lauck– y se encargó también de redactar los textos de los carteles que acompañan todas las piezas de la exposición, confiesa su admiración por la obra:

“Diana Magaloni Kerpel, exdirectora del Museo Nacional de Antropología, y Laura Filloy Nadal publicaron en 2014 un libro esencial sobre la Ofrenda 4 –comenta a la corresponsal–. Basándose en estas deformaciones cráneo-faciales exageradas y en un análisis riguroso de cada figurilla, ambas especialistas sugieren que el grupo de seres remite a hombres muertos ya pasados a ancestros, quiza deificados, y que la escena extraordinaria a la cual asistimos se lleva a cabo en el inframundo. Con esa pieza, fechada entre 800 y 600 antes la era cristiana, dejamos la dimensión terrenal y entramos en otro tiempo y otro espacio.”

Y advierte:

“Las figuras y las hachas-estelas están expuestas en la posición que tenían unas en relación con las otras cuando fueron descubiertas en 1955 en el sitio de La Venta, en el estado deTabasco.”

Contrasta la talla relativamente reducida de El Señor de las Limas y de las figurillas de la Ofrenda 4 con el carácter monumental del Conjunto escultórico de El Azuzul, exhibido también en el mismo espacio introductorio de la muestra.

Conformado por cuatro esculturas talladas en enormes bloques de basalto, las piezas representan a dos hombres y dos felinos que se hacen frente.

Sentados en cuclillas uno detrás del otro, los personajes humanos son tan rigurosamente parecidos –mismo tamaño, misma postura, mismas mutilaciones– que se les considera gemelos. En cambio los felinos, también dispuestos uno detrás del otro, ostentan tamaños distintos y, si bien tienen la misma postura, difieren por sus rasgos.

“Cuando fueron halladas en 1991 en el sitio de Loma del Zapote, cerca de San Lorenzo, estas esculturas estaban acostadas, pero se tiene la convicción de que inicialmente estaban de pie, y al igual que se hace con la Ofrenda 4, se exponen respetando la posición al momento de su descubrimiento. Los especialistas sugieren que estamos en presencia de la figuración de un mito…”, enfatiza Dominique Michelet.

El arqueólogo francés suspira algo frustrado cuando la corresponsal le pide señalar las piezas que considera imprescindible mencionar en la reseña de la muestra.

“Tengo la tentación de contestar: todas… Sin embargo, me parece importante hacer hincpaié en las ofrendas, en particular en las de El Manatí, que tienen una relevancia muy particular en la cultura olmeca”, dice, al tiempo que se dirige hacia una vitrina donde lucen tres misteriosos bustos pequeños de madera, un bastón y una pelota de hule.

Dejan sin voz los rostros de estos personajes tallados con delicadeza primitiva y gran minuciosidad que enarbolan ya rasgos típicamente olmecas: deformación craneo-frontal, nariz chata, boca carnosa y ojos semi-rasgados.

“Lo que esta viendo –dice Michelet entusiasta– son las ofrendas más antiguas de las que tenemos conocimiento en Mésoamerica, se remontan a mil 200 antes de la era cristiana… Fueron descubiertas en 1988 al pie del cerro El Manatí, en un nacimiento de agua. Campesinos que buscaban un lugar apropiado para desarollar un proyecto de piscicultura dieron con ellas. Su estado de conservación impresionante se debe al carácter anaeróbico del medio donde fueron encontradas: el lodo que las cubría y el agua dulce las preservaron de la luz y, sobre todo, del oxígeno…”

Cora Faldero Ruiz también considera las ofrendas de El Manatí como elementos clave de la muestra.

“Sobra decir que nunca antes estas piezas habián salido de México y que no lo volverán a hacer antes de mucho tiempo”, confia al recordar lo difícil que fue preservarlas de los cambios climáticos que implicó su traslado a Francia.

“Viajaron en vuelo comercial, empacadas en cajas de madera y envueltas en tyvek, un material sintético aislante. Una vez en París esperamos ocho días antes de desempacarlas. Apenas sacadas de sus cajas, fueron sometidas a un tratamiento especial de hidratación. Aguardamos un tiempito más para ver cómo reaccionaban… La verdad, estábamos todos angustiados. Una vez que comprobamos que se habían aclimatado, nos apuramos a encerrarlas en una vitrina especialmente concebida y acondicionada para ellas y que permanecerá herméticamente cerrada hasta la clausura de la exposición. Es la única vitrina hermética de la muestra.”

Concluye la curadora:

“Debo reconocer que temblamos con sólo pensar en su viaje de regreso a México…”

Y señala que la pelota expuesta junto con los bustos de madera es una copia:

“El hule de la pelota original no hubiera aguantado el viaje a París. Pero nos importó resaltar la existencia de pelotas entre las ofrendas de El Manatí, porque revelan que hace tres milenios los olmecas ya dominaban el proceso de vulcanización del caucho”, enfatiza.

Al igual que Dominique Michelet, Cora Faldero Ruiz lamenta no tener suficiente tiempo para extenderse más sobre las obras maestras que hacen de Los Olmecas y las Culturas del Golfo de Mexico, una exposición única.

La curadora menciona el Monumento 1, una majestuosa escultura de basalto conocida como El Príncipe, descubierta en el sitio Cruz del Milagro (estado de Veracruz), que fue elegida para el cartel de la muestra, e insiste en la importancia de otra fuera de lo común, El Luchador (sitio de Antonio Plaza, Veracruz), también tallada en piedra basáltica, que representa a un hombre sentado moviendo los brazos con un realismo asombroso, y cuya actitud dinámica contrasta con la postura hierática de El Príncipe o de los gemelos del Conjunto de El Azuzul.

Dominique Michelet señala por su parte al Joven de Chiquipixta (Veracruz), una escultura cuyo estilo recuerda al de El Luchador, y al Adolescente de Tamuín (sitio de Tamohi, San Luis Potosi), otra de un hombre joven representado de pie totalmente desnudo en un estilo depurado, al extremo de que, según especialistas, podría “encarnar” al dios del maíz en la mitología de los totonacos del norte.

Faldero Ruiz y Michelet se tornan literalmente ditirámbicos cuando hablan de la Mujer escarificada de Tamtoc. 

Es con esa obra maestra, de sobra conocida en México, que finaliza la muestra Los Olmecas y las culturas del Golfo de México: Presentada horizontalmente en una esenografia suntuosa, la Venus huasteca parece levitar arriba de un espejo de agua simbólico que alude al manantial donde fue ritualmente “sacrificada”, quizás en el segundo siglo de nuestra era.

“Esa pieza no tiene equivalente en todo Mesoamérica, es absolutamente única en su tipo”, insiste Faldero Ruiz, quien cuenta a los periodistas franceses extasiados la historia de su descubrimiento en 2005 en un importante centro ceremonial del sitio de Tamtoc (San Luis Potosi), junto con multiples ofrendas.

La curadora ahonda en los simbolos de las escarificaciones que adornan sus hombros y sus muslos, que al igual que la “belleza de su vientre y el ojo de agua donde fueron halladas partes de su cuerpo evocan cultos a la fertilidad, a la fecundidad y al agua”.

Pero más alla de ese profundo simbolismo de la escultura, lo que salta a la vista es su sensualidad vertiginosa, hecha en piedra arenisca tan perfectamente pulida que parece mármol de Carrara…

Es obvio que Emmanuel Kasarhéou quedó pasmado por tanta belleza, pues el flamante presidente del Museo del Quai Branly no vacila en celebrar a la Sacerdotiza de Tamtoc en la introducción del catálogo con una cita de Octavio Paz en “Dama huasteca”:

“Viene de lejos, del país húmedo. Pocos la han visto. Diré su secreto: de día es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre.”

Este texto forma parte del número 2294 de la edición impresa de Proceso, publicado el 18 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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