El rescate de Magdalena Mondragón

sábado, 3 de octubre de 2020 · 20:37
Pionera del periodismo femenino en México, la también escritora coahuilense, “desde su muerte, está olvidada, y sus libros, sin reeditar”, relata el director de la Fonoteca Nacional, al entregar a Proceso el único registro sonoro que se conserva de ella. Se trata de una entrevista realizada en 1978 por el dueño de la Galería y Librería Juárez, Jesús Juárez, que forma parte ya de la colección que lleva su nombre en la institución federal. Aquí, algunos fragmentos. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Magdalena Mondragón (Torreón, Coahuila, 14 de julio de 1913-Ciudad de México, 5 de julio de 1989) fue la primera mujer de América Latina en dirigir un periódico de circulación nacional (Prensa gráfica, 1950), la primera periodista mexicana dedicada a la nota roja y pionera de la literatura testimonial. Tuvo audacias periodísticas: entrevistas históricas y exclusivas con Franklin D. Roosevelt, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. Consideraba su novela Yo como pobre (1944) el gran testimonio de la basura en México, pues durante meses convivió con los pepenadores del país para narrar su vida. La obra fue considerada libro del mes en Nueva York en 1947, distinción que se otorgaba seleccionando entre libros de todo el mundo (honor que, en Hispanoamérica, compartió sólo con Julio Cortázar). Escribió un ensayo titulado Los presidentes dan risa (1948), que le fue confiscado por el gobierno antes de que pudiera circular. Entre sus batallas, como miembro del Club de Periodistas, se cuenta el haber impulsado la primera Colonia del Periodista en la Ciudad de México, así como en Tamaulipas. Igualmente, conçtribuyó a la construcción de escuelas, llegando a presidir el Centro Cultural Vito Alessio Robles, espacio donde se impartía enseñanza gratuita a niños de bajos recursos en Torreón. Entre otras distinciones, recibió el premio del Ateneo Mexicano de Mujeres en 1937, el Premio Nacional de Periodismo (1983 y 1987), y en su honor se instituyó en 1979 la Medalla Magdalena Mondragón por la Asociación de Periodistas Universitarias, que reconoce a colegas destacadas con hasta 50 años de trayectoria. La Universidad Autónoma de Coahuila convoca cada año a escritores mexicanos a participar en el Concurso Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón, que se entrega desde 1988, un año antes de su muerte. Coleccionó arte popular, dio varias vueltas al mundo como corresponsal, pero desde su muerte está olvidada, y sus libros, sin reeditar. Aparentemente, las pertenencias que donó a Torreón para fundar un museo desaparecieron de manera misteriosa. El martes 19 de septiembre de 1978, Magdalena Mondragón fue entrevistada por Jesús Juárez en la Galería y Librería Juárez de la Ciudad de México, como parte de su intervención para la Fonoteca Nacional Testimonios para la historia, serie de grabaciones que se realizaban diariamente en ese local. La siguiente es una selección.

Leña para los alimentos de los albañiles

A la fecha tengo editados alrededor de 25 libros. Mi primer libro fue Puede que el otro año (1937), que mereció el premio del Ateneo Mexicano de Mujeres. Entonces le escribí a doña Amalia Castillo Ledón y se hizo una edición corta que se agotó hace muchos años. Después se publicó Norte bárbaro (1944), con el cual se inauguró la primera imprenta en Baja California Sur, siendo gobernador Francisco J. Mújica. Siguió Yo como pobre (1944), y con ese libro me sucedieron cosas muy curiosas cuando trabajaba en el Departamento del Distrito como reportera. Se me ocurrió que ese libro debía ser un testimonio de la basura en México, problema que va desde los basureros hasta el Congreso. Por cierto que el hombre que me acompañó en todas mis investigaciones era un jefe del Sindicato de Basureros, que después fue diputado: Luis Tovar. Yo estaba muy feliz con mi trabajo, entonces lo invité y le dije: “Bueno, compañero Tovar, cuando salga mi primer ejemplar a quien se lo voy a dar es a usted.” Era un tipo cuadrado, indígena. Yo llegaba con él a las cinco de la mañana y a esa hora nos íbamos con los pepenadores; les bauticé a sus hijos, conocí a mucha gente ahí. Cuando le di el primer libro, lo leyó en las sesiones del sindicato que él preside, naturalmente. Yo pensé: “¡Qué buena escritora soy, porque estoy haciendo llorar a un ídolo!”, porque vi que lloraba. Entonces le dije: –No es para tanto, compañero Tovar, no es tan importante… –No, compañera Mondragón, yo creí que usted estaba loca. En cierto sentido, eso era halagador. De Yo como pobre se hizo la traducción al inglés y fue considerado el libro del mes en Nueva York, porque lo eligieron los clubes del libro. Uno de ellos fue el Club del Libro en Español, que fundó Aurora Valle, y el otro, el mejor libro americano, que premia las obras traducidas al inglés. Ahí está el hecho fehaciente de que se consideró el libro del mes en Nueva York en medio de una competencia mundial, porque se hace la selección de todos los libros que aparecen en Nueva York. Entonces, es un triunfo porque en México nada más lo tengo yo, y en Sudamérica Julio Cortázar. Muy pocos latinoamericanos hemos llegado a obtenerlo. Yo como pobre se tradujo al inglés como Someday the Dream, que es una cosa completamente alejada de la realidad. Se seleccionó como el libro del mes y sin embargo es un libro de testimonio; no obstante, la crítica en Estados Unidos así lo consideró, es un testimonio sobre el mundo de la basura en México. Por ejemplo, incluye el discurso de Jorge Meixueiro en la Cámara de Diputados cuando solito se dio un balazo: “No puedo derretir la corrupción en México: la basura en México, porque sería como intentar con un cerillo derretir la nieve de un volcán.” Y ahí se suicidó. Yo como pobre tampoco es de estilo literario y más bien se trata de mi gran trabajo de testimonio. Cuántas gentes tienen sus libros, o los editan, o los traducen, o se sienten genios y los tienen en el escritorio y dicen: “Bueno, pues yo soy genio y ni modo”. Pero la cosa es que hay que demostrarlo, ya no sólo ser genio; siquiera escribir bien. Porque es muy difícil escribir. Creo que es una cosa tremenda la estructura de la palabra, transmitir el pensamiento, el espíritu que debe animar una obra, que debe ser trascendente. Y, como le digo, los libros dan sorpresas. Uno piensa: “Estoy escribiendo una cosa muy buena”, y resulta que el público no responde. Claro, si vale la obra, tarde o temprano tiene que prevalecer. Después salió la novela Más allá existe la tierra (1947). Salió El día no llega (1950), cuya edición me obsequiaron mis amigos el licenciado Montes de Oca y Martín Rizo. Por cierto, Martín Rizo no tiene nada que ver con la literatura, pero me editaron por ser mis amigos. Por ese libro, que creo es lo mejor que he escrito, me pasó la cosa más desgraciada de mi vida. Me entregaron la edición, me la llevé a una casa que entonces yo estaba construyendo en el Pedregal, cerca del Museo Diego Rivera, y ahí se quedó. Yo me dediqué a seguir con mi acostumbrado ritmo de vida. Y al fin, cuando respiré un poco, dije: “¡Ah!, voy a repartir el libro, porque realmente hay que distribuirlo en librerías para que se venda”. Cuál sería mi sorpresa que cuando [volví] ya no había más que 40 ejemplares. –¿Qué pasó con mi libro? –pregunté, a lo cual me contestó uno de los albañiles: –Ah, pues como vimos tantos iguales, lo utilizamos como leña para calentar nuestros platos. Por fortuna, Palito Madrid había repartido el libro a toda la crítica, y por eso en el volumen que hizo Natalicio González, México en el mundo de hoy, Gilberto González y Contreras, que era un crítico con mucho renombre, considera mi libro como uno de los más interesantes y que revolucionaron la literatura mexicana. Los libros son como los hijos: unos resultan fantásticos, maravillosos, dan fama, honores, críticas; otros dan dolores de cabeza, como El día no llega, que lo utilizaron para hacer fuego, para calentar el almuerzo de los albañiles. Después apareció Tenemos sed (1954), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en el concurso del periódico El Nacional. Me entregó el premio Efrén Núñez Mata. Hicieron la entrega en Bellas Artes, en la sala Manuel M. Ponce; la ceremonia fue a las cinco de la tarde. Por Tenemos sed recibí el Premio Nacional de Novela. Concursé por una apuesta que hice con Víctor Aguilar, Polo Ramírez Cárdenas y con el licenciado Tito Ortega. Estábamos tomando café en el Hilton, y empezaron con que el Concurso Nacional: –Está bien que nos sintamos muy escritores pero vamos a demostrarlo, vamos a mandar algo. –¡Pero si faltan tres días! Entonces yo dije: –Bueno, pues no le hace. Yo me voy a inscribir, ya traigo todos mis datos y todo y voy a concursar. Pedí permiso en el periódico, estaba yo muy activa en la prensa: en tres días hice Tenemos sed, que es una reflexión de cómo debido al progreso se hunden todos los senderos para que surja otro pueblo nuevo. Entonces a mí me tocó la Presa Falcón, ejemplo de cómo surgió un pueblo nuevo y cómo se hundió el pueblo viejo. Y cómo, a pesar de que ya estaba inundándose el pueblo, las gentes volvieron en camión a sacar los huesos de sus muertos, y a llevarse las rejas de la iglesia y del panteón para ponerlas en el nuevo pueblo. Siguen surgiendo nuevos pueblos y siguen hundiéndose otros. Ese es el tema de Tenemos sed. Y sigue siendo actual, a pesar de que ya tiene varios años. Lo hice en tres días, y se fue sin corregir. No lo quise volver a ver. Ya hasta que salió, los compañeros de la prensa me hicieron un banquete. Muy alegres, como si hubieran sido ellos los que hubieran ganado el premio. Y yo muy satisfecha porque escribí Tenemos sed. Mi obra de teatro Cuando Eva se vuelve Adán fue considerada por la crítica de México la mejor de 1938; se montó en Nueva York por Héctor Barrera. Después ¡Porque me da la gana! se adaptó en la Universidad Nacional, por el maestro universitario John Sarnacki, y fue editada por la Odyssey­ Press de Nueva York. Y ahorita está como libro de texto en varias universidades de Estados Unidos.

El sentido de la sencillez

Al escribir quiero ser lo más sencilla posible. Ojalá que pudiera expresar todas las cosas complicadas en forma tan sencilla que hasta un niño las entendiera. Qué bueno sería, ¿no? Si uno escribiera como habla. Eso ya es el colmo de la perfección: que pudiera explicar las cosas más complicadas de una forma sencilla. Yo no escribo para un grupo selecto. Yo escribo para el pueblo. A mí me gustaba mucho ir en el camión y ver que alguien iba leyendo Yo como pobre. Ir a alguna parte y ver que la gente me conoce. Claro que me gusta eso. Y si no me reconocen los grupos selectos, pues no me interesa. Afortunadamente sí me han reconocido, porque estoy en la Enciclopedia de México que acaba de salir. Creo que también estoy en el Diccionario, eso lo hizo la Universidad. Y también aparezco en México en el mundo de hoy, que coordinó el ex presidente de Paraguay, Natalicio González, que es un hombre muy culto. Hizo una edición muy lujosa de ese libro que abarca todos los temas. En el Pequeño Larousse, en la Uteha. En fin, esto me agrada, porque si no la leen a una los que tienen su mafia especial, que se leen unos a otros, pues entonces a mí me gusta que el pueblo me lea. Escribo para lanzar mi mensaje, no para guardarlo en un escritorio o para sentirme genio, o para que otro intelectual me interpele. Eso no tiene chiste. El chiste es que el pueblo me conozca. Y tratar los problemas del pueblo y que estos sean actuales aunque pasen los años. Que digan: “Bueno, en tal época...”.

Los premios no tienen importancia

Los premios no tienen importancia, pasan. Lo que debiera permanecer es el libro. Y los premios ojalá que fueran de oro para poder empeñarlos en caso de necesidad. Los corresponsales de todo el país me dieron un premio y ése sí se puede empeñar, porque es de oro bastante bueno. Me agradó esa distinción porque allá hay periodistas muy pobres, y sin embargo no vacilaron en aportar su cooperación. La acepté con una condición: donar todos mis libros y mis cuadros a Torreón. Todo: esculturas antiguas y modernas. Aquí viene el inventario de las obras entregadas a la Escuela de Medicina en depósito. Después se hizo en la Escuela Preparatoria un local especial para que quedaran ahí. Y en la Casa Coahuila me hicieron un homenaje [Muestra algunas imágenes]… Aquí estoy cuando recibí de manos del rector de la Universidad, el doctor José Luis Garrido, de quien dicen que era de pluma de oro y brillantes, como la mejor poesía. Ahí estamos. Mandé poner todos esos premios en una pulsera, pero me tintinea tanto y me molesta tanto que no la uso. Cuando fui la primera directora de un diario en México, doña Adela Formoso me dio esta medalla. Representa a mi México. Le digo que vanidosamente mandé poner estas preseas en la mano, pero me molestan. Me dio varias distinciones doña Adela, cosa que le agradecí mucho porque yo no estudié con ella ni quise dar clase en la Universidad Femenina, porque yo no fui maestra de periodismo. No quise dar clases ni ser maestra de nada. Estoy agradecida porque fui una autodidacta en materia periodística, porque cuando era joven no había escuelas de periodismo. Además, no creo que el periodismo se enseñe. Se es periodista o no se es. Como se es escritor o no se es. Se escribirá mal y tendrá uno que perfeccionarse. Si uno lee Hermann y Dorotea, de Goethe, y lee después las cosas que él escribió posteriormente, pues no hay comparación, ¿verdad? No hay más que escribir, escribir y escribir para poder perfeccionarse, de otra manera no se llega a ninguna parte.

¿Profesión? Periodista

En la escuela hice mi primer proyecto. Estaba en cuarto año y tenía nueve años de edad. Fue mi primer periódico. Y mi primer premio literario también fue en la escuela. En composición. Debo decir que fue un premio para una obra literaria. Hasta la fecha yo quisiera escribir un enorme libro de gran literatura. Tuve la suerte de ser la primera directora de un diario. Y después también lo fui del Sólo Para Ellas, que trataba los problemas de las mujeres en forma directa y profunda. Nada de recetas de belleza ni de elegancia ni de amor… Y luego del boletín Cultura Mexicana, que se hizo en inglés, francés y español, que se mandaba a todas las universidades del mundo, y donde se dieron a conocer muchos de nuestros valores y los principales acontecimientos culturales. Hice chistes en el periódico de ataque político. Claro que me los censuraron todos. Ni modo. Fui directora de un periódico por casualidad, ni lo busqué ni lo pedí. Pero el periodista en activo es el importante. Es cierto que el reportero ha decaido mucho en su forma de ser, y ya no es como antes desde que el general Lázaro Cárdenas creó el DAPP [Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad], que fue la primera mordazota que se le puso a la prensa. Cárdenas creó el boletín, y los boletines hicieron que se nos cortara la información bajo pretexto de que había que ayudar al reportero porque México estaba creciendo y los periodistas éramos muy pocos. Fue un grave error. Bueno, para él no, porque se controlaba la información en lugar de que los periódicos críticos crecieran. Y con la escasez del papel ya no había necesidad de romperles la imprenta ni de encarcelarlos. Se les cortaba el papel y se acababa el periódico. Y el periodista que tuviera ganas de atacar, pues se quedaba callado. ¿Cómo atacaba? Se acabaron los jeringazos. Ya no digamos El Hijo del Ahuizote, ni siquiera El Alacrán, nada. Desde entonces se puso cortapisa. Los periodistas actualmente son perezosos, porque el gobierno es el que ha hecho que la gente ya no reportee. Para qué reportear si existe el boletín. Entonces el periódico ha perdido mucho del encanto de la lucha por ganar la noticia. Ya ni ganas dan de hacer periodismo. Al menos yo ya no tengo edad. Pero sí tengo inquietudes: veo alguna cosa que me interesa, por ejemplo esta cuestión de los servicios voluntarios, y me dan ganas de hacer algo, ¿no? Pero realmente ya perdió mucha dinámica el periodismo. Mucha. Y es una lástima, pero así es. Y la culpa la tuvo el general Cárdenas al crear el DAPP. Yo logré, como anécdota periodística, una entrevista exclusiva con el general Cárdenas en la que se destapó la incógnita del sucesor presidencial, que terminó siendo Manuel Ávila Camacho. Cárdenas me dio una entrevista por el Lago de Pátzcuaro y no utilicé grabadora. En aquel tiempo no se acostumbraba. Tenía uno que contar con una muy buena memoria, su culturilla, nada de apuntes, pensando que el otro se escamaba cuando le ponía uno la grabadora o le apuntaba. Entonces había que hacerlo a cuerno libre, como los toreros de verdad. Me dio la entrevista; hasta eso, contestó todo lo que le pregunté. Luego, don Agustín Arroyo estaba alarmadísimo de mis preguntas y de que no hice ningún apunte. Se estaba jugando ahí toda la sucesión presidencial, la política de México. Yo preguntaba, el otro contestaba, y yo feliz. Logré cubrir la sucesión presidencial junto con otros periodistas que recorrimos el Lago de Pátzcuaro. Todos los demás apuntaban y don Agustín descontrolado. Y me fui a esas horas hasta Morelia. Me encerré en un hotel y no salí para nada. Tres, cuatro, cinco horas, ya ni me acuerdo, hasta que desglosé toda la entrevista: primero lo político, lo educativo en segundo, y luego lo demás, asuntos generales. Ya que salí, me andaban buscando: –¡Hombre, Magda!, ¿dónde te has metido? Te hemos buscado desesperadamente. ¿Dónde andabas? –¿Para qué me quieren? –¿Cómo que para qué te queremos? Pues don Agustín quiere verte. –¿Don Agustín? ¿Para qué me quiere ver don Agustín? –Pues dice don Agustín que quiere que le enseñes lo que vas a mandar al periódico. –¡Uy! ¿Al periódico? Para esto ya eran como las 10 de la noche, 11. Salí a cenar porque no había comido nada. Y dije: –Pues ya salió todo... –¡Cómo que ya salió, si fuimos al telégrafo, fuimos al teléfono para controlar tu información, porque es muy delicado, se está jugando una etapa tremenda de México! –Lo siento mucho, ya está todo en la prensa. Así que ya no pueden ustedes hacer nada. –¡Qué barbaridad! Pues vamos con don Agustín. –¡Qué barbaridad, muchachita, a lo mejor metiste la pata! –me decía don Agustín, estaba yo muy joven–, ¡metiste la pata! –Bueno, don Agustín, pues si la metí, ya me dirá usted. Al día siguiente apareció la nota de la sucesión presidencial con letras escandalosas. Pero pude escapar. Yo creo que fui la única que pudo escapar de una cosa así. Envié el trabajo con un camionero. Le dije: –Mire, soy reportera, compañero. Pero usted va a ser el reportero esta noche. Lleve esta información a La Prensa, aquí tiene 50 pesos. Yo sabía que iban a controlar el telégrafo y el teléfono. Entonces mandé todo con un canchanchán camionero. De esa manera llegó oportunamente, y salió muy bien. Ya lo otro no me importaba, lo político era lo principal; lo demás, lo educativo, lo agrario, ya no tenía importancia. Cerraron los bancos tres días, fue una bomba.
Reportaje publicado el 27 de agosto en la edición 2291 de la revista Proceso.

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