Estampas de la soledad en la CDMX
Ya nada es igual en la Ciudad de México. El coronavirus sacudió a todos y cambió sus rutinas. En algunas zonas las calles lucen solitarias, con sus negocios cerrados; muchos han perdido sus empleos; otros tienen familiares enfermos. Los más despreocupados no creen en el contagio e incluso se rebelan contra el confinamiento, pero lo cierto es que a todos les quita el sueño esta cuarentena que, por lo pronto, se amplió hasta el 30 de mayo.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- A la altura del mirador, en el piso 44 de la Torre Latinoamericana, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el mensaje es muy claro: “Quédate en casa”. Forma parte de una campaña de la Secretaría de Salud (Ssa) presente en todo el país desde hace un mes.
Ese exhorto, cuyo propósito es evitar el contagio o por lo menos atenuar los estragos provocados por el coronavirus, ha cambiado notablemente a la Ciudad de México. Hoy ya nada es igual. El bullicio cotidiano de sus más de 9 millones de habitantes quedó en pausa, aun cuando algunos se niegan a acatar la medida.
Debajo de la Latino, en la esquina del Eje Central y el corredor peatonal Madero, por donde solían transitar más de 600 mil personas al día y hasta 1 millón en “temporada alta”, ahora apenas una decena camina evitando chocar entre sí. En esa esquina se colocaron cintas y tambos para controlar el acceso a Madero. Un policía resguarda celoso el lugar del Centro Histórico, donde casi todos los comercios están cerrados.
El Palacio de Bellas Artes está protegido por vallas metálicas que impiden el acceso a los turistas; lo mismo sucede en la Catedral Metropolitana y en Palacio Nacional. La emergencia sanitaria canceló la ceremonia oficial del izamiento de la bandera.
La jornada nacional de Sana Distancia, mediante la cual se recomendó el cierre de escuelas y empresas con actividades “no esenciales” –lo que implicó mandar a los empleados a trabajar a su casa desde el 23 de marzo– cambió radicalmente el rostro de la ciudad.
Al poniente de la ciudad, en la carretera por la que circulan todos los días miles de automovilistas procedentes de la zona de Santa Fe que durante las horas pico se convierte en un inmenso estacionamiento, hoy sólo se observan algunos autos que se desplazan a toda velocidad.
Lo mismo sucede en las avenidas Constituyentes y Paseo de la Reforma, en sus cruces con Bosques de las Lomas. Muchos de los residentes de esa colonia optaron por irse a sus casas de campo en otros estados.
Ya casi no circulan autos de lujo seguidos por escoltas. En una de sus esquinas, una niña de unos ocho años espera con paciencia a que alguien le compre chicles o mazapanes o un cigarro suelto; la desazón también embarga a un limpiaparabrisas que confía en ganarse unos pesos para comer y llevarle algo a su familia.
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Fila para comprar víveres en la Ciudad de México. Foto: Eduardo Miranda[/caption]
Limpieza del transporte público en la Ciudad de México. Foto: Octavio Gómez[/caption]

Los de a pie
El Metro, en el que viajan 5.5 millones de pasajeros por día, ahora sólo recibe en promedio 2.5 millones y, a partir del viernes 17, es obligatorio el uso de cubrebocas como medida sanitaria. En las estaciones Pantitlán y Centro Médico ya no se ven las aglomeraciones en horas pico; ahora el flujo de usuarios es relajado. El pasaje en los servicios del Metrobús, Tren Ligero, Trolebús, los autobuses de RTP y los de transporte concesionado disminuyó entre 40 y 60%, según datos de la Secretaría de Movilidad. Eso permite que las mujeres viajen con más confianza y no sean objeto de manoseos. Policías y personal que atiende los ministerios públicos y las cárceles, así como bomberos, paramédicos, trabajadores de limpia, cocineros, empleados de supermercados, farmacias y bancos, despachadores de gasolineras, choferes de pipas de agua, obreros de algunas industrias, mensajeros, personal de guarderías y de refugios para mujeres víctimas de violencia, entre otros que trabajan en actividades “esenciales” para el funcionamiento de la ciudad, viajan en esos transportes. Van junto a vendedores de comercio informal y de puestos de comida ambulante y otros no asalariados. Todos van “al día” y tienen que salir a conseguir comida para sus familias. La orden de cerrar los 338 centros comerciales en la ciudad dejó a millones de personas sin áreas de esparcimiento; otros tantos perdieron sus empleos. Los enormes inmuebles con iluminación extra lucen oscuros. Sus estacionamientos están casi vacíos. La cartelera de los cines se quedó detenida en el tiempo. La Plaza Garibaldi calla. El salón Tenampa también está cerrado. Tepito está casi muerto. Apenas hay unos puestos tendidos que violan la medida sanitaria con la esperanza de que llegue algún comprador. Una que otra motoneta, cuyos conductores suelen repartir droga al menudeo, pasa con sonido de reguetón. Los pasillos del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México apenas cuentan decenas de pasajeros que caminan sin tropezar con maletas o gente sentada en el piso. Nulo reflejo de las 100 mil personas que, antes del virus, pasaban por ahí todos los días. Las largas filas también disminuyeron afuera de los 13 reclusorios de la capital. La autoridad restringió y dividió las visitas a los 25 mil internos e implementó estrictas medidas de higiene al interior. En la mayoría de los supermercados ya sólo puede entrar una persona por carrito, de preferencia, que no sea adulto mayor y que no lleve niños. En algunos lugares deben pasar por “tandas” y con tiempo limitado, mientras afuera los que esperan hacen fila con su sana distancia. En las calles cada vez se observa a más personas en bicicleta y motocicleta con sus mochilas-caja que, vía aplicaciones digitales, llevan comida a domicilio de los establecimientos que siguen abiertos pero que sólo venden para llevar. Afuera de algunos hospitales, como el General de México, en la alcaldía Cuauhtémoc, ya no hay puestos ambulantes ni aglomeraciones cerca de la puerta. La gente que llega de otros estados con sus pacientes graves debe buscar una banca alejada de la entrada para acomodar cartones y cobijas y pernoctar ahí en espera de buenas noticias. Lo que sí aumenta es la vigilancia policiaca afuera de las unidades médicas para prevenir agresiones a doctores, enfermeras, camilleros y demás personal de salud, como ya también ocurre en la capital. En algunas unidades habitacionales hay letreros que rechazan la discriminación y agresiones que viven sus habitantes que son doctores, enfermeros, camilleros y demás personal de hospitales, bajo el acoso de vecinos que los acusan de llevarles el riesgo de contagiarlos. [caption id="attachment_627138" align="aligncenter" width="660"]