El 26 de abril se cumplieron 34 años del accidente nuclear de Chernóbil, ese muerto que respira, que sigue siendo una amenaza para la vida y corre el riesgo de despertar por los recientes incendios cercanos a la zona de exclusión. Al igual que en 1986, en este 2020 los bomberos son quienes están más expuestos, con pocas medidas de seguridad. Y al igual que hace tres décadas, las autoridades locales comenzaron minimizando la emergencia.
MOSCÚ (Proceso).- Han pasado 34 años del desastre nuclear de Chernóbil y en Kiev una segunda generación de ucranianos vuelve a mirar con miedo hacia el norte. Pensaron que la radiación dormiría para siempre bajo la tierra, el acero y el hormigón colocados durante estos años, pero el fuego llegó en abril y amenaza con romper esa frágil promesa.
Los incendios –los más grandes que se recuerdan– en la zona de exclusión de Chernóbil se desataron el pasado 4 de abril en una superficie de 20 hectáreas y rápidamente tomaron 35 hectáreas debido a los fuertes vientos. Ahora ya han ardido más de 11 mil 500 hectáreas de bosque, según la oficina de prensa del presidente de Ucrania. Los bomberos todavía no han logrado sofocar la amenaza. “Aún tenemos incendios de turba localizados en varias zonas. Y el satélite muestra un nuevo fuego en el oeste”, explica desde el terreno Olena Gnes, guía turística de Chernóbil reconvertida en activista para salvar ese entorno.
A principios del mes pasado, la imagen de las columnas de humo saliendo del paisaje carbonizado alarmó a los activistas ambientales, quienes advirtieron que la quema de árboles y diversa vegetación contaminados podría dispersar las partículas radiactivas de la planta nuclear.
“La quema de prados, pastos y rastrojos ha causado aumentos menores en la radiación debido a la liberación de radionucleidos del suelo, contaminado en el accidente de 1986”, admitió la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) el 24 de abril pasado, tras analizar los datos suministrados por el propio gobierno ucraniano. Pero insistió en que están dentro de los niveles aceptables para la salud.
El despliegue en la zona de casi un millar de bomberos y voluntarios ha conseguido, al menos, evitar que las llamas lleguen hasta la propia central y a los depósitos con residuos radiactivos. La culminación de una estructura de confinamiento sobre el reactor más dañado en el accidente fue un paso importante en 2019. Pero aunque están recubiertos con hormigón, un incendio de varias horas podría liberar sustancias radiactivas a la atmósfera.
“Uno de los fuegos estuvo cerca del sitio de la antigua central nuclear, a sólo cuatro kilómetros del ‘sarcófago’ que colocaron”, relata Rashid Alimov, de Greenpeace Rusia.