La historia de un renacido

sábado, 8 de agosto de 2020 · 14:27
Su carrera ha crecido con el siglo –debutó en 2002– y hoy que está en la cúspide, Óliver Pérez, el pitcher zurdo que aprendió a dominar a los bateadores cuyas habilidades también están en la mano izquierda, supo aprender de las caídas y continuar hasta convertirse en el lanzador mexicano con más temporadas jugadas en las Grandes Ligas. En entrevista, el propio pelotero es quien reflexiona sobre los acontecimientos que lo habían desahuciado del mejor beisbol del mundo. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– 3 de octubre de 2010. Último juego de la temporada. Los Mets de Nueva York enfrentan en casa a los Nacionales de Washington, ambos en el sótano de la División Este de la Liga Nacional. El mexicano Óliver Pérez entra a lanzar la entrada 14 de un juego empatado a una carrera. Hace 27 días que el zurdo no ha salido del bullpen. Desde mayo no está en la rotación de abridores. Ni como relevista lo usan. Toda la temporada se ha tragado los abucheos de los fanáticos neoyorquinos que le reclaman sus desastrosas actuaciones. Tras ponchar al primer bateador, Pérez, el primer pelotero culichi en llegar a las Grandes Ligas, regala la primera base con un golpe. Incapaz de tirar strikes, liga dos bases por bolas. Casa llena. Otra base por bola. Entra la carrera de caballito. Treinta lanzamientos, de los cuales sólo 11 fueron strikes. Óliver Pérez abandona el terreno de juego bajo una lluvia de reclamos. Pizarra final: Washington 2-1 Mets. Al final de la temporada, los Mets corrieron al manager Jerry Manuel y al gerente general Omar Minaya, el responsable de haberle dado un contrato por tres años y 36 millones de dólares a Óliver Pérez, el pitcher zurdo que estaba cumpliendo su quinta temporada con el equipo –novena en las Mayores– y a quien, desde que firmó por ese monto, se le volteó el santo de espaldas. Al mexicano también le dieron las gracias. A la directiva de los Mets no le importó pagarle los 12 millones de dólares que aún le debían con tal de que se fuera. No habría un 2011 para Óliver Pérez en Nueva York, donde la prensa lo trajo a periodicazos y los reporteros le revolotearon todos los días como avispas con aguijones punzantes. “Fue muy doloroso. Así estés ganando millones, que lleguen y te digan: ‘Ya no te queremos aquí, ¡vete del equipo! Es muy feo’. Te sientes el ser más pequeño de la Tierra; te quieres esconder porque piensas que todos te miran con odio. Yo pude haber dicho: ‘Me voy, tengo un contrato’… Pero no soy conformista, me aguanté esa temporada y, al terminar, seguí preparándome”, narra Óliver. 26 de julio de 2020. Tercer juego de una temporada atípica por la pandemia de covid-19. Los Indios de Cleveland reciben a los Reales de Kansas City en duelo de equipos de la División Central de la Liga Americana. El mexicano Óliver Pérez entra a lanzar en la séptima entrada del juego que los locales van ganando 8-2. El zurdo forma parte del cuerpo de relevistas, lo que en el beisbol se conoce como “pitcher situacional”. Se ganó un contrato para este año porque en 2019 rebasó las 55 apariciones: participó en 67 juegos. Después de que su compañero Carlos Carrasco acepta un doble, el manager Terry Francona manda a Pérez a poner orden. Poncha a dos rivales, y al tercero lo obliga a rodar hacia la primera base. Quince lanzamientos, nueve fueron strikes. Óliver Pérez abandona el terreno de juego y en el dugout sus compañeros lo felicitan. Pizarra final: Kansas City 2, Indios 9. Con esta actuación Pérez se convirtió en el primer pelotero mexicano en llegar a 18 temporadas en las Grandes Ligas. De aquel espigado jugador que debutó con los Padres de San Diego el 16 de junio de 2002 a los 20 años y 305 días queda una pálida sombra. Ya no es aquel tirador de rectas de 97 millas por hora capaz de ponchar a 239 rivales en una temporada.

Esfuerzo y perseverancia

Los 671 juegos en los que Pérez ha participado –195 como abridor y 476 como relevista– y las mil 441 entradas que ha lanzado le han servido para aprender que más vale maña que fuerza, que en el beisbol no todo es gozo y que las caídas sirven para aprender a levantarse; que los sacrificios tienen recompensas, y que si hay que bajar a las Ligas Menores ahí volverá a picar piedra. “Es un honor haber jugado todo este tiempo. No ha sido fácil lo que he pasado. Me he preguntado los últimos meses qué tan importante es este récord. Todos los mexicanos que hemos pisado Grandes Ligas debemos ser un ejemplo para las nuevas generaciones, demostrar cómo somos. Decirle a la niñez que a base de esfuerzo y dedicación se logra todo, aunque haya tropiezos.” Este año, Pérez debería estar festejando el inicio de su temporada 19 en las Mayores, pero el descalabro que sufrió lo dejó fuera durante 2011. Ese año lo pasó con Harrisburg, el equipo de los Nacionales de Washington en la categoría AA donde entrenó al lado de muchachitos de entre 18 y 20 años que lo veían de abajo hacia arriba por tratarse de un ligamayorista. Ahí, entre chamacos, Pérez se reconstruyó con la ayuda de Rafael Arroyo, El Paisa, el catcher de bullpen de los Mets, de quien primero se hizo amigo y ahora ambos se dicen hermanos. Con su experiencia en el manejo de pitchers, aunque nunca jugó en Grandes Ligas, Arroyo, un mexicoestadunidense nacido en Los Ángeles, se echó a cuestas los problemas de Óliver. Arroyo fue testigo de cómo, con los Mets, la recta de Pérez perdió velocidad. Si acaso llegaba a las 89 millas. Él cree que extravió la seguridad y la confianza. No importó que Óliver llegara temprano, que entrenara fuerte y siempre estuviera listo para subir al montículo. La fortuna lo abandonó. Juntos empezaron a entrenar con pesas rusas y aparatos de gimnasio, a llevar una mejor alimentación y a analizar en largas conversaciones por qué no podía corregir el rumbo. “Tenía tendinitis en la rodilla derecha (la pierna con la que aterriza después de cada lanzamiento). Uno debe caer con la punta del pie hacia adelante y el mío caía horizontal. Al momento de girar el pie, la rodilla se torcía. Imagínate eso durante 100 picheos, quién sabe en cuántos juegos. Un día tenía que tronar. Fueron tres años muy difíciles (de 2008 a 2010). Eso me pasó por no decir que no estaba bien; yo insistía en jugar”, cuenta Pérez. Por esta razón alteró su mecánica de lanzamiento. Por más que intentó no pudo salir del bache. Los Mets le pidieron que se fuera a Ligas Menores a tratar de componerse. El jugador, pensando en que para tener derecho a una pensión debe acumular 10 años de servicio en Grandes Ligas, ejerció su privilegio de rehusarse. Su agente, Scott Boras, famoso por conseguirle a sus clientes contratos multianuales a cambio de millones de dólares, le aconsejó que no aceptara salir del roster de 25. Cuando los Mets lo dejaron en libertad, se fue junto con Arroyo, primero a Phoenix y luego a Culiacán. En medio del apapacho familiar trató de salir adelante. Antes del inicio de la temporada 2010 de la Liga Mexicana del Pacífico entrenó para estar en forma y jugar con los Tomateros, pero también ahí lo abuchearon. Seguía sin encontrar la zona de strike y le caían a batazos. “Tuve que empezar de cero. No tenía equipo y fue cuando me agarró Washington en 2011 para ir a las Menores. Volví a sentir el gusto del juego. Estaba con puro chamaco y también me sentía chamaco (tenía 29 años). Eso me motivó. Me decían líder y me copiaban cómo entrenaba. Tuve buena temporada y eso me ayudó para que Seattle se fijara en mí en 2012.”

El gran apoyo

En su afán por ayudar a Óliver, Rafael Arroyo buscó videos de cuando jugaba para San Diego. Quería entender por qué su recta había perdido velocidad. Descubrió que, para compensar el dolor en la rodilla, el culichi se agachaba y eso cambiaba el ángulo de su brazo y le restaba fuerza. Costó mucho corregirlo. El entrenamiento con las pesas rusas, salir a correr en Camelback Mountain, en Phoenix, y perder algunos kilos también ayudó. “Agarró fuerza y confianza, aumentó la velocidad de sus rectas y comenzó el rumor de que Óliver ya estaba en forma y listo para regresar. Seattle le dio la oportunidad de ser relevista y estuvo muy bien porque al tener que enfrentar a menos bateadores y hacer menos pitcheos podía tener disparos de más de 97 millas”, dice Arroyo. En junio de 2012, justo 10 años después de su debut en Grandes Ligas, Pérez regresó a San Diego, ahora con los Marineros de Seattle, para enfrentar al equipo que le abrió las puertas por primera vez. “Fue ver cómo el juego da vueltas. Todo era perfecto. Estuvo ahí su familia. La confianza es muy importante en este juego. Cuando uno no está pichando regularmente, empieza a dudar; no tienes control de la pelota. Físicamente no estás bien; tampoco en lo mental ni en lo anímico, pero cuando ajustas todo camina”, explica el excatcher, ahora preparador físico de otros ligamayoristas mexicanos, como Luis Cessa y Julio Urías. Dos temporadas con Seattle, una y media con Diamondbacks de Arizona, unos meses con Astros de Houston, dos más con los Nacionales de Washington, donde se convirtió en un zurdo especialista en dominar bateadores zurdos. La idea fue del coach Spin Williams, con quien Pérez coincidió en sus inicios ligamayoristas con los Piratas de Pittsburgh. Él lo recomendó para que los Nacionales lo tuvieran en Ligas Menores en 2011. El consejo no pudo ser mejor: “Tienes un brazo muy bueno. Lanzas muy bien contra los zurdos, vete al bullpen y aprende cómo dominar a los zurdos”. Con Washington se quedó en las campañas de 2016 y 2017. Las estadísticas enseñan que, a partir de 2012, cuando el promedio de velocidad de su recta era de 94 millas por hora (con picos de hasta 97), Pérez comenzó a retar a los bateadores zurdos poniéndoles la pelota en el centro del plato y ya no en la esquina de adentro, como solía hacerlo. La tasa de jonrones que acepta por cada nueve entradas también disminuyó, algo que es paradójico porque la tendencia en Grandes Ligas es que los lanzadores cada vez reciban más cuadrangulares. Pérez también dejó de usar regularmente su sinker, un arma con la que los zurdos dominan a los bateadores derechos. A partir de 2018, cuando llegó con los Indios de Cleveland, se nota claramente cómo Óliver Pérez comenzó a tirar más el slider y a depender menos de su recta de cuatro costuras. Al volverse un especialista en zurdos, descubrió que esa pichada es con la que domina a los zurdos. Identificó que podía prolongar su carrera si hacía estos cambios. “Hay que estudiar todo lo que puedas enfrentar. Ahorita tenemos todas las estadísticas. Los equipos te dan de todo y hay que aprovecharlo porque eso ayuda cuando subes a la loma. Tiene lógica: me dijeron que el porcentaje de que me batearan el slider es más bajo que si tiro rectas. Por eso lo tomé. Todos, pitchers y bateadores tenemos mucha información, hay que estudiar las situaciones a las que me enfrento.

El lanzador de rectas

En 2012 Pérez comenzó a lanzar su recta en el punto de lanzamiento vertical más alto de su carrera. Para ponerlo en términos más simples: dejó de agacharse –ya sin la lesión en la rodilla– y enderezó la espalda. Esa mecánica la mantuvo hasta 2017. Ese año bajó el ángulo de su brazo izquierdo para “acostarse” y ser más incómodo frente a los zurdos. Más allá de las estadísticas avanzadas, su propia experiencia lo lleva a hacer otro tipo de ajustes que él mismo inventa. Pérez cree fervientemente que tanto a su recta como al slider le puede hacer variaciones si, por ejemplo, antes de tirar a home hace una pausa, más corta o más larga, según a quien esté enfrentando o, por el contrario, si tira rápido; a veces levanta la pierna, tira por arriba o por abajo. Dice que está leyendo a los bateadores y quiere romperles el ritmo. Un día, en un juego en Culiacán le tocó enfrentar a un jugador que le sacó 13 veces la pelota de faul. Fastidiado por no poder sacar el out, antes de soltarle una recta de 94 millas, Pérez levantó la pierna derecha y la dejó suspendida en el aire durante tres segundos. Lo ponchó. Improvisó una ocurrencia a ver si así dominaba al rival. “Quiero que no entren al ritmo o están esperando la recta, pero le quito fuerza y les rompo el timing. Siempre pienso en cómo disminuir la posibilidad de que me den un contacto sólido. Poco a poco lo fui inventando. A veces un bateador te da 10 fauls y tienes que improvisar esas cosas”, comenta. A Pérez sólo le falta jugar y ganar en una Serie Mundial para irse sin deudas con el beisbol. Ha pasado todos los otoños de su carrera viendo estos juegos en la televisión. No quiere retirarse sin el deleite de tener un anillo de campeón, brincotear en el terreno de juego mientras lo papelitos de colores le lluevan y mojarse con champaña en el vestidor. “Algo que me gustaría es ser el pelotero más viejo en Grandes Ligas. Cuando subí en 2002 era el más joven de toda la liga; quiero que me toque estar cuando debute un jugador nacido en 2002”. Antes de Pérez, quien el 15 de agosto cumplirá 39 años, el pelotero con más campañas en las Grandes Ligas en este 2020 es el dominicano Albert Pujols. Con 40 años, está cumpliendo su temporada número 20. El hoy primera base de los Angelinos de Los Ángeles debutó en abril de 2001 con los Cardenales de San Luis. “Vamos año por año. Trato de cuidarme más, comer más sano porque si tengo peso de más me duelen las rodillas, los tobillos, la espalda. Ahora pienso en llegar a la temporada 20. Quién sabe si en 2021 tendré contrato. No hay otro mexicano en ningún deporte que haya estado tantos años activo, aunque cuando me levanto ya me duele todo.”
Reportaje publicado el 2 de agosto en la edición 2283 de la revista Proceso.

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