Futbol

Lucila Venegas: Decisiones firmes en la cancha y en la vida

A Lucila Venegas la vocación por el futbol la llevó por el camino del arbitraje. Y ya acumula experiencia nacional e internacional en varias divisiones, lo que le mereció el Premio Nacional del Deporte 2020
sábado, 9 de enero de 2021 · 14:38

A Lucila Venegas la vocación por el futbol la llevó por el camino del arbitraje. Además de los exámenes de reglamento y las duras pruebas físicas, tuvo que vencer los prejuicios de quienes le auguraban un buen futuro… como asistente. Pero ella no se dedicó al deporte para conformarse con lo que le asignaran. Trabajó en cuantos partidos pudo hasta enero de 2008, cuando recibió su acreditación de la FIFA como la primera árbitra mexicana. Desde entonces acumula experiencia nacional e internacional en varias divisiones, lo que le mereció el Premio Nacional del Deporte 2020.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Si cuando tenía seis años le hubieran dicho que iba a ser árbitra profesional de futbol, Lucila Venegas no hubiera hecho corajes ni llorado cada vez que su papá y su hermana mayor, Claudia, la arreaban para que fuera a correr al bosque Los Colomos en su natal Guadalajara. Tantos kilómetros acumuló en las piernas y tan buen físico presumía, que 21 años después, en el primer intento, se convirtió en la primera silbante mexicana merecedora de un gafete internacional de la FIFA.

El currículo de Lucila Venegas Montes no da margen a la duda: desde que debutó como profesional en 2008, en el futbol mexicano ha arbitrado 400 partidos en Tercera División, 95 en fuerzas básicas (45 en la Sub-20 y 40 en la Sub-17), 90 en Segunda División, seis en la Liga de Ascenso, uno en la Copa MX y más de 50 en la Liga Femenil.

Es la mejor árbitra de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Futbol. Ha pitado en los Mundiales femeniles de Canadá 2015 y Francia 2019, así como en otros tres de categorías inferiores, en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y en los Panamericanos de Guadalajara 2011.

En medio de la pandemia del covid-19 –que recortó los torneos del futbol local e internacional–, Venegas fue reconocida el pasado noviembre con el Premio Nacional del Deporte 2020, más por su trayectoria que por los nueve partidos arbitrados durante el periodo a considerar.

El destino de esta jalisciense de 39 años quedó marcado desde la cuna. El matrimonio Venegas Montes procreó un varón y siete mujeres, una de las cuales, Claudia, fue diagnosticada en la adolescencia con fiebre reumática. Rosario y Salvador pronto entendieron que el ejercicio era vital en el tratamiento de su hija, así es que no hacían más que cruzar la avenida para llegar al bosque Los Colomos, donde, a fuerza de ímpetu y del aliento de su padre, la niña recuperó la salud y se convirtió en una excelente fondista y medio fondista que ganaba carreras aquí y allá.

“Mi papá le decía ‘la campeona’, eso generaba competencia en mi casa. Yo tenía seis años y escuchaba que sólo a ella le decía así. El deporte estuvo presente desde esa etapa porque a ‘la campeona’ le gustaba. Ella pedía que nos llevaran a correr a otras dos hermanas y a mí; como le gustaba el balet y la gimnasia, también nos metieron a clases y después a natación porque ‘la campeona’ decía que teníamos que aprender. No me gustaba, pero así llegué al deporte. Ahora lo agradezco porque me dio disciplina y carácter”, cuenta Venegas.

La árbitra dice entre risas que todavía conserva fotografías de aquellos tiempos, cuando traía su uniforme y sus tenis de la marca Carrera, los más baratos, con una suela que de tan delgada casi la dejaba embarrada en el asfalto. Era para lo que alcanzaba. En las imágenes se le ven los lagrimones que le sacaba aquel suplicio. Y la voz de su papá repicaba en sus oídos: “No llores, deberías ser como tu hermana; mira cómo corre”.

Los Venegas Montes eran de una condición económica castigada. Si tuvieron acceso a la actividad física fue por los programas gubernamentales que invitaban a los niños y jóvenes a hacer deporte de manera gratuita. Salvador, técnico especializado en lavadoras, y Rosario, ama de casa consagrada a cuidar de su pipiolera, no tenían dinero, pero sí muchas ganas y creatividad para sacar adelante a sus hijas.

La primera vez que Lucila sintió amor por el deporte fue cuando pudo elegir el taekwondo. La escuela estaba a un lado del taller donde su papá reparaba lavadoras y le pidió al profesor un descuento. Al mismo tiempo ingresó a la Escuela Secundaria para Señoritas Número 5, donde sus compañeras le presentaron un balón de futbol. Ahí no pudo jugar ese deporte porque la advertencia fue clara: “No es para señoritas”. En un acto de rebeldía, algunas de las muchachas se escapaban de los maestros para patear aunque sea unos penaltis.

Venegas descubrió lo divertido que son los deportes de conjunto, como el voleibol y basquetbol, que llamaron su atención. Sus sueños de adolescente la pintaban como seleccionada estatal por Jalisco y, aunque seguía corriendo, por fin le encontraba sentido al deporte.

“La tarea de mi papá fue retarnos e impulsarnos a hacer más. A sus hijas siempre nos aconsejó: ‘No dejes que nadie te diga que no puedes’. Él me enseñó a andar en bicicleta en un campo de futbol de pura tierra. Le quitó las llantitas traseras y de los golpazos que me puse ya traía los codos sangrando. Sólo me decía: ‘Los campeones no lloran, levántate’. Las lágrimas que me chorreaban me limpiaban la tierra de la cara.

“Mi hermana marcó un modelo a seguir de fortaleza. Nunca imaginé que iba a lograr tantas cosas. Estudié la licenciatura en cultura física y deporte por seguirla a ella.”

Ascenso gradual

Si “la campeona” inspiró a Lucila, su amiga de la universidad, Zorayda Sevilla, fue la que casi a rastras la llevó al arbitraje. Matriculada en la Universidad de Guadalajara, Venegas se integró a la selección de futbol de la escuela. Estudiaba al tiempo que entrenaba todos los días en espera de los partidos del fin de semana para lucir su juego, pero ahí estaba Zorayda endulzándole el oído con que si pagan muy bien, que al fin son puros partidos de niños, tú lee este libro de reglas y cuando te pregunten si ya has arbitrado les dices que sí. Hasta que la convenció.

Era septiembre de 1999 cuando Venegas descubrió que una cosa era leer el libro de reglas y otra interpretarlas. Dio igual. Se presentó en una liga de colegios y así debutó en un partido de niños de seis años, del cual salió huyendo en la motocicleta de uno de los entrenadores porque los papás le cayeron a reclamos.

Lucila y Zorayda arbitraron en ligas de todos lados, lo mismo en las de los barrios más bajos que en las de la Riviera de Chapala y las de los ranchos. Atotonilco El Alto era uno sus lugares favoritos. Ahí llegaban los domingos a las siete de la mañana y se iban hasta las ocho de la noche felices, con 800 pesos en la bolsa, cantidad que para unas estudiantes de la época era “una buena lana”.

No les importaba que fueran canchas de tierra y quedaran empanizadas con la cal que el viento levantaba, que los equipos no se completaran, que de tan jodidos los campos el balón se ponchaba cuando iba a dar entre los matorrales o que a medio juego un coche circulara por en medio y tuvieran que hacer una pausa.

“Fue así como el arbitraje se metió a la fuerza en mi vida y ya no lo pude sacar. Pasé tres años arbitrando así. Me llegaba la emoción cuando veía una jugada bien hecha, me sorprendía con los golazos. Disfrutar de esa manera me hizo decir que sí me gusta el futbol, con sus asegunes, porque no me quería dedicar a eso. Me siento orgullosa porque el arbitraje es una profesión bonita y aunque no seas profesional puedes darle una ayuda a tu familia.”

En 2003, otra vuelta de tuerca de Zoray­da Sevilla ajustó el destino de Lucila. La amiga no le dio vida hasta que se inscribieron en el curso que se impartía en la Delegación de Árbitros Profesionales del Futbol, en Guadalajara. Literalmente la obligó a ir. Venegas sabía que sólo la estaba alborotando y que su amiga la abandonaría sin terminar el curso que duraba año y medio. Tal cual ocurrió.

A los cuatro meses Sevilla dejó de ir. Lucila se presentó todos los jueves a las seis de la tarde para escuchar la cátedra de José Manuel Castillo Belmonte, una eminencia del arbitraje, contemporáneo de Arturo Yamasaki. De ese grupo de más de 40 aspirantes, de los cuales seis eran mujeres, sólo ella ingresó al sector profesional.

“Castillo me comentó: ‘Lucy, tú entiendes muy bien el arbitraje; lástima que eres mujer, mi’ja, porque sólo vas a ser asistente’. Entonces le insistí: ‘No, yo quiero ser árbitra’. Y él, neceando además que con mi estatura y yo tratando de decirle que mido 1.60, más que el promedio de la mujer mexicana, y que la estatura no es una habilidad. O sea, además tuve que luchar contra los estereotipos.

“No se cansó de decirme que mis habilidades son para ser asistente. ‘Decide por eso, te irá mejor’, me decía. ‘¿Mejor en qué? Yo quiero ser árbitra’. Eso lo tuve bien definido, me aferré a mi sueño. Me costó mucho trabajo. Ser la persona que lleva el control sobre otros no es fácil, más si estás en un deporte dominado por los varones. Debuté como profesional en la Copa Chivas en abril de 2005, después me tocó ir a la Tercera División a picar piedra, a arbitrar en el futbol varonil.”

Respeto

Como cualquier árbitro, en Tercera División Lucila Venegas empezó siendo asistente a cambio de 700 pesos. Cuando se convirtió en central, cobraba mil 200 pesos, que en 2006 le parecían una fortuna. Un año después la Comisión de Árbitros la citó en las instalaciones del Centro de Alto Rendimiento de la Federación Mexicana de Futbol, en la Ciudad de México. Participó en un campamento con otras 14 árbitras que llegaron de distintos estados.

Durante los cuatro días de concentración les aplicaron pruebas físicas, practicaron técnicas de cómo hacer recorridos en la cancha y las grabaron en video en una especie de entrevista. A finales de ese año recibió la llamada que le cambió la vida: le pidieron que en enero de 2008 se presentara en las oficinas de la Comisión de Árbitros para recibir el gafete que la acreditaba como árbitra de la FIFA.

“Me fui para atrás. Me sentía en el cielo, pero recibir el gafete fue lo más fácil; lo difícil sería mantenerlo. Ahí es donde sentí que ya avanzaba, que no sólo me quedaría en la Tercera División. Pasaron dos años y no recibí una sola convocatoria internacional. Tenía claro que si para 2010 no me convocaban, hasta ahí llegaría. Justo cuando dije eso, el 8 de marzo me llegó la invitación para ir a mi primera eliminatoria Sub-17 en Costa Rica. Cuando vas a esos torneos ya no eres sólo un nombre en la lista, ya saben quién eres. Ese fue mi gran paso hacia adelante.”

El debut internacional lo recuerda con mucho cariño. Fue un partido de Estados Unidos contra las Islas Caimán, que las gringas dominaron desde el silbatazo inicial. Les clavaron 12 goles a las caribeñas. Venegas define ese encuentro como un partido fácil de llevar que le cambió su perspectiva del futbol. Aprendió cómo dirigirse a las jugadoras, las clases de inglés gratuitas que había tomado años atrás en la vocacional donde daba clases le sirvieron sobremanera. Estaba fascinada con el nivel de las jugadoras estadunidenses, algunas de ellas integran ahora la selección mayor que ganó el Mundial en 2019.

Para entonces Venegas ya pitaba en la Segunda División de México. Ganaba un poco más y tenía mayores responsabilidades. Su debut en esa categoría fue fascinante, con toda su familia en las gradas del pequeño estadio que está adentro del bosque La Primavera, donde el equipo de los Leones Negros de la UdeG jugaba como local. Hasta unos tíos que habían llegado de Estados Unidos asistieron para animarla desde la tribuna. La parentela le aplaudía bien fuerte y la ovacionaban si sacaba una tarjeta amarilla. Ese día la árbitra fue la estrella del partido.

Después de los Juegos Olímpicos de Río 2016, Venegas y las asistentes que integran su cuerpo arbitral, Mayté Chávez y Enedina Caudillo, debutaron en la Liga de Ascenso Mx. Les tocó ir a Sonora a trabajar en un juego de los Cimarrones.

En el arbitraje los salarios de los silbantes dependen de la categoría en la que se desempeñan. Por ejemplo, el sueldo de las árbitras de la Liga Femenil es el mismo de quienes pitan en la Sub-20. El nivel de rendimiento de los llamados nazarenos se mide en las famosas pruebas físicas. Para ser árbitro en la Primera División se requiere de alcanzar el nivel 18.2, para la Femenil es el 16.8.

Los árbitros y las árbitras mexicanas actualmente se someten a un “Yo-Yo Test”, una prueba física que consiste en realizar una carrera entre dos puntos separados por 20 metros. La prueba comienza con un ritmo de carrera bajo que se va incrementando conforme transcurre el tiempo y los distintos niveles de intensidad.

Cuando la persona que lo realiza no puede llegar al otro lado antes de que suene la señal de un pitido la prueba finaliza, porque indica que ha alcanzado el agotamiento físico y el consumo máximo de oxígeno. Las personas que llegan a los niveles más altos pueden aguantar corriendo a intensidades más elevadas.

“Yo estoy trabajando para alcanzar el nivel que se necesita para arbitrar en la Liga Mx. Es muy exigente, pero es mi objetivo. Aspiro a consolidarme en la Liga Femenil, pero tengo aspiraciones más grandes porque quiero tener partidos que me exijan más. Que mi amiga me obligara a tomar ese curso hizo que le tomara tanto cariño al arbitraje que ahora es mi pasión. Mis errores son donde más he aprendido. Cambié mi forma de arbitrar cuando cambié mi manera de pensar. Pensé que podía controlar todo. Sonaba el silbato y todos se paraban, todos me hacían caso.

“Pero así no funciona esto. Tuve que darme cuenta después de varias descalabradas que mientras más controlo mi vida, mejor control tengo en el juego. Hay un dicho: ‘Como vives, arbitras’. Si tienes la mente clara, así tomas las decisiones en el campo, o si entras con una preocupación también. Es una mentira eso de que vamos concentrados y los problemas se quedan afuera. Somos seres humanos. Cuando cambié mi manera de pensar entendí por qué el arbitraje llegó a mi vida.”

–¿Por qué llegó el arbitraje a tu vida?

–Para controlar mi manera de ser. Como mujer uno cree que puede gritar. Después de años de arbitrarle a los hombres y de que aprendí a hablarles fuerte porque eso me enseñaron: ‘grítales’, entendí que a la gente le gusta que la respetes y que cuando tomas decisiones no estén manchadas por la duda. A la gente no le gusta que te le impongas con prepotencia sino con la verdad. Eso aprendí para el arbitraje y para mi vida. Si tratas a toda la gente con respeto, eso recibirás.  

Reportaje publicado el 3 de enero en la edición 2305 de la revista Proceso.

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