Isabel Leñero
Regresa a España el "Códice Badiano" en los dibujos de Isabel Leñero
Se salvó de milagro de morir en las llamas, como tantos otros libros con los cuales los tlacuilos ilustraron el mundo prehispánico. Por siglos el conocimiento de la herbolaria antigua de los aztecas permaneció resguardado en España, y luego en el Vaticano, que lo devolvió a México en 1990.Se salvó de milagro de morir en las llamas, como tantos otros libros con los cuales los tlacuilos ilustraron el mundo prehispánico. Por siglos el conocimiento de la herbolaria antigua de los aztecas permaneció resguardado en España, y luego en el Vaticano, que lo devolvió a México en 1990. Hoy el original reposa en el Museo Nacional de Antropología. Y de ahí la pintora fue creando su propia versión en los 89 dibujos que se muestran al lado de las copias laminares del códice en el Instituto Cultural de México en Madrid. Desde esa capital relata su proceso de creación artística en el reencuentro con las raíces.
MADRID. (Proceso).–Hace casi cinco siglos, el Códice De la Cruz-Badiano –el texto más antiguo sobre el uso medicinal de la herbolaria mexicana– fue enviado desde la Nueva España a la capital del reino como regalo y para el conocimiento del emperador Carlos V. Ahora, como un caprichoso simbolismo, viene de México y se puede apreciar por primera vez en la capital española en la exposición de Isabel Leñero, Geografía de las Plantas, que es la particular interpretación de la pintora sobre las magníficas ilustraciones originales.
Las 89 láminas, que recogen el genio dibujístico y colorido de la pintora mexicana, son su propia visión del trabajo de los tlacuilos, así conocidos los indígenas responsables de pintar y escribir jeroglíficos, ideogramas y pictogramas del antiguo México.
“Para mí conocer el Códice Badiano fue enriquecedor, me atrapó al ir investigando y descubrir cómo ese libro fascinante de la medicina tradicional fue elaborado con esos dibujos magníficos hechos por distintas manos, de las que no se cuenta con mayor información”, explica Leñero el martes 30, víspera de la inauguración en el Instituto Cultural de México.
“Tampoco se sabe cuántas manos participaron en esos dibujos originales, pero lo que sí demuestran es una fascinante libertad gráfica y consiguen un documento excepcional”, añade mientras muestra cómo la exposición de sus láminas se acompaña de copias de todos los dibujos originales, gracias a un generoso permiso otorgado por el Museo Nacional de Antropología e Historia mexicano, custodio del códice.
La artista se emociona cuando relata la historia de cómo este primer documento de la botánica medicinal prehispánica llegó a la península ibérica, y luego por diversas circunstancias terminó en los archivos de la Biblioteca Vaticana, hasta que en 1990 el papa Juan Pablo II –por sugerencia del historiador Miguel León Portilla– lo devolvió a México.
–Tiene mucho simbolismo que el códice original haya venido desde el México antiguo a España, y ahora, cinco siglos después, venga su obra con esta relectura del códice –se le plantea.
–Sin duda, se juega con esos simbolismos que mis 89 dibujos, con esta relectura mía del códice, sean expuestos por primera vez en Madrid. Pero también porque yo estudié aquí, Madrid sigue siendo un referente en mi trabajo, y es importante mostrar al público en la capital española mi visión artística del códice.
Precisa que si bien ella no se dedica a pintar paisaje, apunta que “el tema de la naturaleza es siempre un detonante formal y conceptual de mi obra, y por ello en el caso a partir del códice se dio de forma muy natural”.
Las múltiples lecturas
Isabel Leñero relata que tuvo oportunidad de visitar en el Museo de Antropología una exposición sobre las flores en el mundo prehispánico, donde se exhibía en una vitrina el Códice Badiano. Ese fue su primer contacto con el libro de pequeñas dimensiones.
“A partir de esa experiencia, un amigo me empezó a hablar del códice y me dio mucha información sobre su importancia. Como objeto el códice es un libro precioso, independientemente de que te gusten o no las plantas –cuenta–. Entonces decidí meterme más al códice, a conocerlo, a estudiarlo y a admirar la parte de los dibujos, sus trazos y todas sus particularidades”, sobre todo por las versiones facsimilares, incluida la hecha en línea por la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Menciona el catálogo de la exposición, en el cual Sandra Zetina, investigadora de la UNAM especializada en análisis científico de la técnica pictórica del arte, escribe:
“Durante los aciagos días de la pandemia, la pintora mexicana Isabel Leñero decidió embarcarse en la exploración artística del Códice De la Cruz-Badiano como un acto de remembranza de aquellos días en que americanos y europeos comenzaron una vida conjunta, atravesaron guerras y epidemias, e iniciaron una larga relación, violenta y fértil, que aún asombra y conmueve.”
Leñero sostiene que eso le pareció muy poético por la faceta curativa del contenido del códice, pero rigurosamente ella desde antes había empezado a trabajar con él:
“Empecé hace dos años, y en eso llegó la pandemia, pero yo seguía en el proceso, desde elegir el tamaño de mis láminas, el papel, empecé con los trazos. Y sí, en ese período de la pandemia mantuve mi ritmo de trabajo de manera muy natural, porque en ese momento yo ya estaba muy implicada, por eso a mí la pandemia no me vino mal, porque tenía que seguir dibujando.
“En medio de las restricciones sociales estaba imbuida en el dibujo, en comprender que para mí lo más importante de este proyecto es el dibujo como una forma de conocimiento y de pensamiento.
“Voy advirtiendo, cuando dibujaba, que era como un pensamiento directo, una reflexión directa tanto formal como conceptualmente. Me atrapa la idea de que en el códice hay una abstracción sofisticada de las plantas.”
Hace una pausa:
“Sofisticada, por toda la historia y el proceso creativo. Lo que más me impresiona es que los dibujos fueron elaborados por los tlacuilos, los indígenas que están en el colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. Se les pide a ellos, que hacían la educación superior con los religiosos, que eran la avanzada en Tlatelolco en una época muy temprana de la convivencia entre españoles e indígenas.”
El manuscrito fue elaborado en náhuatl por Martín de la Cruz, notable médico tlatelolca que curó a la población indígena durante las duras epidemias de la época, y dio tratamiento a Antonio de Mendoza, primer virrey novohispano. La obra médica de De la Cruz fue compilada y traducida al latín por el escritor xochimilca Juan Badiano, nahuatlato, entendido latinista, lector y comentador del Colegio Imperial de Santa Cruz Tlatelolco, según relata en el catálogo Sandra Zetina.
Entonces –continúa la artista–, cuando mandan el libro a España, se queda guardado muchísimo tiempo, no se logra utilizar, porque la mayoría de las plantas no se encontraban aquí. Y luego por distintas circunstancias el códice termina en la Biblioteca del Vaticano. Cuando Juan Pablo II hace su primer viaje a México, el códice regresa a México.
“Es el recuento de las plantas medicinales que eran utilizadas en el México antiguo, es el primer libro de medicina de América, de ahí su relevancia histórica, médica y de intercambio del conocimiento.
“Esto plantea un contexto muy importante para el trabajo de investigación que yo fui haciendo de él, eran elementos nuevos, aunque yo estaba centrada en lo que es el dibujo.
“En este montaje lo que privilegio es el dibujo en sí mismo, no es una exposición histórica o sobre el conocimiento de la medicina tradicional, porque hay mucho investigado y escrito sobre el códice. Mi aportación es más en la investigación formal que hago a partir del dibujo.”
Sin embargo, la pintora relata que mientras seguía investigando y haciendo trazos, “me preguntaba quiénes fueron los indígenas que estuvieron detrás de esos dibujos, qué pasa con los textos. Y todo mientras yo dibujaba, porque para mí dibujar no era sólo representar lo que veía, sino interpretar o más bien releer qué había ahí.
“Repito que cuando conozco el códice en aquella exposición sobre flores prehispánicas, y aunque es pequeño, yo empiezo a identificar que hubo muchas manos interpretando las plantas, a mí eso fue lo que más me detonó.”
Dibujar, una forma de ver
–Más allá de su relevancia en el campo de la medicina tradicional, como documento es una obra de arte –se le señala.
–Sin duda, porque son dibujos muy tempranos de los indígenas con esta manera de representar todavía muy prehispánica, con el uso de pictogramas como en muchos otros códices. De hecho las raíces que ves en el códice tienen una presencia formal muy singular, algunos pictogramas indican que ahí había agua debajo de la planta, tienen toda la información, y eso me parece un evento muy relevante: que los curanderos y los estudiantes de Tlatelolco observaran las plantas sin ninguna referencia occidental del dibujo y empezaran a interpretarlo.
“Ahí es donde está la sofisticación de su abstracción, porque algunas de esas manos deciden representar ciertas flores y plantas con puntos o con triángulos, entonces es fascinante la libertad gráfica de cómo las ven.
“Por ejemplo, me llamó mucho la atención en una de las láminas que la raíz tiene una forma como de una casita… me preguntaba entonces qué estaba pensando el ilustrador indígena cuando representó eso. Es de una riqueza visual y de experiencia gráfica que justamente le da esa variedad al códice”.
Y es que para ella “dibujar es una forma de ver”. Se explica:
“Dibujando vuelvo a releer lo que estoy viendo. Yo también tengo varias maneras de acercarme al dibujo, y no sólo son diferentes técnicas, sino varias estrategias formales sobre el dibujo, sobre la mancha, sobre el color, y eso fue lo que me dio la libertad para hacer la exposición.”
Así, “cada lamina del códice yo la releía a mi antojo: si era más chico o más grande, si privilegiaba los títulos, porque la letra (que está en latín) y la tipografía se mezclan con la parte formal del dibujo”.
Por eso este trabajo lo gozó muchísimo –comparte–, “porque me dio esa libertad de dibujar con miles de maneras hacia lo que estaba viendo”.
Las 89 láminas están trabajadas con diferentes técnicas: acuarela, tintas, lápiz y acrílico. Utilizó un papel japonés, que es muy suave pero con mucha resistencia para los materiales, y de una ligereza parecida al papel de un códice:
“Y también quise hacer los dibujos más grandes que los originales, para marcar una variante.”
Ahí intervino de una manera definitiva su hija Julia Bolaños, diseñadora del catálogo.
Y sin embargo sostiene autocríticamente que en el proceso del dibujo hubo láminas en las que no obtuvo el resultado deseado, lo que le supuso hacer una nueva interpretación de las 89 piezas. En algunas, explica, hay plantas del códice que repitió pero con una interpretación diferente, lo cual puede apreciarse como otro dibujo:
“Es un códice tan rico que me daría para hacer más dibujos, porque tiene muchas opciones gráficas formales.”
Como parte de su investigación del códice, debió analizar que mantiene unos parámetros a pesar de haber pasado por distintas manos, y eso lo enriquece más:
“Es un códice muy bien pensado, muy estructurado, que mantiene ciertas reglas formales, desde los márgenes en todas las láminas, todas elaboradas con pigmentos, con tamaños específicos… porque cuando trabajas con mucha gente tienes que seguir ciertas reglas para que no se pierdan los parámetros. A partir de ahí cada uno desarrollaba su dibujo y con toda su diversidad creativa.”
Hace hincapié además en la cosmogonía que supuso para los indígenas la medicina tradicional:
“Es muy valioso descubrir que el códice refleja parte de nuestras raíces, y que la naturaleza acompaña todo lo ritual.”
Aún más impresionante, sin embargo, es que la medicina tradicional prehispánica siga vigente no obstante el paso de tantos siglos. Es una faceta más de la riqueza del códice, al lado de otra que, quizás, apunta, es la que más le sorprende: su preservación, si se toma en cuenta que tras la conquista hubo muchos códices quemados en la Nueva España.
Exponer en Madrid, entonces, es para la pintora mexicana una suerte de “simbolismo del destino que tuvo el Códice Badiano”:
“Para mí Madrid sigue siendo un referente en mi trabajo.”
Terminó su carrera en la Universidad Nacional Autónoma de México, pero “yo estudié aquí”, aquí afianzó su vocación, “aquí es donde me hago pintora, y es muy importante poderla mostrar a toda la gente que ha estado cerca de mí”.
Rememora entonces esos dos años de preparación en talleres cursados en el Círculo de Bellas Artes, con maestros como Guillermo Pérez Villalta o Mitsumiura, donde aprendió a acercarse a la pintura de otras maneras, a la diversidad que conlleva el arte, y donde se daban discusiones como ésta: qué importa más, la mano del pintor o el concepto de la pintura.
La exposición permanecerá en el Instituto Cultural de México hasta febrero o marzo. Se atreve a soñar:
“Me gustaría que fuera itinerante, quizás en otros sitios de Madrid o de España. Ya hay un ofrecimiento en Estados Unidos.”
Y luego, como el códice, “quisiera que la obra vuelva a México para ser expuesta”.