Italia

Encargan al banquero Draghi el salvamento de la república

En medio de una pandemia que ya cobró la vida de más de 90 mil personas y con una crisis económica que amenaza con desatar un desempleo masivo, el presidente de Italia encargó la formación de un nuevo gobierno a Mario Draghi
sábado, 13 de febrero de 2021 · 19:51

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Viva Italia, uno de los partidos que integran el eje derechista en el Parlamento italiano, desató el caos al forzar la dimisión del premier Giuseppe Conte. Así, en medio de una pandemia que ya cobró la vida de más de 90 mil personas y con una crisis económica que amenaza con desatar un desempleo masivo, el presidente de la república encargó la formación de un nuevo gobierno a Mario Draghi, un banquero de renombre apegado a las teorías de Keynes.

Roma.- En medio de una ­pandemia que ya cobró la vida de 90 mil personas y con una de las peores crisis económicas que se recuerden desde la Segunda Guerra Mundial, Italia espera el nacimiento de su gobierno número 67 desde el surgimiento de la república, hace 75 años; el anterior gobierno fue sepultado hace dos semanas.

En este clima de tensión, la sorpresa del pasado miércoles 3 fue la decisión del presidente italiano, Sergio Mattarella, de dar al banquero Mario Draghi –figura de influencia internacional–, el encargo de formar un nuevo gobierno de emergencia nacional.

La decisión de Mattarella –quien no la consultó formalmente con nadie, algo no habitual pero permitido por la ley, lo que refleja la gravedad del momento– tuvo su origen en las acciones del senador florentino Matteo Renzi, líder del pequeño partido Italia Viva y autor de la crisis política que el 13 de enero forzó al primer ministro, Giuseppe Conte, a presentar su dimisión.

Renzi, poseedor de 18 senadores clave para llegar a la mayoría parlamentaria, quiso llevar la crisis hasta el límite, lo que quedó claro la noche del martes 2, cuando Roberto Fico, el presidente de la Cámara de Diputados, encargado por Mattarella de recomponer la antigua mayoría, le dijo al presidente que había fracasado en su intento.

Con el colapso de la coalición de ­gobierno también se certificó el adiós del primer ministro Conte –el “abogado del pueblo”, como él mismo se definió al asumir el poder en 2018–, el político que gestionó la pandemia de uno de los países más afectados por el coronavirus. Tanto que eso le valió en estos años una popularidad altísima, más aún después de que en julio de 2020 consiguiera de la Unión Europea un enorme fondo de ayudas y subsidios para Italia: unos 209 mil millones de euros destinados a la recuperación económica, que se podrían comparar con dos planes Marshall.

Esto explica por qué la crisis italiana también ha alarmado en estos días a Bruselas, por la repercusión que la situación podría tener sobre los 27 países que integran el club europeo.

Gobierno “de alto perfil”

En este delicado escenario –ocurre mientras el país intenta sacar adelante una campaña de vacunación que se ha visto afectada por los retrasos en la entrega de dosis de las farmacéuticas–, Mattarella cumplió con lo dicho desde el inicio de la crisis.

En los seis minutos de su intervención tras el anuncio de Fico, insistió varias veces en la necesidad de un gobierno estable y enumeró las razones por las que unas elecciones anticipadas eran una pésima idea. “El largo periodo de campaña electoral y la reducción de la actividad de gobierno coincidirían con un momento crucial para Italia. Necesitamos un gobierno fuerte que pueda activar iniciativas, no un Ejecutivo en campaña electoral”, explicó.

“Pido a todas las fuerzas que den su apoyo a un gobierno de alto perfil”, dijo el presidente italiano e insistió en que otras alternativas para salir de la crisis supondrían un grave peligro para el país, pues en marzo expira la ley que bloquea los despidos –lo que podría dejar a millones de personas sin trabajo– y en abril se cierra el plazo para que Italia presente su propuesta de gasto de los fondos que recibirá de la Unión Europea.

Italia necesita un gobierno “antes de la fecha en la que expira el plazo para que se pueda usar ese dinero pronto y pueda haber un debate sobre el plan con nuestro gobierno, que no podría hacerlo si tuviera la autoridad reducida. No podemos permitirnos perder esta ocasión fundamental para nuestro futuro”, subrayó Mattarella.

Con este preámbulo, al día siguiente Draghi aceptó el encargo “con reservas”, una fórmula que, pese a ser protocolaria, no asegura que el camino del banquero italiano no sea un pedaleo cuesta arriba. Algo de lo que él mismo se dijo consciente.

“Es un momento difícil”, reconoció el expresidente el Banco Central Europeo y exvicepresidente de Goldman Sachs International. “Hay que ganarle a la pandemia, completar la campaña de vacunación, dar respuesta a los problemas cotidianos de los ciudadanos”, añadió este antiguo seguidor de la escuela neoliberal de Chicago que en los últimos años se ha pronunciado en múltiples ocasiones a favor de políticas más keynesianas.

Así Draghi sacudió muchas alianzas políticas, incluso entre el bando conservador, donde el choque más evidente fue entre Forza Italia, que se dijo favorable a apoyarlo, y el derechista Fratelli D’Italia, que se opuso. Finalmente los tres socios (además de los dos mencionados, la Liga) decidieron presentarse separados a las consultas con el banquero.

Un nuevo ocaso partidista

Otro dato de la semana –en eso coincidieron casi todos– fue que la aparición de Draghi por una parte ha sido festejada como señal de que el Estado italiano posee anticuerpos sólidos, por otra ha dejado en evidencia el enésimo golpe que sufren los ya frágiles partidos italianos, que ahora quedan bajo una especie de tutela.

“Todo esto se debe a que hoy las fuerzas políticas italianas son menos compactas que nunca. ¡Sólo cabe recordar que en el grupo mixto en el Congreso hay 50 diputados!”, recordó Daniela Giannetti, politóloga de la Universidad de Bolonia.

De ahí la crítica, que ventiló el partido de oposición Fratelli D’Italia (derecha), de que Italia no tiene desde hace una década un primer ministro elegido por el pueblo. Algo que en parte es cierto, porque con la entrada en escena del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y el fin del bipartidismo en 2013, los primeros ministros no han sido los líderes de los partidos más votados. Pero, por otra parte, es incorrecto pues Italia es una república parlamentaria.

De hecho, tras los comicios generales de 2013 se sucedieron tres gobiernos de coalición, ninguno de ellos formalmente encabezado por el líder del partido más votado en las elecciones (en el momento de la votación), lo que remite a que estos triunfos nunca han sido suficientes para que un solo partido gobierne solo.

Así también ocurrió tras la última elección, en 2018, cuando el partido que más votos sacó fue M5S, aunque de nuevo en un número insuficiente para tomar solo el poder. Así que se alió primero con la Liga (2018-2019) y después con el Partido Democrático (2019-2021).

De ahí también que la posibilidad de eventuales sorpresas sea todavía posible, más aún que esta crisis de facto ha puesto en escena por enésima vez los límites de una estructura construida después de la Segunda Guerra Mundial, en su momento pensada para evitar que la clase política italiana acumulara nuevamente demasiado poder (como había ocurrido con Benito Mussolini), como recordaban en estos días varios observadores.

“Sí, 66 gobiernos en 75 años son muchos. Pero así funciona el sistema en Italia. Si alguien acumula demasiado poder, el sistema lo aleja”, explica Giuseppe Salvaggiulo, autor de Io sono potere (Yo soy poder), un libro que hurga en los entresijos de la política italiana.

Hay numerosas demostraciones de cómo se articula este sistema. Un ejemplo es el de los tránsfugas políticos en el Parlamento, que pasan de un partido al otro sin dificultad porque no hay castigo alguno.

Y también está el sistema del Parlamento, donde un bicameralismo casi perfecto hace que dos cámaras (Diputados y Senado) tengan un poder similar que hace que se necesite el consenso de ambas para sacar adelante leyes. Otro es el caso precisamente del presidente de la república que tiene grandes poderes durante las crisis, así como la existencia de varios órganos institucionales –como los de los jueces y fiscales– que tienen mucha independencia y pocas ataduras a la clase política.

“El problema es que con la caída del muro de Berlín y el desplome de los partidos que hasta ese entonces habían gobernado el país, la clase política se ha debilitado aún más, lo que en Italia significa cada vez más una gobernabilidad difícil”, añade el periodista Sergio Rizzo, autor de varios libros sobre las cabilderas italianas. “La solución (a esta situación) es una reforma constitucional o que los italianos elijan a mejores políticos”, comentó por su parte Milena Gabanelli, una periodista de investigación muy conocida en el país.

Miedos europeos

Por ello, la expectación en Europa por Italia ha sido máxima. Ya lo avisó en días pasados el expresidente de la Comisión Europea, el profesor Romano Prodi: en Italia “no se dan cuenta de la preocupación que hay en los despachos de los gobiernos europeos (…) Italia da miedo”, dijo.

Las dificultades de Italia “me preocupan”, coincidió Wolfgang Schäuble, el presidente del Parlamento alemán, al considerar que la única manera de evitar en el futuro que estas situaciones afecten a los 27, es “dar mayores poderes a la Unión Europea”, señaló en entrevista con medios italianos.

Pero no hay precedente que indiquen que el futuro a largo plazo será tranquilo. Basta recordar que acabado el anterior gobierno técnico que ha tenido el país, el de Mario Monti (2011-2013), M5S saltó a la política nacional desestructurado todos los anteriores equilibrios partidistas. Una situación que, en el cambiante escenario político italiano, ya parece hoy una historia lejana.

La incógnita, de hecho, es el efecto que todo esto tendrá sobre la población. Arruinados, con un toque de queda nocturno en vigor en todo el país, y algunos confinados en sus regiones, es la pandemia en sí, y la crisis económica lo que desde hace meses más preocupa a la ciudadanía.

Como dice Giannetti: “Este hartazgo no es difícil de entender. El problema es que si antes no se resuelve el problema institucional, difícilmente se logrará encontrar una solución de largo plazo para el resto”.

Reportaje publicado el 7 de febrero en la edición 2310 de la revista Proceso, cuya versión digital puede adquirir en este enlace.

  

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