Justicia

Juan Guillermo López: la desventura del editor

Seis meses después del asesinato de Juan Guillermo López, coordinador de Ediciones Proceso, no hay testigos ni sospechosos ni culpables. Tampoco una carpeta de investigación bien estructurada, a pesar de que ya pasó el tiempo para acceder a los videos que podrían dilucidar el móvil del ataque.
domingo, 16 de mayo de 2021 · 15:17

Más de seis meses después del asesinato de Juan Guillermo López, coordinador de Ediciones Proceso, no hay testigos ni sospechosos ni culpables. Tampoco una carpeta de investigación bien estructurada, a pesar de que ya pasó el tiempo oficial para acceder a los videos que podrían dilucidar el móvil del ataque del que fue víctima el pasado 24 de octubre. En entrevista, su compañera de vida, Ana Luz Minera Castillo, describe la maraña burocrática que ha enfrentado para esclarecer el crimen y rememora facetas de Juan Guillermo como editor, traductor y poeta.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ana Luz y Juan Guillermo se despidieron por última vez en el puente que atraviesa Insurgentes, cerca de Perisur, en el sur de la Ciudad de México. Ella fue rumbo al supermercado y él caminó a la farmacia, en busca de una pomada para el dolor en las articulaciones.

“Nos despedimos (el 24 de octubre) y ya no lo volví a ver. Regresé como a las nueve del supermercado. Todavía le hablé. Me dijo que no había lo que necesitaba y que iba a ir a otra farmacia en San Fernando”, cuenta Ana Luz Minera Castillo.

Una hora después perdió comunicación con Juan Guillermo. “Ya no supe. Pasó el tiempo y estaba angustiada. Le hablaba y no me contestaba. Perdí contacto con él. Como a las 12:30 de la madrugada me habló la policía y me dijo que lo habían encontrado en la calle. Ellos no sabían que era su esposa ni que vivía aquí. Me hablaron porque era la última llamada que había hecho. Les dije que era mi esposo y me dijeron que estaban en la calle donde vivimos”.

A tropezones, Ana Luz bajó las escaleras del edificio donde residía con Juan Guillermo. A unos pasos de la entrada de su casa encontró a su esposo tirado en la acera, frente a una escuela secundaria vigilada por una cámara del gobierno de la Ciudad de México. “Lo encontré inconsciente, bocarriba. Le vi sangre saliendo de la boca. Entre el susto pensé: qué tal si se resbaló, si lo atacaron, lo quisieron robar. Yo no entendía nada. La impresión fue horrible”, cuenta entre suspiros.

Cuando la policía encontró a Juan Guillermo inconsciente en la acera sepultó la posibilidad de saber la verdad. No hubo un peritaje que permitiera esclarecer las condiciones del ataque. Juan Guillermo permaneció tirado –alrededor de un par de horas– a menos de un kilómetro de su casa. Allí, bajo la luz blanca del alumbrado público, se despidió del mundo de una manera silenciosa y trágica. Juan Guillermo López, coordinador de Ediciones Proceso, fue víctima de un ataque, de un forcejeo salvaje que lo dejó inconsciente a unos pasos de llegar a su casa.

Uno de los policías que avisó a Ana Luz le devolvió su celular, su anillo, su cartera con tarjetas y su mochila, una bandolera donde Juan Guillermo guardaba sus lecturas pendientes. “A donde fuera siempre llevaba un libro, siempre que se podía sentar, él leía, en su mochila llevaba su pluma fuente y dos libros, uno de Pessoa, que era su autor preferido, y otro de Jorge Amado”.

El editor llevaba consigo la Obra poética de Fernando Pessoa y Farda Fardao, de Jorge Amado. “Eran sus libros de cabecera, a pesar de que ya se los sabía de memoria, los leía de nuevo y todo el tiempo volvía a Pessoa, de hecho, llevaba un tiempo traduciendo sus poemas”, dice Ana Luz, mirando un retrato del que fuera su esposo 12 años.

Madeja burocrática

La historia es confusa y deshilvanada: cuando Ana Luz regresó a su departamento por el carnet del IMSS, Juan Guillermo ya estaba dentro de una ambulancia que lo trasladó a la clínica 8 del Seguro Social, donde siguió agonizando.

“Un médico me dijo que había presenciado un ataque con mucha saña, porque presentaba golpes externos e internos. No dejaba de escupir sangre, no daban qué tenía por dentro y seguía sin reaccionar”, relata Ana Luz.

“Tenía el pómulo y el ojo hinchados, la cara y las manos ensangrentadas. Eso me dio a entender que se había defendido, que había sido una lucha. Me dijeron que necesitaba un hospital de traumatología, pero que era complicado encontrar un neurocirujano, además de que corría el riesgo de fallecer en la ambulancia. Su vida estaba en un hilo.”

El domingo 25 de octubre Juan Guillermo fue trasladado al Hospital de Traumatología, en Naucalpan. “El neurocirujano me enseñó un encefalograma, su cráneo era un rompecabezas. Me dijo que ya no había razón para operarlo, que tenía muerte cerebral”, cuenta con la voz a punto del llanto.

Altar literario. Foto: Alejandro Salvídar

Al día siguiente Ana Luz recibió un parte médico más favorable: Juan Guillermo todavía presentaba signos vitales y podía sobrevivir. “El sangrado era confuso. Qué horror. Sentía una angustia indescriptible. Le asignan una cama. Me dicen tráigale sus utensilios. Si le van a dar una cama es porque hay esperanza. No querían tenerlo allí, ocupando un espacio en urgencias”.

Al mediodía del martes 27 de octubre a Juan Guillermo le llegó la muerte que cruza y junta las manos.

Ana Luz quedó abatida, pues tenía que ir al Ministerio Público a denunciar el ataque del que fue víctima su pareja. Desde entonces se enredó en una madeja burocrática de la que no ha podido escapar. La de Juan Guillermo es una de las 19 mil 648 indagatorias supuestamente iniciadas en las agencias del MP de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, sólo en el mes de octubre de 2020.

“La autoridad no te dice nada, nadie te ayuda, nadie te informa. Desde la trabajadora social que pone mal el día y la hora, hasta circunstancias de ingreso erróneas. En el MP lo único que hice fue decir cómo sucedieron los hechos. Me dijeron que se iban a encargar. Seguí insistiendo y nadie se quería responsabilizar. Todos esos días no comí ni dormí. Creí que por ser una muerte violenta iba a ser más veloz. Nunca me imaginé que fuera algo tan lento. Yo pensé que el MP estaba coordinado. No es así.”

En el Ministerio Público de Álvaro Obregón solicitó los videos de la cámara del Centro de Atención a Emergencias y Protección Ciudadana de la Ciudad de México, que registró la calle por donde Juan Guillermo caminaba con la seguridad de quien sabe su bibliografía de memoria. El resguardo de los videos tenía que solicitarse en el MP de Coyoacán.

“Estaba en el MP cuando falleció. La última estocada, porque no pude estar con él, le quería dar la mano. Se me negó despedirme de él por pelear justicia. No estuve y es una culpa horrible. Él quería ser cremado, pero por las circunstancias de su muerte debe estar enterrado, por si se necesita exhumarlo. Desde la policía, los médicos, el MP hay una insensibilidad grande, nadie se compadece de tu dolor. Para ellos Juan Guillermo no era nadie; para mí, era mi esposo (…) Hasta el día de hoy sigo sin una respuesta.”

–¿Cómo ha sido la administración de la justicia?

–Nula, no ha habido tal; si no insisto, ellos no mueven un dedo. Tuve que llevar personalmente el expediente a Coyoacán, perseguir que hagan su trabajo, porque si no, lo archivan y ahí se queda. Es un peregrinar espantoso.

–¿Qué pensaba Juan Guillermo de la justicia?

–Decía que era una utopía y que sin dinero o contactos no se logra. Lo vemos en tantos casos cotidianos: desapariciones forzadas, secuestros y feminicidios impunes. El familiar se vuelve el investigador, el que hace las hipótesis.

–¿Cuántos sospechosos consideran?

–Él no tenía enemigos, no fue un asalto, no tenía deudas o alguien que lo odiara. Me dijeron que iban a enviar a los peritos en criminalística desde la primera noche, pero no lo hicieron. Un mes después me dijeron que iban a mandar a los peritos para ver si encontraban alguna evidencia, pero me dejaron plantada en dos ocasiones. Al final la vida se impone, no podía sentarme a llorar y esperar, estuve aferrada a pedir justicia, pero no tuve acceso. Yo sólo quiero saber qué sucedió para poder continuar.

“El asunto no ha terminado, no hay respuesta, si no indago por mi cuenta no van a dar otro paso. Ya pasaron los 60 días hábiles del resguardo de los videos. Yo creo que ya los eliminaron”, cuenta con la voz entrecortada.

Una vida dedicada a la literatura

Ana Luz y Juan Guillermo fueron una pareja atada a los libros. En su voz ella encontró la armonía de las letras y su lugar en la inmensidad del lenguaje.

“Disfruto sin amargura la consciencia absurda de no ser nada, el sabor de la muerte y del apagamiento”, es un verso de Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego. Verso que, con tan poco, dice mucho de la desaparición de Juan Guillermo.

En el estudio de su departamento, Ana Luz tienta el suéter de Juan Guillermo en el respaldo de su silla. Un suéter negro, ya desgastado. Negro tornasol. En esa habitación de cinco metros cuadrados, Juan Guillermo revisaba cada texto que caía en sus manos como quien trata de encontrar un tesoro en un mapa antiguo. De ello dan fe sus torres de libros y las paredes revestidas de papel, sus pendientes acumulados en libretas de raya azul que garabateaba encima de un escritorio rústico con un par de cajones donde almacenaba sus plumas y sus ideas pendientes.

–¿Qué autores admiraba?

–Su máximo era Pessoa. Era como su alter ego, su autor de cabecera. A pesar de que ya se lo sabía de memoria, lo leía todo el tiempo. Todo el tiempo volvía a Pessoa. Además leía a Jorge Amado, José Emilio Pacheco, Vicente Quirarte y Carlos Monsiváis, pero también muchas compilaciones de poetas de todo el mundo. Él nunca dejó de escribir poesía. Tiene su libro de poemas: La saga del veedor.

Poco antes de su deceso Juan Guillermo comenzó a colaborar en La Jornada Semanal. “La vocación editorial siempre ha sido casi suicida”, escribió para el suplemento del diario, publicado el 25 de octubre de 2020. Si su destino no lo hubiese alcanzado, una noche cualquiera Juan Guillermo habría terminado de corregir las galeras que le faltaban. El último libro que editó y entregó para impresión fue Tiempo suspensivo: diarios de la pandemia alrededor del mundo, un proyecto de un grupo de cronistas latinoamericanos llamado Revista Late. Además alcanzó a editar Pelotero, de Beatriz Pereyra; Por mi madre, bohemios, de Carlos Monsiváis; Golpe a golpe, de Mauricio Mejía; Pueblos originarios, de José Vicente Anaya; entre muchos otros.

–¿Cómo era su vocación?

–Siempre tenía esa manía de corregir, todos sus libros están rayoneados, decía que una de las cosas más difíciles de la traducción es la poesía, porque es muy fácil perder el sentido o la musicalidad de lo que un autor escribe. Eso le gustaba, es difícil encontrar un libro de él sin rayones. Le motivaba mucho rescatar a los escritores pasados de moda y dárselos a leer a los jóvenes.

"El sabor de la muerte y del apagamiento". Foto: Alejandro Saldívar 

–¿Qué deja pendiente Juan Guillermo?

–Una compilación de poesía quebequense, la continuación de un poema existencial y una compilación de su obra poética. Siempre tenía proyectos inconclusos, que con el vaivén de la vida nunca estaban del todo listos, era muy exigente consigo mismo, por eso sólo publicó un libro en la vida.

“Fue una muerte tan absurda, todavía no era su hora, era un torbellino, era un hombre con 20 proyectos en la cabeza y te transmitía esa alegría de vivir, ese creer que sí se puede. Al final comprobé que era muy querido. El recuerdo es algo tan frágil, me duele pensar que ya pasó, se merecía más, no quiero que su vida pase desapercibida, lo importante que fue para la carrera de muchos”, explica Ana Luz.

Juan Guillermo se encuentra sepultado en el panteón civil de Dolores. Joseph Brodsky escribió que la expresión “muerte de un poeta” siempre parece más concreta que “vida de un poeta”. Según él, la muerte es tan concreta como la producción del último verso de un poeta. Después nada sigue.

Desde su propia literatura, Juan Guillermo se consideraba un veedor, como aquel personaje de la Santa Inquisición que testimonia. Así como había un oidor, había un veedor, a quien el escritor le dio voz en su libro de poemas.

No quería atormentar tampoco con su poesía leyéndola en público, explicaba su composición como si los presentes estuvieran ante una clase de literatura, explicándose a sí mismo, ante la incapacidad de una crítica literaria enfocada en el sentido de las letras.

“Nos ponemos tan solemnes y tan discursivos. Me hubiera gustado ser como Barba Jacob o Leduc, que armaban unos desmadres maravillosos en sus poemas y no ser tan solemnes en nuestros discursos. En la otra vida trataré de ser más divertido”, dijo en un recital de poesía en Coyoacán en noviembre de 2018.

Juan Guillermo dudaba del canon. “Muchos poetas por ser antitodo permanecen en el silencio de las antologías, de los estudios, porque están vivos de una y otra forma en la cabeza y en el corazón de muchos que seguimos sus pasos”, expresó esa tarde.

En su ser, Juan Guillermo López portaba el mismo nihilismo que Pessoa describe en su poesía:

No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Este texto forma parte del número 2323 de la edición impresa de Proceso, publicado el 9 de mayo de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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