Francia

Sesquicentenario de la Comuna de París: Una trágica utopía cuyos ecos aún resuenan

Del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 París vivió una experiencia única e irrepetible, un auténtico gobierno popular, una democracia directa, que causó pánico a los regímenes europeos, lo que selló su trágico destino.
sábado, 29 de mayo de 2021 · 10:24

Del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 París vivió una experiencia única e irrepetible, un auténtico gobierno popular, una democracia directa, que causó pánico a los regímenes europeos, lo que selló su trágico destino. Esta utopía, primer hecho histórico “reporteado en vivo”, fue de tal envergadura que llamó la atención de Marx, inspiró las revoluciones rusa y china y sus ecos siguen resonando en el mundo.

PARÍS (Proceso).- La Comuna de París es la primera y única experiencia de democracia directa jamás intentada en Francia. Durante 72 días –del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871– esta ciudad inventa día tras día su propio gobierno, uno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Lo hace con entusiasmo y febrilmente, caótica e improvisadamente, dividida por crecientes tensiones ideológicas, tomando iniciativas políticas y sociales tanto esenciales como nefastas. La Comuna avanza contra viento y marea, animada por su utopía, cercada por las tropas alemanas en su flanco oriental, organizándose militarmente para resistir el asalto de las tropas de Versalles que la asedian en su flanco occidental.

La Comuna es también el primer proceso revolucionario con cobertura mediática internacional “en vivo”: las noticias diarias sobre los acontecimientos que sacuden la capital gala dan la vuelta al mundo en pocas horas gracias al dinamismo de las agencias de prensa: la francesa Havas, creada en 1831; la británica Reuters y la alemana Wolff, fundadas en 1851. El desarrollo de nuevas tecnologías de comunicación, como el telégrafo y, sobre todo, la instalación en 1866 de un cable telegráfico submarino trasatlántico permiten responder a la demanda creciente de información rápida de diarios y revistas que se multiplican en el mundo.

El historiador Quentin Deluermoz subraya en su libro Commune(s) 1870-1871 que las notas periodísticas sobre el 18 de marzo, primer día de la insurrección de París, representan 75% del conjunto de todos los cables difundidos por Reuters a escala internacional. La agencia dedica luego 64% de su cobertura global a los eventos que ocurren en la capital gala hasta el 21 de mayo y 54% a los incendios que causan estragos en la ciudad y a la cruenta represión de los comuneros durante la Semana Sangrienta.

“Entre mediados de abril y finales de mayo de 1871 París es el centro de atención del mundo”, enfatiza Deluermoz.

Además de desplegarse en la prensa del planeta, la Comuna lleva un siglo y medio siendo fuente de reflexión política. 

Lo es en su época: Karl Marx escribe en agosto de 1871 un análisis riguroso de 40 páginas titulado La Guerra Civil en Francia. Por primera vez es el pueblo el que inicia la revolución y la lleva hasta sus últimas consecuencias, insiste el autor de El Capital, que considera fundamental la experiencia parisina y plasma su admiración sentenciando: “La medida social más grande de la Comuna es su propia existencia”. 

Mijail Bakunin no se queda atrás y escribe a su vez una serie de textos sobre la insurrección parisina en 1871. Para el anarquista ruso, la Comuna es “un hecho histórico inmenso” y “la negación audaz, bien marcada del Estado”.

El México de Juárez está pendiente de lo que ocurre en París, según recalca Deluermoz, pero los incendios prendidos por los comuneros durante la Semana Sangrienta repugnan a los liberales mexicanos, quienes debaten sobre semejantes “excesos” en artículos publicados en la prensa a mediados de 1871 y los atribuyen a la “falta de madurez política del continente europeo”.

Entre 1905 y 1920 Lenin dedica 25 textos a la Comuna, que constituye una referencia política esencial para el ideólogo y líder de la Revolución Rusa. La interpretación marxista de la Comuna influye a su vez en Mao… y la lista es inacabable.

El factor prusiano

El historiador Robert le Quillec publicó en 2006 una bibliografía –de 600 páginas– de la Comuna, que reúne 5 mil trabajos sobre el tema: memorias de protagonistas, novelas, catálogos de exposiciones así como reflexiones políticas y filosóficas y, sobre todo, investigaciones de historiadores franceses, rusos, chinos, alemanes, españoles, latinoamericanos, estadunidenses, canadienses… 15 años después esa recopilación tendría que ser ampliada con la publicación de un centenar de libros más…

¿Qué pasa entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871? ¿Cuáles son estos acontecimientos que hasta la fecha suscitan tanto interés? Para comprenderlos es indispensable volver a 1870. El 17 de julio Napoleón III declara la guerra a Prusia; tres meses más tarde, el 2 de septiembre, después de la derrota francesa en la batalla de Sedán, el emperador capitula y es apresado por los alemanes. 

Levantamientos populares sacuden varias ciudades de Francia, pero sobre todo París. El 4 de septiembre, bajo presión de la calle, el diputado republicano Léon Gambetta declara oficialmente la caída del imperio, proclama la Tercera República y anuncia la creación de un gobierno de Defensa Nacional con sede en el Hotel de Ville (Ayuntamiento de París). 

El cambio de régimen se hace en un tiempo récord sin que se derrame una gota de sangre. El gobierno provisional rechaza los términos de la capitulación de Francia e intenta seguir la guerra. La reacción prusiana no se hace esperar: el 20 de noviembre empieza el sitio de París. 

Ante la urgencia de reunir fuerzas para defender la capital se reorganiza la Guardia Nacional de París, para lo que se recluta y arma a 180 mil civiles, entre quienes hay miembros de organizaciones de izquierda animados por los ideales de las revoluciones de 1789, 1830 y 1848. 

Son minoritarios pero sumamente activos dentro de la Guardia Nacional –exigen la elección de los oficiales por la base y su destitución si no cumplen– pero también en los distritos administrativos de la capital, donde organizan comités de vigilancia y defensa. 

El sitio de París es terrible: bombardeos permanentes, invierno riguroso y bloqueo total de la ciudad. El hambre no tarda en causar estragos en los barrios pobres. No queda animal vivo: se comen caballos, gatos, perros, ratas y hasta los animales del zoológico. Pero los parisinos resisten.

El 28 de enero de 1871 Jules Favre, miembro del Gobierno de Defensa Nacional, y Otto von Bismarck, el canciller de Hierro prusiano, firman un armisticio de 21 días para dejar tiempo a Francia de organizar elecciones legislativas, las que ofrecen una victoria aplastante a los monárquicos, que se benefician de los votos conservadores de la burguesía –parisina y provinciana– y de la Francia rural. En París 36 de los 43 diputados electos son republicanos. Se acentúa el aislamiento de la capital.

El 17 de febrero la flamante Asamblea Nacional, reunida en Burdeos para sus primeras sesiones de trabajo, confía a Adolphe Thiers, líder del conservador Partido del Orden, la jefatura del Poder Ejecutivo de la Tercera República. Nueve días más tarde los diputados, salvo los republicanos, ratifican las vergonzosas condiciones del armisticio que condena a Francia a entregar a Alemania la provincia de Alsacia y la mitad de la de Lorena y a pagar una indemnización de guerra de 5 mil millones de francos oro.

El París popular republicano, socialista, anarquista, el París de las pujantes asociaciones de trabajadores, que aguanta frío y hambre, se estremece.

Preocupada por la autonomía creciente de la Guardia Nacional, que se va convirtiendo en una federación de milicias ciudadanas, la Asamblea Nacional suspende el pago de los sueldos y hunde en la miseria a miles de familias. Por si eso fuera poco, los diputados abrogan la moratoria sobre letras de pago, alquileres y deudas, condenando a la quiebra a talleres artesanales y pequeños comercios. 

Mientras tanto, Thiers entabla negociaciones con Bismarck para finalizar el tratado de paz entre Francia y Alemania. Las pláticas son humillantes para los franceses. Thiers tiene que aceptar que tropas alemanas desfilen triunfalmente por los Campos Elíseos. 

Esa demostración de fuerza, que se lleva a cabo el 1 de marzo y dura escasas horas, se da en una avenida desierta, mientras que miles de parisinos de barrios obreros agitan banderas rojas en la Bastilla y cuelgan una de ellas en la cima de la Columna de Julio, que se alza en el centro de la plaza en homenaje a los héroes de la revolución de 1830.

El 10 de marzo la Asamblea Nacional, cuya máxima ambición es restaurar la monarquía en Francia, se instala en Versalles, restando a París su rol de capital política e institucional de Francia. 

París esta a punto de explotar y es Thiers quien prende el polvorín, al ordenar al ejército que recupere a como dé lugar los cañones –las cifras oscilan entre 400 y 700– agrupados en las cimas de las colinas del este de la capital y destinados a su defensa. 

En la noche del 17 y 18 de marzo los militares cumplen su misión en tres de ellas. En la madrugada del 18 se topan con una resistencia popular férrea al pie de los altos de Montmartre. Vecinos –hombres, mujeres y adolescentes–, miembros de los comités de defensa de barrios y federados protegen sus cañones, parte de los cuales han sido comprados por suscripción popular. 

El general Claude Martin Lecomte, quien dirige el operativo, ordena disparar contra la multitud. No se oye detonación alguna. Pasan unos segundos y resuenan gritos de alegría. Los soldados confraternizan con la población. Es uno de los momentos más intensos de la Comuna de París. 

Preso de sus hombres, Lecomte es ejecutado dos días después en condiciones nunca aclaradas, así como el general Clément Thomas, sorprendido unos momentos más tarde en el mismo barrio de Montmartre. Vestido de civil, el militar –responsable de la represión a la revolución de 1848– buscaba evaluar el sistema defensivo del área. 

La insurrección de París

En la capital ocurren al mismo tiempo la efervescencia y la desbandada. Mientras los parisinos rebeldes empiezan a levantar barricadas, el mismo 18 de marzo, Thiers se refugia precipitadamente en Versalles y ordena a las tropas “leales” del ejército que hagan lo mismo, al tiempo que el Comité Central de la Guardia Nacional toma posesión del Hotel de Ville. 

Se entablan vanas negociaciones con el gobierno provisional, que a su vez huye a Versalles el 19 de marzo. Thiers exige que todo el personal administrativo de la ciudad y que las fuerzas del orden dejen la capital. Los habitantes de los barrios residenciales se unen al éxodo. Los historiadores hablan de alrededor de 100 mil personas desertando de la ciudad. 

París está en manos de la Guardia Nacional.

“El Comité Central en pleno estaba reunido en el Hotel de Ville. Se veían todos muy contentos. El sol también participaba en la fiesta. El día era maravilloso. El París que aspiraba a su emancipación parecía respirar una atmósfera más saludable. De hecho todos pensábamos que iba a empezar una era nueva. Pero no basta haber triunfado, hay que saber conservar el terreno conquistado”, escribe la comunera Victorine Brocher en Recuerdos de una muerta en vida.

El Comité Central de la Guardia Nacional anuncia de inmediato la organización de elecciones comunales (municipales) para que la capital escoja su propio gobierno. 

Lo que preconizan en realidad los federados –así se llaman a sí mismos los integrantes de la Guardia Nacional– y un amplio espectro de organizaciones de izquierda es afianzar la autonomía comunal, echar a andar la autogestión de la capital, que deberá servir de modelo a las demás ciudades de Francia. Su objetivo es la creación de una federación libre de comunas en todo el país, que sentará bases políticas y sociales más justas, primer paso hacia una república democrática y social. 

“Los comuneros, en particular los discípulos del anarquista Pierre-Joseph Proudhon, no buscan cambiar de poder, sino cambiar la naturaleza del poder”, subraya Deluermoz. 

Las elecciones se llevan a cabo el 26 de marzo. París se dota de un Consejo Comunal de 79 miembros, al que el Comité Central de la Guardia Nacional entrega el poder el 28 de marzo. La ceremonia se lleva a cabo en una tribuna oficial montada afuera del Hotel de Ville, en presencia de 200 mil parisinos que desbordan de alegría y entonan La Marsellesa. Nadie oye a Gabriel Ranvier, integrante del Comité Central, cuando dice con voz grave: “En nombre del pueblo, se proclama la Comuna”.

Resulta sumamente interesante la composición sociológica del flamante Consejo. Cuenta con una treintena de obreros, en su mayoría trabajadores de talleres artesanales y pequeñas fábricas, unos 25 periodistas y también con maestros, artistas, médicos, abogados, ingenieros. Las convicciones y experiencias políticas de sus integrantes, cuya edad oscila entre 23 y 78 años, cubren un amplio abanico ideológico. Esa pluralidad es a la vez su fuerza y su talón de Aquiles.

Cabe subrayar que el Consejo es exclusivamente masculino, aun cuando las mujeres juegan un papel importante a todo nivel en el proceso revolucionario. No es casual que el personaje más emblemático de la Comuna sea Louise Michel, una maestra.

No deja de asombrar lo que alcanza a realizar la Comuna en condiciones tan adversas y el número de iniciativas innovadoras que busca implementar, pero que Versalles no le deja tiempo de llevar a cabo.

Como resume Roger Martelli, historiador y presidente de la Asociación de los Amigos y las Amigas de la Comuna, en un periodo muy breve y al tiempo que combate las tropas alemanas y resiste al asedio de Versalles, sin experiencia previa la Comuna vuelve a echar a andar los servicios administrativos y públicos de la capital, organiza su abastecimiento, abre comedores para los más desfavorecidos, busca alojamiento para quienes pierden su vivienda en los bombardeos, asegura cuidados médicos a los heridos de guerra. Y por supuesto restablece la remisión de deudas y de rentas hasta el fin del sitio de París.

El Consejo Comunal también toma algunas medidas simbólicas para dejar en claro que el viejo mundo quedó atrás: adopta la bandera roja, derriba la Columna Vendome –ostentoso homenaje a la gloria de Napoleón, que se yergue en la plaza homónima– e incendia la guillotina al pie de la estatua de Voltaire en la explanada de la alcaldía del distrito 11.

Pero su decisión política más importante es la separación de la Iglesia y el Estado, instaurada el 2 de abril, que será cancelada después del 28 de mayo y restablecida hasta 1905, siendo un pilar fundamental de la República Francesa. 

Capitales son también los cambios que emprende en la educación con la creación de escuelas primarias y profesionales gratuitas y laicas, abiertas a jóvenes de ambos sexos. Doce años más tarde, en 1882, Jules Ferry adoptará y enriquecerá esa iniciativa que se convierte en una ley que lleva su nombre 

Insiste Martelli: “Sin doctrina claramente establecida, sin programa realmente elaborado, la Comuna realizó en algunas semanas lo que la República demorará años en implementar. Y sobre todo esbozó la posibilidad de una democracia no tan estrechamente representativa, y más directamente ciudadana”.

Las actividades diarias de los comuneros son densas. Además de su trabajo, cuando tienen, construyen más barricadas, en torno a las que se turnan para montar guardia, porque saben que tarde o temprano les tocará defenderse; integran todo tipo de comités que se hacen cargo de la organización de la vida cotidiana de sus barrios; participan en debates sobre decisiones políticas y militares urgentes.

Discutir, discrepar, decidir. Los comuneros sienten que son actores de su destino.

El cuadro, sin embargo, dista de ser idílico. La dirección colegiada de todas las instancias de la Comuna, requisito fundamental de la democracia directa, paraliza decisiones, crea confusión, resta eficiencia. Sin hablar de problemas de egos entre integrantes del Comité Central de la Guardia Nacional, los alcaldes de los distritos y el mismo Consejo Comunal. 

La desorganización es aun más patente en los rangos de la Guardia Nacional y tendrá consecuencias dramáticas durante la Semana Sangrienta.

Es para remediar tanto desorden que, a pedido de los revolucionarios más radicales, se instaura un Comité de Salvación Pública dotado de un gran poder de mando. La decisión agudiza las escisiones internas, provoca renuncias. Muchos temen la emergencia de un poder dictatorial. 

La historiadora Laure Godineau, autora de La Comuna por quienes la vivieron, libro de referencia sobre el tema, cita testimonios de comuneros que, años después de los hechos, reflexionan sobre los errores cometidos.

“La Comuna era una asamblea de deliberación sin suficiente coherencia y en la que el espíritu de decisión no estaba a la altura de la buena voluntad y de las nobles intenciones. Lo que se puede decir a su favor es que era realmente la representación socialista del París insurgente y que hizo lo mejor que pudo para representarlo y defenderlo”, confiesa Simon Dereure, obrero zapatero, miembro de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) refugiado en Nueva York.

“En la Comuna hubo una mayoría y una minoría. Los hombres de la mayoría a la que pertenecí, preocupados por acabar cuanto antes con Versalles, proponían sobre todo medidas de combate. La minoría estaba mucho más preocupada por cuestiones económicas. Finalmente acabamos todos juntos, codo con codo, durante esa terrible Semana Sangrienta, combatiendo con el mismo ardor hasta el último día de la lucha, defendiendo con la misma fe los derechos del pueblo trabajador”, recuerda Jules Martelet, pintor y decorador, refugiado sucesivamente en Bélgica, Suiza y Gran Bretaña, y también miembro de la AIT. 

Pero muchos historiadores y comuneros coinciden: más allá de sus fallas, el destino de la Comuna está sellado en el momento en que nace. 

Thiers tiene una sola obsesión: aniquilarla y borrarla de la historia de Francia. Para lograr su objetivo no vacila en rogar a Bismarck que libere a miles de soldados franceses presos de guerra. Luego arma una fuerza de 180 mil hombres, junta sus mejores estrategas militares y planea cuidadosamente la conquista de París y la masacre de los comuneros.

Y esa masacre inmortaliza la Comuna.

Reportaje publicado el 23 de mayo en la edición 2325 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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