Italia

La revolución de Draghi

“Draghi está dando una descarga eléctrica a una economía moribunda”, dijo en un análisis publicado por Bloomberg la periodista especializada en economía Rachel Sanderson al advertir que, sin embargo, “la tarea es inmensa, compleja, y riesgosa”. 
jueves, 6 de mayo de 2021 · 22:10

ROMA (apro).- El 25 de abril, gran parte de la ciudadanía en Italia aguardaba con expectación el inicio del fin del plan de confinamiento parcial, reforzado semanas antes para enfrentar el SARS-CoV-2, cuando, en el 76 aniversario de la liberación del fascismo (1945), el premier Mario Draghi comunicó de qué manera piensa hacer de este país un jugador de peso en el tablero internacional como no lo es desde hace décadas.

Ese día el nuevo primer ministro italiano y exjefe del Banco Central Europeo informó de su Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia. Era la noticia que todos esperaban: saber cómo Roma planea gastar alrededor de 200 mil millones de euros de préstamos y subsidios que el año pasado la Comisión Europea le asignó al país hasta el año 2026, para que Italia se reconstruya después de haber sido una de las víctimas peor castigadas por la pandemia en Europa.

Draghi, un economista algo enigmático y de enfoque analítico, que ya se aseguró un espacio en los libros de historia por haber salvado al euro en 2011 y 2012, cuando la moneda única europea parecía tener los días contados, fue incluso más allá: añadió al plan otros 50 mil millones de euros provenientes de su país y con todo ello presentó un colosal programa de inversiones y reformas que, de ejecutarse, supondrá el mayor esfuerzo de modernización de Italia desde el boom económico de los sesenta y setenta del siglo pasado –el llamado “milagro económico italiano”–, que entonces transformó un país marginal y agrícola en una de las mayores potencias industriales del mundo.

Tal vez por ello Draghi no optó por la cautela para transmitir la dimensión que el momento actual supone nuevamente para este país.

Dijo que del plan de recuperación que ahora está en Bruselas, en espera de su ratificación –a partir de la recepción formal del plan la Comisión Europea tiene dos meses para evaluarlo y hacer su recomendación al Consejo de Asuntos Económicos y Financieros, que tiene un mes para adoptarlo–, depende “el destino del país, la medida de lo que será su rol en la comunidad internacional. Su credibilidad y reputación como fundador de la Unión Europea y protagonista del mundo occidental”. Y explicó que habrá que tomar las decisiones con rapidez y desde el primer momento. 

Sacar al sur de la pobreza. Foto: Luca Bruno / AP

Desarrollar el sur

Digitalizar integralmente los sectores productivos y administrativos, hacer transitar todo el tejido económico hacia una revolución ecológica y una economía sostenible e invertir masivamente en una red de infraestructura de transporte moderna e interconectada son los primeros tres pilares del plan de Draghi.

A ello han sido sumados proyectos para fomentar la educación, la investigación y la formación de científicos, así como políticas para hacer crecer la ocupación juvenil, para conectar los entornos académicos a los contextos laborales, y para reforzar el sistema de telecomunicaciones (5G) y el de salud, lastrado por décadas de recortes y bajo presión en el último año.

En esta línea, el rediseño de Italia planificado por Draghi también incluye que 40% de los fondos se invertirán en el subdesarrollado sur italiano para mejoras como la puesta en marcha de trenes de alta velocidad y apoyar la creación de empresas de jóvenes y mujeres, y también se ha planeado la construcción de decenas de nuevas guarderías para romper con las desventajas que implica tener hijos; igualmente se han previsto recursos para ayudar a los jóvenes a obtener préstamos para comprar una vivienda sin pagar anticipos, sino gracias a garantías estatales.

“Se trata de aspectos beneficiosos para el crecimiento económico, pero también determinantes para la inclusión y la igualdad”, argumentó Draghi, quien ya el martes obtuvo la aprobación de las 278 hojas de su plan de parte del Congreso y del Senado, las dos cámaras del Parlamento italiano, en otras ocasiones extremadamente lentas en dar luz verde a iniciativas gubernamentales.

Todo ello para cumplir objetivos muy ambiciosos, como hacer que el PIB de Italia, estancado desde hace décadas, crezca 3.6 puntos porcentuales más de lo previsto (sin el plan) en 2026, según lo planeado.

Matteo Caroli, economista de la Universidad Luiss de Roma, explica: “La comparación con el Plan Marshall (el gran programa de ayuda económica de Estados Unidos a Europa después de la Segunda Guerra Mundial) no es equivocada, aunque en este caso no sólo se está buscando el mero crecimiento económico. El objetivo (de Draghi) es un gran desarrollo sostenible, ecológico y social de mediano y largo plazo”.

El punto es que “reforzar Italia es fundamental para la cohesión de toda la Unión Europea, más aún después de la salida del Reino Unido”, añade el experto, al calificar el plan del banquero italiano de “orgánico” y enfocado “en la dirección correcta”.

Hay un gran “pero”: mucho dependerá de la rapidez y capacidad de Italia en realizar los cambios prometidos. Laurence Boone, jefa economista de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, ya lo advirtió en un análisis sobre los planes europeos de recuperación:

“La puesta en marcha debe ser rápida y el dinero tendrá que ser eficazmente usado para garantizar que el plan dé resultados en términos de crecimiento y ocupación (…) El desafío principal para Italia es un crecimiento bajo, y todas esas reformas que deberían apuntar a relanzar el crecimiento de una manera sostenible, para el sur y el norte (…) es necesaria eficacia en la ejecución”, añadió Boone en una entrevista publicada esta semana por el diario italiano Domani.

Boone. Riesgo de demora. Foto: Eric Piermont / AFP

Giampiero Gramaglia, periodista e investigador del Instituto Affari Internazionali, completa con algo de pesimismo: “Es ese uno de los principales problemas de Italia. La dificultad no es escribir un plan sensato, la dificultad en Italia está en la ejecución de lo planeado en tiempos rápidos (…) Durante décadas la clase política italiana ha fracasado en esto”.

Y añade. “El asunto es que el plan tiene una duración más larga que el gobierno de Draghi. La actual legislatura acaba en 2023. El plan termina en 2026”.

Pese la controversia, Draghi ha insistido en que todas las inversiones vendrán aparejadas de cambios en el funcionamiento del sistema fiscal y la administración pública, cuyos excesos burocráticos y retrasos son desde hace décadas una de las principales quejas de ciudadanos y empresarios fuera y dentro de Italia.

En paralelo, Draghi también se comprometió a reducir 40% los tiempos para los juicios civiles y 20% para los penales. “Todos queremos un sistema judicial más eficaz”, señaló el exbanquero al intervenir sobre un asunto que interesa particularmente a los inversionistas extranjeros que piden garantías en caso de pleitos legales.

Claro está, como explicó el mismo Draghi, que habrá que cumplir con las “misiones” previstas que, como condición de la Unión Europea (UE), deberán ser realizadas y terminadas en 2026, lo que implicará el nombramiento de inspectores que sigan cada proyecto y controlen las empresas que los lleven adelante.

Una función de coordinación --añadió el exbanquero en una intervención el 25 de abril-- que se prevé se mantenga en manos de la Presidencia del Consejo de Ministros, es decir, el propio gabinete del primer ministro.

Gramaglia. Pesimismo. 

Víctima de la pandemia

Aun así, el punto de partida supone un gran reto para el país europeo, que el año pasado fue el primero en ser arrollado por el SARS-CoV-2. Hasta la fecha la pandemia ha cobrado la vida de casi 120 mil personas, el PIB italiano cayó 8.9% sólo en 2020 (6.2% ha sido la caída promedio en la UE), la tasa de horas trabajadas decreció 11% y, en su conjunto, el país perdió 1 millón de puestos de trabajo, según datos divulgados en los últimos meses por diversos organismos oficiales.

Jóvenes y mujeres han sido los más afectados, así como las franjas de la población más débiles de la economía informal, los habitantes del sur, y los empleados en los sectores más golpeados, como los del turismo, que era una importante fuente de ingresos para el PIB italiano. En total, el porcentaje de personas bajo el umbral de pobreza creció hasta 9.4%, seis puntos más que en 2005.

“Draghi está dando una descarga eléctrica a una economía moribunda”, dijo en un análisis publicado por Bloomberg la periodista especializada en economía Rachel Sanderson al advertir que, sin embargo, “la tarea es inmensa, compleja, y riesgosa”. 

El problema es que “no hay plan B, ni lo tiene Europa. Si Italia fracasa, también fracasará la unión fiscal”, agregó Sanderson al referirse al gran plan de unificación fiscal que las autoridades europeas están intentando llevar adelante.

Y es que Italia no es un país cualquiera en Europa. Además de su papel histórico como fundador de la Comunidad Económica Europea (el organismo progenitor de la UE), es la tercera economía y el tercer contribuyente del club europeo, y posee la tercera reserva más grande de oro del mundo.

Quienes lo han observado coinciden en que Draghi es el adecuado para la tarea. “Es un hombre valiente acostumbrado a asumir responsabilidades y que tiene el mérito de haberse atrevido a tomar caminos inexplorados”, dice la profesora Marina Brogi, experta en gobernanza económica de la Universidad Sapienza de Roma. Pero aun así el rediseño planeado para su país no será todo color de rosa.

Al revés, “es probable que en el camino se pierdan puestos de trabajo, como en el sector de las energías tradicionales o las empresas muy pequeñas. El dinero que habrá a disposición nos permitirá reconvertir esos trabajadores, pero se necesitará voluntad. Todos tendrán que poner voluntad en el cambio”, añade Brogi al recordar que en un reciente informe publicado en coautoría por Draghi, en diciembre de 2020 (poco antes de que fuera nombrado primer ministro), se defendió la interrupción de flujos de dinero público a “empresas zombis”, compañías con rentabilidad negativa y altamente endeudadas, al ser los recursos limitados y las deudas públicas mayores en el futuro pospandémico.

 

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