Coronavirus

La falsa Patria

Anunciada con bombo y platillo durante una de las mañaneras de López Obrador como una vacuna de origen mexicano, de ahí su nombre de Patria, se trata en realidad de algo desarrollado y patentado por científicos estadunidenses.

Anunciada con bombo y platillo durante una de las mañaneras de López Obrador como una vacuna de origen mexicano, de ahí su nombre de Patria, se trata en realidad de algo desarrollado y patentado por científicos estadunidenses. Y el gobierno mexicano ha desembolsado ya cantidades millonarias por este producto, que estará disponible también para otras naciones.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Para pagar la licencia y realizar pruebas clínicas en humanos con la candidata a vacuna contra el covid-19 llamada Patria, el gobierno mexicano ha invertido 150 millones de pesos de recursos públicos, según informó la directora general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla Roces, al presentarla en Palacio Nacional en abril pasado. Supuestamente mexicana, en realidad la denominada NDV-HXP-S es un desarrollo patentado por científicos de la Universidad de Texas en Austin y de la Escuela Icahn de Medicina en Mount Sinai, en Nueva York.

Pero si algún ciudadano solicita información sobre el ejercicio de esos recursos o bien información científica sobre los avances del ensayo clínico y los resultados de las investigaciones previas, se le negará, pues el Conacyt la catalogó como “información reservada o confidencial” ante el Instituto Nacional de Acceso a la Información.

Esta práctica contraviene los principios éticos de la administración pública y los de la actividad científica internacional, como los establecidos en 2017 en la Recomendación de la UNESCO sobre Investigadores Científicos. En su artículo IV, “Derechos y responsabilidades en la investigación”, inciso a), fracción quinta, se establece que es obligación de los Estados miembros y los científicos, “promover el acceso a los resultados de las investigaciones y compartir datos científicos entre los investigadores, así como con los encargados de formular políticas y con el público siempre que sea posible, teniendo presentes los derechos existentes…”.

En la Plataforma Nacional de Transparencia, sapiensideas.com realizó la solicitud de información al Conacyt sobre los documentos, contratos, convenios, convocatorias o adjudicación directa, relacionados con la vacuna Patria. También la información sobre el presupuesto asignado a dicho proyecto y la forma en que se distribuye.

La dependencia contestó que “con fundamento en la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública, la información solicitada contiene información reservada o confidencial que será eliminada”.

Para que una vacuna sea aprobada debe pasar los experimentos preclínicos (con células y animales) y ensayos clínicos con humanos de fases 1, 2 y 3, y los resultados deben publicarse en revistas científicas internacionales que cuenten con comités de evaluación de pares; es el caso, por ejemplo, de Science, grupo Nature Springer, PNAS, The New England Journal of Medicine, JAMA, The Lancet-Elsevier, entre otras.

Mediante el artículo científico los expertos de cualquier parte del mundo saben que el trabajo cumple con requisitos de calidad y veracidad durante todo su desarrollo, y que los resultados son coherentes y replicables. Cuando se publica en una revista de este tipo, la sociedad puede tener la certeza de que se trata de una investigación científicamente comprobada.

Desde el inicio de la pandemia, la OMS conminó a los gobiernos, científicos, empresas y grupos editoriales científicos a publicar toda la información generada en torno al covid-19 y darle acceso libre a cualquier persona. Así lo ha hecho la mayoría de los grupos editoriales, científicos, gobiernos y compañías, pero el Conacyt se mantiene en la opacidad.

Ningún estudio científico preclínico ni clínico son brindados por el Conacyt o la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Amexid), de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el otro organismo gubernamental implicado en Patria.

La patraña mexicana

El pasado 13 de abril, durante la conferencia mañanera del presidente, Álvarez-Buylla Roces le mintió a la sociedad al presentar Patria como un avance mexicano: “Estos desarrollos propios son la base para poder recuperar la soberanía en este aspecto tan estratégico que es la producción de vacunales y el cuidado de la salud, siempre con una perspectiva de beneficio público por encima de todo…”, dijo.

En realidad se trata de un desarrollo estadunidense para producir una potencial vacuna de bajo costo que las universidades Mount Sinai y Texas, en Austin, junto con la organización global PATH para el acceso a las vacunas, están vendiendo a empresas o gobiernos de decenas de países en desarrollo para que las prueben en humanos y las puedan producir en sus naciones.

Contra lo afirmado por Álvarez-Buylla, esta licencia no recuperará ninguna “soberanía”. No fue idea de ningún investigador mexicano ni ha sido desarrollada por ninguna institución mexicana: simplemente fue adquirida la licencia para producir una vacuna creada por científicos de otro país.

Será producida por una farmacéutica privada –el laboratorio Avi-Mex–, productora de medicamentos veterinarios a la cual se le están inyectando recursos públicos millonarios, como informó la misma funcionaria en la conferencia: 15 millones de la Amexid-SRE y 135 millones del Conacyt, sin que se transparente su ejercicio.

Contra el acaparamiento

Durante la pandemia, la desigualdad entre los países se ha agudizado y se ha reflejado en el suministro de vacunas. De acuerdo con el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, en los países ricos una de cada cuatro personas ha recibido una vacuna, mientras que en los pobres, una entre 500. En la reunión ministerial especial del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, realizada en abril pasado, indicó que los países desarrollados han obtenido 82% de las más de 832 millones de dosis de vacunas contra covid-19 distribuidas en el mundo, mientras que los pobres han recibido sólo 0.2% y los países de ingresos medios, menos de 18%.

Nada en la ciencia surge de la noche a la mañana. Salvo contadas excepciones todo es resultado de largos años de investigación, análisis y experimentos, como es el caso de la vacuna NDV-HXP-S.

Se basa en dos componentes principales: el primero es el NDV, que se refiere a un virus recombinante de la enfermedad de Newcastle (rNDV), que suele afectar a las aves y es inofensivo para los humanos. Este desarrollo fue llevado a cabo por los investigadores Adolfo García Sastre, Peter Palese, Florian Krammer y otros especialistas de la Escuela de Medicina Icahn en Mount Sinai en Nueva York.

Este equipo de científicos ha trabajado desde hace años con el virus de la enfermedad de Newcastle para crear vacunas contra diversas enfermedades, aprovechando su inocuidad en humanos. Debido a que la NDV puede infectar fácilmente a las aves, los virus se multiplicaron rápidamente y generaron dos dosis de vacuna por cada huevo. Posteriormente se extraen los virus vivos, se atenúan y se producen las vacunas.

Debido a su fácil producción, los científicos probaron su recombinante rNDV con una diversidad de virus; de hecho, antes de que se iniciara la pandemia de covid-19 ya habían pensado utilizarlo con genes de coronavirus.

Este virus vivo modificado se usa como vector (vehículo) para transportar y transcribir la secuencia de cualquier gen viral, como la del pico o espiga “S” del SARS-CoV-2, y llevarlas a las células humanas como antígeno.

Proteína de pico estable

El otro gran componente de esta candidata a vacuna tiene que ver con el desarrollo de muchas de las vacunas anticovid que ya existen. Utiliza como antígeno la proteína espiga o de pico “S” del SARS-CoV-2, que forma la membrana exterior y los picos del coronavirus que, vistos al microscopio, le dan la apariencia de llevar corona, de ahí el nombre.

Un antígeno es un agente extraño que, cuando ingresa al organismo, es identificado por el sistema inmunitario que responde como un pequeño ejército de moléculas protectoras que generan anticuerpos que neutralizan la amenaza. La mayoría de las vacunas anticovid utilizan esta proteína del pico del coronavirus o su gen para generar la respuesta inmune; así, al exponerse al virus real, el sistema inmunitario de la persona vacunada ya está preparado, reconoce a la proteína espiga y neutraliza al coronavirus.

Pero conseguir este antígeno tomó varios años y se inició mucho antes de que surgiera el SARS-CoV-2. Un equipo de científicos de la Universidad de Texas en Austin, encabezado por Jason S. McLellan, junto con Barney Graham, subdirector del Centro de Investigación de Vacunas del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, estudió el mecanismo de infección del coronavirus del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio y otro llamado HKU1, parientes cercanos del SARS-CoV-2.

El mecanismo de infección de la proteína de pico del coronavirus es complejo: tiene una estructura en la que intervienen mil componentes y moléculas llamadas prolinas, que cambian continuamente de forma. Esto le permite eludir casi cualquier defensa.

Es una experta del camuflaje: antes de fusionarse o adherirse a una célula adopta la forma similar a la flor de tulipán, este es el paso llamado prefusión; una vez que se ha adherido a ella adquiere la forma de punta de lanza, llamada posfusión. Es como una llave microscópica que se adapta para encontrar la combinación de la cerradura celular y, una vez adentro, cambia para burlar los sistemas de defensa de las células, multiplicarse y escapar.

McLellan y su equipo bloquearon esa capacidad de cambio de la proteína y la estabilizaron para combatirla. Usaron una nueva técnica llamada microscopía electrónica criogénica, un paso clave que les permitió observarla a nivel atómico y en tercera dimensión. Nunca antes nadie la había visto.

Así eliminaron dos componentes y los sustituyeron por dos moléculas llamadas prolinas rígidas, que obligaron a la proteína a mantener una sola forma: flor de tulipán. Generaron una proteína de pico “S” modificada genéticamente, que nombraron 2P. Además identificaron sitios donde pueden hacer más cambios y la probaron con éxito en roedores.

Este trabajo obtuvo en 2013 el reconocimiento de la revista Science; en 2016 desarrollaron la misma estructura para humanos, que publicaron en la revista Nature; en 2017 la patentaron en Estados Unidos y al año siguiente ante la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, que la registró como “Proteínas en espiga de coronavirus de prefusión y su uso” con el número WO2018/081318 A1.

Lista aun antes de la pandemia

Las dos partes de la candidata a vacuna estaban hechas aun antes de que surgiera el SARS-CoV-2. Cuando a principios de enero de 2020 el nuevo coronavirus estaba apareciendo en Wuhan, el equipo de Graham y McLellan secuenció el genoma del entonces llamado coronavirus 2019-nCov y diseñó un nuevo pico 2P exclusivo para el causante de la pandemia.

En un artículo publicado en Science el 13 de marzo de 2020 reportaron el diseño de la proteína de pico 2P para ser usada como potencial vacuna contra el covid-19. En los experimentos resultó ser la mejor manera de entrenar al organismo humano para combatir al nuevo coronavirus, por ello, la empresa Moderna iniciaría de inmediato el desarrollo de la vacuna.

En 2020, McLellan y Graham continuaron mejorándola hasta obtener una nueva generación de la proteína 2P a la cual le agregaron otras cuatro moléculas que llamaron HexaPro (HXP), que la hacen todavía más estable.

Tanto los investigadores de Mount Sinai como los de la Universidad de Texas unieron esfuerzos para crear la candidata a vacuna NDV-HXP-S. Utiliza el virus Newcastle vivo para transportar la proteína de pico a las células y el antígeno que introduce es la HexaPro.

Los dos grupos de científicos unieron sus esfuerzos con la organización PATH para ofrecer la licencia de la vacuna, sin pago de regalías, para que países como México puedan producirla en sus propios territorios.

Este licenciamiento no resuelve la dependencia científica ni tecnológica, pero al menos, en teoría, se podrá comprar aquí, tal como se está haciendo en Vietnam, Tailandia y Brasil. Sin embargo, como país seguiremos licenciando, consumiendo y usando lo que otros países descubren, desarrollan e inventan.   

Reportaje publicado el 27 de junio en la edición 2330 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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