Siria

La influencia tóxica sobre Líbano, Siria e Irak

Uno de los actores centrales en el proceso que ha afectado a esos países es Hezbolá (Partido de Dios), cuya influencia ha ido creciendo desde sus inicios como fruto de la Revolución Islámica de 1979, en paralelo con la invasión de Israel a Líbano en 1982.
sábado, 14 de agosto de 2021 · 12:59

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Se exagera cuando se responsabiliza a Irán de muchas cosas, sobre todo si los argumentos de Estados Unidos son sobre el desarrollo de la energía atómica en aquel país, cuando es éste el que decide quién puede detentarla en Medio Oriente, de acuerdo con sus propios intereses. La influencia de Rusia apenas cuenta en la región. No obstante, no deja de llamar la atención la situación tan lamentable en la que se encuentran los tres países donde la influencia de la República Islámica es mayor, Líbano, Siria e Irak, que forman el “eje de la decadencia”, según Anthony Samrani en L´Orient-Le Jour (15 de julio de 2021):

Los tres países son un “hoyo negro” por esa “influencia tóxica”, aunque –matiza– Irán no es el único responsable del declive de éstos y la historia reciente así lo ha demostrado con todas las influencias internacionales, sobre todo si se piensa en los casi 20 años de inestabilidad, conflictos y dos guerras en Irak; el conflicto fratricida de más de 10 años en Siria y el desfondamiento de Líbano como la nación promisoria que fue, donde sus grupos políticos han perdido la brújula.

El dos veces exprimer ministro libanés Saad Hariri, con una longeva experiencia, renunció el 15 de julio al encargo de formar un nuevo gobierno, por más que lo intentó, sin rumbo, durante nueve meses. Es una muestra contundente de la descomposición de la fórmula libanesa disfrazada del multiconfesionalismo y del hartazgo tanto de los grupos políticos como de las poblaciones que los apoyan. Eso demostró la oposición entre el presidente católico maronita Michel Aoun y Hariri como líder de la Corriente Futuro, identificada con el sunismo y con la influencia de Arabia Saudita.

Nueve largos meses en que Líbano ha conocido la peor crisis de la actualidad, como ha sido calificada por propios –que la viven en carne propia con la hambruna, la devaluación de la moneda, la incertidumbre por el futuro– y por extraños, que vieron asombrados cómo el 4 de agosto de 2020 ocurría en Beirut una explosión semejante a la de una bomba atómica. La negligencia y la corrupción tuvieron un papel significativo en ese hecho y en las secuelas.

Y es que en el fondo está la profunda disputa del chiismo encabezado por Irán y el sunismo de Arabia Saudita, por más que pretendan excluirse los motivos religiosos de la situación que prevalece en Medio Oriente, aun cuando intereses económicos –como el manejo del petróleo– estén involucrados. Recuérdese que Irán fue primer productor mundial de crudo mucho tiempo y cercano a los árabes que detentan los mayores recursos petroleros ahora.

La corrupción endémica ha sido denunciada por los nacionales como causante también de su declive, si se recuerda el régimen de Saddam Hussein en Irak, y como algo que ha golpeado en forma brutal a Líbano con nefastas consecuencias en sus sociedades, que apenas sobreviven a sus efectos. Y las causantes políticas ocupan siempre un primer plano si se ve la dinastía de Al-Asad, que ha dominado Siria desde hace más de 40 años, y a Líbano confrontado por liderazgos familiares de clanes religiosos, según su forma ancestral de organización, en la que religión y política son indisolubles.

Uno de los actores centrales en el proceso que ha afectado a esos países es Hezbolá (Partido de Dios), cuya influencia ha ido creciendo desde sus inicios como fruto de la Revolución Islámica de 1979, en paralelo con la invasión de Israel a Líbano en 1982. Desde entonces estuvo relacionado con intereses libaneses que se mantienen porque surgió de la disidencia del movimiento Amal, de Nabih Berry, para crear otro más cercano al islamismo. También se vinculó al Partido Socialista Progresista del druso Wadid Joumblat; se pronunció por el mantenimiento del sistema político libanés multiconfesional y definió su acción por la cultura del territorio comunitario y regional. De allí su resistencia a Israel como el Estado de una sola religión y con la vocación cosmopolita de su origen. En ese sentido Hezbolá es la versión contraria al sionismo.

Ha recorrido un camino semejante al de otras organizaciones en la región, alentadas por intereses extranjeros pero que recurren a los valores del más exacerbado nacionalismo. A semejanza de la OLP, Hezbolá actuó primero como milicia de unos cuantos combatientes hasta convertirse en un verdadero ejército, pertrechado por el financiamiento de los iraníes y afianzado por las obras sociales que les abrieron camino para insertarse socialmente, en particular en el sur de Líbano y en las zonas marginales de Beirut. Uno y otro fueron calificados como terroristas, pero una diferencia importante es que, contrariamente a lo que Occidente le adjudica, Hezbolá se ha pronunciado contra el terrorismo, aunque se negó a condenar los actos suicidas de los palestinos.

En Irak se encuentra la ciudad de Kerbala, considerada santa, junto con La Meca, Medina y Jerusalén, por ser el lugar del martirio del imán Hussein en 680, de donde surge la rama chiita del Islam. Los niños crecen escuchando su historia y familiarizándose con la idea del sacrificio. Su historia se relaciona con la idea de ver la lucha política como parte de los deberes religiosos y siguieron al ayatola Jomeini, a quien se le reconoció como la más alta autoridad religiosa. De esas creencias surge para Hezbolá el vínculo de esa tierra con Líbano.

La intervención de Hezbolá en la guerra siria fue fundamental para acabar con Isis o Daesh (cuyo nombre alude a Siria e Irak) que contribuía al inhumano conflicto en el que se involucró, incrementando su aceptación incluso entre los cristianos –por la defensa que hizo de los pueblos de esa religiosidad–, obteniendo prestigio incluso entre otras fuerzas políticas. Y su poder se ha acrecentado, asociado siempre a la presencia de Irán en ese país, con lo cual se ha ganado la animadversión de Israel, convencido de que su fuerza emana exclusivamente de los apoyos iraníes.

Superó pronto su presencia como milicia por la de un ejército bien pertrechado, para pasar luego a ser parte del gobierno en Líbano, al participar en las elecciones legislativas de 1992 e ingresar en la institucionalidad, lo cual iba en detrimento de su proyecto islamista. Y Samrani resume bien su situación al definirla como milicia en el seno del Estado libanés, que en ocasiones actúa al margen pero también por encima. El hecho es que no se trata ya solamente de una fuerza militar sino política, que forma parte del gobierno y ocupa varias carteras ministeriales.

Así, Irán sostiene vínculos efectivos con y entre Siria, Irak y Líbano. Hezbolá ha logrado avances políticos notables, pero permanece su caracterización como terrorista, logrando que tanto Estados Unidos como los países europeos nieguen su cooperación y urjan a desarmarlo y expulsarlo de los gobiernos con los que acuerda, bajo la amenaza del bloqueo económico a los países donde actúa, lo que evita la ayuda internacional. El riesgo es que las sociedades de esos países continúen empobrecidas, incapaces de superar su situación actual, y que sus derechos sigan restringiéndose.

Heráclito, según la lectura de Edgar Morin, es el pensador de la unidad de los contrarios y de la complementariedad de los antagonismos, lo cual permite imaginar que en algunos años Irak, Líbano y Siria habrán superado las difíciles condiciones que los han afectado tan drásticamente. 

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