Afganistán

La odisea de la migración, grabada con celulares: "Un viaje al umbral del infierno"

Midnight Traveler es una película grabada con los teléfonos celulares de una familia, la del realizador afgano Hassan Fazili, quien se vio obligado a huir de su país pues sobre él pesaba una condena de los talibanes. El cineasta, su esposa y dos hijas iniciaron así una riesgosa travesía de tres años
viernes, 6 de agosto de 2021 · 18:58

Midnight Traveler es una película grabada con los teléfonos celulares de una familia, la del realizador afgano Hassan Fazili, quien se vio obligado a huir de su país pues sobre él pesaba una condena de los talibanes. El cineasta, su esposa y dos hijas iniciaron así una riesgosa travesía de tres años por varios países, que quedó debidamente documentada. “Sentimos que sobrábamos en este mundo”, confiesa el hombre, pero es claro en un punto: “Los migrantes no necesitan compasión. Necesitan respeto”.

París (Proceso).- En la pantalla desfilan escenas de la vida feliz de una familia: niñas jugando en un jardín, un carrusel, risas… de pronto una voz infantil advierte: “Esta es la historia de un viaje hasta el umbral del infierno”.

Durante unos segundos un fondo negro reemplaza las imágenes felices. Luego surge otra escena: un coche atiborrado de maletas está estacionado en una estrecha calle de Kabul. Hombres y mujeres se despiden de una pareja y de dos niñas. El auto arranca.

Así empieza Midnight Traveler (Viajero de medianoche), documental del cineasta Hassan Fazili, que huyó de Afganistán junto con su esposa, Fátima Hussaini y sus dos hijas: Narguis y Zahra.

Aún no lo saben pero ese viaje de exilio hacia Europa, que imaginan por avión y vías legales desde Tayikistán, se va a convertir en un periplo de 5 mil 600 kilómetros y tres años, a lo largo del cual les tocará jugarse la vida para cruzar clandestinamente, de noche, las fronteras de Irán, Turquía, Bulgaria, Serbia y Hungría. En cada país acabarán en refugios improvisados, insalubres campos de migrantes o centros de detención.

“Fue difícil. A lo largo de estos tres años sentimos que nuestra existencia había perdido todo valor y que sobrábamos en este mundo. Nos salvaron la cohesión de nuestra célula familiar y la decisión de grabar todo este recorrido para realizar un documental. No elegimos nuestra suerte de migrantes ilegales. Nos cayó encima. Grabar nos permitió retomar en cierta medida las riendas de nuestro destino catastrófico, dio de nuevo sentido a nuestra existencia hecha pedazos y mantuvo viva la llamita de la esperanza. Esta película no la hice solo. Los cuatro nos turnamos nuestros tres celulares y grabamos”, confía Hassan Fazili a la corresponsal, de paso por París, donde acaba de estrenarse Midnight Traveler.

Nargis Fazili en el centro de detención de Hungría. Foto: Cortesía de Hassan Fazili

El café bohemio

La vida de Hassan y de Fátima en Afganistán fue una larga lucha para librarse del peso de la religión y dedicarse al arte.

En la película, Fazili cuenta que es descendiente de mullahs, eruditos musulmanes y responsables religiosos. Lo fueron su tatarabuelo, su bisabuelo, su abuelo y su padre, así como lo son sus seis hermanos. El realizador es el único que escogió un camino distinto.

“De adolescente perdí un ojo trabajando en una fábrica. Al principio me desesperé, pero paradójicamente fue gracias a esa desgracia que llegué al cine”, cuenta con humor. “Descubrir el séptimo arte me dio la sensación de recobrar la vista y de tener una mirada distinta sobre el mundo”.

Autodidacta, Fazili venció todos los obstáculos para lanzarse a la realización de cortometrajes, series televisivas y documentales al tiempo que montó obras de teatro. Insiste, sin embargo, en que el camino de su esposa fue mucho más arduo que el suyo.

“Fátima nació en una familia ultrarreligiosa que no le permitió ir a la escuela. Fue sólo después de nuestro matrimonio que empezó a estudiar. Recobró pronto el tiempo perdido y acabó estudiando actuación y realización cinematográfica.

“El papel que interpretó en una exitosa serie televisiva le costó caro. Su fama se convirtió en deshonra para su familia, que rompió con ella. Unos familiares inclusive la amenazaron de muerte por ser una ‘mujer indecente’, pero su maldición no pasó a mayores.”

La situación de la pareja se volvió crítica después de que abrió un café bohemio donde se juntaban artistas e intelectuales para conversar de todo y escuchar canciones de protesta. Acorralados por el clero y hostigados por la policía, Hassan y Fátima tuvieron que cerrar el lugar.

Pero todo empeoró a principios de 2015, con la difusión por un canal de la televisión afgana de Peace, un documental de Fazili sobre la historia del mullah Tur Jan, comandante talibán que dejó las armas para involucrarse en el proceso de paz. A las pocas semanas de la transmisión, Tur Jan fue asesinado y un amigo de Fazili le avisó que él era el próximo en la lista. “Tomé su advertencia muy en serio. Salimos a Tayikistán en abril de 2015 con la intención de pedir asilo en Europa”.

Fazili, que había reunido pruebas de las amenazas y represalias ejercidas en su contra, presentó su expediente en distintos consulados de la Unión Europea. Empezó entonces un viacrucis burocrático de un año y tres meses. Hospedados en casas de familiares, los dos cineastas pasaron el tiempo corriendo de una embajada a otra. A mediados de 2016 se abrieron las puertas de la de Alemania.

“Nos pidieron nuestros pasaportes, pagamos nuestras visas y eso nos dejó sin un centavo, porque habíamos gastado todos nuestros ahorros durante estos largos meses de espera. Pero no nos importó. Desbordábamos de alegría. Unos días más tarde, sin embargo, un funcionario de la embajada nos devolvió nuestros pasaportes, sin las visas. No nos reembolsó y tampoco nos explicó ese brusco cambio de trato.” 

Al poco tiempo las autoridades de Tayikistán se negaron a renovar las visas de la familia. “Teníamos dos opciones: regresar a Kabul, donde nos aguardaba una muerte segura, o viajar ilegalmente a Europa, sin saber si íbamos a sobrevivir a la odisea. Optamos por la segunda. Era el mal menor”, aclara escuetamente el realizador.

La familia se fue en coche a Mazari Sharif, en Afganistán, para esconderse en casa de primos mientras Hassan planificaba el viaje clandestino y pedía dinero prestado a todos sus amigos.

“En ese momento decidí grabar todo”, dice. “En Tayikistán no lo pensé porque creí que íbamos a tomar el avión para llegar a un país acogedor. Cuando entendí lo que nos esperaba supe que debíamos grabar nuestra hazaña y arreglarnos para hacer llegar las imágenes a lugares seguros, ya sea para dejar huellas en caso de que desapareciéramos en el camino, como desaparecen miles de personas desde hace años, ya sea para hacer un documental después de llegar a un país seguro”.

El tono de voz de Fazili se torna apasionado, habla cada vez más rápido en dari, el persa afgano, poniendo a prueba el talento de su intérprete.

“No quería hacer un documental más sobre migrantes”, sigue, “sino mostrar la cotidianidad caótica de una familia parecida a millones de familias en el mundo que el destino arranca de su tierra de la noche a la mañana y precipita a la implacable ruta del exilio. Quería compartir nuestra intimidad con el espectador para que sintiera desde adentro lo que nosotros vivíamos. Y cuando digo ‘nosotros’ no pienso sólo en mi familia, sino en todos los seres que sufren esa misma suerte. Estoy al tanto de lo que pasa con los migrantes mexicanos y centroamericanos. Nuestra tragedia es universal.

“Sin embargo”, precisa, “en ningún momento quise inspirar compasión con el documental. Los migrantes no necesitan compasión. Necesitan respeto. Necesitan ser considerados como iguales, como humanos que nacieron en el lado desafortunado del mundo. Nosotros, los afganos, nacimos allí donde la guerra causó y sigue causando estragos. Es todo. No somos extraterrestres”.

Promoción del documental. Estreno en Francia

Una obra de dignidad

Midnight Traveler cumple cabalmente con la intención de su autor. Sin darse cuenta, el espectador se convierte en un miembro más de la familia, vive sus angustias, sus increíbles momentos de alegría en medio de la adversidad, sus corajes, sus esperanzas.

Resulta imposible reseñar todas las escenas sobrecogedoras del documental. Todas son espontáneas, vivas, impregnadas siempre de una gran dignidad, y eso convierte la película en una obra totalmente distinta de las que abordan la misma temática. Galardonada en varios festivales, Midnight Traveler destacó en el de Sundance en 2019, donde ganó el Premio Especial del Jurado. 

Quedan grabadas en la memoria las interminables marchas nocturnas de migrantes que se esconden en montes y bosques antes de deslizarse por huecos abiertos en cercas de alambres de púas para cruzar fronteras. Pero impacta sobre todo el silencio asustado de Narguis y Zahra.

Hay otras escenas inolvidables. Varias ocurren en Bulgaria. El grupo de migrantes con el que viajan los Fazili pasa días secuestrado en una casa de seguridad de los coyotes, que les exigen sumas exorbitantes para liberarlos y amenazan con llevarse a las mujeres y a las niñas si no pagan.

La tensión es máxima. Hassan graba los rostros aterrados, el coraje de Fátima que lo acusa de haber confiado demasiado en criminales, los días de espera, la falta de comida, el lugar sórdido, los cuerpos cansados, amontonados. Fátima le ordena dejar de registrar. Pero para el realizador, hacerlo es la única manera de dejar testimonio y también de protegerse contra la desesperanza. Fazili confiesa que varias veces grabó llorando. Pero grabó…

Algún tiempo después, siempre en Bulgaria, la familia “liberada” –no se sabe a qué precio– sobrevive en una especie de multifamiliar tétrico convertido en “centro de acogida para refugiados”. Cae la noche. De pronto, hordas enardecidas de búlgaros xenófobos rodean el edificio aullando su odio. Intentan tomarlo por asalto. Los migrantes se defienden.

Petrificada, Fátima mira la escena por la ventana del cuarto que ocupa la familia. El espectador está a su lado y con ella tiembla. Los migrantes defienden el lugar. Hay heridos. Hassan baja a la calle para grabarlos. La policía búlgara se desata contra los extranjeros.

¿Cuántos días y cuántas noches pasan los Fazili y sus compañeros de infortunio escondidos en un bosque helado, casi sin comida y con poca agua, en la frontera entre Bulgaria y Serbia? ¿Cuatro, cinco, más? Como los protagonistas del documental, el espectador pierde la noción del tiempo al compartir con ellos esa vida errática que no se parece a la vida pero que es vida a pesar de todo.

La estadía en Serbia es terrible. Dura un año y tres meses. Rechazada por todas partes, la familia acaba en un centro para migrantes apenas menos repelente que el edificio búlgaro. Todos los días se parecen. Todas las semanas son iguales y así son los meses. Con mucho talento Fazili logra recrear con imágenes estáticas y ritmo lento ese tiempo estancado, tan corrosivo para la moral de los migrantes como las agresiones físicas que sufren a lo largo del camino.

Una tarde, sentada en el cuarto austero donde vive la familia, Narguis, la mayor, que tenía 11 años al salir de Afganistán y está a punto de cumplir 13, llora desconsolada. Finalmente confiesa que llora de aburrimiento. Otra tarde la chica monopoliza un celular para mirar una y otra vez el clip de Michael Jackson cantando “They don’t care about us” (No les importamos). De repente se levanta y empieza a bailar con una energía desesperada. Duele verla.

“Narguis solía bailar su dolor”, comenta el cineasta. “También cuando ya no podía más, salía a grabar pájaros, el cielo, nubes, la caída del sol. La mayoría de las imágenes estéticas del documental son de ella.”

Una de las pocas escenas alegres de la película. Foto: Cortesía de Hassan Fazili

La atroz Hungría

Surgen de vez en cuando efímeros momentos de felicidad en Midnight Traveler. Hassan graba dos de ellos en el patio del centro serbio para refugiados.

Es invierno. El suelo está cubierto por una espesa capa de nieve. Riéndose, las chicas bombardean a su padre con bolas de nieve. Sus carcajadas borran todo el entorno. La segunda escena da la medida de la resiliencia de los seres humanos. Son las 12 de la noche del 31 de diciembre. Presos del mismo centro de refugiados, apretados los unos contra los otros, Hassan, Fátima, Narguis y Zahra miran maravillados el espectáculo de fuegos artificiales que ilumina el cielo.

Los tres meses pasados en Hungría son atroces. Los Fazili viven apartados de todo en un centro de detención que se parece a una cárcel de alta seguridad. Miradores. Doble y alta valla metálica. Vigilancia por doquier. El espectador comparte su claustrofobia.

“En Hungría la policía nunca nos trató como seres humanos”, confía el realizador. “La travesía por los países de Europa Central fue la más cruel. Los centros para migrantes eran, y hasta donde sé siguen siendo, degradantes. Escaseaban alimentos, y cuando los empleados repartían comida, la tiraban como se hace con los animales. La corrupción es endémica en muchos de esos campos, cuyos administradores vendían en el mercado los alimentos que nos estaban destinados. Y es de suponer que lo siguen haciendo…”.

Finalmente llegaron las esperadas visas para Alemania. Hassan las obtuvo con el mismo expediente que había sido rechazado tres años antes en el consulado alemán en Dusambé, capital de Tayikistán. 

La familia Fazili vive ahora en Alemania. Hassan está escribiendo el guion de un largometraje de ficción. Vacila antes de hablar de su proyecto. Pero acepta resumirlo “en dos palabras”: “Una familia encarcelada decide hacer una película sobre lo que vive. En realidad me interesa contar toda la epopeya de la producción de esta película. Hay muchas vivencias que no pude utilizar en Midnight Traveler y otras que no pude grabar porque hubiera sido muy peligroso hacerlo. Son los elementos que ahora me importa incluir en una ficción”.

Narguis y Zahra hablan un alemán fluido y estudian con entusiasmo. Fátima no sabe todavía si participará en la realización de la película de su marido.

Y mientras los cuatro protagonistas de Midnight Traveler reconstruyen su vida, poco a poco, miles de compatriotas suyos se aprestan a seguir sus huellas y a enfrentar las mismas pruebas lacerantes. Muchos ya lo están haciendo: 100 mil afganos huyeron de su país en los cuatro últimos meses según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.

La salida anticipada de las tropas estadunidenses y de la OTAN precipita el derrumbe del país. La guerra de 20 años que la coalición internacional encabezada por Estados Unidos llevó en Afganistán contra Al Qaeda y los talibanes forzó al exilio a casi 3 de los 36 millones de habitantes del país.

Reportaje publicado en el número 2335 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 1 de agosto de 2021.

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