Ensayo

Notas heréticas, Segunda y última parte ¿Creer en una quimera? Vivir, morir y matar por ella

El resto de la Biblia no está exenta de referir mitos. Lo que se ha tomado como manifestaciones del poder de Dios no pasan de ser fábulas o, en el mejor de los casos, plagios sin reconocer los créditos. La historia y la arqueología se han encargado de ponerlos en evidencia.
sábado, 23 de abril de 2022 · 14:53

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– El resto de la Biblia no está exenta de referir mitos. Lo que se ha tomado como manifestaciones del poder de Dios no pasan de ser fábulas o, en el mejor de los casos, plagios sin reconocer los créditos. La historia y la arqueología se han encargado de ponerlos en evidencia.

Caída de las murallas de Jericó

Lo relativo a la caída de las murallas de Jericó y la toma de esa ciudad que refiere la Biblia es otra leyenda; carece de apoyo arqueológico o histórico (Josué, 6).

La arqueología del lugar presenta un panorama diferente: “La excavación de Jericó, por consiguiente, no ha arrojado luz sobre las murallas de Jericó, cuya destrucción se describe tan vivamente en el Libro de Josué. Por lo que respecta a qué hizo que las murallas se derrumbaran, no tenemos ninguna prueba material. Podemos suponer que se trató de un terremoto que las excavaciones han mostrado destruyó alguna de las murallas anteriores, pero esto sólo es una conjetura”. (Katheleen M. Kenyon, Desenterrando a Jericó, Fondo de Cultura Económica, México, 1966. p. 146 y 147.)

“Según hemos señalado, las ciudades de Canaán carecían de fortificaciones y no había murallas que pudieran derrumbarse. En el caso de Jericó, no existían huellas de ningún tipo de poblamiento en el siglo XIII a de C, y el asentamiento del Bronce Reciente, fechado en el XIV a de C, era pequeño y pobre, casi insignificante y, además, no había sido fortificado. No había tampoco señales de destrucción. Así, la famosa escena de las fuerzas israelitas marchando con el Arca de la Alianza en torno a la ciudad amurallada y provocando el derrumbamiento de los poderosos muros de Jericó al son de las trompetas de guerra era, por decirlo sencillamente, un espejismo romántico.” (Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, ob. cit. p. 91.)

La toma de Hai

En el libro de Josué se refiere otra conquista inexistente:

“Y Jehová dijo a Josué: no temas ni desmayes; toma contigo toda la gente de guerra, y levántate y sube a Hai. Mira, yo he entregado en tu mano al rey de Hai, y a su pueblo, a su ciudad y a su tierra…

“Y los hirieron hasta que no quedó ninguno de ellos que escapase…

“Y cuando los israelitas acabaron de matar a todos los moradores de Hai en el campo, en el desierto, donde ellos los habían perseguido, y que todos habían caído a filo de espada hasta ser consumidos, todos los israelitas se tornaron a Hai, y también la pusieron a cuchillo.

“Y el número de los que cayeron aquel día, hombres y mujeres, fue de doce mil, todos los de Hai.” (Josué, cap. 8.)

A pesar de que lo afirme la Biblia y que supuestamente es un libro inspirado divinamente, lo cierto es que lo relativo a la destrucción de Hai o AY, fue fantasía o invención. La arqueología ha desmentido el relato bíblico:

“En el emplazamiento de la antigua Ay, donde, según la Biblia, Josué efectuó su inteligente emboscada, se descubrió una discrepancia similar entre la arqueología y la Biblia. Los estudiosos identificaron como el antiguo emplazamiento de Ay el extenso tell de Khirbet et-Tell, situado en el flanco oriental de las colinas del nordeste de Jerusalén. Su ubicación geográfica, justo al este de Betel, coincidía con bastante exactitud con la descripción bíblica. El moderno nombre del lugar es et-Tell, que significa la ruina, equivalente más o menos del nombre hebreo de Ay. En las proximidades no había, además, otro posible yacimiento del Bronce reciente. Entre 1933 y 1935 la arqueóloga judeopalestina Judith Marquet-Krause, formada en Francia, realizó una excavación de grandes proporciones en et-Tell y descubrió abundantes restos de una monumental ciudad del Bronce Antiguo fechada alrededor de un milenio antes del hundimiento de Canaán, en el Bronce Reciente. En el yacimiento no se recuperó ni un fragmento de cerámica ni ningún otro indicio de asentamiento del Bronce Reciente. Nuevas excavaciones realizadas en él en la década de 1960 ofrecieron un cuadro similar. En aquel lugar, al igual que en Jericó, no había un poblamiento en la época de su supuesta conquista por los hijos de Israel.” (Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, ob. cit., p. 91 y 92.)

Otro mito: la derrota de Sinaquerib

El resto de los relatos contenidos en la Biblia, en general, no pasan la prueba de la historia o de la arqueología. Un caso más, el del rey Ezequías, rey de Judá y Senaquerib, rey de Asiria. De este, hechos en la Biblia, se conservan tres versiones: la del segundo libro de Los Reyes; la del segundo libro de Las Crónicas (cap. 32, v. 21); y la de Isaías (cap. 39).

En el libro de Los Reyes se refiere:

“Porque yo ampararé a esta ciudad para salvarla, por amor de mí, y por amor de David mi siervo.

“Y aconteció que la misma noche salió el ángel de Jehová, e hirió en el campo de los Asirios a ciento ochenta y cinco mil; y como no se levantaron por la mañana, he aquí los cuerpos de los muertos.

“Y entonces Sennachêrib, rey de Asiria, se partió, y se fue y tornó a Nínive, donde estuvo.” (2 Reyes, 19, vs. 34 a 36.)

En el segundo libro de Las Crónicas se agrega el detalle de la suerte de Senaquerib y de Ezequías.

Respecto de esos hechos existe un testimonio ajeno a la Biblia; es de alguien que estuvo más próximo a ellos y que es más veraz que el texto sagrado: Heródoto. Éste refiere que lo que sucedió realmente fue que sobre Senaquerib y su ejército cayó una plaga de ratones campestres que royeron las aljabas, los arcos y los brazaletes de sus escudos, de manera que muchos soldados cayeron cuando huían desprovistos de sus armas. (Historia, libro II, 141).

Los comentaristas del texto de Heródoto son de la opinión de que, bajo la figura de los ratones campestres, en realidad se quiere significar que fue la peste, representada por ellos, la que diezmó el ejército invasor, pues en la antigüedad ese animal representaba la peste; remiten a la Ilíada I, 39 (Heródoto, Historia, Editorial Gredos, Madrid, 1992, p. 434, nota 502).

Lo relatado por la Biblia y Heródoto tuvo una explicación más corriente. En la retirada de los asirios hubo de por medio algo más mundano y convincente: dinero, bienes y rehenes. Esa fue la cruda realidad; está muy lejos de lo que dice el texto bíblico; nada que ver con la presencia del ángel de Jehová. Un documento asirio redactado enseguida de los hechos da una versión más creíble:

“A Ezequías, el Judío, que no se había sometido a mi yugo … lo encerré en Jerusalén como a un pájaro en una jaula. Acumulé terraplenes contra él, y quien quería salir de las puertas de la ciudad era rechazado y devuelto a su miseria … Ezequías quedó aterrorizado ante el esplendor de mi señorío, y fue abandonado por los mercenarios que había llevado para reforzar Jerusalén. Más de treinta talentos de oro y ochocientos talentos de plata, piedras preciosas y joyas, lechos y sillas de marfil, pieles y colmillos de elefante, maderas preciosas, todo tipo de tesoros, así como a sus hijas, a las mujeres de palacio, y a sus músicos varones y mujeres, se vio obligado a mandarme a Nínive, mi ciudad real.” (Mario Liverani, ob. cit., p. 177.)

En el proto Isaías se insinúa que la razón de la retirada del rey asirio fue la que menciona el propio rey Senaquerib en la inscripción antes citada (cap. 39).

En el relato contenido en el segundo libro de Las Crónicas, a su autor se le coló un anacronismo, lo que hace suponer que ese libro fue escrito tardíamente. Alude al campo del rey de Asiria; este nombre le fue dado, pasado el tiempo, al lugar donde acamparon el rey y su ejército durante el sitio que plantaron frente a Jerusalén. (Flavio Josefo, La guerra de los judíos, libro V, 303 y 504.)

Anacronismos en la Biblia

Confirman el punto de vista de que los textos bíblicos contenidos en el Pentateuco son muy tardíos y no atribuibles a Moisés, la existencia de diferentes anacronismos. Se invocan sólo algunos:

Los camellos

Los camellos son mencionados reiteradamente en el libro de Génesis; se afirma que supuestamente los usaron como animales de carga Abraham, sus criados o los contemporáneos de José, el hijo de Jacob (Génesis, 12. V. 16; 24, v. 10, 14 y 19; 30, v. 43; 37, v. 25, entre otros), eso era en épocas en que aún no habían sido domesticados. (Reforma, 22 de febrero de 2014, declaraciones de los arqueólogos Noam Misrahi, Erez Ben-Yosef y Lidar Sapir-Hen.)

Diluvio universal

En tiempos de Noé se alude a un diluvio:

“Y las aguas prevalecieron mucho en extremo sobre la tierra; y todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos.

“Quince codos en alto prevalecieron las aguas; y fueron cubiertos los montes.

“Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado, y de bestias, y todo reptil que anda arrastrando sobre la tierra, y todo hombre …” (Génesis 7, vs. 19 a 21.)

Quince codos son aproximadamente seis metros con setenta y cinco centímetros; si el monte Ararat, en el que supuestamente se posó el arca (Génesis, 8, v. 4), tiene una altura de 5 mil 200 metros, eso implica que la Tierra fue cubierta casi en su totalidad, con excepción de las montañas que exceden esa altura.

Resulta que en los tiempos en que, según la Biblia, se produjo el diluvio, que fue universal y que cubrió toda la Tierra, en Egipto se estaba construyendo la primera Gran Pirámide, sin que la supuesta inundación interrumpiera el trabajo.

Hierro

Se refiere que Tubal Caín, tataranieto de Adam, en plena Edad de Piedra, ya manejaba el hierro. (Génesis, 4, v. 22.)

Existen muchos más anacronismos que corroboran que el Pentateuco o la propia Ley, fueron escritos en una época muy tardía, lo que indica la ausencia de una inspiración divina.

Fuentes que conformaron el Pentateuco

Los estudiosos han detectado que cuando menos cuatro fueron las fuentes que conformaron el Pentateuco o Torá: la J, o yahvista; la E, por la referencia que hace a Dios bajo el término hebreo Elohim; la P, o fuente sacerdotal, del término en inglés priestly; y la D, de Deuteronomio. Los estudiosos agregan una quinta fuente, la R, que corresponde a los escribas y compiladores; ellos además redactaron las frases de transición que existen entre los textos provenientes de las cuatro fuentes (Richard Elliott Friedman, ob., cit. ps. 234 y siguientes; e Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, ob. cit., p. 14).

Las fuentes que finalmente conformaron el Pentateuco al parecer fueron fusionadas por Jeremía y Baruc, en tiempos del rey Josías (Richard Elliott Friedman, ob. cit., ps. 127 a 129 y 189.); el hecho anterior hace que frecuentemente el texto sea contradictorio entre sí, reiterativo y rico en anacronismos.

Jesús y la Ley

El hecho de que alguien que se decía hijo de Dios no supiera que la llamada “Ley de Dios” era obra de escribas y sacerdotes, que aceptara como cierta la existencia de Moisés y la de un éxodo, dice mucho de su divinidad, omnisciencia y omnipresencia. En la Biblia aparecen textos en los que Jesús alude a Moisés como un líder que tuvo existencia histórica.

Respecto de la Ley afirmó:

“Porque de cierto os digo que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas.” (Mateo 5, v. 18.)

En ese contexto: ¿Era dable a los discípulos, entre ellos a Pablo, cambiar la Ley o dispensar su cumplimiento? Reitero: Jesús expresamente dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir”. (Mateo, 5. v. 17.)

Antes de dar una respuesta precipitada y suponer que la Iglesia católica o los papas están autorizados a hacerlo, debe tomarse en consideración que el pasaje de Mateo 16, v. 18: “ … tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…”, es una interpolación tardía que hicieron los obispos de Roma para justificar su supuesta autoridad.

También son una interpolación posterior los últimos versículos del capítulo 16 de los versículos 9 al 20, del evangelio de Marcos, en los que se alude al mandamiento de ir a predicar. Se agregaron ante el hecho de que no se produjo la segunda venida, a pesar de que ya habían muertos todos los que supuestamente habían conocido a Jesús.

Resumen

Con base en lo anterior, todo apunta en el sentido de que:

No tuvo lugar el éxodo que refiere la Biblia.

No hay elementos convincentes y ciertos de la existencia de Moisés.

No hubo una entrega de la Ley en el Sinaí y la Biblia fue una invención de sacerdotes, escribas y compiladores, que lo hicieron, en el mejor de los casos, con base en fragmentos escritos aislados, tradiciones orales y relatos fabulosos.

En Occidente y parte de Oriente se han cometido crímenes indecibles en nombre de una quimera; en defensa de simples mitos.

Quienes en los siglos I y II eligieron para predicar y creer en el judeocristianismo, seleccionaron una de las corrientes míticas más enfermiza. Tenía que serlo. Eso va con su naturaleza monoteísta. Es absorbente, totalitaria e intolerante. No da descanso al creyente.

El cristianismo toma todo en serio; no da lugar a una alegría terrenal. Considera como motivo único y preferente de estar alegre, lo que está relacionado con Dios. Eso, aparte de ser enfermizo, no es humano. Predica el sufrimiento permanente e intenso como vía de salvación. No permite un descanso al creyente. Le exige tener sus músculos mentales siempre en tensión: orad y velad para no caer en tentación; el que vele será llevado y el que duerma será dejado. No condescendió en lo más mínimo con el mundo. En esto se alejó del pensamiento griego: gozar el corto plazo que significa transitar por la Tierra.

Cuando en la Biblia aparece el termino alegre o alegría, frecuentemente está referido a la unión con Jehová, Yahveh o Dios: “Y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias…” “Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios…” (Deuteronomio, 12, 7 y 12); “Y te alegrará delante de Jehová tu Dios…” (Deuteronomio, 16, 12); “… por cuanto Jehová los había alegrado…” (Esdras, 6, 22.); “Y David y todo Israel hacían alegrías delante de Dios con todas sus fuerzas…” (1 Crónicas, 13, 8). En los Salmos, el término alegría está relacionado preferentemente con Dios: “Servid a Jehová con temor. Y alegraos con temblor.” (Salmo, 2, 11; ); “Alegraráse el justo en Jehová…”( Salmo, 64, 10); “Cantad alegres a Dios…” (Salmo, 100, 1); “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos (Salmo, 122, 1).

En el judeocristianismo la alegría, por lo general, está relacionada con Dios. La alegría mundana es pecado.

Una parte de la humanidad ha vivido y vive en función de una quimera, una ilusión; afirma ser feliz e, incluso, hallar su tranquilidad y seguridad por creer en ella. Es la que ha sido perseguida y la que ha muerto por su creencia o en defensa de ella. Es esa misma minoría la que, en otro momento, ha perseguido y asesinado a los no creyentes o a quienes disintieron o incurrieron en herejía.

El grueso de quienes se dicen creyentes aparenta o finge creer en su religión y, llegado el caso, pone límites a los excesos de los fanáticos y, con sentido común, va por la vida haciendo y dejando hacer.

Frecuentemente, el común de la gente, por ignorancia, por ser parte de una masa o por hallar satisfacción en hacer o ver sufrir, se ha dejado arrastrar por los fanáticos; ha intervenido en persecuciones y cometido delitos en nombre de sus supuestas creencias.

Son las leyes, el mundo de libertades y el espíritu de tolerancia los que han refrenado a los fanáticos, dado tranquilidad a la sociedad y permitido la libertad de creencia y de pensamiento. En esto, poco o nada hicieron los fundamentalistas. 

Ensayo publicado el 17 de abril en la edición 2372 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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