"Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos"

martes, 9 de julio de 2019 · 21:27
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Se escuchan por ahí cuentos de terror sobre psicópatas, personas insensibles que van torturando y matando sin razón aparente. Hasta que alguien, en teatro, decide ir un poco más profundo en estas particulares cabezas. Para escribir Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos, el dramaturgo Gibrán Portela hizo una tremenda investigación de casos de todo el mundo, y tomando elementos de cada uno, construyó la historia de un personaje. Fue entonces que el director Cristian Magaloni nos encerró en uno de esos incompresibles universos. Es la historia de Leo y Ham, hermanos gemelos. De pequeños todo parece normal, incluso Leo es más tímido y Ham trata de protegerlo. Tienen una madre bastante neurótica, un padre que no se aparece muy seguido, y conocen la historia de una hermana mayor que murió cuando eran bebés. Pero cuando van creciendo, los extraños comportamientos de Leo empiezan a denotar algo más macabro. Ham, en su negación, intenta acompañarlo sin saber muy bien cómo; su madre está aterrada y su padre frustrado. Lo que estaba ya fracturado termina por desmoronarse. Todo está entre brumas, en saltos a pasado y futuro, sin tener muy claro qué es real y qué es imaginario. La acción sucede sólo en el proscenio, casi encima de los espectadores, mientras el resto del escenario sirve como descanso para los actores que están en pausa. En un segundo nivel, apenas perceptible, dos mujeres tocan instrumentos de cuerda que envuelven al espectador en esta atmósfera de encierro, incertidumbre, terror. Los dos espacios se separan por una especie de caja de cristal que a ratos se llena de humo. Por sus puertas entran y salen los personajes, pasan de la pasividad a la acción y viceversa. Y aunque la sensación que provoca es buena --una especie de claustrofobia--, la poco práctica escenografía hace a los pobres actores batallar con una acción tan simple como cerrar puertas. Es impresionante que a pesar de ello, no hay un solo titubeo en sus diálogos. Sin duda el gran peso de esta obra recae en su magnífico elenco: potente, real, listo para encarnar personajes muy --¡MUY!-- densos, que además tienen el reto extra de saltar --de un momento a otro-- entre tiempos y emociones. La falta de linealidad del texto les demanda altibajos constantes. La troupe de oro la integran Roberto Beck, Arnoldo Picazzo, Assira Abbate, Gonzalo Guzmán, Julio César Luna y, como verdadera cereza del pastel, Pilar Ixquic Mata. Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos es escalofriante. Una obra que toca --o acaricia apenas-- un tema poco conocido en nuestro país, casi nada tratado, mucho menos entendido. El montaje humaniza no sólo a los psicópatas, sino a quienes los rodean. No es una explicación --quizá no exista tal--, es una exploración. Puede ser que si el lobo se come el sol todos los inviernos no se trate de un acto de maldad, sino parte de su hambrienta naturaleza. Esta temporada se presenta solamente hasta el 24 de julio, los miércoles a las 20:00 horas, en el teatro La Capilla (Madrid 13, Del Carmen, Coyoacán).

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