'La madriguera”: La pérdida en el cotidiano
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Si un destino decente rigiera al mundo, ningún padre debería enterrar a su hijo. Y sin embargo la cruda realidad desmiente cada vez con más crueldad esa premisa. ¿Cómo se enfrenta un duelo de esa magnitud?
‘La madriguera’ --obra ganadora de un premio Pullitzer por Mejor Drama en 2007--, escrita por un brillante dramaturgo contemporáneo, el estadunidense David Lindsay-Abaire, regresa a enriquecer la cartelera del Foro Lucerna.
Bajo la dirección y atinada interpretación de José Sampedro, el montaje cuenta la historia de Becka y Javi, que ocho meses antes perdieron a su hijo de cuatro años. En medio del duelo, aparece un detonante que los quiere obligar a abandonar la tristeza: Isa, la rebelde y caótica hermana de Becka, quien está embarazada.
El secreto del texto es, quizá, que se parece más a la vida. Perder un hijo es de las tragedias más grandes y cuando lo único que vemos en escena es depresión y llanto, se vuelve un tanto redundante. Pero la obra muestra que lo cotidiano sigue, con enojos y risas, cubierto con un velo imperceptible de tristeza. Lo que pasa no es sólo la muerte, sino cómo cocinar, cómo ir al súper, cómo festejar un cumpleaños sin que todo recuerde el episodio. Si guardar o no los juguetes y la ropa del que ya no está.
La obra fluye, juega, baila, sufre con actores transformados y transformadores: la siempre espléndida Margarita Sanz brilla acompañada de un elenco joven de lujo, Jana Raluy, Nacho Tahhan, Verónica Bravo y Dali Jr. González. Contenidos con maestría, no desbordan drama. El desbordamiento llega, sí, cocinado a fuego lento, para que cuando al fin nos dan un bocado lo saboreamos con la paciencia y el deseo.
Estos personajes logran empatía, y aunque su propio dolor es insoportable, saben que es común. Entienden que cada parte de la pareja vive el duelo de forma distinta, y que sus deseos y necesidades son tan valiosos como los del otro. El texto guía la obra de tal manera que se habla de todo menos del episodio dramático, y sin embargo sabemos que es todo sobre eso. No son cursis, son reales. Y lo hacen lo mejor que pueden.
Y así se van revelando capas. El duelo no se limita a los padres, permea a todo aquel que tenía un vínculo amoroso con el fallecido, como la tía y la abuela que buscan ser pilares de sobrevivencia. ¿Qué es lo correcto? ¿Hablar del muerto o fingir que nunca existió?
La triple alianza que hace de esta puesta una verdadera bomba de emociones es: un texto colosal, una potente dirección y unas actuaciones terriblemente reales.
También la minimalista escenografía de Javier Ángeles es atinada. Ajusta y fortalece el tono del drama. Con pocos e impávidos elementos deja en los humanos la reconstrucción de ese hogar roto, al que no le falta nada más que una presencia y le sobran juguetes. Como diría la directora de cine Carolina Platt en su documental ‘La hora de la siesta’: “¿Qué son los objetos sin aquél que los utiliza?”
Hacia el final, la abuela y la madre tienen una conversación: “Má, ¿esta sensación se va en algún momento?”, a lo que ella responde: “No, pero cambia el peso. Se convierte en algo con lo que se puede vivir. No es agradable, pero es lo único que te queda de tu hijo, entonces tampoco es algo que quieras dejar ir.”
‘La madriguera’ es una obra tan buena (casi adictiva), que enajena durante sus más de dos horas de duración. No sólo no se siente larga, sino que hace querer que nunca termine. Pone la vara alta para el teatro en México, y nos hace desear más experiencias de ese calibre.
Se presenta los viernes a las 20:30 horas, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00 en el Foro Lucerna (Lucerna 64, col. Juárez), hsta el 3 de marzo. Imperdible.