"Los ojos"

martes, 9 de enero de 2018 · 10:11
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un ciego y su novia se encuentran en su desértica vida. Él la ama e imagina su belleza, confiando que está en el fondo de su alma. Comparten la vida con otros ojos que no son los de la vista. Y ella, fea y ferviente devota de la virgen, le reza para que los mantenga juntos y para que nunca, nunca pueda ver, y descubra su verdadera naturaleza. Inspirada en Marianela de Benito Pérez Galdós, Pablo Messiez escribe esta historia de amor acompañada de otra que conduce el melodrama: la historia de la madre, o más bien, los pensamientos, dichos y suposiciones que la madre expone como monólogos o diálogos con la pareja a lo largo de la obra Los ojos. El contrapunto de las dos historias es eficaz para el desarrollo de la historia, ya que la madre es hilarante y locuaz, que dice verdades bárbaras y muchas veces ciertas; de un egoísmo natural, pero de una sensibilidad que se va comprendiendo conforme conocemos sus secretos de desencanto. Nela y Pablo se aman y el espectador ve estos primeros pasos del amor, interrumpidos por la llegada al pueblo de una oftalmóloga que, por arte de magia, expresa su interés por curar a Pablo de su ceguera. Aunque resulta un tanto inverosímil este encuentro, el conflicto dramático vuelca la historia en un drama con fatal final, que en la puesta en escena no está del todo enfatizado. Si bien en el original de Galdós ella es su lazarillo, huérfana, pobre y fea, aquí conserva la fealdad pero se eleva en un estatus del tú al tú con su enamorado; ambos desvalidos. Su fealdad no le afecta al amor hasta que ella teme la reacción de Pablo cuando recobre la visa. Sus inseguridades desde la infancia ante esta situación, muy bien caracterizada por la actriz de este montaje que dirige Christian Magaloni, Sara Nieto, con la cara deslavada, una mancha grande junto a la oreja, y el pelo recogido, esconde su belleza. Su interpretación es certera y poderosa en su debilidad. Su obsesión por rezarle a la virgen nos permite conocer sus sentimientos y su ingenuidad, sus secretos y su derrota. Pablo, interpretado por Roberto Beck, se mueve con frescura en el escenario, y se agradece el no estereotipar a un ciego, aunque podría ser más riguroso. El contraste del drama lo da la madre, y la actriz Ana Kupfer le imprime los tonos y los modos de hablar de una española, ceceando y utilizando modismos. Su actuación es chispeante, contrapunteando con el descenso progresivo de la pareja. El autor y el director consiguen un equilibro entre las dos tendencias sentimentales de la obra, y en cada una de ellas expresan, con igual fuerza, el movimiento interior de los personajes, para transmitir al público emociones que lo hacen vibrar tanto en la risa como en la tristeza. Christian Magaloni tiene la habilidad de llevar a los personajes suavemente y sin grandes aspavientos por el mundo interior de cada uno de ellos. El trazo escénico es limpio y fluido. Sin gran cantidad de elementos, el espacio siempre está lleno. La escenografía, diseñada por Miguel Moreno, es una plataforma de tablones de madera con pequeños desniveles, innecesarios, y al fondo, construidos con el mismo material, dos cubos de diferentes tamaños que dan movimiento a la composición escénica. Ahí es la mesa, la silla, o cualquier estancia. Los ojos es una obra tierna y dramática, con humor y emociones de tristeza y desesperanza. Su sencillez permite vivir momentos entrañables que nos hacen encontrar en esos personajes algo de nosotros que se rompe. Esta reseña se publicó el 31 de diciembre de 2017 en la edición 2148 de la revista Proceso.

Comentarios

Otras Noticias