"Cosas raras", en el Centro Cultural del Bosque

viernes, 2 de marzo de 2018 · 10:36
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuánta sensibilidad se requiere para hablarle a audiencias jóvenes de temas dolorosos, y con cuánta habilidad lo hacen Luis Enrique González Ortiz Monasterio (LEGOM) en la dramaturgia y Hugo Arrevillaga en la dirección de la obra Cosas raras. Beto y Nena están solos queriendo resolver lo inmediato: encontrar a su padre que se ha ido de casa. Perdieron a su madre porque veía arañas, soñaba con arañas y se le trepaban en el cuerpo para comerse sus vísceras; y su padre se ha quedado a cargo malabareando empleos para mantenerlos a flote. Cosas raras es una obra en la que dos hermanos se ven obligados a separarse. Desde un presente, recuerdan y experimentan la cercanía que vivieron en el pasado, sus afectos y sus vivencias definitivas alrededor de su madre ausente y un padre imposibilitado para mantenerlos unidos. Cuando él desaparece, se lanzan en su búsqueda, llenos de preguntas y sentimientos encontrados. Salen a la calle y hacen deducciones, descubren verdades que los sorprenden e inician un camino que nos habla de la orfandad y el desamparo, así como de la indefensión de don jovencitos que apenas saben moverse en esta inhóspita ciudad, y a los que la cobija del afecto se les ha ido. Cuánto duele lo que van descubriendo, cuánto duele lo que les va pasando a estos niños casi jóvenes por los que sufrimos y lloramos. Se oyen sollozos entre el público, ese sorberse los mocos o limpiarse las lágrimas a escondidas; y se escucha de pronto a un papá silenciar a su hija que no consigue reprimir el llanto. Todos hemos perdido algo y duele recordarlo. La capacidad de LEGOM y Hugo Arrevillaga para tocar emociones profundas es extraordinaria, para atraer al espectador y llevarlo a esos recovecos de la infancia o a esas situaciones tan cercanas para los jóvenes como son el abandono y la separación. Para lograrlo se requiere de actores como Olivia Lagunas y Adrián Vázquez, capaces de transmitir sentimientos verdaderos y, desde la naturalidad, jugar, bromear, preguntarse y vivir la aventura. Ellos, con su presencia y energía, nos llevan de la mano en sus correrías, nos cuentan su historia, salen y entran de la ficción, nos hablan desde el presente, pero lo viven en el pasado. LEGOM intercala hábilmente la narración con el diálogo, la explicación con la vivencia, el hablarle al público y el representarse a sí mismos. La mancuerna con Arrevillaga –al cual se le ha caracterizado su talento para tratar temas desgarradores–, permite potencializar el texto, hacer dinámico el recorrido y, desde la sencillez en el lenguaje y las situaciones, transparentar lo más difícil: el corazón sensible de un niño. Arrevillaga, junto con Auda Caraza, abstraen la realidad y llegan a la metáfora escenográfica multiplicando los espacios a través de la imaginación. Cientos de cascos de refrescos vacíos acomodados en el suelo hacen referencia al padre como chofer de una refresquera, a la fragilidad del orden, a los obstáculos o al caos que se genera con una simple patada. Están los cartones rojos donde se colocan los cascos vacíos y que se utilizan como mesa, silla o máquina de escribir. Al centro una silla iluminada dentro de una cabina de madera; un espacio vacío que ocupa el núcleo de la experiencia. El espacio representa y es visualmente atractivo en sí mismo. Cosas raras obtuvo en 2016 el Premio Bellas Artes de Obra de Teatro para Niños, y ahora puede disfrutarse los fines de semana en la Sala Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque. Esta reseña se publicó el 25 de febrero de 2018 en la edición 2156 de la revista Proceso.

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