Mujer, teatro y violencia

martes, 3 de marzo de 2020 · 02:55
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Poéticas y realidades en el teatro se mezclan para hablar de la violencia que vivimos las mujeres en la actualidad y que se reproduce desde hace siglos. Antes invisibilizado, considerando los comportamientos agresivos o intimidantes hacia las mujeres, como “normales”. Ahora hay cada vez más expresiones de lo que ya no se quiere vivir y de la necesidad de deconstruir sistemas de pensamiento y de acción. En el teatro se expresan a través de los contenidos de las propuestas escénicas y también en la formación y la práctica escénica.  Si bien es cierto que la máxima expresión de la violencia de género es el feminicidio, los micromachismos no son menos para dañar la integridad física, mental y emocional de las mujeres en el teatro. Obras de teatro sobre mujeres y por mujeres, con perspectiva de género, coloca el punto de atención desde dos extremos: como una forma de denuncia y visibilización, y como una forma de mostrar caminos donde las mujeres transitan luchando y ejerciendo su libertad, rompiendo esquemas convirtiéndonos en aliadas entre nosotras. No basta que las obras tengan a mujeres como protagonistas, sino desde qué perspectiva se miran; si reproduciendo los roles de opresión, devaluación, pasividad y conformismo, limitándolas al ámbito doméstico, o si la dignidad ya permea sus maneras de enfrentar la vida. Porque el teatro amplía la mirada. Pero el machismo y la violencia también se expresan en las formas de hacer teatro, las formas de aprender el teatro y el @MeTooTeatroMx sacó a la luz formas que las mujeres ya no quieren callar. Las denuncias públicas se expresaron de manera confidencial (y no anónima), poniendo sobre la mesa el replanteamiento de las relaciones laborales y educativas; se cuestionó –y se sigue cuestionando–, la normalización del hostigamiento y acoso por parte de los maestros, directores o compañeros de teatro; y sacudieron conciencias. Esta explosión de experiencias sigue ahí, urgiendo a las instituciones y escuelas de teatro correspondientes, les den seguimiento y emprendan una indagatoria seria para resolver la dicotomía legal de la presunción de buena fe (el yo te creo hacia la denunciante) y la presunción de inocencia (hacia el inculpado). También hay que tener en cuenta que, según estudios de la ONU, el 97% de las denuncias por acoso sexual presentadas por mujeres son verdaderas. Es un gran avance que, mientras la situación no se resuelva, las instituciones culturales no pueden ignorar estas denuncias y continuar apoyando a los denunciados; por lo que urge tomen cartas en el asunto.  Bajo este contexto, también resulta fundamental la lucha que han emprendido las Mujeres Organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que desde hace más de tres meses la tienen tomada para exigir un lugar libre de violencia donde las mujeres puedan estudiar y rendir al máximo. A esta toma y con la misma demanda, la han acompañado 20 escuelas de la UNAM y actualmente se mantienen 10 en paro. La resistencia de las autoridades a negociar es evidente, al igual que su intento por lavarse las manos. El 15 de enero lograron firmar acuerdos fijando límites de tiempo en los avances, para asegurar que no quedaría en palabras. Han empezado a caminar –gracias a la lucha de Mujeres Organizadas FFyL–, y las autoridades han propuesto algunas modificaciones al Protocolo, a la Ley orgánica y a la conformación de una Comisión Tripartita Autónoma, pero todavía quedan por resolver puntos importantes de las demandas.   Este texto se publicó el 1 de marzo de 2020 en la edición 2261 de la revista Proceso

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