Instrucciones para ver los Juegos Olímpicos

lunes, 15 de agosto de 2016 · 12:47
1)Antes de encender la televisión haga memoria de un dato: pertenece a un país que, en 22 Juegos Olímpicos, es decir, en 120 años, ha ganado menos medallas de oro que Michael Phelps. 2) Depende de su edad, estimado lector, pero quizás sus recuerdos patrióticos de Juegos Olímpicos hayan sido de dolor e injusticias: Daniel Bautista, que entrenaba caminata siendo policía de tránsito en el Estado de México y que ganó el oro en Montreal 1976, lo descalificaban los jueces rusos debajo de puentes sin cámaras de testigo, a punto de llegar, o antes de salir. Luego, descalificaban a todos los mexicanos. No se sabe si por envidia, racismo o cuentas pendientes. Nunca se supo si los jueces rusos habían sido detenidos por Bautista conduciendo en estado de ebriedad. 3) Su país es uno que, a falta de buenos resultados en lo que viene siendo el deporte nacional –el futbol–, ha buscado identificarse con disciplinas tan ajenas a la experiencia cotidiana como tiro, clavados –se hablaba del “inmejorable entrenamiento en medio de un risco en Pie de la Cuesta”–, taekwondo, levantamiento de pesas femenil. Las historias de cómo llegaron a los Juegos Olímpicos son del tipo: “No teníamos ni para comer. Mi mamá había muerto dos días antes. Nunca tuve apoyo y me entrené cargando muebles en las mudanzas de mis primas”. 4) Encienda la televisión. 5) Haga una breve evaluación de las razones para escoger a alguien a quién irle. En los tiempos de la Guerra Fría, los motivos no eran necesarios: el bloque socialista demostraría el poder de los juegos colectivos, mientras que los capitalistas se atiborrarían de medallas individualistas. Era una competencia entre los patrocinios de las “transnacionales” contra un Estado que promovía un amor por el deporte desde la niñez. A partir de que comienza mi memoria olímpica, es decir, 1976, el foco de estas disputas era Nadia Comaneci: la propaganda antisocialista decía que la esclavizaban los Ceausescu –el junior abusaba de ella– y la defensa era que vivía en una mansión de ocho recámaras. Claro, en una abusaba de ella el junior. No, falso: ahí duerme soñando con el Hombre Nuevo. 6) Una vez que usted acepte –contra la mejor opinión de los articulistas mexicanos actuales– que la Guerra Fría terminó hace tiempo, los móviles de la pasión olímpica se vuelven más sutiles. Pongamos, por ejemplo, una competencia de natación. Los gringos, si no son Phelps –que tiene la simpatía de que era un freak con desorden de atención y que, además, es medio pachequín–, están descontados de antemano. Ser mexicano es haber perdido sólo dos guerras: en una, fuimos privados de un imperio indígena y, en otra, de “más de la mitad del territorio”. La primera derrota tiene un atenuante: nos deben un favor; en el fondo así sentimos su exilio. Pero la que sufrimos a manos de las tropas norteamericanas todavía la sentimos como si nos hubiera sucedido la semana pasada. Y sí, si tomamos en cuenta lo que nos dice a diario Donald Trump. De modo que empiece por escoger países a los que apoyar: los latinoamericanos son una opción natural pero digamos que, por doloroso que suene, sólo existen Argentina, Brasil y, a veces, Cuba (con la que se puede aplicar, si uno no lee noticias muy a menudo, a lo que se refiere el punto anterior). Como en muchos casos –aplicables incluso al gusto literario– nos queda la excentricidad: “Hay uno de Irak” o “Mira: los jamaiquinos van hasta las Olimpiadas de Invierno” o, en la ignorancia útil: “las suecas del futbol de playa entrenan en canchas de harina porque no tienen arena”. Si podemos apoyar a alguien sólo porque le ha sido más difícil llegar a los Juegos Olímpicos –por contraste a los gringos, a quienes les regalan becas en las universidades privadas–, nuestro campo se abre a cualquier selección que haya salido de un desastre natural, una guerra civil, un gobierno opresor –“Mira, las afganas, pobres, tienen que nadar con burka”. 7) Vuelva al punto 5). Rusia no puede ser apoyada, si usted sabe de la dictadura de Putin y lo que han sufrido los bielorrusos, es decir, si usted ha leído a la premio Nobel Svetlana Alexiévich, a quien mi vecino, rascándose la nuca, se refiere como “Alexandra, la del Nobel”. Puede respaldar a una rusa si le evoca un “baile” de aquella rubia-obsesión-inalcanzable; sí, no se haga: la del antro. 8) Existen maneras de apoyar a los gringos. Si son negros –“afroamericanos”– porque, después de luchar contra la esclavitud y, luego, la segregación, ahora lo hacen contra la violencia de la policía. Aunque, si usted ha visto negros apoyando a Trump, quizás quiera repensar este respaldo. Los “latinos” son un blanco asequible: basta que se apelliden Hernández para imaginarlos en su jardín llenándose la cara de burritos con la abuelita monolingüe. No son “nuestros”, pero celebran el 5 de mayo como si fuera la final del futbol americano. 9) Hay una forma, un poco diluida, de ver los Juegos Olímpicos y consiste en no apoyar a nadie, sino fijarse en lo externo: la aburrición de los fotógrafos atrás, tratar de adivinar qué llevan en los tupperwares las gimnastas, preguntarse quién es el proveedor de brea para embarrar prácticamente todo, desde aparatos hasta manos y rodillas, o de las líneas que separan carriles, o qué hay en la lista de música de sus audífonos. Esta forma implica burlarse de los nombres asiáticos o eslavos por cómo los pronuncian los locutores: “La china Chilín, hace su entrada” o “Chafa, esta competidora de la Hungría”. O, en general, de casi todo lo que dicen los comentaristas: “Hasta yo estoy llorando con Michael (se refería a Phelps)”, “El puntero de la punta es el que señala el índice de punteros”, “Por su mente estará pasando la idea de que tiene por delante la competencia”. 10) Y tomando en cuenta nuestro punto 1), no se frustre con nuestros atletas vernáculos. Repase las razones que ha dado Alfredo Castillo, de la Comisión Nacional del Deporte, para la falta de medallas mexicanas: “Son represalias por no regalarles 15 millones a la Federación”; “Fueron víctimas de los jueces”; “Son jóvenes que tendrán su verdadera fortaleza en Tokio 2020”; “El quinto o sexto lugar no todo mundo lo logra”; “Sabíamos que las circunstancias no iban a ser fáciles”; “También se prepararon otros 200 países y ya ven”; “No se pudieron hacer los cambios que se requerían” y, por supuesto: “Hugo Boss nos dio los uniformes a mí y a mi pareja para representar la unión y cohesión de la delegación mexicana”. Le pedimos que las repase porque pertenece usted a un país en el que, más que los Juegos Olímpicos, lo divertido de ellos, son las declaraciones de sus encargados.

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