Vida del Innombrable

domingo, 7 de agosto de 2016 · 21:45
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La literatura biográfica busca recrear en palabras la vida de una persona, del autor mismo o del Innombrable. Con frecuencia también trata de recrear con vida las palabras del autor muerto y otras tantas de frecuentar a las personas vivas con el simple propósito de recrear al Innombrable. Para ello se vale de distintos recursos: las memorias de quienes jamás oyeron hablar de él y que, no obstante, lo desprecian, y los que documentan que ese alguien probablemente no existió. Se sabe que cuando un desconocido terminó el último de los tomos del Innombrable, exclamó: –Este licenciado pudo ahorrarnos a todos su libro de 3 mil páginas con gráficas. Pero, claro, entonces no hubiera tenido nada que hacer durante su destierro. La primera biografía del Innombrable fue dictada en plena vejez por él mismo. En ella se da cuenta del rapto de senilidad por el que pasaba, pues no recuerda ni su propio nombre y se le hincharon los pies mientras intentaba recordarlo. Una generación después volvió a la carga, cuando pensó que su nombre ya se habría olvidado. Lo más que llegó a avanzar en su biografía fue la primera frase: “Últimamente me jeteo mucho”. Después de eso se dedicó a urgir a que algún escritor plagiara cualquier biografía, aunque fuera de Julio César, Napoleón o de alguien apellidado Güemes. Pero tratándose de hacer su nueva biografía creo que estoy en la posición de establecer con certeza que no sé dónde nació ni el año. Durante mucho tiempo pensé que su padre había sido un político hasta que supe que, en realidad, sólo les ayudaba con la contabilidad. Su madre, una santa. Ninguno de sus padres se enteró que había engendrado a un antecedente del Liberalismo Social, por lo que jamás tuvieron reparos en educarlo con el método pedagógico del Partido: prometerle lo que pidiera y darle lo que hubiera. Su crecimiento fue duro, aunque neoliberal. Antes de que siquiera se despabilara de una siesta, ambos le caían a golpes. A la muerte de su madre las palizas se redujeron a un 50% y, con la huida de su padre hacia un nuevo puesto gubernamental, casi cesaron, salvo por las que se propinaba a sí mismo por pura nostalgia. Desde muy temprana edad –tan temprano que todavía había luz y ya estaba dormido–, tuvo un vivo interés por todo lo que estaba vivo y, sobre todo, por su vivo interés. Si veía a un insecto, lo partía en dos para saber de qué había muerto. Lo mismo hizo con las plantas y con ciertos animales no muy beligerantes a la hora de cobrar sus salarios. Fue entonces que descubrió una de sus leyes desconocidas: si a un grupo dado de seres humanos se le reduce, cada vez, el salario a la mitad, llegará un momento en que la mayoría de ellos emigrará. Ya en la juventud, el Innombrable, sin necesidad de trabajar –debido a que su familia ya no tiene que preocuparse por el dinero, sino sólo por los caballos–, dedica sus energías a la creación de un género literario que nunca escribió: la Política Ficción. Títulos tan entrañables como La Devaluación Tiene Rostro de Mujer, Chica Italiana Viene a Desincorporarse, Los Ricos También Votan, Cuna de Bonos, La Elección que Yo Robé, entre muchos otros que jamás fueron siquiera pensados. Sumergido en la dialéctica de verse obligado a gobernar, llega a la conclusión de que el Estado es algo que se le puede vender a tus amigos; que no importa que nadie te quiera, siempre te quedará el consuelo del relleno de las urnas; y last but not least, que sólo se gobierna con aciertos; lo que salió mal es producto de “un entorno externo desfavorable”. El Innombrable, siempre fiel a su anonimato, descubre que son las biografías las que hacen al hombre y no al revés: “No hay que hablar del pasado porque ya no es el momento, ni del presente, para no importunarlo”. Así que dedica el resto del tiempo en que no está administrando su abundancia, a recapacitar sobre el vacío. Sumido en la reflexión más vehemente, apunta que “no es a la izquierda ni a la derecha donde uno debe dirigirse, sino todo lo contrario”. Pero, con profunda decepción, descubre que ese principio, llevado a la práctica, implica que alguien termina estrellándose. Se ha dicho que el Innombrable gobernó un país. Incluso se afirma que fue un Presidente. En verdad os digo: no hay evidencias de ninguno de estos dichos. Mentes habitadas por el más insondable de los odios y por la más amarga envidia, le atribuyen crisis económicas, enriquecimiento de sus amigos y familia, asesinatos políticos, matanzas, venganzas, y hasta bullying. A todo ese vendaval de incomprensión, el Innombrable ha respondido con un sereno: “me confunden con mi hermano”. Lo curioso es que, aunque hay evidencias de que tal hermano probablemente no existió, cuando se le ha encontrado a éste –probablemente un impostor– y preguntado sobre la corrupción, los asesinatos, las matanzas, las devaluaciones, sólo ha dicho: “Posiblemente lo del bullying sea cierto, pero habría que ver todos los ángulos”. En medio de su inexistencia, el Innombrable todavía tiene un pequeño problema: no puede salir a la calle sin provocar insultos y amenazas. Pero, siempre vivaz, ha encontrado una solución para seguir en la introyección de su propio anonimato: ponerse una máscara de sí mismo.

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