'El oráculo de la sombrilla”
Una noche estábamos Rodolfo Nieto, su esposa Martha Guillermoprieto, Alejandra Pizarnik y yo en el departamento donde vivía Octavio Paz con Bona Tibertelli, en París, mientras esperábamos a que la cena estuviera lista; Paz se levantó y dijo que nos iba a leer un cuento japonés, sacó un libro y nos leyó varias historias. A mí se me grabó una de ellas; tiene que ver con un paraguas que llega a ser confundido con un Dios.
En mis pinturas aparecen personajes con sombrillas, esas imágenes quizá tienen que ver con lo que nos contó Octavio Paz aquella noche; debió ser por el año de 1960 o 1961. El cuento lo busqué por mucho tiempo, hasta que junto con Helder Castellanos Díaz, bibliotecario del IAGO, lo encontramos y él lo tradujo del inglés al español.
El texto, “El oráculo de la sombrilla”, es parte de la publicación Antología de literatura japonesa (Anthology of Japanese Literature), compilada y editada por Donald Keene.
Autor: Saikaku
Libro: Cuentos de las provincias (1685)
¡Meritorio es en verdad el espíritu de la filantropía en este mundo nuestro!
Al famoso templo colgante de Kwannon en la provincia de Kii, alguien regaló 20 sombrillas pintadas al óleo, que eran reparadas constantemente y colgadas al lado del templo para cualquiera que se viera sorprendido por la lluvia o la nieve. Siempre fueron devueltas cuando el clima mejoraba, ninguna sombrilla se perdió jamás.
Un día de la primavera de 1649, cierto viajero tomó una de las sombrillas a préstamo; mientras regresaba a casa, la sombrilla le fue arrebatada por un violento viento “divino” que la llevó de repente en dirección del santuario en la isla de Tamazu. La sombrilla se perdió de vista rápidamente y a pesar de la tristeza por la pérdida, no había nada que el aldeano pudiera hacer.
Llevada muy alto por el viento, la sombrilla aterrizó finalmente en la pequeña villa de Anezato, lejos en las montañas de la isla de Kyushu. La gente de aquella villa había estado separada del mundo por largo tiempo, y rústicos como eran, nunca habían visto una sombrilla.
Todos los hombres educados y el consejo de ancianos de la villa se reunieron alrededor del curioso objeto para discutirlo. Al único acuerdo que se llegó fue a que ninguno había visto antes nada similar. Después de un tiempo de consideraciones, un hombre dio un paso al frente y proclamó:
–Las costillas de bambú que radian desde el centro son exactamente cuarenta, el papel no es de ninguna manera ordinario, y aunque yo no pueda pronunciar tal nombre, aquí sin duda es la Diosa del Sol, cuyo nombre hemos escuchado a menudo, y es, indudablemente su atributo divino desde el santuario de la “Gran Fuente de Ise” que se digna a venir con nosotros.
Todos los presentes se llenaron de júbilo, se apresuraron a traer el agua con sal para purificar la tierra y colocar a la deidad sobre un tatami limpio. Todos los aldeanos fueron a las montañas para conseguir los materiales de construcción para un santuario y que la deidad pudiera transferirse desde Ise y, en efecto, ante las reverencias el espíritu en verdad entró en la sombrilla.
Para el verano siguiente las lluvias sobre el santuario fueron torrenciales y se agitaban cada vez más, la conmoción no cesaba, y al consultar a la sombrilla el oráculo profirió:
–¡Todo este verano el corazón sagrado ha sido ofendido con cucarachas hervidas en los recipientes sagrados y la contaminación ha llegado al interior de la fuente! Para sanarlo no deberán dejar viva ni una sola cucaracha en toda la provincia y algo más: deseo que seleccionen a una bella y joven doncella para consolarme. Si esto no sucede en siete días, haré caer lluvia a torrentes una y otra vez hasta que la semilla del hombre no exista más sobre la tierra.
Los aldeanos, más allá de sí, asustados profundamente, se reunieron y convocaron a todas las doncellas de la villa para decidir quién serviría a la deidad. Pronto, las jóvenes doncellas lloraron y se quejaron. Protestaron fuertemente ante la cruel demanda divina. Cuando les preguntaron por su excesiva pena, gimieron:
–¿Quién podría sobrevivir una noche con un Dios así?
Ellas habían llegado a dar un significado muy peculiar a la extraña forma que la deidad había asumido. En este momento crucial, una joven y hermosa viuda dijo:
–Si es para Dios, yo me ofrezco en lugar de las doncellas.
Toda la noche esperó la viuda al lado del santuario, pero no tuvo ni un poco de afecto; enfurecida corrió hacia dentro del lugar y tomando firmemente la sombrilla en sus manos, gritó:
–¡Traidor bueno para nada!
La hizo pedazos y la arrojó tan lejos como pudo.
Este texto se publicó el 19 de septiembre de 2016 en la edición 2081 de la revista Proceso